Coca-Cola

Cuando compro en el supermercado algunos productos me hago preguntas del tipo ¿Eres consciente de lo que vale lo que estás comprando? Con productos como la Coca-Cola, es como para perder la cabeza.
Según oí en televisión hace algunos años, el envase de aluminio de la lata le cuesta a la empresa 6 veces más que el propio contenido. Partiendo de que este hecho es cierto, y desmpolvando las matemáticas, me pongo a temblar.
Una lata de Coca-Cola tiene 33 cl(la tercera parte de un litro) y cuesta unos 0,3 euros. Una botella de plástico de dos litros cuesta 1 euro.
Para una marca de la competencia, digamos Dia, las latas cuestan 0,15 euros. Dado que los envases de la competencia son de la misma calidad(seguramente hasta hechas por la misma empresa) tenemos que entonces estas empresas pequeñas simplemente perderán rentabilidad esperada de beneficio. Coca-Cola espera ganar mucho más que la empresa pequeña.
Supongamos que la empresa desconocida obtuviera un 5% de beneficio(lo cual es una ridiculez). Hagamos algunas operaciones:
Precio de la lata: 0,15 euros
Beneficio por lata : 0,075 euros(habría que vender 4 latas para ganar 0,03 euros, lo que cuesta una bolsa en el Dia)
Gastos de producción: 0,01425 euros.(De los cuales, 0,122 son el precio de la lata)
Si subimos a un razonable 20% de beneficio, podemos hacer las mismas cuentas:
Precio de la lata: 0,15 euros
Beneficio por lata : 0,03 euros(Lo que cuesta una bolsa en el Dia)
Gastos de producción: 0,12 euros.(De los cuales, 0,11 son el precio de la lata)
Salgamos de estas miserias y saltemos a beneficios reales. Con un beneficio del 40% tendríamos:
Precio de la lata: 0,15 euros
Beneficio por lata : 0,06 euros(No es gran cosa)
Gastos de producción: 0,09 euros.(De los cuales, 0,077 son el precio de la lata)
Si esto fuera así, temblamos ante los números de Coca-Cola. Ahora hacemos las cuentas al revés, partimos del precio hallado para la lata, y entramos en los beneficios de la empresa.
Si una lata cuesta 0,077 euros a la empresa(suponiendo una rentabilidad del 40% para la empresa desconocida).
Gastos de producción: 0.09 euros.
Beneficio total: 0,3 – 0,09 = 0,21 euros.
Estamos hablando de un 70% de beneficio para la supercompañía.
Si hacemos las mismas cuentas para la botella de 2 litros, perdemos la cabeza. Ahora todo está claro, porque no hay que contar el precio del aluminio.
Empresa desconocida:
Precio de la botella: 0,3 euros
Beneficio esperado(digamos un 30%): 0,09 euros
costes: 0,21 euros.
Partiendo de los costes, para Coca-Cola:
Costes: 0,21 euros
Precio de la botella: 1 euro
Beneficio obtenido: 79%.
Podríamos seguir con las cuentas, 80% de beneficio, por millones de latas vendidas en el mundo…

La marca del maestro

Resulta sorprendente lo incautos que somos muchas veces, cuando vamos al supermercado, y nos dejamos guiar por las marcas. En muchos casos, es más que evidente que varios productos son exactamente iguales. Y es que en este mundo de libre mercado aún hay muchos más monopolios de los que pensamos.
Un conocido trabaja en una empresa donde elaboran pan de molde. A veces me daba algunas bolsas. Las marcas, siempre eran distintas. Algunas eran de las famosas, otras genéricas, como Hacendado(Mercadona). Según me comentaba, ellos lo hacían todo, sólo variaba la etiqueta que ponen en el producto.
Esta duplicidad comercial podemos encontrarla también en los yogures, la leche, el arroz, el atún enlatado y otros muchos productos. Pensándolo bien, es lógico, pues para una empresa pequeña, el gasto de comercialización de un nuevo producto apenas puede compensar el beneficio que pudiera obtenerse, caso de que se comercializara con la nueva marca.
Tampoco tiene mucho sentido que empresas como Dia sean capaces de elaborar productos tan dispares como cerillas, leche, congelados, textiles, verdura preparada, desodorantes, patatas fritas…
En realidad, las empresas se limitan a pagar por poner su nombre en la etiqueta. Los mayoristas son otros, totalmente anónimos. Si nos fijamos en los envases muchas veces veremos que ponen “envasado en …” y no dicen nada sobre los fabricantes.

