The Fascinating King’s Gambit

Descreído de “la inteligencia colectiva” o “la revolución de los amateurs” no puedo despreciar sin embargo alguna de las obras extraordinarias creadas por aficionados. Este es el caso del sorprendente libro The Fascinating King’s Gambit.

El libro fue escrito por el sueco Thomas Johansson, que sólo tiene un rating de fuerte aficionado: 2206 (sólo en España habrá más de 200 jugadores que superen ese rating).

¿Cómo puede un aficionado escribir no ya un libro bueno sino importante sobre ajedrez? Pues no sólo puede, sino que debe porque los jugadores profesionales de ajedrez no suelen dedicar apenas tiempo a esta tarea, secundaria fuente de escasos ingresos. Los libros de reconocidos Grandes Maestros suelen ser malos o muy malos. Lo triste es que en estos casos lo mejor que puedes esperar es que el libro lo haya escrito otro y simplemente la figura famosa haya firmado con su nombre. Porque si lo ha hecho el propio profesional, el resultado puede ser catastrófico.

Los Grandes Maestros de ajedrez sólo escriben buenos libros si se refieren a sus propias partidas. Mención aparte merece la serie “escrita” por Kasparov de Mis Grandes Prededecesores, con algunos de los mejores libros de las últimas décadas, en especial los que tratan sobre Karpov o él mismo.

Los libros de ajedrez se centran principalmente en el estudio de las aperturas. Los primeros movimientos, al ser los únicos que se pueden preparar en casa, son los más estudiados. Además son los más transcendentales ya que una buena posición inicial facilita mucho el resto de la partida. Así, por lo menos dos de cada tres libros que se escriben, tratan sobre las aperturas.

Al tratar sobre aperturas, existen dos fuentes de información: partidas ya jugadas o ideas nuevas, aún no experimentadas. Las partidas jugadas están ahí fuera. Hay bases de datos en el Emule con millones de ellas y cualquier tiene acceso a todas ellas. Las ideas realmente interesantes son las nuevas, las nunca jugadas. Las habituales “recetas caseras”: movimientos mejores a los existentes, que dan la vuelta a la evaluación de una posición. Todo el mundo pensaba que una posición estaba igualada, pero gracias a ese movimiento, la cosa cambia: resulta que las negras están mejor.

Las recetas caseras son el germen de muchas victorias. Gracias a una de ellas, Anand venció en el reciente Campeonato Mundial a Kramnik y fue esto lo que le acabó coronando como campeón del mundo.
Ante una sorpresa inesperada, los jugadores se ven descolocados y acaban cometiendo errores. Es por eso que las jugadas nuevas y buenas son minas de oro.

Por eso los autores de libros no suelen regalar estas revelaciones a pobres aficionados. Se las suelen guardar para sí, para ponerlas en práctica ante otros maestros. Al final el posible beneficio económico de escribir un buen libro no compensa los resultados que se pueden conseguir en competiciones mediante el trabajo secreto de las aperturas.

Así, los jugadores profesionales que escriben (que no escritores profesionales que juegan) dan informaciones poco interesante sobre las aperturas:

  • Dan información que está disponible para todo el mundo, apenas si hacen algo más que ordenar.
  • Ocultan las nuevas ideas.
  • Incluso dan ideas “equivocadas”. De este modo, tienden trampas a sus rivales que a veces creen las recomendaciones del escritor del libro, pensando que este jugará tal y como sugiere. Pero luego no es así: el profesional saca el as de la manga, el as que no quiso escribir en el libro. Y engaña a su rival.

Hay jugadores profesionales que tras retirarse se dedican rutinariamente a escribir libros de ajedrez. Se convierten en escritores profesionales, pero de peor calaña aún: sacan libros como churros, a cual peor. Es como con un blog: obtienes más ingresos con muchas entradas malas que con una buena.

En general es sencillo detectar a estos farsantes. Basta ver cuántos libros han escrito en su vida. Si en un año escriben cuatro o cinco, pues va a ser que no se han esmerado mucho con ellos. Sin embargo tienen títulos de Gran Maestro o Maestro Internacional y eso basta como reconocimiento y justificación de que sus libros pueden ser buenos.

Thomas Johansson

Thomas Johansson simplemente ha escrito un libro de aperturas como se debería hacer:

  • Ha elegido una apertura sin preocuparse si estaba de moda, si la jugaban los Grandes Maestros, si tiene mucho futuro. Simplemente ha elegido la apertura en que es un experto.
  • Ha contrastado todos sus análisis con el ordenador. Con lo que no hay errores de cálculo, ni variantes que dicen “y las blancas están mejor” para luego demostrar que las negras tienen un golpe que da un enorme giro a la situación. Las valoraciones son todas correctas y para asegurarse de no meter la pata, por no ser un profesional, ha repasado cada comentario al detalle.
  • Le ha dedicado mucho tiempo a la escritura del libro. Más de dos años.
  • Al tratarse de una apertura poco conocida, puede decirse que la ha explorado totalmente, pasando a convertirse en la obra de referencia.

A pesar de ello, las críticas al libro no han sido todo lo favorables que se pudiera esperar. Los Grandes Maestros se atreven a menospreciar sus valoraciones “de aficionado”. Pero seamos serios: con un motor de cálculo como Rybka, que está en el Emule, cualquiera puede dar valoraciones mejores a las de un profesional en un 99,99% de las ocasiones.

El caso es que el libro de Johansson permanece en el olvido. A pesar de tener tres años seguirá siendo totalmente actual. Sólo ha tenido el éxito moderado de un aficionado: conseguir saltar de una página de autoedición a la más visible de Amazon – nadie quiso publicarle el libro no porque fuera malo sino porque era demasiado marginal: dirigido a un público demasiado pequeño.

Eso sí, el libro será bueno pero el título es pésimo: The Fascinating King’s Gambit no es un libro sobre el King’s Gambit (gambito de rey) sino sobre una variante en particular de ese gambito y eso lleva a confusión a algunos lectores y potenciales compradores.

The Fascinating King’s Gambit, en Amazon.

David Y Goliat

I
Como siempre que escribe un artículo, Malcolm Gladwell presenta una pequeña obra de arte. La última es un excelente ensayo del New Yorker donde habla sobre el baloncesto de categorías inferiores.

En él plantea la lucha por parte de equipos que son muy inferiores. Sugiere que en lugar de tratar de hacerlo “de igual a igual” hay que realizar una aproximación de guerrillas: provocar un combate desigual. Es el método que mejores perspectivas de éxito da.

En el caso del baloncesto, muestra el sorprendente caso de algunos equipos que basaban su estrategia exclusivamente en la defensa a todo el campo, complicando ya desde el primer instante el juego a su rival. El artículo narra interesantes casos de éxito a nivel preuniversitario (que es casi profesional) y el caso desproporcionado de un equipo de niñas de 12 años.

