Youtubers en andorra

Un interesante video (o no) en que podemos ver a Ibai Llanos ─el youtuber/comunicador más famoso de hoy en día en España─ con David Broncano, presentador ganador de tres premios ondas, dos en la radio y uno en la televisión.

Al principio del mismo plantean hacer ‘Tier List’, que es encasillar de una larga lista en categorías (de mejor a peor). Ibai, que es el que dirige el programa, recibe la sugerencia de su audiencia de hacerlo con humoristas y con Comunidades Autónomas. Broncano se muestra claro: van a meterse en un jardín que prefiere evitar. Ibai le empuja a que se moje, empiezan con la lista de humoristas y Broncano dice que es incapaz de hacer eso: los humoristas que aparecen son amigos y compañeros de profesión. Apenas situa a algunos en la sección de ‘los mejores’, pero es incapaz de votar por los demás, menos aún de situarlos en las categorías de ‘humoristas que no hacen gracia’.

Luego con las Comunidades Autónomas sí que se atreven a entrar al trapo, pero de nuevo Broncano se muestra titubeante: todas son o extraordinarias o muy buenas, quizás con la excepción que permite la broma ya manida de reírse de Murcia. Ibai se atrave a dejar en el último lugar a Ceuta y Melilla, mientras que Broncano regatea posiciones para intentar subirlas a todas: ninguna merece ser menos que buena.

A mi ese video, que me interesa poco y no he visto más allá de ese punto, me ha parecido un indicativo claro de la diferencia entre la televisión ‘oficial’ y la televisión ‘actual’. La que ven abuelos como yo y la que ven, y verán ya siempre, los jóvenes.

¿Qué interés hay en un producto tan blando y deslavazado como una lista en la que todos sean excepcionales? ¿En ver a alguien incapaz de hacer una pregunta incómoda que no esté guionizada y más que premeditada?

La televisión actual polariza en política e intenta llenar de miedo con la crisis sanitaria y económica. Pero es incapaz de nada más. Los pocos programas donde hay sangre, insultos y personas que se echan al barro, son los que triunfan. La isla de las tentaciones, superando audiencias del 50%, arrasa con todo lo demás. La parrilla está llena de programas de investigación a toro pasado, de telediarios rellenados con memes y vídeos que ya todos hemos visto días antes por otros medios.

Recientemente la televisión actual encontró una especie de filón en la noticia sobre los Youtubers que se marchan a Andorra para pagar menos impuestos, o simplemente vivir mejor. Todo se llenó de supuestas mesas de discusión ─llenas de expertos en todo─ en la que el contrapunto lo daban las opiniones de Youtubers.

Una muestra clara de que estamos hablando de una batalla ya ganada en la que el vencedor se marchó a casa hace meses, está en el hecho de que a este debate se han prestado periodistas e incluso políticos de primera línea, mientras que en la contraparte apenas si han podido contar con Youtubers de segunda y tercera fila (en lo que a audiencias hablamos, muchos de los mejores creadores tienen audiencias modestas). Ellos ya saben que salir en televisión no les aporta nada positivo y están cansados del parasitismo de la gran pantalla, que nutre muchos de sus programas con corta-pegas de vídeos robados de sus plataformas.

A mi me fascina, y por eso he querido escribir este artículo, cómo han cambiado las tornas. Youtube fue creado en 2005 como una forma de poder compartir vídeos de películas y televisión (y vídeos de gatos que nadie veía). Tras conseguir sobrevivir a las continuas demandas, la plataforma consiguió facilitar el borrado del contenido con copyright.

Muchos años después, es ahora la televisión la que se nutre de contenido de Youtube. Desde los telediarios a programas de humor y parodia con resúmenes de vídeos actuales ─que antes eran de otras cadenas─ todos tienen una gran parte de su contenido robado de las redes sociales, a veces con muy sutiles atribuciones de autoría, si es que las hay.

El minuto de este vídeo, entre el 15:58 y el 17:00, es una joya. El Youtuber Roma Gallardo explica, más con sorpresa que con ánimo peyorativo, cómo han abordan las televisiones los debates a los que le han invitado: usan sus vídeos sin pedir permiso, consiguen su teléfono no se sabe muy bien cómo. Luego él sólo pide una cosa a cambio: poder subir a sus redes sociales sus intervenciones en la televisión. La mayoría de las televisiones se lo niegan, y una de ellas, activamente, le denuncia y consigue la retirada de un audio de 10 segundos de su intervención.

No extraña que Youtubers de gran renombre, con audiencias que dejan en ridículo a las de la televisión actual, no se presten a participar en sus programas. Su opinión va a ser cortada y pegada (o sea, manipulada) por otros que tienen intereses propios, entre los que no figura promocionarles o dejarles en buen lugar.

Sobre la discusión de Yotubers en Andorra, se han publicado cientos de horas de opiniones y ya no está en el centro del debate. Afortunadamente para mi, no he visto muchas de ellas, pero creo que el foco realmente interesante no se ha mencionado mucho. Era precisamente otro tema de actualidad: el de enfermeros y médicos que deciden marcharse de España a trabajar a otros países.

Todo lo que pueda decirse negativo de esos Youtubers que usan nuestras carreteras y que gracias a nuestros impuestos consiguieron estudiar la Enseñanza Secundaria, puede decirse de estos médicos y enfermeros. Peor aún, los Youtubers siguen prestando el mismo servicio a su país, mientras que los médicos que se marchen dejan una vacante que España tiene que cubrir, a veces con dificultades.

La verdadera cuestión no era si se pagan muchos impuestos o pocos, o si hay que arrimar el hombro. ¿Está mal pagar menos impuestos, pero irse a otro país donde los ingresos son mayores, eso no es ningún problema? Entonces es que es posible que no haya ningún problema en que la gente se marche a donde pueda y quiera.

Otro asunto relevante es el de la sostenibilidad de el modelo de negocio Youtuber (streamer o creador de contenido, como se prefiera llamar). En España, y tal vez en muchos otros países, cuando un negocio empieza a ser muy rentable, el gobierno suele aparecer con regulaciones e impuestos ─a veces bienintencionados─ que en muchos casos acaban destruyendo esa nueva forma de obtener ingresos.

El ejemplo más claro es el de los alquileres turísticos. Hubo un boom que duró unos cuantos años, pero apenas llegaron las normativas, restricciones e impuestos a la actividad, muchas personas fueron expulsadas totalmente de esta forma de emprendimiento. Algo parecido sucedió con los juegos como el póker online o las apuestas deportivas. Un fructífero negocio para personas talentosas que fue totalmente destruido a base de regulaciones.