Sortear

El hecho de sortear, no es tan trivial como pueda parecer. Para un sorteo de magnitud nacional como el de la ONCE hay una infraestructura notable. En primer lugar, las bolas de los bombos han de ser fabricadas especialmente, pues han de pesar todas exactamente lo mismo. Los bombos también son, o deben ser, de notable exactitud. Para un sorteo puntual, como puede ser el del un premio de un concurso sobre llamadas recibidas, la empresa no contará con todos estos medios.
Técnicamente es fácil realizar un sorteo equilibrado. Con un ordenador, se asigna un número a cada persona, se elige un número aleatorio entre 1 y el número de concursantes y santas pascuas. El problema, para un notario, estaría en revisar la fiabilidad del sistema. Tendría que considerar la codificación del sencillo programa, cerciorándose que la aleatorización es correcta. Para ello, sería necesaria la colaboración de un científico(no de la NASA, precisamente).
En mi opinión, la oposición a notario es la más difícil que se realiza en toda España. El simple hecho de preparárselas es toda una declaración de competencia o de confianza en uno mismo. La temática es abismal y la exigencia altísima. Estas personas, ante las que me quito el sombrero, sin embargo, tienen ciertas notables lagunas en simples aspectos del oscuro mundo de los números.
El origen de todo este post está en la noticia que da el País dominical, acerca de cómo se realizó el sorteo de unos premios de Halcón Viajes. Según afirman, el notario en cuestión dijo unos números “al azar”, que resultaron los premiados. Este sistema es altamente ineficiente. Según narran, había premios de mayor y menor cuantía, pero el notario los fue asignando conforme daba los números, que iban en orden creciente. Así, los números mayores tenían nulas posibilidades de obtener un buen premio.

Numeros aleatorios

La aleatoriedad de los números es un aspecto muy interesante de la ciencia. Parece sencillo dar una sucesión de números aleatorios, pero no es así. Especialmente para los hombres, que todo lo hacemos por algún tipo de sugestión oculta.
Un interesante ejercicio, aunque difícil de llevar a la práctica, es el de decir a un sujeto, que vaya diciendo números aleatorios del 1 al 100. Creo que podría tirarse días dando cifras y aún habría números que nunca mencionaría. Esto es porque nuestra cabeza tiene predilección por ciertas agrupaciones de números. Como en el citado artículo de El País indican, hay una especie de horror vacui hacia el cero, que hace que cada vez que demos una cifra grande evitemos usarlo. También tendemos a hacer grupitos que nos resultan simpáticos. Personalmente, creo que cuando doy un número al azar casi siempre incluyo el 5 y el 9.
En muchos procesos, sin embargo, es necesario obtener números aleatorios. Curiosamente, un número aleatorio no existe, solo existen en plural, pues deben ser números que no tengan entre sí ningún tipo de relación. En singular, diríamos un número al azar.
1, 3, 5 no son números aleatorios, porque siguen una secuencia evidente.
62,69,76 y 90 tampoco lo son, porque siguen otra secuencia, aun cuando no sea evidente para nosotros. La necesidad de que los números no tengan relación entre sí es porque de lo contrario lo que hagamos con dichos números seguirá un patrón, aun cuando no seamos capaz de verlo.
Para entender esto hay que ver en que aspectos de la vida se usan los números aleatorios. Internamente, los procesos de los ordenadores están llenos de ellos. Por fuera, vemos algunos de estos resultados en esas páginas que muestran una fotografía distinta cada día. Si la secuencia de las fotografías no fuera aleatoria, digamos por ejemplo que cada media hora cambiara, dentro de un amplio conjunto, una persona que siempre se conectara a esa página a la misma hora no vería nunca los cambios de imagen.
A la hora de realizar una encuesta, se debe tratar de escoger a las personas al azar, aunque a priori se hagan unos grupos(debe haber 30 personas entre 10-20 años, 50 entre 30-40, 100 entre 40-60, etc). Si las personas no se eligieran de forma aleatoria, podría pasar que gran parte de las elegidas se conocieran entre sí, o siguieran un patrón definido, con lo que los resultados estarían del todo tergiversados.
Pensemos en las encuestas de intención de voto. Si eligen a Pepito Pérez, y la mujer de Pepito Pérez murió el 11M, entonces es muy posible que Pepito no vote al PP. Pero si para la encuesta se han cogido muchas personas que conocen a Pepito, pudiera ser que todas, influidas por él, tampoco votaran a dicho partido. Al final, en el recuento, saldría un 99% de intención de voto contra el PP, obteniendo un resultado absurdo.
El problema principal es que en muchos casos, ante la dificultad de obtener listados aleatorios, se opta por montar listas pseudoaleatorias, o mejor dicho, a ojo. Y así, nos luce el pelo.
Las formas de obtener los números aleatorios son muy curiosas. Se parte de uno o varios números, que se llaman semilla, que suelen ser las cifras obtenidas de la hora dentro de un reloj. Pensemos que tenemos que repartir algo entre 100 personas. Pulsamos un cronómetro, y en función del resultado de las centésimas de segundo, elegimos a la persona. Si tenemos que elegir a varias podríamos parar el reloj varias veces, aunque también este proceso sería, al depender de la influencia humana, un poco ineficaz.
Un método matemático consiste en partir de dos números, que pueden ser obtenidos del reloj, y multiplicarlos entre sí. Del número obtenido, obtenemos las cifras centrales.
Si multiplicamos 31 por 45 obtenemos 1395. Nos quedamos con 39 como número aleatorio. Ahora podemos multiplicar por 45, obteniendo 1755, resultado 75.
Este método es el más simple para explicar la forma de obtener números. Aún resulta un poco ineficiente por algunas dificultades técnicas que quedan fuera de mi intención.