Para las niñas, el método de combate era una aproximación sugerida por el padre de una de ellas, forrado empresario tecnológico de Silicon Valley: las chicas sólo disponen de cinco segundos para realizar el saque desde la línea de fondo. Si se impide con todas las fuerzas que este se produzca, es muy posible conseguir el robo de un balón.

Como estrategia auxiliar, tratar de impedir que el equipo rival pase del medio campo en los diez segundos de que disponen. Y si no, aguantar el chaparrón, en el que sus chicas eran bastante malas.

Los sorprendente de su técnica ultradefensiva es que funcionó a las mil maravillas y las chicas llegaron lejísimos en la competición nacional, venciendo a equipos inmensamente superiores. Los robos de balón eran continuos y a veces los partidos empezaban por resultados abultadísimos como veinte a cero. Los equipos rivales no estaban preparados para resolver sobre el estadio la extraña estrategia.

Teóricamente la defensa a campo completo es muy poco recomendable porque un buen pase puede convertirse en una canasta segura. Pero dar el buen pase no es trivial. El método de defensa estaba basado en el propio fútbol americano: cubrir a toda costa el pase del quaterback.

El artículo es muy recomendable. Por aportar algo, mi modesta experiencia como pseudo entrenador de ajedrez. La situación a menudo era la misma que en los encuentros de baloncesto: tienes una alumna netamente inferior a otra. Si la partida se convierte en un duelo entre iguales, no hay nada que hacer.

II

Lo habitual era siempre usar una táctica gitana: jugárselo todo a una carta en la apertura.

La apertura en ajedrez es como cuando entras en un restaurante. Te indican donde te vas a sentar, ves de qué cubiertos dispondrás, eliges el vino. Vas viendo la sala y pensando en función de lo que ves si tomarás café allí o en otra parte. Te vas acomodando y preparando.

Pero hay aperturas en ajedrez que son como un fast-food. Nada más entras en el umbral de la puerta ya tienes a un impresentable preguntándote qué vas a tomar: antes de respirar ves que te ponen un puñado de servilletas y la elección del postre es instantánea.

En un restaurante no suelen matar a la gente, pero en una partida de ajedrez puedes salir destrozado de la misma apertura. Te acabas de sentar en la silla y ya tienes a un desgraciado que te está atacando a la misma yugular. No ha dado tiempo a las presentaciones, a las maniobras, a los cambios de cortesía. Ese desgraciado te quiere matar rápido.

Apertura tranquila es la española. Si todo sigue el guión principal, las blancas realizan una lenta maniobra de alfil (Ab5, Aa4, Ab3, Ac2) y luego otra más aún de caballo (Cd2,Cf1,Cg3). Las negras, a verlas venir.
Apertura fast-food es el ataque Marshall. Las negras sacrifican un peón y se dejan de preliminares: van a por el rey blanco.

Los métodos ultraagresivos no suelen funcionar. Algunos están refutados, basta pensar un poco, o incluso recordar un poco, y defenderse de los vanos aspavientos del rival. Es como el pase fácil desde la línea de fondo. Hay que darlo.

Por eso, las partidas en categorías inferiores eran un continuo de sobresaltos de apertura. Si tu alumno o alumna tenía oportunidad, le preparabas un gambito suicida contra el rival superior. Si el rival descubría la defensa, la partida terminaba pronto. Si no, podía tener problemas.

El inconveniente de este sistema es que estaba tan desarrollado por España que te encontrabas a timadores de ladrones y a embaucadores de timadores de ladrones. La rival superior, asustada ante el posible intento de engaño de su rival, era instruida a su vez en un método de apertura también engañoso y sorprendente.

Se jugaba al despiste sobre despiste. Por ejemplo, una chica llevaba toda su vida jugando la apertura española. A mi se me ocurría preparar a su rival con el complicado gambito Marshall. Pero los preparadores de la competencia se anticipaban con otro gambito, el Duras. Ahí mi alumna estaba totalmente perdida: no sabía nada y se enfrentaba a la rival superior.

Pero en cierto modo la ventaja se diluía. La mejor jugadora jugando una apertura realmente dudosa. Entonces tenías una posibilidad de vencerle: si nuestra alumna pensaba como una condenada y encontraba la refutación sobre el tablero, podía tener una partida muy superior.

Esto era lo que ocurría en los campeonatos finales, cuando los alumnos disponían de profesor, una notable excepción. Te encontrabas a un alumno nuevo y tratabas de sacar petróleo de donde no lo había. Era igual que David contra Goliat: tirabas una piedra nada más empezar. Y si no dabas en la diana, pues lo más seguro es que fueras hombre muerto.

III

El método de descubrir lo que podría estar tramando el equipo contrario y adelantarme siempre se me ha dado bien. Supongo que porque soy muy buen embustero. El caso más grave de David contra Goliat al que tuve que enfrentarme fue saliendo de las competiciones de barrio. Una vez pude tener un buen alumno y el alumno tuvo una enorme oportunidad, hasta que se enfrentó contra Goliat.

Goliat era uno de los mejores jugadores del mundo y hoy suele jugar todas las competiciones de altísimo nivel. Nosotros (porque éramos dos los embaucadores) teníamos a un gran jugador, mucho peor que la estrella, pero con sus posibilidades. Al fin y al cabo tenía las cualidades más extrañas en un niño pequeño: ambición y desconocimiento de sus propias carencias.

Supongo que este encuentro fue uno de los puntos culminantes de mi vida, de los que contaré una y otra vez a mis nietos cuando me lleven a cobrar la pensión. Normalmente todos hemos ganado a un rival muy superior alguna vez, la suerte sonríe a los insistentes más que los audaces. En este caso el milagro lejos de algo anecdótico podía cambiar el curso de la historia de una persona: ese pobre chico.

Por supuesto los cambios bruscos suelen ser para peor. En lugar de ser médico ahora sería un buscavidas del tablero o quizás estuviera en esa extraña élite del ajedrez. Pero el caso es que si dábamos con la receta mágica, con el engaño adecuado, podíamos atracar a ese genio desprevenido.

Por azares del destino, nuestro underdog era el último favorito para la competición y el rival el principal favorito, alguien a quien incluso Kasparov había señalado con el dedo.

Para nosotros, los entrenadores fue una pesadilla. Estábamos superados no sólo por el rival, sino por el peso de sus entrenadores, primeras espadas de la Escuela Soviética de Ajedrez, personas a las que admirábamos. Nuestra única baza era el gitanismo, algo que ellos no conocían.

Fue un trabajo científico de primer orden, del que estoy muy orgulloso. No era cuestión de una sorpresa de cálculo (el rival era como un ordenador) la opción posible era muy sencilla: llegar a una posición endiabladamente complicada en la que nuestro jugador se sintiera como pez en el agua.

Se me ocurre como ejemplo el de un opositor que se prepara sólo un tema. Se la juega a una carta, si sale ese tema, puede sacar la plaza. Si no sale, se acabó, los demás lo conocerán mejor que él. Nuestra tarea como entrenadores era elegir el tema, en base a cuestiones probabilísticas y lógicas.