A Youtuber, Twitch y las plataformas que sigan surgiendo en los próximos años, también le llegará su San Martín. De momento, lo que les ha salvado, es la dificultad para la monetización de estas plataformas. Google, el dueño de Youtube, sigue haciendo cábalas para conseguir que el negocio sea rentable para ellos mismos, máxime para que aparezcan agentes externos, en forma de gobiernos, ‘a llevarse lo suyo’ ─que se supone será lo de todos.

Cuando los gobiernos encuentren la forma de ganar dinero con eso, o de impedir que otros lo hagan, el negocio se irá al traste. Estoy seguro de que eso llegará, antes o después. Por supuesto, los primeros espadas, como El Rubius o Ibai, siempre encontrarán formas de seguir siendo relevantes. Pero como suele suceder en estos casos, las medidas que los gobiernos tomen pensando en personas como ellos, acabarán haciendo sólo daño en los influencers que tienen números interesantes pero que a duras penas llegan para pagar la hipoteca.

Y todo empezará como siempre: no está bien que un comunicador al que ven menores de edad, se atreva a decir que Melilla es peor que Galicia. Porque si esto se dijera en la televisión nacional, habría consecuencias legales. Nada como crear un observatorio de redes sociales que valide este tipo de contenidos antes de que sean visibles para la audiencia general. Y claro, lo suyo sería que el observatorio, lo pagaran de alguna manera Youtube y Twitch. Y todos sabemos cómo continua esta historia.

Series de televisión y cultura

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Hoy en día nadie ve la televisión, porque es basura, pero todo el mundo se descarga series de televisión que se devoran durante horas. Uno se escuda en la palabra ‘cultura’ para defender que pasarse más de 60 horas viendo ‘Breaking Bad’ está más que justificado.

En mi opinión, hay una línea que emborrona ese concepto de cultura. ‘Salvame Deluxe’ (programa de los viernes por la noche sobre entrevistas a personajes de serie rosa) no es cultura. Tampoco lo es ‘La que se avecina’ (serie de comedia española) porque es zafia y con un humor exagerado. Pero ‘The Wire’ sí que lo es, porque se trata de una aclamada serie americana. ¿Es ver un partido ‘Granada-Córdoba’ cultura? Lo dudo, pero desde luego que una Final de la Champions League, aun cuando la juegue el Atlético de Madrid, siempre lo será. Todos esos programas tienen algo en común: son televisión. Que se descargue uno un programa y lo vea en el ordenador no quita que siga siendo televisión. Y como siempre, hay buena y mala televisión. Pero sobre todo, cuenta la actitud que uno tenga ante ella.

Una persona que se pase tres horas diarias viendo series puede argumentar que se pasa tres horas culturales. La cultura es un concepto amplio que no tiene sentido acotar. Pero para mi lo único indudable es que ha estado tres horas viendo televisión. No importa lo buena que sea una serie – y siempre hay otra mejor a la vuelta de la esquina – es consumo masivo de contenidos, tiene casi todo lo malo de la televisión.

El principal inconveniente de ver tanta serie está en que es tiempo de cultura que se quita a otras actividades, tal vez menos agradables, pero al mismo tiempo más estimulantes y sutiles. Porque realmente el objetivo de la cultura debería ser ese, hacer que nuestra mente se enfrente a nuevos retos y se encuentre con puntos de vista diferentes que la hagan avanzar. Las series son una cultura edulcorada. A todos nos gustan – quizás a mi menos que a otros y por eso escribo esto – pero no está bien darnos tantas palmaditas en el hombro mientras descargamos la temporada final de ‘Prison Break’.

Apología de la telebasura

Vaya si existe la depresión post-boda!!!!!!!!!!
Me casé hace 3 meses y pico y todo salió muy bien.

Sin embargo, ahora siento como si llevara casada mil años, añorando el ajetreo de los preparativos del que antes me quejaba!!

Dediqué tanto esfuerzo trabajo a la boda que me siento vacía e inútil.

Ya no soy esa persona radiante que sale en las preciosas fotos del álbum … porque la verdad, no me reconozco. No tengo ese brillo en los ojos. Mi marido tampoco lo tiene.

Creo que en la boda, estás en el piso mil y de repente, te pegas una leche bestial. Ya no eres la princesa por un día de la que todo el mundo está pendiente. Ya no tienes nada que organizar. No tienes metas!!

Un tema recurrente sobre el que escribir es el futuro de la televisión, y su competición con Internet. Gente que vive de Internet, que no de la televisión, suele argumentar que es un medio poco menos que acabado y que necesita reinventarse. Como suele ocurrir en estos casos, igual que con la música, nadie da recetas de éxito, en todo caso se apuntan algunos ejemplos de excepciones que se sugieren como posibles guías, ni tan siquiera como abiertas sugerencias.

Se suele decir que la gente está dejando de ver televisión, usando el ejemplo propio de las costumbres de ver series subtituladas descargadas de Internet. Al mismo tiempo se intenta sugerir que la solución está en que ofrezcan más de estos contenidos que vemos por Internet. Y de paso que dejen de ofrecer telebasura, que pongan más documentales, más Punset, más cultura, más cine coreano.

A mi la verdad es que siempre me ha interesado saber cuál es la realidad, no convencer de que es la mía. Pero reflexionando sobre mis costumbres con la televisión, la verdad es que ni me planteo esperar a que sean las 23:00 horas de un martes para empezar a ver el programa de Punset. Tenga o no publicidad. Pero es más, si veo un documental no lo sigo ni un segundo, hago zapping de inmediato. Y si veo una serie americana, con o sin subtítulos, normalmente no le presto atención (salvo a las comedias) porque sé que forma parte de una trama de la que no vas a entender nada si no has visto los episodios anteriores. Imaginad empezar a ver Lost a mitad de la tercera temporada. Puedes tener un ataque epiléptico esa misma tarde.

Creo que lo que ocurre es que hay una serie de contenidos que ya son carne de Internet, y otros, carne de televisión. Antes no había esa primera mitad del pastel, pero eso no quiere decir que ya todo sean contenidos interneteros. En España al menos, no hay nada que hacer para atrapar ese trozo de mercado de vuelta a la televisión. Si una serie norteamericana adictiva está traducida en 72 horas por un equipo de esmerados dobladores, o en 48 horas subtitulada profesionalmente, mucha gente va a preferir siempre el contenido que está en apenas 4 horas desde la emisión americana. Y además lo van a preferir porque lo pueden ver cuando quieran, y siempre gratis.

Las audiencias, que se antojan millonarias, para series descargadas de Internet, luego no tienen el mismo éxito si se emiten por televisión.