Sorteos del siglo XXI

Con la entrada en la era de la desinformación se generó un nuevo negocio: el de los SMS como forma de sorteo. Mandas un mensaje inusualmente caro a un número de teléfono y participas de un sorteo. Pensándolo bien, huele mal de salida.
Por un lado, el mensaje en sí no es trivial. Si hablas con una chica por teléfono, puede equivocarse anotando tus datos y apuntar Valbuena en vez de Balbuena, pero poco más, en cualquier caso, estás dentro del sorteo. Con este novedoso sistema, un espacio de más o de menos, una palabra mal escrita, y directamente estás fuera del concurso. Lo malo es que como el SMS lo has mandado a un número caro no importa que eso vaya al cubo de la basura virtual, el dinero lo has perdido.
Por otro, me escama que no tengan más información tuya que el número de teléfono. Supongo que ellos te llamarán y tratarán de obtener tu información, pero no creo que, si lo intentan infructuosamente un par de veces, insistan más.
En muchos casos, no hay fiabilidad de premios. No te indican cuándo se realizará el reparto de premios, lo que convierte el concurso en una entelequia. Pero el gobierno, presente, pasado o futuro, permite estas situaciones con total impunidad.
Sabemos que un buen pellizco de impuestos van a las arcas del Estado, pero no me siento mejor cuando sé que han sido sacados de bolsillos de incautos, de pardillos y de despistados, que seguramente necesitarán más ese dinero.
Otro fragante uso del SMS es el de las votaciones. Bajo un aparente interés por conocer la opinión de los oyentes, se esconde una encubierta forma de enriquecimiento. La primera edición de Gran Hermano resultó sorprendentemente rentable simplemente con eso. La gente votaba, como en las elecciones, por sentir que participa de lo que pasa en el mundo. Al final, los beneficiados, los de siempre.
Otros concursos sorprendentes son los de las empresas de alimentación. Envías dos tapas y todos tus datos y puedes ganar algunos premios. Para la empresa anunciante no es más que una barata forma de obtener censos de clientes y bases de datos con información de consumidores, que les ayudan a realizar sus políticas de publicidad. Si en el concurso de Ligeresa sale que la edad media de sus consumidores es de 30 años, pongo un anuncio con personas mayores y trato de pegar otro bocado de mercado. Estas engañosas formas de obtener la información son, al menos, inocentes, y solo perjudican si recibes, de higos a brevas, unos cuantos folletos con publicidad.