Y el caso es que sorprendentemente lo conseguimos. Nuestro chico llegó a una posición muy complicada que habíamos analizado en detalle, todas las ideas posibles, todo lo que podía funcionar de su lado, las trampas, los trucos. Y el otro, tenía que verlo sobre el tablero.

Pero ni siquiera asín funcionó. Por eso nuestro alumno acabó como médico. Las batallitas de los abuelos siempre tienen finales penosos, esta no iba a ser menos.

Karpov-Kasparov Moscu 1984

Hoy en día la rivalidad en el tenis existente entre Nadal y Federer se nos antoja digna de leyenda. Sus encuentros son siempre extenuantes, a menudo en las finales de los torneos. Cada set es disputadísimo y es frecuente que terminen en cinco mangas, tras muchas horas de agotadora lucha.

Desde luego, han existido otros antagonismos memorables, como el de Sampras y Agassi en el tenis o el de Prost y Senna en la fórmula 1.
Pero si obviamos el debate sobre si el ajedrez es o no un deporte, no les cabe la menor duda de que la más apasionante rivalidad de la historia del deporte fue la existente entre Gary Kasparov y Anatoli Karpov.

Sus enfrentamientos por el título mundial se prolongaron durante cinco intensos encuentros, a lo largo de ocho años, con 181 partidas entre ambos jugadores. Todos los Campeonatos Mundiales que les enfrentaron acabaron por márgenes mínimos. El resultado, siempre favorable a Kasparov, oculta lo igualado de sus enfrentamientos, en que siempre un pequeño detalle evitó que la victoria cayera del lado de Karpov.

Lo extraordinario y sin igual de esta rivalidad se forjó en el primer encuentro por el título mundial que los enfrentó en Moscú, en 1984.
Karpov tenía entonces 33 años. Llevaba seis años como Campeón del Mundo y se encontraba en plenitud de sus facultades ajedrecísticas. Su capacidad para el juego posicional, las posiciones estratégicas de delicadas maniobras, le habían convertido ya en un referente en la historia del juego.
Kasparov era un jovencísimo aspirante al título mundial, con tan solo 21 años. Su talento en la lucha táctica, en posiciones complicadas, era sin lugar a dudas su mayor fortaleza y en la que posteriormente destacaría como el mayor talento de todos los tiempos.

Karpov, como vigente campeón, esperaba a su futuro rival. Mientras tanto Kasparov tuvo que recorrer el duro camino de los aspirantes, venciendo en diversas eliminatorias a duros rivales. Estas eliminatorias fueron ya una prueba importante para el aspirante y le sirvieron como preparación ante el encuentro contra Karpov.

Este primer encuentro sería el que forjaría la leyenda de los demás. Al ser entre dos jugadores rusos, simpatizantes del régimen comunista (Karpov más seguidor de la vieja tradición mientras que Kasparov era más próximo a la vertiente aperturista de Gorbachov) la antigua URSS quiso disfrutar con un encuentro que devolvía la situación de dominio mundial en el ajedrez, dejando atrás el desagradable incidente llamado Bobby Fischer.
Dos jugadores rusos se enfrentarían por el título mundial en Moscú, en la Sala de Columnas de la Casa de la Unión Comercial, un lugar de privilegio donde se celebraban todo tipo de actos solemnes. Lo habitual era que los encuentros se jugaran a un número determinado de partidas. En este caso sin embargo se optó por una fórmula que satisfacía a los dos rivales: sería vencedor del encuentro aquel que primero ganase seis partidas, sin contar los empates.

Tanto Kasparov como Karpov eran dos jugadores que apenas si perdían partidas, con lo que ambos se sentían contentos con la idea remota de perder seis partidas. Además Kasparov evitaba la habitual ventaja del campeón vigente: la de permanecer como campeón en caso de empate. Siendo el encuentro a seis victorias, no cabía esta posibilidad.

El comienzo del encuentro

El encuentro comenzó tal y como se esperaba. Kasparov trataba de agudizar las partidas, mientras que Karpov trataba de llevarlas a terrenos tranquilos, donde su técnica sirviera más que la capacidad de cálculo del aspirante.

Sin embargo el comienzo del torneo fue un desastre para el joven Kasparov. A pesar de obtener posiciones prometedoras, algunas de ellas casi decisivas, su rival Karpov se impuso en la 3ª, 6ª, 7ª y 9ª partidas, dejando el marcador en un abultado 4-0, con cinco empates.

Hasta qué punto este resultado era exagerado lo indica el propio Kasparov opinando sobre su situación tras el comienzo del match:

En los dos años anteriores había perdido un total de tres partidas. Y ahora en apenas nueve partidas ¡Había sufrido cuatro derrotas!

Aunque Kasparov se había mostrado como un auténtico prodigio, el escandaloso resultado para el encuentro del Campeonato del Mundo sembraba enormes dudas sobre si no había sido todo un espejismo. Kasparov iba camino de cumplir algunos deshonrosos récords: el aspirante a campeón que perdía por la mayor diferencia y el que perdía el encuentro en menor número de partidas.

De haber sido así, la historia habría sido muy diferente a como la conocemos. Como le ocurrió a muchos otros jóvenes jugadores (como por ejemplo Andrei Sokolov tras su match contra Karpov en Linares, 1987), se habría quedado sonado, el efecto psicológico de recibir una derrota tan escandalosa habría arruinado su carrera deportiva para siempre.

El 6-0 de Fischer

Si por un lado Kasparov se encontraba al borde del naufragio, Karpov se encontraba ante la posibilidad de aniquilar a un peligroso rival. Podría vencerlo para siempre. Y de paso reforzar su capítulo dentro del libro de los Campeones Mundiales.

La larga sombra del americano Bobby Fischer, al que había relevado como Campeón del Mundo tras negarse éste a competir, había dejado un amargo sabor de boca a Karpov, vencedor por defecto del título mundial. Fischer era una espina clavada en su carrera, a pesar de que no había podido jugar contra él.

Parte del recuerdo de leyenda de Fischer se forjó en su apabullante carrera hacia el título mundial. En los dos de los primeros encuentros eliminatorios (contra Taimanov y contra Larsen) venció a estos fuertes Grandes Maestros por el machacante resultado de 6-0. Estos dos jugadores quedaron acabados para siempre tras semejante derrota.

Si Kasparov sólo pensaba en aguantar, a Karpov la posibilidad de ganar por 6-0 le resultaba hipnótica.

Kasparov, suavizado por el severo correctivo de las primeras nueve partidas, se mostró mucho más dispuesto a jugar partidas tranquilas y acordar tablas si era necesario. Se encontraba desorientado y aunque no tenía una estrategia definida, se limitaba a sobrevivir. Y Karpov, que soñaba con ese marcado perfecto, se dejó llevar. Quiso esperar a que su rival cometiera algún error, como en las primeras partidas. Karpov no trató de forzar la máquina, el comienzo del encuentro le había enseñado que bastaba con esperar a que Kasparov se equivocara para vencer.

