Horarios de trabajo

El horario en las empresas españolas es un asunto que, normalmente, se impone de forma dictatorial desde “la dirección”. Sin embargo, si éste se sometiera a votación entre los empleados, en la mayoría de los casos el horario que resultaría ganador sería el ya establecido.
La gente suele adaptar su vida de tal forma a los horarios de trabajo que, en muchos casos, no es capaz de soportar un hipotético cambio. Muchas parejas llevan y traen a los niños del colegio según un acuerdo entre padre y madre que no puede desviarse ni un milímetro. Hay quienes tienen clases de idiomas, hora en la piscina, curso de taichi justo a la salida del trabajo. Un cambio en los horarios supone un destrozo en la vida.


En determinadas profesiones, como las administrativas o las de gestión informática, la hora a la que se realice una tarea puede resultar intrascendente. En estos casos, lo ideal debería ser que hubiera un horario libre.
Leí una vez en Barrapunto la historia de un empresario que había tratado de consensuar con sus trabajadores el horario. En principio, estableció la libertad para entrar y salir del trabajo cuando un empleado prefiriera, parecía lo ideal. Así podría compaginar su vida personal con la laboral a la perfección. Sin embargo, el sistema fracasó. Cuando los trabajadores tenían la absoluta libertad para elegir, solían escoger aquellos horarios en que no estaban los jefes, o compañeros con los que no se llevaban bien. Con ese horario era imposible entablar una reunión, podías pasar semanas sin ver a un compañero de trabajo. La gente se propasó con las libertades que se le habían ofrecido.
Al final, el sistema que él propuso – tuvo que pasar por un par de cambios más – es el que, en principio, entiendo como el ideal: Los empleados pueden entrar cuando quieran, entre las 8 y las 9 de la mañana. Y tienen que salir cuando quieran, entre las 5 y las 6 de la tarde. En algún caso, podría dárseles la libertad de que acumularan tiempo para tener algún día de jornada continua.
Estuve en una empresa que te exigía quedarte al menos dos tardes a la semana, y el ambiente de trabajo era muy distendido, sin presiones de horarios ni desencuentros con otros trabajadores.