Con los documentales a mi lo que me sucede es que me parece ridículo ponerse a ver las costumbres sexuales de la marsopa, o una teoría que reconstruye la vida en Atapuerca, justo después de apretarme un platazo de cocido. Pero no es sólo por el cocido, o por la hora. Es que gracias a Internet me he convertido en un consumidor exigente que selecciona lo que ve. No me interesa Atapuerca, aunque sea más interesante – a priori – que lo que diga Belén Esteban. Si tengo ganas de ver un documental, veré uno de un tema que me interese en este momento, como por ejemplo la historia de Rusia. O sobre permacultura. O sobre deportistas que hicieron trampas para ganar la Maratón olímpica. Porque sé que existen, es sólo cuestión de buscar un poco en Internet. O me dejaré seducir por los brutales y costosísimos documentales premiados de la BBC. Pero la verdad, ponerme a ver a Félix Rodríguez de la Fuente o Jacques Cousteau no me apetece nada de nada.

Hay un público que se escapa, que normalmente veía poca televisión y que ahora ve cosas que antes no veía. Pero que nunca usará la televisión. Como todos esos muertos de hambre que nunca irán a un concierto pero que tienen los 40 principales siempre puestos en el coche. No hay que pelear por ese público, no interesa.

Pero entonces, ¿Qué debería hacer la televisión? ¿Emitir las 24 horas del día los documentales premiados de la BBC? Pues no, seguramente debería hacer lo que está haciendo, lo que les atrae anunciantes, lo que les hace pagar nóminas, a veces muy abultadas. Emitir lo que la gente real, la mayoría de los que ven la televisión, ve.

Pero si en televisión sólo echan basura…Bueno, la televisión entretiene, da compañía. Un aspecto llamativo de la llamada telebasura es esa sensación de proximidad, que no la dan contenidos más elevados. Opinar de la vida, bastante mejorable, de otras personas, te hace sentir bien. Estás de acuerdo con hacer leña de ese árbol caído. Hay una sintonía que sin embargo no consigue Punset cuando lo oyes hablar simultáneamente en español e inglés. Que tu opinión sobre lo que estás viendo tenga algún valor, te hace sentir bien. Oír la reseña del nuevo libro de un escritor premiado significa oír y callar. Opinar sobre el posado veraniego de Ana Obregón tiene mucho sentido. Es más, a veces lo que tú piensas es más interesante, no importa si eres ama de casa, parado o pensionista, que lo que piense la misma protagonista de la noticia.

La telebasura tiene una conexión y alguna forma de interacción superior a poder comentar en Twitter lo que estás viendo. Así, telebasura son los programas de cotilleo, las crónicas exageradas de sucesos, España directo y similares, la telerealidad y hasta los vacíos de contenido programas de cocina. La gente los ve, la gente los vive. Son perfectos para un público más instantáneo, conformista, menos preparado. Pero también exigente con lo suyo.

Pero si no eres una de esas personas necesitadas de comprensión, que con lo que echan se conforma, también la televisión tiene una función muy saludable. Uno tiene tendencia natural a alejarse de la realidad, es decir, de lo que le pasa al común de los mortales: un Presidente de Gobierno que nos sabe lo que cuesta un café.

La televisión en general, y la telebasura en particular, nos muestran la realidad descarnada. La que muchos prefieren obviar encerrándose en series americanas subtituladas. Belén Esteban, lejos de ser un monstruo televisivo, es famosa por ser muy cotidiana, muy similar a otras muchas mujeres que existen en nuestro país. Algunas las imitan, muchas la sobrepasan.

Si tu objetivo es vender productos, fabricar cosas para que las use la gente, tienes que saber qué gente hay en el mundo. Quiénes son ellos. La mayoría de la población no tiene smartphone – aunque lo quiera. Muchísimos iphones que ves por la calle son robados. Nadie tiene Twitter aunque casi todo el mundo sabe lo que es. Esa es la realidad, no la que ves en tu micromundo.

De entre toda esa maraña emerge una juventud, la generación más preparada de la historia, que sin embargo se ve reflejada – no todos, pero sí la media – en el mítico programa Hombres, mujeres y viceversa. Ahí puedes ver cómo son los jóvenes españoles promedio. Sí, la mayoría no son tan guapas ni están tan fuertes. Pero esas son las preocupaciones de los que no llegan a ese nivel: parecerse a eso.

Relacionadas:

Hombres, Mujeres y Viceversa.
La evolución del concursante.
Operación vacaciones (Hay gente que llegó a conocer este blog por esta entrada).

Undercover Boss

Por la recomendación de Seth Roberts, acabé viendo la serie americana de telerealidad Undercover Boss.

El planteamiento suena bien: el Presidente Ejecutivo de una gran empresa se hace pasar por un pardillo que está buscando trabajo y empieza a trabajar de incógnito en su propia empresa, en uno de los puestos más bajos de la misma.

La idea es buena y se ha llevado a cabo muchas veces, pero para poder tener imágenes que mostrar a las cámaras y no recurrir a las siempre difíciles imágenes de cámara oculta, se optó por dar una vuelta de tuerca a la idea. Se suponía que ese empleado nuevo estaba a su vez siendo objeto de grabación para un documental sobre cómo es la vida de una persona que está empezando un trabajo de la escala más básica.

De esa forma se consiguen formar las piezas fundamentales para un programa interesante: tienes a un jefe haciendo trabajos infames y todo con las cámaras por delante y sin que nadie sospeche nada.

Los programas tienen un guión más rectilíneo que una secuela de Karate Kid pero no por ello dejan de ser interesantes y recomendables. Parten del CEO (
Director Ejecutivo) de una gran empresa (como por ejemplo 7-Eleven), le muestran un poco en su ambiente familiar. Los CEO están todos cortados por el mismo sastre: tienen su mujer y sus hijos, su enorme jardín, su casa de varias plantas y el cochazo deportivo o el Mercedes de última gama. Se les muestra en un típico resumen familiar de vida perfecta, de haber llegado en muchos casos al puesto de mayor responsabilidad de una empresa a base de trabajo muy duro.

Este Director decide aceptar el reto de trabajar infiltrado en la empresa porque estamos en tiempos de crisis y hay que mejorar de cualquier forma. Todos dan el mismo discurso pero más bien parece que estas frases se la dan los propios guionistas del programa. Undercover Boss ha sido un enorme éxito de audiencia en los Estados Unidos y mostrar en un horario privilegiado las excelencias del trabajo de una multinacional en concreto vale un dinero que no se puede pagar en el mercado de la publicidad. Para la empresa y para su Director el participar en el programa es una excelente idea, que se presenta ante las cámaras como una necesidad de retomar el contacto con el negocio, dejar de percibirlo filtrado a través de presentaciones y hojas de excel con resultados.

Entonces este Director convoca una reunión de la Junta Directiva y les anuncia que ha decidido infiltrarse de incógnito en la propia empresa durante una semana. En estas Juntas Directivas se ven a personas que son auténticos vegetales humanos, se nota que están ahí sólo para cobrar. Se sientan en la mesa, no parpadean ni abren la boca y se marchan cuando los demás lo hacen. Siempre hay alguno que toma nota de todo lo que dice el Director. Se ve que es el encargado de trasladar las órdenes y sugerencias al mundo real.