Ese fue su mayor error y del que posteriormente se arrepentiría para siempre. Karpov debió aprovechar su ventaja para tirarse al cuello de su rival. Y aunque sufriera algunas derrotas, a buen seguro habría puesto fin al encuentro por la vía rápida. Dice Kasparov:

Karpov violó una ley fundamental de todo combate: hay que acabar con el adversario. Sin embargo Karpov decidió que yo me vendría abajo como fruta madura, por lo que suavizó la presión. Si Karpov hubiera continuado jugando como al comienzo del encuentro, creo que no habría llegado a las 20 partidas. De hacerlo así, Karpov habría perdido quizás un par de partidas, pero eso no habría afectado al resultado final. En una entrevista después del encuentro Karpov reconoció que: “Con una ventaja de cuatro puntos, preferí no lanzarme al luego agudo. Puede que fuera un error de mi parte: uno debe golpear el acero mientras está caliente.”

El monstruo

Desorientado, atemorizado, en estado de shock, Kasparov decidió cambiar el objetivo inicial de complicar las partidas lo máximo posible. Esto ya no podría obrar en su beneficio. Kasparov trataba de recomponerse de tan penoso comienzo y lo hizo de una forma casi nihilista: eludiendo el combate.

Cuando Kasparov jugaba con blancas, obtenía una pequeña ventaja o permitía a su rival igualar, y firmaba un rápido empate. Si jugaba con negras se defendía con uñas y dientes y se preparaba para igualar y empatar.

Kasparov era como un boxeador contra las cuerdas que se limita a aguantar los golpes del rival, sin lanzar ni uno solo. Esta técnica se mostró perfecta contra Karpov, que tampoco estaba por la labor de arriesgar, aún soñando con vencer por 6-0. Con este panorama no es de extrañar que se diera una prolongada sucesión de empates: 17 tablas seguidas.

Sobre estos empates hay que puntualizar que para nada fueron un divertimento. Ambos jugadores se enfrentaban al mejor oponente del mundo. Un pequeño error en cualquiera de las jugadas podía llevarles al desastre. Algunas de las partidas, a pesar de ser muy breves, tuvieron enormes cálculos de fondo y momentos en los que se podía haber producido el desastre, de no haber afinado al máximo. Como en un circuito de Fórmula 1, el que va primero destacado no está dando un paseo de una tarde de verano: la tensión y precisión invaden cada uno de sus movimientos.

Kasparov vivía con frustración el estar a remolque en el marcador y el mantenerse alejado de la lucha. Pero su técnica funcionó para mantenerle vivo. Y como en las historias épicas, mientras aguantaba no perdiendo, ocurrió una cosa increíble: aprendió y se hizo más fuerte.

Porque Karpov era un campeón consolidado, que llevaba varios años en la cima del ajedrez. Mientras que Kasparov era un recién llegado, que no sabía lo que era un encuentro a muerte por el título mundial. No sabía lo que era enfrentarse a tan alto nivel. Porque detrás de cada jugador había un nutrido equipo de ayudantes y colaboradores que ayudaban a la preparación de cada partida. Era una lucha contra todo un conjunto de personas, al mayor de los niveles posibles.

Para Karpov era algo ya conocido, no en vano llevaba seis años como Campeón Mundial y había defendido el título en dos ocasiones anteriores. La situación era muy nueva para Kasparov que con cada empate iba aprendiendo nuevas cosas. Antes del comienzo, su capacidad posicional era muy inferior a la de Karpov, al final del encuentro sería casi igual. Su preparación de aperturas era superficial. Al final del encuentro era el mayor experto del mundo (junto con Karpov) en muchas líneas de aperturas.

Kasparov era como una oruga. Hibernaba, sí, pero estaba preparando su transformación. Se nutría de las interminables partidas. Se hacía más fuerte. Kasparov era muy joven, sólo tenía 21 años, era una esponja que absorbía todo el conocimiento. En eso era muy superior a su rival.

La secuencia de tablas, inaudita en la historia del juego, hicieron que el encuentro se prolongase mucho más de lo esperado. Kasparov y Karpov ya habían jugado en 26 partidas. Y en la 27ª, Kasparov volvió a perder.

5-0. Sólo faltaba una victoria para el sueño de Karpov. Pero a pesar de que Kasparov no había vencido ni una sola vez, todo había cambiado. Y mucho.
De repente la estrategia de Kasparov giró π grados. En lugar de tratar de mantener la igualdad, Kasparov decidió que ya había sufrido suficiente. A pesar de haber perdido otra vez más, ahora quería demostrar de lo que estaba hecho. Sin nada que perder, Kasparov empezó a jugar a ganar. Kasparov quiso ser el mismo chico ambicioso que comenzó el encuentro, pero reforzado por la experiencia del propio encuentro. Mientras Karpov estaba cada vez menos fuerte, más dubitativo, más cansado.

Siguieron cuatro empates más. Y de repente una victoria del aspirante. 5-1. El gol de la honra.

Las aperturas

Antes de comenzar el encuentro, Kasparov había escogido una serie de aperturas para luchar contra su rival. La catástrofe inicial hizo que tuviera que replantear muchas de ellas, reconduciéndolas hacia otras más tranquilas.

Lo largo del encuentro hizo que poco a poco los sistemas de apertura se fueran agotando. El jugar una y otra vez las mismas variantes contra el mismo rival hacía que estas desembocaran hacia caminos sin salida, empates inevitables.

El que lleva negras elige en gran parte el rumbo que tomará la partida. En el encuentro entre Kasparov y Karpov de Moscú 1984 ocurrió algo que, si no me equivoco, no ha vuelto a suceder jamás. Los jugadores aprendieron las aperturas de su rival dándole la vuelta a la tortilla: si Kasparov siempre juega la apertura india de dama y no hemos encontrado nada sólido con que derrotarle hagámoslo por el camino duro: le jugamos nosotros esa misma apertura y vemos qué es lo que haría él en nuestro lugar.

Este camaleónico comportamiento ocurrió por parte de los dos jugadores. Jugaban las mismas aperturas con colores cambiados y copiaban las ideas que había tenido su rival. Lo que Kasparov había elegido un día, al siguiente era Karpov el que lo empleaba, exactamente en la misma forma. Era una especie de juego circular en que un rival tenía que encontrar las mejores jugadas con blancas y con negras, una y otra vez. Encontrar la mejor jugada a una posición planteada por ti mismo como favorable al otro bando.

De nuevo esta actitud, iniciada por Karpov, favoreció a Kasparov, que no sólo evitaba ampliar el campo de combate, sino que le permitía familiarizarse con las sutilezas de las aperturas hasta llegar a dominarlas por completo, algo con lo que no contaba al comienzo del match.