Tuertos en países de ciegos

Siendo un tuerto que vive en el país de los que ven, siento una inmensa alegría siempre que me tropiezo con uno de mi tierra. Intercambiamos opiniones, vemos qué tal nos va, en qué podemos ayudarnos. A veces, sin embargo, me tropiezo con compatriotas que han renegado de su tierra originaria. Acostumbrados a la marginación, a que se les haga de menos, en vez de tratar de no caer en los mismos errores que cometieron con ellos, han decidido marcharse a un sitio donde puedan aplicar todo lo que les han hecho.
Y es que, por regla general, no hay persona más cruel con un ciego que un tuerto. Porque conoce todos los defectos que estos tienen, pero también encuentran algunos más, de los que ellos están exentos. Y se ceban con dichos defectos. Se acercan a los invidentes y les susurran al oído todo lo que no son capaces de ver. Le explican que aunque no son capaces de ver, deberían poner más de su parte.

Sigue leyendo Tuertos en países de ciegos

Malta

La historia fubolística española está plagada de momentos negros y actuaciones para el olvido. Aún así, siempre nos las hemos dado de figuras y favoritos, aunque la historia nos acabe poniendo en nuestro sitio. Cuando se apela a los grandes resultados logrados por España, los de mi generación siempre sacan a colación el mítico 12 -1 ante la selección de Malta.
Este partido ha sido retrasmitido por televisión cientos de veces, vendido en los nuevos formatos de video, en CD y en DVD. Para todos es una causa de orgullo, motivo para sacar pecho y alegrarse de haber nacido en la piel de toro. Pero, salvo los empedernidos futboleros, pocos saben la trascendencia de aquel choque. Porque si nos paramos a pensar, España nunca ha ganado nada, y raro sería que lo único que lograra tuviera que disputárselo a la débil Malta. Así, la verdad es que merced a ese partido, España consiguió la clasificación para la Eurocopa del 84. La trascendencia de dicha clasificación radica en el eterno estado de crisis del fútbol español. Como los resultados nunca acompañaban, no sabíamos a quien echarle la culpa. Y España, que había conseguido una de sus escasas participaciones en mundiales a costa de organizar el mundial del 82, estaba muy quemada por el resultado allí obtenido. Una renqueante clasificación como segundo de grupo y una flagrante eliminación a las primeras de cambio. Y poco después, España, se encontraba con su habitual destino, que era el de no poder clasificarse para los campeonatos. Porque la plaza para el europeo se la estaba llevando Holanda, con todas las de la ley.

Sigue leyendo Malta

Los vegetarianos

Hay un amplio porcentaje en el mundo de gente que es vegetariana, algunos por necesidad, los menos por convicción. Los defensores de dicha forma voluntaria de vida suelen confundirse en su argumentación a favor.
Por un lado, se dice que es más sano que comer carne. Esto, simplemente, es mentira. Las necesidades de numerosos nutrientes, que se consiguen con un modesto filete a la semana, solo pueden igualarse con ingentes cantidades de verduras. En algunos casos, sin éxito. Una amiga mía fue vegetariana durante dos años y al final lo dejó porque no conseguía suficientes cantidades de hierro. Normalmente se dice que con tomar complejos vitamínicos, arreglamos estas carencias. Sin que esto sea del todo cierto, me pregunto si es más sano tomarse un filete de pollo a la semana o una pastillita todos los días. La vitaminas de las pastillas no se consiguen juntando tres productos de andar por casa, requieren un proceso muy meticuloso con el que se obtiene un producto muy poco natural.