Llega una semana, que suele ser de lunes a viernes. El Director se disfraza, de forma burda, de pardillo. Ahí se ve la idea que se tiene de lo que es un trabajador de la escala básica. Casi todos los jefes deciden dejarse una barba de un par de días, se ponen una gorra y ya se sienten un perdedor más. Otro clásico es el usar gafas. La historia del Director es que tenía un trabajo en una inmobiliaria, la empresa ha cerrado y está buscando algo nuevo.

Los jefes infiltrados tienen que vivir la experiencia del trabajador de escala básica. Se registran en un cutre motel, comen comida precocinada y madrugan como cualquier trabajador más.

El Lunes empiezan un trabajo en una de las sedes de la empresa. Allí se presentan ante un empleado, normalmente el típico jefe de lo más elemental que apenas si tiene a uno o dos empleados a su cargo. Este le da un uniforme y le empieza a explicar lo que tiene que hacer en uno de esos trabajos. En poco tiempo el jefe infiltrado está intentando hacer un trabajo de limpiadora, o de camarero, o de lavaplatos, o de repartidor o de basurero.

Mientras el jefe está realizando ese empleo puede ver cómo es el trabajo de campo de la compañía y cuáles son las inquietudes de los empleados que trabajan muchos niveles por debajo de él. Al día siguiente viaja a otro destino totalmente diferente pero dentro también de su empresa y realiza otro trabajo donde conoce a nuevos empleados y a otro área importante de su empresa.

En cada sitio tiene a una persona a su cargo que es la que acaba conociendo mejor. Mientras realizan el trabajo él le va preguntando cosas sobre cómo es su vida con ese trabajo y se va emocionando e impregnando de ideas sobre lo que la gente necesita para que su trabajo no resulte tan frustrante.

Hay algunos momentos que se repiten en casi todos los episodios:

  • El hombre de familia. Siempre hay un empleado de los que le inician en su trabajo que resulta tener un hijo minusválido, o hijos adoptados, o una hija que acaba de morir. Al jefe le impacta la historia de ese trabajador, que con un sueldo de miseria tiene que enfrentarse a una vida muy dura.
  • El estudiante. Siempre hay un empleado que está trabajando en lo más bajo de la escala laboral pero que estudia por las noches o está haciendo cursos por correspondiencia. Y la verdad es que es alguien que parece tener mucho talento.
  • La malpagada. Siempre hay alguna mujer que está trabajando como una negra y cobrando como tal. El jefe encubierto se da cuenta de que hay una persona muy minusvalorada en la compañía.
  • El cómico. También es habitual encontrarse con alguien que parece disfrutar con el trabajo, no importa lo miserable que este sea. Siempre bromeando, de buen humor, trasmitiendo todo eso a los clientes y animando un poco el entorno laboral.

En estos trabajos elementales puede verse el sufrimiento de un director intentando servir hamburguesas a la demanda que imponen los clientes. O limpiando mesas para terminar a tiempo. O en una cadena de montaje, incapaz de llevar el ritmo exigido. En algunos casos se percibe como ese jefe es un inútil que no es capaz de aprender ni el más elemental de los empleos. En otros también se ve a personas brillantes que incluso fregando suelos tratan de hacerlo lo mejor posible y mejoran en muy pocas horas delante de un empleo que les resulta del todo desconocido.

Al final de la semana de trabajo el jefe encubierto afirma que ha sido una experiencia no sólo enriquecedora sino transformadora. Ahora ve la empresa con otros ojos. Todo va a cambiar y mucho, él va a trabajar mucho más duro y con mayor eficacia. Se siente más comprometido con los empleados y valora más su trabajo.

Entonces se muestra la nueva reunión con la Junta Directiva diciendo que con lo que ha visto hay que cambiar muchas cosas y que lo quiere para ayer. Normalmente esto es una pamplina televisiva ya que en algunos casos el Director Ejecutivo tiene poderes limitados ante los dueños de la empresa que son los accionistas. Pero siempre se muestra ese corte en el programa que apenas si dura 40 minutos.

El siguiente momento, el mejor de todos, es cuando se convoca a todos los empleados que han ayudado a este jefe encubierto, a las oficinas centrales de la empresa. Normalmente no tienen ni idea de por qué se les llama y están bastante mosqueados. Los dejan en una sala de reuniones y les aparece el Director Ejecutivo, vestido en un flamante traje. La mayoría lo reconocen como el empleado cutre pero hay algunos que ni siquiera lo recuerdan ya y a los que les viene de nuevas todo. Entonces les anuncia quién es: el Director que ha querido trabajar encubierto para ver las cosas de primera mano. La cara de sorpresa que pone la gente es buenísima.

Un momento definitivo donde se ve la naturaleza y valía de cada Director es cuando recuerda el tiempo con esas personas y suele tratar de pagarlas por el esfuerzo y valía que demuestran en su trabajo. Los buenos directivos, en mi opinión, dan ayudas generosas pero razonables y con mesura. Los malos tiran de cheques sin ton ni son, con resultados a veces grotescos.

El Director se acuerda de cada uno de los casos anteriores. El empleado que tenía un hijo minusválido recibe una ayuda para sus gastos médicos. La madre soltera, ayudas de guardería. O un traslado a una sede de la empresa que esté más cerca de sus casas. El estudiante recibe una beca o la promesa de ser mentor en su promoción a lo largo de la empresa. La malpagada recibe un generoso ascenso. El cómico se encargará de dar unos seminarios al resto de empleados sobre cómo estar de tan buen humor con tan mal sueldo.

Finalmente se muestra una reunión masiva de empleados por parte de la empresa en que el Director les explica de primera mano lo que ha hecho y muestra un vídeo divertido de sus peores momentos en el trabajo ante el resto de empleados. Un fin de fiesta feliz, palmaditas en el hombro y la promesa de ser mejores.

No deja de ser una ficción pero tiene sus aspectos atractivos. Consigue que los trabajadores más cutres del mundo se conviertan en protagonistas. Se ven historias personales aburridas, de pobreza y miseria cotidiana. Los trabajadores que a pesar de no tener nada por lo que luchar levantan día a día las empresas americanas. Aunque no sea su propósito, consigue levantar la moral de la economía americana. De un lado jefes que quieren ayudar a sus empleados, de otro empleados que son los verdaderos héroes de la empresa. Y premios para todos como en un cuento de hadas.