La batalla infinita

Tras la victoria de Kasparov se llegó a otra infinita sucesión de empates: 14 empates seguidos. Con sólo que Kasparov hubiera cometido un error, Karpov se habría proclamado Campeón del Mundo. Pero el joven aspirante se había convertido en un monstruo, tras superar la prueba inicial había desarrollado una fortaleza mental a prueba de bombas. La culpa era de Karpov: Si antes Kasparov era un jugador extraordinario, el no poder vencerle en el match de Moscú había hecho de él una bestia: sin sentimientos, sin miedo, dispuesta a luchar hasta el límite. Y encima era mucho mejor jugador que al comienzo del match.

Pero aunque todo esto se cuente en diez minutos tenemos que tener en cuenta que el encuentro de Moscú en 1984 estaba durando seis meses. Se habían jugado 46 partidas entre los dos rivales. Los periodistas que cubrían el encuentro se habían tenido que ir marchando, al vencer los visados de los extranjeros y por simples cuestiones económicas. Un encuentro que podía haber durado un mes y medio llevaba casi medio año. Y podría durar indefinidamente, porque los dos rivales eran muy duros de matar.

El hecho de que se jugara en la espectacular Sala de Columnas estaba también resultado problemático. Numerosos compromisos más importantes tenían que celebrarse en lugares menos gloriosos, por culpa del encuentro. Se empezó a sugerir la posibilidad de trasladar el encuentro a otro lugar, el Hotel Sport, un lugar mucho menos glamuroso. Las presiones políticas inquietaban a los jugadores, que bastante tenían con soportar las deportivas. Karpov prometía a los políticos que el final estaba muy cerca, pero ya no le acababan de creer.

La prolongación en el tiempo había hecho mella en la salud de los jugadores. No tanto en Kasparov, que empezó el encuentro como un ser humano y lo acabó como un enviado del mismísimo diablo. Pero Karpov, a pesar de estar sujeto a menos presión, había perdido diez kilos de peso y se le notaba débil de salud.

Tras tantas tablas, tras tantas aperturas repetidas, jugadas de un lado y del otro, Kasparov había aprendido mucho. Y estaba más fuerte que Karpov. Y entonces, en la partida 47ª, jugando con las piezas negras, Kasparov venció. Y en la siguiente, la 48ª, jugando con las piezas blancas, Kasparov también venció, de forma muy convincente.

El encuentro estaba 5-3, muy a favor de Karpov, pero el giro que habían dado los acontecimientos ponían en tela de juicio la superioridad real de Karpov. En las últimas 37 partidas había sido capaz de ganar a Kasparov una sola vez. Y acababa de perder dos partidas seguidas.

La partida 49ª

El encuentro de Moscú, iniciado en septiembre de 1984 y ya en febrero de 1985, tomaba unas dimensiones preocupantes. En una decisión sin precedentes a la vez que complicada de entender, el presidente de la Federación Internacional de Ajedrez, Florencio Campomanes, decidió suspender el encuentro, alegando querer proteger la salud de los jugadores.

Tanto Kasparov, en una racha ascendente imparable, como Karpov, a una victoria del final y afectado por su victoria contra Bobby Fischer sin jugar, se mostraban muy en contra de esta decisión. Los dos jugadores querían jugar, y un político de la Federación ponía carpetazo a la mayor lucha jamás llevaba a cabo en el ajedrez.

El encuentro se suspendió. Algunos meses después se celebraría otro, a un número determinado de partidas, encuentro que ganaría Kasparov.

El match de Moscú fue la semilla del diablo. Karpov creó a un jugador monstruoso donde antes sólo había un chico de extraordinario talento: Kasparov. Kasparov lo aprendió todo de Karpov durante este encuentro.

Después de Moscú ambos jugadores se sumergirían en una lucha sin fin, al límite de las fuerzas, durante siete años. Karpov era hasta entonces el mejor jugador del mundo pero ahora tenía la oportunidad de enfrentarse al mejor jugador de todos los tiempos. Y aunque nunca pudo arrebatarle el título mundial, tuvo el privilegio de ser el único que brilló a su altura, de estar casi a su mismo nivel.

Por eso esta rivalidad, nacida en un aparentemente inocente enfrentamiento, en Moscú de 1984, no tiene comparación posible, ni la tendrá, con lo que ha ocurrido en ningún otro deporte. Un match ball que duró casi seis meses. Si eres capaz de aguantar eso, eres invencible.

Fuentes:

  • Las 48 partidas del encuentro Karpov-Kasparov de Moscú, analizadas y comentadas por Kasparov.
  • Kasparov-Karpov. Part Two. Libro de Kasparov sobre sus encuentros contra Karpov.
  • Anatoli Karpov. El camino de una voluntad. Excelente biografía de Karpov escrita por David Llada.

Originalmente publicado en Blog.sólo.es Allí han quedado los interesantes comentarios.

