Derechos de autor

Una de las historias más sorprendentes de plagio y mentira es la del periodista y escritor Nahuel Maciel. Les recomiendo que la lean de aquí, en un interesantísimo artículo de Mario Diament y mejor lectura que este resumen.

Para los perezosos, saber que Nahuel Maciel consiguió un crédito literario en Argentina bastante notable, a base de entrevistas a escritores y pensadores de primerísima fila. El principal problema era que se inventaba las entrevistas por completo.

Toda la personalidad de Nahuel Maciel se resume en su libro El elogio de la utopía, publicado en 1992 (ISBN: 9509067482). Y es que todo él es una gran mentira.

El libro es un compendio de entrevistas realizadas a Gabriel García Márquez por el propio Nahuel. Como pudo saberse algún tiempo después, esas entrevistas eran completamente inventadas.

Antes de cada capítulo, Nahuel Maciel realiza una introducción al mismo. También se descubrió que era una mera copia, palabra por palabra, del libro Prior de la Ciudad de los Toldos, de Mamerto Menapace. La aportación de Maciel fue sustituir en cada párrafo la palabra “Dios” por “utopía”.

Finalmente, el prólogo al libro, supuestamente escrito por el escritor uruguayo Eduardo Galeano, también era una invención de este genial artista de la mentira.

Abandonemos la historia de Nahuel Maciel, que insisto es quizás la más interesante de todas, relatada por Mario Diament. Y centrémonos en ese prólogo de Eduardo Galeano. A diferencia del sacerdote Mamerto Manapace, bastante desconocido fuera del ámbito eclesiástico argentino, Eduardo Galeano es un reconocido escritor con una amplia página en la Wikipedia en castellano.


Así, la atribución del prólogo, de calidad literaria muy dudosa, mermaba su crédito literario. Aunque el libro fue retirado de circulación – Amazon (El Elogio de La Utopia) se quedó sin ejemplares hace muy poco – había sido presentado con gran pompa en la Feria del libro de Argentina y ya ocupaba su lugar en muchos estantes de bibliotecas.

Dejemos ahora que sea el propio Eduardo Galeano quien nos cuente el resto de la historia:

En una biblioteca universitaria de Estados Unidos, me enteré de que yo era autor del prólogo de un libro de Nahuel Maciel, publicado en Buenos Aires por las ediciones El Cronista. Como nunca escribo prólogos, el asunto me llamó la atención. El prólogo, firmado por Eduardo Galeano “en Montevideo, a los 76 días de 1992”, comienza advirtiendo que “es tarea y es propio de los maestros prologar las obras de sus discípulos, pero lo cierto es que no considero a este joven periodista como un discípulo, puesto que casi siempre es él quien me enseña”. Y a continuación, el enseñante enseñado descerraja varias páginas de elogios en un estilo inflado por las citas ilustres y el noble sentido de la gratitud.

Aunque ya había pasado algún tiempo desde la publicación, decidí recurrir a la justicia. Por intermedio del doctor Finkelberg, que tiene experiencia en estos menesteres, hice la denuncia penal en Buenos Aires. Yo pensaba que el sentido común tenía algo que ver con el derecho, pero los representantes de la ley me sacaron amablemente del error: el fiscal, doctor Ballesteros, consideró que ese prólogo no constituye propiedad literaria digna de protección, puesto que yo nunca lo escribí, y el juez, doctor Calvete, puso punto final al malentendido al establecer que no existe defraudación por cuanto el prólogo no perjudica mi patrimonio.

Mi buena educación me impide recurrir a la ley del Talión, ojo por ojo, diente por diente, prólogo por prólogo, y me obliga a aceptar un veredicto que consagra, una vez más, la impunidad de los caraduras. Por respeto a la justicia, tendré que resignarme. Haré todo lo posible por creer que ese prólogo me pertenece y hasta quizás, con los años, podré empezar a quererlo. No será fácil, porque es horroroso. Pero uno se acostumbra.

La situación de Galeano es cuanto menos curiosa. Según la sentencia, al no haber perjuicio económico sobre el autor, no hay qué reclamar. Se entiende que los derechos de autor se limitan al ámbito económico. Tras la sentencia firme, es como si, en cierto modo, se confirmara su autoría sobre esa parte del libro.

El tiempo es olvidadizo. El libro de entrevistas se firma como obra de Gabriel García Márquez, el prólogo se confirma como obra de Eduardo Galeano. Quizás nuestros nietos vean reimpresiones de El elogio de la utopía. Quizás los nietos de Galeano cobren dinero de los derechos de autor sobre el prólogo que no escribiera su abuelo.

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