Quizás el mejor caso de todos fue el de Igor Finkler (ver vídeo), un repartidor de origen kazajo que trabajaba en el turno nocturno para 7-Eleven. El jefe se maravillaba con el buen humor que mostraba a pesar de tener uno de los peores trabajos del mundo. El repartidor le explicaba que él era de Kazajistán (¿Has visto Borat?) y que llegó al país con 50 dólares en el bolsillo y sin saber ni una palabra de inglés, que para él haber llegado hasta allí era todo un sueño hecho realidad. Que los americanos daban por hecho todo lo que tenían pero que muchas de esas cosas eran un triunfo en sí mismas y que él era feliz porque las valoraba. En un momento dado el repartidor cuenta que sólo ve a su mujer durante el fin de semana (ella tiene un trabajo de día y él de noche). “Mejor, porque así discutimos menos”.

El repartidor insistía en que todo eso era el sueño americano mientras bajaba las cajas de productos que entregar en las distintas franquicias desperdigadas por las carreteras. Cuando días más tarde es llevado a las oficinas y se le explica que ese empleado pardillo resultaba ser el Director Ejecutivo ves al hombre sonreír con camaradería. El Director, Joe DePinto, había quedado maravillado por el optimismo de ese hombre hasta el punto de que le dio el dinero necesario para que iniciara su propia franquicia de 7-Eleven, unos 150.000 dólares, algo totalmente desmesurado y fuera de lugar.

Pues lo sorprendente de todo es que Igor Finkler no parece estar más feliz mientras le dan todo esto que mientras conducía su camión en un día normal. Te das cuenta de que ese hombre llevaba ya algún tiempo viviendo una ilusión tan grande que el que te regalen una franquicia es algo casi natural. Para él es una prolongación lógica del sueño americano y lo acepta con una tranquilidad que resulta inquietante.

Premiar a personas desconocidas con el reconocimiento por hacer bien un trabajo cotidiano. Ese es el gran valor del programa que pretende lanzar una segunda temporada de una idea que es imposible de mantener oculta, por las cuotas de audiencia millonarias. ¿Cómo conseguirán infiltrar a jefes pardillos con las cámaras por delante? Ese es su problema. La primera temporada, que consta de nueve episodios de 40 minutos, es bastante recomendable.

Hombres y Mujeres y Viceversa

Me gusta el típico programa de relleno veraniego que emite Telecinco de 16:00 a 17:00: Hombres y Mujeres y Viceversa.
Es el ya clásico programa de busca de parejas en que una persona tiene que elegir entre diversos pretendientes, pero alargado más allá de la anécdota que suele significar la falsa respuesta a preguntas tales cómo ¿Cuál fue el sitio más extraño en el que hiciste el amor?
En lugar de ser casi una lotería, que solía realizarse a ciegas por cuanto más se apreciaba por el físico que por las pruebas y preguntas tontas de los concursos predecesores, se trata de algo parecido a la vida real: la persona que elige se cita con los aspirantes y en función de estas citas va descartando pretendientes.
No hay tantos problemas de tiempo; mientras haya verano hay tiempo tiempo para decidir al pretendiente final. Este ritmo pausado es lo que tiene el programa de original y lo que lo hace deliciosamente repugnante.
Lejos de una idílica búsqueda del amor, el programa detalla el tremendo absurdo de la búsqueda de una pareja ideal. Y está lleno de matices desagradables.
Por un lado los pretendientes, obligados a querer a una persona, sin opción a elegir, tienen que combatir con sus compañeros y compañeras para obtener los favores de una “persona amada” algo que no han podido escoger. Todo un absurdo.
Por otro lado los electores, llamados tronistas en la página de Telecinco, con comportamientos endiosados. Al fin y al cabo no todos los días se tiene a tanta gente deseando gustarte.
Este endiosamiento es especialmente patético y es quizás lo que más me gusta del programa. Al fin y al cabo las personas de un lado y del otro son todas del mismo tipo. A unas les ha tocado un papel humilde y a las otras no, sin embargo los que están arriba no son capaces de percibir esto, o de comportarse de esa manera.
Resulta sorprendente lo fácil que es conseguir que la gente realice las tareas más denigrantes del mundo, siempre y cuando sean envueltas en un halo de elegancia. Es desagradable ser rechazado por una persona que nos gusta, pero hacerlo en público lo es mucho más. Y si luego se disecciona ante unos supuestos expertos justificando tu falta de aptitud, la cosa sería, en condiciones normales y fuera de los platós de televisión, para necesitar psicólogo de por vida.
Si para muchas personas el día de su boda se antoja como el día más feliz de sus vidas; No tanto por el símbolo sino por ser el centro del Universo durante unas horas, se entiende que haya varios miles de personas en España que estarían dispuestas a matar con tal de salir en televisión maquilladas y vestidas por profesionales. Si hay que ser rechazado en una cita, eso ya es secundario.
Observando la página del programa puede verse hasta qué punto es todo una pantomima. La mayoría de los participantes son personas que querrían trabajar en la televisión, en el cine, en la moda, en el arte, en el mundillo del vivir del cuento. No son personas reales, son personajes. Es gente sacada de esa valiosísima base de datos de aspirantes a concursos de telerealidad. Es gente dispuesta a pasar por el aro casi con cualquier cosa, con pocos niveles de vergüenza.
Todo es una farsa pero muestra al desnudo el engaño del amor que a veces nos dibujamos en la cabeza. El romanticismo, que es una pose. Los topicazos de las citas, de los regalos. Las frases manidas. Hacer lo que crees que esperan que hagas.
Las citas en los sitios “sorprendentes” son algo ya muy visto. Si quedas con una chica por primera vez y quieres parecer original, no quedas en un Cañas y Tapas.
Pero al final se acaba optando por otros tópicos, que por ser más elaborados son más falsos. Como la típica vista de puesta de sol, para aparentar romanticismo. O la terraza de verano en el tejado de un edificio para parecer “alternativo, cosmopolita”. O ir a practicar un deporte para parecer desenfadado y de paso enseñar músculos. O el erotismo de pacotilla de los balnearios y los masajes de aficionado. Ir a un paintball y decir “me gustan los deportes de aventura”, ir a un circuito de karts y decir “me gustan las emociones fuertes”. Ir a un barecillo donde ponen jazz y decir “me gusta la cultura en todas sus formas”.
Esta originalidad es absurda puesto que de lo último que puede aprenderse de una persona es su capacidad para sorprender. En este concurso, ante la presión del resto de concursantes y la existencia de guiones, todo resulta incluso más exagerado, lo que convierte en vomitivo estos gestos aparentemente llenos de frescura.
Los concursantes se saben dentro de una trama elaborada por guionistas y desconfían de todo. Saben que entre los aspirantes a conquistar su corazón hay gente que sólo quiere airearse en televisión, probables actores que buscan ridiculizarlo. Gente de poco fiar.