5 formas de perder en ajedrez

Hay infinitas formas de perder una partida de ajedrez, aunque lo habitual es hacerlo porque tu rival te da jaque mate (o decides retirarte antes de ese mal trago) o porque superas el tiempo de reflexión de tu reloj (tienes un tiempo determinado para pensar las jugadas; Si lo superas, pierdes). También puedes perder la partida por conductas antideportivas (romperle una silla en la cabeza a tu rival).
Al margen de las anteriores, que yo sepa sólo se puede perder una partida por estas otras razones:
a) Darle al reloj antes de realizar el movimiento.
Un gesto tan inocente en los jugadores poco habituados al reloj es motivo de pérdida de la partida en una competición. Hay que mover y después darle al reloj. Esto es algo mecánico en los jugadores habituales, pero el que por picaresca o error le de primero al reloj, pierde la partida.
b) Que te suene el teléfono móvil.
Los teléfonos móviles están prohibidos en las salas de torneos de ajedrez. Teóricamente el simple hecho de que estén encendidos ya es motivo de sanción. En la práctica la sanción se lleva a cabo cuando el móvil suena y la sanción es implacable: pérdida de la partida.
c) Llegar tarde a la partida.
En ajedrez existe una regla viejísima que establece que se puede llegar a la sala de juego de un torneo hasta con una hora de retraso. Si se llega pasada la hora, el jugador pierde la partida sin opción a empezarla.
Esta regla es motivo de duda entre los jugadores. No hay que realizar el primer movimiento antes de que transcurra una hora.
Supongamos por ejemplo que un jugador llega a la sala de juego cuando han pasado 59 minutos desde que comenzara la sesión. El jugador puede pensar todo el tiempo que quiera su primer movimiento (se le restará de su reloj así como esos otros 59 minutos). Puede estar otra hora pensando si eso le complace.
O incluso puede llegar 59 minutos tarde, decirle al árbitro “aquí estoy” y luego marcharse otra vez, a desayunar, o simplemente marcharse sin aparecer jamás. En este caso su única opción es perder por tiempo, consumir todo el tiempo para la partida.
Esta norma de la hora de cortesía es totalmente arcaica y en el próximo reglamento de la Federación Internacional será cambiada por una más brusca: el que no está a la hora de comienzo, pierde la partida.
d) Realizar una jugada ilegal.
En ajedrez no se pueden realizar “jugadas ilegales”. Es como en matemáticas, que no se puede dividir por cero o hacer una raíz cuadrada de un número negativo.
Sin embargo no deja de ser un juego en que por error se puede dejar el rey expuesto a que sea capturado, o mover la reina como si fuera un caballo, o mil irregularidades propias de mentes enfermas.
Cuando se realiza una jugada ilegal, hay que volver la posición atrás y hacer una que fuera válida. Si el torneo es de partidas rápidas (pocos minutos para toda la partida) el hacer esta jugada ilegal puede ser sancionado con la pérdida de la partida.
Esto no ocurriría en un torneo de “partidas lentas” en que el jugador sería penalizado con tiempo extra para su rival. (El realizar la jugada ilegal es algo que puede desconcentrar del ritmo normal de juego). Sin embargo si estos errores se repiten, hasta tres veces, el árbitro dará la partida por perdida al infractor.
e) No saludar al rival.
Suele ser habitual darle la mano al rival antes de comenzar la partida. Es un gesto honorable, existente en muchos deportes. Con él se trata de indicar que la contienda no tiene que existir más que en los términos de lo deportivo.
Pero en toda competición que se precie hay enormes enemistades personales. En muchos casos los rivales se odian a muerte, no se hablan y se amenazan mediante declaraciones. Uno de los casos más claros es el de Karpov y Korchnoi, que se enfrentaron por el título mundial. Más de andar por casa es la rivalidad (que no sé cómo andará) entre Shirov (nacionalizado español) y Zurab Azmaiparashvili (por motivo de la historia narrada en el link anterior).
En alguna competición se ha indicado expresamente como obligatorio el tener que saludar al rival, dándole la mano. El no hacerlo fue motivo de pérdida de la partida para el búlgaro Ivan Cheparinov ante el inglés Nigel Short. (Estas cosas le pasan mucho a Short porque es un periodista bocazas que sólo sabe crearse enemigos).
De toda esta lista, he perdido por jugada ilegal (d) y he ganado por que le suene el móvil a mi contrincante (b), que el rival llegue tarde (c) y porque haga una jugada ilegal (d).
Tengo pendiente romperle una silla en la cabeza a más de uno, pero lo guardo para mis propósitos de fin de año.

Ajedrez y moviles

En los torneos de ajedrez está totalmente prohibido el uso de teléfonos móviles. Y es que gracias a ellos se podrían obtener numerosas ayudas desde el exterior para ganar una partida.
En los torneos de nivel medio no hay una vigilancia estricta. Simplemente si tu teléfono suena estás acabado. La sanción es muy dura en la mayoría de las normativas de federaciones: pierdes la partida. Y dependiendo de la posición del tablero, el árbitro dictamina la puntuación que obtiene el rival (normalmente ganar, pero en un caso de posición totalmente perdida en que uno se salve por la campana el árbitro podría asignarle quizás sólo medio punto).
La norma en cuestión establece:
Artículo 12: La conducta de los jugadores
12.2

2. Está absolutamente prohibido llevar teléfonos móviles u otro tipo de medios de comunicación electrónicos durante las partidas, el jugador que lo haga perderá la partida. La puntuación del rival será determinada por el árbitro.
Estas sanciones son muy frecuentes. Casi nadie se acuerda de apagar el teléfono hasta que ve de cerca los riesgos de esa actitud. Hasta yo que juego poquísimo he ganado una partida gracias al móvil de mi rival.
A alto nivel el caso más conocido es el del ucraniano ex-campeón del mundo Ruslan Ponomariov, un jugador del más alto nivel que perdió una partida así el día de su cumpleaños. Y es que era normal que ese día recibiera más llamadas de las habituales. Este tipo de errores suelen suceder al mismo comienzo de la ronda, lo cual no es tan grave porque no tienes todavía una posición ventajosa.
Hace un par de días sucedió un caso excepcional. Nigel Short, el mejor jugador inglés de los últimos años y un icono en su país, perdió la partida porque sonó su teléfono móvil.
En Chessbase explican detalladamente lo sucedido. No fue para nada una situación convencional: Short apagó ostensiblemente su teléfono antes de la partida. Es más, lo tenía junto al tablero (y encima de un libro ) según puede verse en esta fotografía:
telefono-short-perdida.jpg
El suyo es, dando crédito a su versión, un caso de total mala suerte:

  • El teléfono era totalmente nuevo, se lo habían regalado hacía pocos días.
  • Nunca lo había cargado, estaba todavía con su batería original.
  • El ruido que causó su derrota no fue una llamada entrante, o un mensaje de texto. Fue una alerta de batería baja o de fin de batería. Que por lo visto se produjo incluso con el teléfono apagado.

Es este un caso curioso, ¿Debía Short conocer esa feature de su teléfono móvil o realmente una persona puede confiar en que cuando su teléfono móvil esté apagado no emita ningún sonido? Lo único que tengo claro es que las ventas de teléfonos Nokia (el causante de este singular acontecimiento) entre jugadores de ajedrez van a caer vertiginosamente.
En general la norma habla de que ni siquiera habría que llevar el teléfono encima, pero eso es algo que no cumple nadie, salvo en las eliminatorias al campeonato del mundo y pocos torneos más.
La opinión de Nigel Short tampoco es del todo confiable. Suena a excusa barata de desconocedor de la tecnología, como el que dice “no recibí tu email” o “a veces se me cuelgan las llamadas solas”.
Fuente: The Nokia Gambit.