Sigue leyendo Los vegetarianos

Caducidad

El concepto de la caducidad, aplicado a los productos industriales, me resulta interesante en grado sumo. Según mi diccionario, la caducidad es la “pérdida o fin de la validez o de la efectividad debido especialmente al paso del tiempo.”
Centrándonos en los alimentos, se suele tomar un sentido único de dicha definición: los alimentos, pasada esa fecha, están corruptos, están rancios. Si los tomas, te sabrán mal y te sentarán peor. Por una vez, la definición creo que es más acertada que lo que pensamos de ella. Basta pensarlo un poco, para darnos cuenta de que es un poco absurdo. Tengo una caja de galletas, que compré hace seis meses, que caduca mañana. Si me las tomo hoy, nada me ha de pasar, porque la compañía asevera que el producto está bien. Sin embargo, si lo hago mañana, me sentarán fatal. Apurando más, podría cenar la víspera del vencimiento, con la certeza de la satisfacción, pero si uso las mismas para desayunar, ay de mí, me esperará un suplicio de visitas al cuarto de baño.
Lo que es capaz de aguantar estoicamente seis meses en el paquete, ¿no habrá de hacerlo un día más? Supongo que la caducidad es un tanto como la edad. Cualquiera pensará sin dudar que viviremos más allá de los 30 años. Pero si tratamos de hacernos un seguro de vida con 70 años en la aseguradora se nos reirán en la cara. Y sin embargo, como dice el adagio, no hay hombre tan viejo que no crea que pueda vivir un año más. La fecha de caducidad es un requisito legal que establece la empresa fabricante, que adopta el papel de la aseguradora ante los clientes. Ellos se comprometen a que, antes de esa fecha, el producto estará bien. Después, que cada cual haga lo que quiera, suyas serán todas las responsabilidades.

Sigue leyendo Caducidad

¿Mucho malo o poco bueno?

Escribir en blog hace que te puedas plantear algunas preguntas al respecto. Una que considero muy importante es la de: ¿Es mejor escribir basura o mejor dejarlo para cuando la inspiración se mueste más propicia? Cuando hablo de basura, me refiero a lo que nuestros ojos aprecien como tal. Porque cuando escribes, siempre te quedará la sensación de que lo que has hecho tiene cierto valor, aunque sea éste negativo. Hay días que firmo y me siento grande. Otras veces veo las repeticiones por todas partes, el lenguaje impreciso, no creo que sea nada bueno lo dicho. Y hay otras muchas que no resistes a la segunda lectura y en dos teclazos ya has borrado todo el texto, ahorrándote el desgaste de pulgares que antes suponía romper la hoja de papel.
Por supuesto, lo que uno diga siempre puede parecer malo a los ojos de otros, en algunos casos esta opinión será más valida que la nuestra. En otros, menos, en otros casos más, dará igual. Contra eso nos hemos de resignar porque estamos hechos de unas circunstancias y una técnica que tienen unas limitaciones contra las que podemos luchar, pero contra las que no podemos ganar. Pero aún creo que no es tan importante lo que otros opinen comparado con lo que nosotros pensemos de nuestro texto, de su calidad o falta de ella.
A mí, siempre me asalta la duda de si merece la opinión publicar un texto del que no estamos orgullosos, o del que no estamos del todo satisfechos, o que directamente nos desagrada, ante la opción de esperar hados más propicios. Mi postura es bastante clara, hay que dignificar el trabajo, tratar de evitar lo innecesario. Pero siempre me queda la duda de si esta postura será la idónea o no.
También, cuando leo a otra gente, me pregunto si ellos optan por la calidad o la cantidad. En algunos casos es evidente: abundantes errores ortográficos apuntan a que ni siquiera el texto ha sido leído antes de ser publicado. Otras veces veo fluctuar entre textos muy buenos y otros muy malos. También los silencios se notan, semanas sin un post hacen pensar en épocas de desinterés informático o de apatía de las Musas con minúscula. Supongo que aparte de las consideraciones evidentes de que hay que intentar hacer un trabajo de tanta calidad como sea posible, no debemos olvidar que Internet tiene sus reglas propias, y a ellas también hay que atenerse.
La naturaleza de las páginas Web es totalmente sui generis. Aunque el formato del blog se aproxime al de la publicación periódica, no deja de tener la peculiaridad de su absoluta libertad de horarios. Esto hace que pueda escribirse un post a la semana, o tres en una hora, o ninguno en un mes. Y a su vez provoca que el desinterés de los seguidores de la página, si es que los hay, dependa de esta regularidad. Cuando sé que una página se renueva con frecuencia, acudiré a ella a buscar los contenidos con bastante asiduidad. Si sé que cambian contenidos de higos a brevas, acabaré olvidándome de la existencia de la misma.
Es por ello, que debemos tener un compromiso de escribir con cierta asiduidad, so pena de perder seguidores. Porque ellos son el alma verdadera de la página, los que hacen que lo que uno tiene en la cabeza, salga de ella.