Pero lo mejor de todo el programa son las frases
. Las personas que hacen de electores empiezan a pensar en sí mismos en tercera persona. Se autoidealizan. Todos son románticos, divertidos, detallistas, un poco locos, protectores, dadores de libertad, un tanto introvertidos, con algo de artistas, que se cuidan pero que entienden que el interior es lo importante. Sorprenden estos dechados de virtudes en personas que muchas veces están desempleadas y casi todas tienen empleos por los que no merece la pena luchar lo más mínimo. ¿Quién consigue una excedencia de tres meses para ligotear en televisión?
Así, todo el mundo habla de una forma figurada, se recitan versos de Antologías Poéticas para enamorar, frases célebres y sentencias, textos extraídos de novelas y de películas. Se dan aforismos sobre el amor, las relaciones humanas. Se rellenan tarjetas con frases como “Amarse es mirar los dos en la misma dirección”, se promete amistad al margen de la competición.
El resultado, el premio del concurso son algo que no me interesa en absoluto. Lo que me gusta es ver comportamientos que todos tenemos a diario, en la pantalla de casa, sin tener que sufrir demasiada vergüenza propia y ajena.
Me gusta ver cómo solemos equivocarnos de pleno cuando tratamos de reconocernos a nosotros mismos. Los concursantes tienen todos cualidades similares.

  • Soy una persona impulsiva, si quiero hacer algo lo hago sin dudarlo (¿Es eso una virtud?).
  • Me han hecho mucho daño. (¿Y esa facilidad para conseguir parejas dañinas, no es también un motivo de alarma?)
  • Me doy todo en las relaciones, no me guardo nada.
  • Voy con la verdad por delante. (Sinónimo de que se es un bocazas, alguien “con la escopeta cargada” dispuesto a saltar a la primera de cambio).
  • Me gusta pasármelo bien. (¿A quién le gusta pasárselo mal? Y si es un preaviso de que lo más importante para ti es tu propio placer, mal vamos.)

Otra son las citas entre los concursantes. Ves cómo de 15 minutos (porque no durarán mucho más) una persona es capaz de montarse una auténtica película sobre cómo es la otra persona.
Cómo nos aferramos a frases sueltas y las colocamos en el microscopio, tras sacarlas de todo contexto. Una frase que se dice sin mayor transcendencia la otra persona es capaz de colocarla en el centro de su objetivo. Ante este hecho, se recurre a esas frases célebres tratando de que la sentencia elegida tenga algún tipo de sentido positivo. “Aquello que dijiste de que sólo se vive una vez me dejó pensando mucho”.
Cuando no se cae en gracia, se recurre a decir que la otra persona “no ha sabido verme tal y como soy”, o excusas en esa línea “no me encontraba cómodo, no fui yo”. Normalmente ese yo que queremos que vean de nosotros no es más que el superyo, la persona que somos cuando estamos de un humor estupendo, cuando nos salen las cosas bien. Ese superyo es un ser improbable y por lo tanto mejor que la persona vea el yo de los días de diario, porque es el que se va a encontrar casi todo el tiempo.
En fin, es una sucesión de topicazos, uno detrás de otro, a cual más patético y por lo tanto digno de ver. Una descripción de uno de los participantes:

Se considera extrovertido, amigo de sus amigos y buena gente. Le gusta […] estar con los suyos[…]

La evolución del concursante

El 14 de abril de 1987 escribían en “El País” sobre un nuevo concurso:

Con mucho ritmo y agilidad que será presentado por Constantino Romero.

Ese concurso sería “El tiempo es oro”.
En la programación de televisión de hoy, también “El País” dice de otro concurso:

Un concurso diario ágil, dinámico y cargado de premios.

En este caso se trata del concurso “El negociador”.

Han pasado 20 años entre uno y otro. Los tiempos han cambiado tanto que lo que antes se consideraba ágil es totalmente lo contrario de lo que ahora.
En su momento “El tiempo es oro” sería un concurso de enorme éxito que convertiría a su presentador en una celebridad. Era un concurso a la antigua usanza: preguntas complicadas y concursantes sumamente cultos y preparados.

Buenos premios. Si el concursante acertaba preguntas ganaba mucho dinero. Si no las acertaba, era descartado.
Hoy en día “El negociador” es un concurso nuevo en que el concursante pierde su papel principal. Ya no depende de sus habilidades, sino que su premio dependerá del azar eligiendo unos sobres.
Hay que entender que con el paso de los años los concursos hayan ido cambiando. La gente ya no disfruta oyendo a un tipo recitar datos que nadie conoce. En “El tiempo es oro” cada concursante tenía que elegir un tema, aquello que mejor conociera.
Recuerdo cuando participó Lincoln Maiztegui, un tipo conocido por su afición al ajedrez. Cuando lo vi en pantalla no dudé que hablaría del ajedrez. Sin embargo para mi sorpresa su tema fue “La zarzuela”.
De ese tema se le hacían todo tipo de preguntas, normalmente muy complejas porque se entendía que si el concursante era un experto, tenía que demostrarlo. No importaba sin embargo lo que le preguntaran a Lincoln, respondió a todas las preguntas correctamente, y eran muchísimas.
Luego tenía que responder a preguntas de cultura general, se defendía admirablemente en ellas, pero no dejaba de ser un concursante más. Porque para participar en “El tiempo es oro” tenías que ser extraordinario.
Ahora para participar en un concurso se exigen otras habilidades. Se ha de pasar un casting en el que normalmente será más importante la simpatía y la espontaneidad.
Incluso para concursos como “Cifras y letras” que aún tienen un regusto intelectual. Tienes que contar una anécdota personal. Si no lo haces con cierta gracia y soltura, no importa lo bueno que hubieras sido en las pruebas de cifras y números. No te llamarán para participar. Así de absurdo.
De un lado han cambiado los gustos del público. Ya resulta molesto estar oyendo una sucesión de preguntas sobre las que uno no puede opinar, ni de lejos.
¿En qué año terminó la Guerra de los Cien Años? Para la mayoría de la gente es como elegir un número entre el 800 y el 1900, al azar.
¿Con quién mantuvo George Sand su relación amorosa más conocida? Y bastará con decir un nombre cualquiera de mujer.
Son preguntas demasiado complejas para un país en el vagón de cola de los datos de Educación.

Primero llegaron las respuestas tipo test. Uno al menos tenía que elegir entre algunas opciones, podía decir “algo que le sonaba”. En este caso, los despropósitos son constantes. Uno puede lamentarse oyendo razonamientos incorrectos, o ridículos, para llegar a la respuesta acertada.
Sólo con suerte se puede llegar lejos en algunos concursos. A veces una mala elección de las opciones posibles es suficiente para “por descarte” acertar la respuestas.
Poco a poco el perfil de los concursantes fue cambiando. Cada vez eran menos cultos y más mundanos. En algunos casos hasta llegar a la pura chabacanería, aceptando a concursantes que parecieran ser pura clase media. Amas de casa que nunca han leído un libro, jubilados agresivos pero de poco conocimiento. Fanáticos del deporte que no estudiaron mucho por falta de tiempo.