Cuando Fischer hizo Rey h1

Hoy ha muerto Robert “Bobby” Fischer, el que fuera campeón del mundo de ajedrez, el primero que interrumpió la interminable serie de campeones mundiales soviéticos.
Fue uno de los jugadores más carismáticos del siglo XX y por ello su defunción será recogida por numerosos medios. Como pequeño homenaje quiero recordar una posición que nadie recalcará en sus resúmenes de partidas memorables. De Fischer se conocen muchas combinaciones y sacrificios asombrosos pero para alguna gente como yo su jugada más extraordinaria es la que muestro en el siguiente diagrama.
fischer-rh1.jpg
La posición pertenece a la partida Fischer-Andersson, jugada en Sieguen en 1970. La posición blanca es propia de una defensa siciliana pero con colores cambiados. Las blancas tienen un juego sólido mientras que las negras disponen de ventaja de espacio pero no de un objetivo claro de ataque. Es lo que se llama un equilibrio dinámico. Es como si un tigre estuviera asediando a una tortuga. Mientras esta no salga de su caparazón, no tiene nada que perder. Y el tigre no puede esperar eternamente. Hoy en día esa posición se llama de erizo por haberse demostrado que la posición tranquila puede hacer mucho más daño de lo que se piensa, como si de las púas de un erizo se tratase.
En la posición del diagrama anterior, siendo el turno de Fischer, hizo la jugada 13.Rh1 (puso su rey en la esquina del tablero).
En el ajedrez, se trata de averiguar lo que tu rival planea antes de que lo lleve a cabo, evitarlo o anteponerse o dejarle hacer si creemos que tenemos mejores opciones que él. Esta técnica de anticipación está llena de sorpresas y jarros de agua fría.
Pero la jugada de Fischer 13.Rh1 forma parte de un plan. Y lo que la convierte en mágica y digna de entrar en la historia es que no tiene nada de sutil. Es como si en una partida de poker muestras una de tus cartas voluntariamente o le prestas a los ingenieros de McLaren los planos de tu coche antes de la salida. Pero en este caso el plan fue tan retorcidamente claro que muchos de los que observaban la partida no fueron capaces de percibirlo. Como un mago que practicara trucos de carta vestido con manga corta.
¿Una jugada de espera? ¿Profilaxis? ¿Quiere esperar a su rival? El propio Ulf Andersson, uno de los jugadores más astutos para los matices posicionales, dudó ante la jugada de Fischer.
La siguiente jugada de Fischer fue un bombazo. Colocó su torre en el sitio que había dejado el rey. Y de repente todo estaba claro: iba a avanzar el peón de delante de la torre e ir a por el cuello de su rival. Tres jugadas después la posición era totalmente diferente.
fischer-g4.jpg
Las blancas estaban atacando, a pesar de tener menos espacio. El ataque fue propio de un libro, cada pieza logró su objetivo llevando a una sonora victoria del americano, precisamente a través de la columna que ocupó con sus torres.
Esa partida tuvo una repercusión mayor de lo que se cree, a pesar de que permanece un tanto en la sombra. El sistema erizo se hizo enormemente popular en los años setenta, siendo difícilisimo acabar con las púas defensivas. Mucha gente evitaba la ventaja de espacio para no sufrir las humillantes derrotas del animal que se revolvía.
Andersson, quien había sido la primera víctima del erizo, pasó a convertirse en el mayor experto mundial del sistema que demostró unos matices que hasta entonces no se conocían del juego.
La maniobra de Fischer pasó a ser un procedimiento rutinario dentro de dicha apertura. Yo mismo la he empleado alguna vez. Desde luego, por mucho que lo nieguen, hay cosas que pueden ser imitadas por todo un pueblo. Pero el crear, el inventar, eso ya es otra cosa. ¿Las ideas no tienen valor? El Rey h1 de Fischer cambió la forma de entender el ajedrez.
Quien quiera ver la partida completa puede hacerlo desde el navegador en la página de ChessGames.

Ajedrez, chusma y punto com

Muy conocidos son los mal llamados troles que inundan los blogs con comentarios ofensivos, la chusma que escribe con abundantes faltas de ortografía, los que usan el lenguaje de los móviles. Un mundo no tan conocido pero no menos infame es el de los portales para jugar al ajedrez On-line.

Ajedrez en blanco y negro

Todo comenzó en la prehistoria de Internet. Un grupo de aficionados se las ingenió para diseñar un sistema para jugar al ajedrez a través de la red. El interfaz gráfico era ASCII y se podían hacer jugadas ilegales. Gracias a la contribución desinteresada de mucha gente aquel grupo, denominado ICS (Internet Chess Server) fue desarrollando un producto cada vez más interesante.
Llegó el listo de turno – Daniel Sleator – que tomó la dirección del proyecto, para poco después patentarlo a su nombre. Y pocos años después, hizo que el servicio fuera de pago. A su nuevo portal lo llamó ICC (Internet Chess Club) y poseía el prestigioso dominio www.icc.com, dejando a algún ex-banco irlandés (el ICC) con la necesidad de comprar un dominio de Geocities. Todo mucho antes de que subastaran el dominio al mejor postor. Hoy en día la pagina es la de Chessclub.com.
Los voluntarios, como chusma tumultuosa y no exentos de razón, se enfadaron porque otros se aprovecharan de su trabajo, algo que es normal cuando trabajas gratis y das plenos derechos a todo el mundo. Hicieron lo que pudieron por boicotear el proyecto de ICC, y formaron un portal paralelo, el FICS (Free Internet Chess Server) donde se pudiera jugar gratis.
Pero por mucho que disguste, a veces es mejor pagar por un servicio equivalente. Hoy el FICS sobrevive con los accesos de despistadas amas de casa y el ICC es el portal para jugar al ajedrez por excelencia. Hay una gran diferencia entre el servicio de Answers de Yahoo y la opción refinada de Metafilter, que exige ser socio de pago para poder dejar un mensaje.
En el servidor gratuito, cualquier pregunta recibe cientos de respuestas, cuando no miles; La inmensa mayoría son pura basura. En el otro suelen ser unas pocas decenas cuanto más y están redactadas en perfecto inglés, muy razonadas y con links a páginas de referencia.
Los servidores gratuitos se llenan de mala gente que hace uso de nicks que, tras conseguir una pésima reputación, se ven obligados a cambiar. En el servidor de pago sólo puedes tener un nick (por cada vez que pagues) lo que hace que la gente siga unos estándares de educación más elevados.

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Simultaneas a la ciega

Ajedrez a la ciega es la modalidad del ajedrez en que al menos uno de los jugadores no puede ver – ni tocar – las piezas del tablero. El jugador que no ve, en lugar de efectuar un movimiento, tiene que decir de viva voz qué movimiento hace (Caballo -a4) y su rival debe indicarle a su vez qué jugada ha efectuado.
En principio, es como si uno de los jugadores fuera ciego y tuviera que imaginarse en su cabeza en todo momento la posición de las piezas. Sin embargo, hay una notable diferencia entre el ajedrez que juegan los ciegos. Los ciegos juegan con un tablero especial, en el que tienen la posibilidad de tocar las piezas tanto como quieran antes de mover. Esto supone una ventaja sobre el ajedrez a la ciega: si se pierde la concentración o se duda de la secuencia de los movimientos realizada en cualquier momento se puede hacer una comprobación in situ.
Así, el ajedrez a la ciega es más complicado todavía que el ajedrez que practican los ciegos. Aún asín, no hay que ser un genio para poder jugar una partida a la ciega de forma más o menos aceptable. Para un jugador aficionado, a medida que va trascurriendo la partida la situación de las piezas se va haciendo menos clara y hay veces que se producen auténticos lapsus mentales en los finales de juego.
Hay una regla sobre el ajedrez a la ciega: el que no ve las piezas puede cometer tres jugadas ilegales, esto es, decir tres jugadas que luego se vea sobre el tablero que no son posibles. De todas formas, decir una jugada ilegal es muestra de que en cierto modo se ha perdido el norte por completo.
Jugar a la ciega es posible para cualquier fuerte aficionado. Pero otra cosa es ganar a la ciega. Para que esto ocurra, por lo general debe haber una notable diferencia de nivel respecto del rival, de lo contrario, la desventaja de no poder ver las piezas es demasiado grande y el jugador que esté delante del tablero lo tendrá muy fácil para ganar.

