Cartas del pasado

I

Toda mi vida me han estado ocurriendo cosas surrealistas. En parte por cómo soy, en parte porque me gustan y no pongo impedimentos a que sucedan. Pero sobre todo porque estoy predispuesto a ver las cosas con otros ojos.
Antes me carteaba con alguna gente, de ahí que conozca el correo convencional y mire los buzones con más interés que el que sólo espera recibir publicidad y facturas.
La carta más sorprendente que me han enviado – y creo que esto ya lo he escrito antes – es una que recibí escrita por mí mismo. Uno mismo es la última persona del mundo que esperarías que te escribiera una carta, aún por detrás del Rey de España y Paris Hilton. Por eso la impresión que me causó fue inexplicable.
Tardé cosa de un minuto en entender lo que sucedía, pero fue un minuto muy largo. La carta venía del pasado. La había escrito unos seis meses antes. En realidad no había escrito la carta, sino el sobre. Era el permiso de conducir de mi padre, renovado. El papeleo iba del siguiente modo: enviabas la documentación para la renovación junto con un sobre en el que figuraba tu nombre y dirección, ya con el sello pegado. El funcionario tramitaba el nuevo permiso y lo metía dentro del sobre, lo cerraba y colocaba en el buzón de correos. Todo esto podía llevar casi seis meses, el tiempo que tardé en recibir una carta escrita por mí mismo.

II

La segunda carta fue, si cabe, más extraña. Mis adorados vecinos tenían costumbre de robar correspondencia (no para leerla porque leer es aburrido sino en la remota esperanza de encontrar giros postales y billetes envueltos en papel de periódico) así que siempre podía uno esperar encontrar un sobre abierto o que llegara varios días después de la fecha del matasellos.
La carta en cuestión tenía matasellos de por lo menos hacía seis meses. Pero no estaba abierta.
Lo más intrigante no era eso, sino que el destinatario no era yo – ni nadie de mi casa. No coincidía la dirección. Aunque el nombre de la calle era parecido, el número no tenía nada que ver y el código postal tampoco. Aunque en el destinatario coincidía el primer apellido (bueno, se le parecía mucho) el nombre y el segundo apellido, no acertaban ni de lejos.
La carta no era, evidentemente, para ninguno de nosotros, pero la leímos con mucho interés.Tenía unas tarjetas de un pub y unas breves líneas que poco decían. No tenía remite ni datos que nos sirvieran para determinar el origen o el verdadero destinatario. La falta de Internet hizo que dedicáramos mucho tiempo a especular sobre el origen y el destino correcto para esa carta.
Pasaron varios meses y mi hermano tuvo que ir a una farmacia del centro de la ciudad. Al traspasar la puerta se fijó en que el Licenciado de turno tenía un apellido parecido al suyo. Al salir por la puerta tenía todos los cabos atados. La dirección escrita en la carta no coincidía con la de la Farmacia, pero el nombre era más parecido que el de la nuestra. El segundo apellido del supuesto destinatario también era diferente; En conjunto había divergencias pero las similitudes eran las suficientes como para probar suerte. Mi hermano le llevó la carta y efectivamente era para el farmacéutico.
¿Cómo pudo ocurrir algo así? ¿Cómo llegó la carta hasta mi casa, cuando nada coincidía?
La explicación menos probable es que un genial cartero recibió una carta que tenía, evidentemente la dirección errónea – era una calle inexistente en mi ciudad.
En lugar de devolverla, pues no tenía remite, trató por su cuenta de encontrar el destinatario. Necesitó varios meses hasta poder limitar la elección a dos posibles candidatos, el farmacéutico y mi hermano. El farmacéutico era el destinatario más probable, pero en caso de error la carta nunca habría llegado a mi casa. Tras haberse tomado tantas molestias el cartero estudió un poco a los aspirantes. Finalmente prefirió la segunda opción, pues en caso de error era más probable que mi hermano encontrara al otro sujeto, puesto que este atendía un negocio público y porque mi hermano era muy observador.
Tal vez no todo fue tan sorprendente como lo he contado. Lo que sí que es cierto es que la carta era imposible que llegara a mi casa y aún más imposible era que después pudiera llegar de vuelta al destinatario correcto. Y asín ocurrió.

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