Como en cualquier profesión, si cualquiera puede hacer el trabajo, no puede esperarse que obtenga unos enormes ingresos. El monto de los premios fue bajando considerablemente hasta llegar a la situación actual, en que lo habitual es salir del concurso con lo mismo con que se entró: nada.
La ironía es que en estos concursos se suelen establecer premios delirantes. 1 millón de euros, 500.000 euros, 100.000 euros. Eso sí, sólo están al alcance del concursante si son capaces de responder a preguntas tan dispares como difíciles. ¿Nombre de la cuarta ciudad más poblada en Nigeria? ¿Teniente de alcalde en San Salvador en 1981? ¿Que carrera estudió Dolph Lundgren?
O se le promete ese premio en caso de que elija una opción entre cincuenta. Azar puro.
La ineptitud de los nuevos concursantes les lleva a pensar que cualquiera de sus elecciones condicionadas con el azar se debe a una especie de sabiduría. Un torpe participante de “Allá tú” (el concurso de las cajas) que por pura casualidad de con el premio máximo es capaz de justificar su elección del número “sabía que el 14 tendría un buen premio”.

Todo esto abochorna a los que tienen dos dedos de frente que ya ni intentan participar. Si algún incauto lo intenta, queda descartado en los castings preliminares. ¡Queremos gente normal, no cerebritos! Si no sabes cantar, no te queremos en nuestro concurso de preguntas.
Como ya indicaba, la bajada en la cotización de los concursantes ha ido de la mano con el descenso en los premios. Es frecuente ver como una persona que ha tenido una actuación “aceptable” sale con un premio de 300 o 600 euros. Puede incluso darse el caso de que un concursante que permanezca varios concursos, en aquellos que sean por eliminatorias, pierda dinero. Porque al ser los premios tan bajos puede que acabe hasta ganando menos que en su empleo habitual, aún habiendo quedado “ganador” durante varias semanas.

La vuelta de tuerca fue cambiar la orientación del concurso. Antes el presentador era un tipo que leía preguntas, un busto parlante que daba el protagonismo a los concursantes. Con la desprofesionalización de los participantes, empezaron a perder relevancia, hasta caer en la situación actual en que parece que fueran simples actores. Ahora el protagonista es el presentador.
Nadie recuerda a ningún concursante del 50×15, pero todos conocen a Carlos Sobera, capaz de hacer cambiar la respuesta al participante que había señalado la opción correcta. Ahora lo importante es tener un buen presentador. Que saque lo peor de cada concursante. Que se ría de él. Que juegue con su endeble pysche para que acabe renunciando a un premio millonario y optando al de consolación. Para ver después su cara de derrotado.

El desafío es hacerle creer que va a ganar el máximo premio. O que pierda el que tenía. O forzarle a responder una pregunta de la que no tiene ni idea, tras ensalzar sus inexistentes cualidades. Los presentadores cada vez tienen más protagonismo. A veces, el único, como en el citado concurso de “El negociador”.
Ya no se va a concursar, sino a figurar. Se obtiene un sueldo de figurante, si es que se cobra. Se pasa ridículo. Se pierden días de trabajo. Todo por salir en la tele. Gracias a Youtube, cada vez este sueño es menos inalcanzable.

Psych

El modelo de detective que nace con Sherlock Holmes – los antecesores no dejaban de ser experimentos – y continúa con las novelas de Agatha Christie estaba agotado. El paradigma de personaje sabelotodo, imparcial, sin emociones, se continuó en numerosas series de televisión de más o menos éxito. Como todo fenómeno tuvo su momento de auge, seguido de una quema del personaje y de la caída en desgracia.
Hoy en día series como CSI aún tienen mucho éxito. Los detectives son muy buenos y usan de la más moderna tecnología. Aún así, el formato es diferente: el público estaba cansado de los detectives que no sueltan una y de las explicaciones poco visuales. En CSI te lo dan todo explicado como en los Teletubbies, algo que a determinado público le repugna, pero que la mayoría agradece.
El superdetective con una mente preclara no estaba muerto. Ya lo intuyó el gran Jake Kasdan con su personaje de detective en Zero Effect. Ahí dibujó un nuevo prototipo de investigador. El detective era tan ingenioso o más que Sherlock Holmes, pero tenía cierto desapego a tratar con los clientes, lo que provocaba que trabajara a distancia. Este bizarro detalle facilitaba las situaciones cómicas, y forzaba la existencia de un personaje intermedio, el Watson de turno no era un simple papel forzado sino que su puesto en la mediación con los clientes justificaba su existencia.
Zero Effect con el detective Daryl Zero podía haber funcionado, porque las piezas encajaban. Pero el público es impredecible y en este caso fue un sonado fracaso de taquilla. El intento de crear una serie nunca prosperó. Los amantes de las series de detectives de verdad nos quedamos con las ganas.
Años después surge Psych, una serie americana que justo ahora está iniciando su segunda temporada.
En ella el protagonista es una especie de detective por accidente. Shawn Spencer es un perdedor sin trabajo definido que tiene una extraña habilidad: una capacidad de observación fuera de lo normal.
La forma en que Shawn consigue esa habilidad no es menos curiosa: de pequeño, su padre, que era un policía pirado, le obligaba a que se fijara en todos los detalles de los sitios a los que iban. Si no era capaz de responder correctamente a sus preguntas como “¿Cuántas personas tenían sombrero y cómo eran éstos en el autobús que hemos tomado antes?” se quedaba sin postre.

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Heroes es una mierda

Dejándome guiar por la masa, que enfervorecida recomendaba la serie de televisión “Héroes”, con constantes comparaciones con “Lost” en lo que a calidad y original se refiere, decidí empezar a ver dicha serie.
Los primeros episodios los vi en español, por resultar más fáciles de conseguir por el Emule. La serie me pareció un poco lenta, pero hay algunas series que tardan en arrancar así que tuve paciencia.
A partir del tercer episodio comencé con el inglés con subtítulos. Pero la serie seguía sin brillar. Pensé que cuando las historias se mezclaran, aquello ganaría en dinamismo y eso sería lo que había llamado tanto la atención. Pero seguía siendo muy lenta. Al final estaba escribiendo artículos o navegando por Internet con el sonido de la serie de fondo y aún así se podía seguir el hilo con total facilidad.
A punto de tirar la toalla, pensé que en algunas series lo que ocurre es que contratan a guionistas del montón y cuando aquello tiene un éxito inesperado incluyen en plantilla a algunos profesionales de primera línea, que le dan nueva vida a un producto que aún tenía muchos cabos sueltos. Pero como la serie me parecía demasiado lenta, decidí empezar a verla en inglés sin subtítulos, para que el esfuerzo de entender y aprender compensara la falta de tensión dramática.
Al final me encontré con más de media primera temporada vista. Ya podía afirmar que la serie es una auténtica basura, sólo recomendable a aquellos que les gusten las historias con efectos especiales y giros argumentales gratuitos. Eso sí, para aprender inglés es fantástica.
Apestan:

  • La recurrencia en tratar de dar una explicación seudocientífica, usando referencias a la situación actual de la investigación, hablando del Proyecto Genoma. La explicación que dan es infantil, así que harían bien en darla de puntillas y pasar rápido a otra cosa. Aquí sin embargo es una constante y parte del argumento, lo que hace que pierda credibilidad.
  • Los personajes son planos, no tienen personalidad alguna. Las luchas internas entre el bien de la Humanidad y salvar el propio pellejo harían vomitar a Shakespeare.
  • La trama es lentísima, nunca pasa casi nada sustancial. En un momento dado me confundí de episodio – me salté uno – y no me enteré de que me lo había saltado hasta casi el final de este episodio.
  • No hay ni una sola sorpresa en toda la serie, todo es previsible y pasa tal y como uno se lo espera.
  • La historia es más propia de dibujos animados que de cine o series para adultos.

Etcétera. En fin, que me siento engañado por tantas recomendaciones virtuales de los blogs. La culpa es mía por seguir criterios tan poco confiables.
Hago mía la opinión que dan en esta página.
Creo que soy una de las pocas personas que ha visto la 1ª temporada completa y la considera flojísima tirando a pésima. Siempre me han gustado esas opiniones que defienden “si no te has leído el libro no puedes criticar”. Pues en este caso me he tragado hasta la última chorrada. Nadie me compensará por el tiempo perdido, esta es una basura más para populacho, como Bea la fea o El tomate.
Para flipar la contracrítica de los fanes de la serie.

Prison Break

Prision Break es una serie Norteamericana que trata sobre la fuga de una cárcel. El hermano de un preso condenado a muerte decide provocar su entrada en la cárcel para desde allí, ayudar a su hermano en la fuga de la prisión. Antes de entrar en la cárcel ha planeado en la medida de lo posible todos los detalles de la posible evasión.
Prision Break nace al rebufo del boom de las series en los Estados Unidos. Audiencias masivas y devotas de este formato que está en su momento dulce no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo. El guión de la serie, obra Paul Scheuring, pasó algunos años criando polvo en los cajones de las productoras. El paquete que ofrecía no resultaba suficientemente interesante. Hubo que esperar al auge de las series para que Fox Network decidiera comercializar el producto. En España esta serie es retrasmitida por el canal de televisión La Sexta.
Al principio no era más que una idea, la expresada en el primer párrafo. Lo interesante es su puesta en escena.
Las historias de cárceles siempre han tenido un éxito garantizado. La fuga de una prisión se entiende como una metáfora perfecta de la búsqueda de la perfección por parte de los seres humanos. La evasión es la sublimación del yo. Pero también representa la liberación de todos los problemas, de un plumazo. Todos tenemos algún tipo de plan que nos permita fugarnos de la nuestra vida habitual: la quiniela, la empresa que nunca se acaba de formar, la esposa rica, el salir en la televisión. El preso parece totalmente atrapado en su destino de perdición pero consigue sobreponerse a la adversidad y alcanzar su sueño imposible.
Un aspecto ventajoso del formato por episodios era la posibilidad de que algo saliera mal. Para escapar de una cárcel hay que superar una serie de pantallas: conseguir salir de la celda, atravesar el patio sin ser visto, conseguir una cuerda, subir el muro, saltar al otro lado…cada una de estas etapas supone una preparación muy complicada y no puede fallar nada. En una película, las dos o tres horas son muy escasas y no hay lugar al posible error en el plan. De ahí que la ejecución perfecta de un plan, aunque muy agradable, nos resulta un poco artificiosa. En la serie de televisión esta posibilidad podía obviarse. Sin un límite de tiempo establecido, el preso fugado podía cometer varios errores, los imprevistos permitirían aumentar el suspense sin los problemas de tiempo.
Otra ventaja del formato era el tecnológico. Al entrar voluntariamente en la cárcel el futuro fugado, puede disponer de mayores recursos, al haberlos preparado a priori, sobre la clásica película de cárceles. Porque en esta siempre se depende de un tipo que consigue cosas al que hay que pedir objetos imposibles y que, nadie sabe cómo, acaba siendo capaz de obtenerlos. Una fuga más tecnológica es una fuga más sutil, en que se superan barreras más difíciles, una fuga de más mérito que una en que todo el ingenio consiste en formar una cuerda atando sábanas.
En un principio se había pensado hacer una serie corta. Tal vez unos diez episodios. Pero el propio éxito – moderado en comparación con otras series como Lost o 24 horas – ha ido fomentando que la serie vaya adquiriendo mayor tamaño, hasta que ahora se habla de “Una trilogía de la que las Temporadas 1 y 2 supondrían el primer episodio”. Vamos, que van a estirar la historia hasta que el cuerpo aguante.
Según cuentan en las opiniones de Amazon, el gran culpable es la cadena de televisión que lo emite en los Estados Unidos. Fox tiene fama de alargar las historias mientras haya un espectador sentado delante del televisor. Suyo es el famoso caso de los Expedientes X, una serie con un final errático que renunciaba a terminar de una forma coherente. No hubiera ocurrido lo mismo si la serie hubiera acabado con la HBO (responsable de grandes series como Sexo en Nueva York , Los Soprano o Roma.

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El show de Cándido

El show de Cándido surge, según dicen en el Mundo, como “el primer ‘reality show’ en el que nada es real”.
Cuentan que es como un Big Brother/Gran Hermano en el que todos los concursantes son actores, salvo uno, sobre el que se centrará toda la atención. La que trata de ser una original mezcla entre Gran Hermano y la idea del Show de Truman no es más que una copia más, de un formato americano: The Joe Schmo Show.
Mucho más interesante resulta el reality inglés, también similar: Space Cadets ( Cadetes espaciales ).
En ese reality iban mucho más lejos: engañaban a una serie de concursantes hasta el punto de hacerles creer que estaban en una nave espacial en órbita. Para ello hicieron uso de las últimas técnicas en efectos especiales y un buen elenco de actores de soporte. De ello hablaron en su momento en Microsiervos.
Para seleccionar a los participantes, buscaron a personas que cumpliera:
No haber estado nunca en el ejército.
Que no tuvieran un interés especial en el espacio o la ciencia ficción.
Que fueran fácilmente sugestionables y se conformaran con seguir las decisiones que se tomaran en grupo.
Con bajos niveles de inhibición o miedo a hacer el ridículo.
El objetivo del concurso era ridiculizar a los participantes haciéndoles creer que estaban siendo preparados para un vuelo espacial, y posteriormente realizar dicho supuesto vuelo.

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