Records de partidas simultáneas a la ciega

El juego a la ciega ha existido como forma de exhibición desde los propios orígenes del juego. Hay referencias que indican que el autor árabe Sa’id bin Jubair (665-714) ya jugó alguna partida a la ciega. Mucho más tarde, en el siglo XVIII, el brillante jugador francés Philidor era capaz de jugar tres partidas simultáneas a la ciega, esto es, jugar contra tres personas tres partidas distintas y sin ver el tablero en ninguna de ellas.
François-André Danican Philidor (1726 – 1795) es un caso excepcional en la historia del ajedrez. Su supremacía sobre el resto de jugadores de su época fue tal que apenas si jugaba al ajedrez convencional. Nadie podía aspirar a ganarle ni una sola partida. Por ello fue el campeón del mundo oficioso hasta que se murió, durante más de 50 años. Philidor tuvo que idear nuevas formas de handicap con que jugar al ajedrez. Era habitual que diera a sus rivales alguna ventaja material – él comenzaba la partida con algunas piezas o peones ya fuera del tablero – así que la opción de jugar a la ciega era una forma más de perder parte de su ventaja.

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Retirada a tiempo

Cuando me señalaron a Alexander Riazantsev en la sala de juego, me dijeron que era The next big thing. Muchos peces gordos habían hablado de él como un posible futuro campeón del mundo de ajedrez. Kasparov que no prodiga los halagos, estuvo entre ellos.
En aquella época él no tendría más de quince años, y era el favorito en el campeonato del mundo de menores de dieciocho años – existe un campeonato del mundo para menores de dieciséis años pero Riazantsev no quiso jugarlo porque ya lo había ganado el año anterior, teniendo una edad muy inferior a la máxima aceptada para la categoría.
Riazantsev comenzó bien el torneo, pero cuando empezaron los encuentros duros afloraron las tablas y las derrotas, para al final perderse en las profundidades de la clasificación.
Los campeonatos del mundo de ajedrez para jóvenes son un mundillo ignoto. Un jugador con una puntuación de rating muy elevada puede perder ante un perfecto desconocido de Cuba o de India, que en realidad lleva más de diez años estudiando ajedrez sin parar, alquien que por primera vez tiene la oportunidad de jugar un torneo realmente importante.
Cuenta Riazantsev que, con tan sólo 13 años de edad, se retiró del ajedrez serio. Él habla de que se trató de una decisión meditada, de la que no se arrepiente. Si Alexander Riazantsev hubiera sido campeón del mundo de ajedrez se habría hecho millonario. Pero si se hubiera quedado en el camino, como el otro 99,99% de la gente, apenas habría podido ganar un sueldo superior al de un funcionario modesto y con una vida muy estresante y de difícil conciliación con la creación de una familia o el yugo de una hipoteca.
Cuando veo los campeonatos que se celebran en el mundo, frecuentemente me tropiezo con el nombre de Riazantsev, en la parte media-alta de la clasificación. Porque él nunca dejó de jugar al ajedrez, aunque desde luego poco a poco fue perdiendo el tren. Los que antes perdían con él, ahora son jugadores de la superélite. Alguno incluso ya ha sido campeón del mundo. Su caso es el de alguien que estuvo a punto de ser un Dios, pero no quiso serlo.

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La variante Goteborg

Desde que las azafatas de avión no necesariamente tienen bonitas piernas y la bebida hay que pagarla, viajar en avión sólo tiene la ventaja del ahorro de tiempo respecto de otros medios de transporte. A mediados del siglo pasado los desplazamientos aún se solían hacer en barco. Lo que puede parecer un medio romántico de viajar no deja de ser una enorme incomodidad. Los deportistas de élite que tenían que celebrar competiciones mundiales se veían obligados a pedir largos permisos en sus respectivos trabajos, que podían significar estar hasta tres meses fuera de casa.
En el verano de 1955 una expedición de cuatro jugadores argentinos había tomado rumbo a las lejanas tierras de Suecia. Allí participarían en Gotebörg en el Torneo Interzonal. Este tipo de torneos, que estuvieron vigentes hasta casi 1970, servían para elegir al candidato al título mundial. El vencedor del Interzonal tenía la oportunidad de jugar en un encuentro particular a varias partidas contra el vigente Campeón del Mundo. Tras seleccionar a unos ocho jugadores, tras rondas eliminatorias se decidía un aspirante al título que jugaría un match contra el Campeón del Mundo. El vencedor de ese encuentro sería el nuevo Campeón. Así, el Interzonal era el torneo más importante que se celebraba en tres años.
Los cuatro jugadores argentinos eran Miguel Najdorf, Carlos Gimard, Herman Pilnik y Oscar Panno. En el larguísimo viaje hacia Suecia, tuvieron oportunidad de jugar muchas partidas amistosas entre ellos. Pero también se ayudaron mutuamente, preparando variantes de aperturas en común. Se presume que en ese viaje fue donde nació la variante Goteborg.
Los jugadores arribaron al famoso puerto sueco y el 15 de Agosto comenzaron tan importante torneo. Debían ser 24 jugadores, pero los representantes de Canadá (Yanovsky) y dos de los Estados Unidos (Reshevsky y Evans) no se presentaron. De los 21 participantes restantes, había una clara supremacía de soviéticos, con seis jugadores, y argentinos, con cuatro.
Fueron sucediéndose las rondas, hasta llegar a la decimocuarta. En esta ocurrió una increíble coincidencia: los cuatro maestros argentinos tenían que enfrentarse a cuatro maestros rusos. Además, los cuatro jugadores argentinos debían jugar con las piezas negras.
Los encuentros fueron Keres-Najdorf, Spassky-Pilnik, Geller-Panno y Petrosian-Gimard.
Después de cinco jugadas, había surgido otra curiosa coincidencia. Mientras Petrosian había planteado un aburrido gambito de dama, sus compatriotas habían iniciado la partida con el peón de rey. Tres de los tableros ofrecían la misma posición.
goteborg1.jpg
Esta posición recibe hoy en día el nombre de variante Najdorf de la defensa siciliana. El nombre lo recibe de uno de estos jugadores argentinos y da muestra de que no eran estos unos corderitos en manos de los rusos. Los rusos fueron haciendo las mismas jugadas mientras que los argentinos hacían otro tanto. Sin darse cuenta, los rusos se encontraban frente a una de las preparaciones del viaje en barco. Con un avance de peón en el flanco de rey y una posterior retirada de caballo, las negras enfrentaban a sus rivales a una posición del todo desconocida.
goteborg2.jpg

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