La edad dorada

Hace unos meses publicó The Economist un especial sobre Nigeria. Se trata de un enorme desconocido pero con unas posibilidades de crecimiento enormes, aunque sólo fuera por la tracción que genera su enorme población actual: unos 170 millones de habitantes – cuatro veces España.

Los artículos mostraban un país lleno de contradicciones, en ciertos aspectos muy avanzado y en otros totalmente primitivo y rudimentario. Uno de los principales problemas que afronta es la falta de fiabilidad del suministro eléctrico. Vivir en Nigeria, ya sea en la capital o en ciudades pequeñas, en un barrio pobre o rico, significa que cualquier día puede haber un corte de electricidad de varias horas o días.

Nigeria se jacta de tener una enorme población de emigrantes. Unos 17 millones de nigerianos viven fuera de su país, una gran parte de ellos en Reino Unido y Estados Unidos. Muchos de sus expatriados mandan dinero a sus familias, siendo esta una importante fuente de ingresos para el país.

Leyendo todos los artículos, con la característica falta de posicionamiento de The Economist, uno se da cuenta de un sorprendente hecho: a pesar de la corrupción, los asesinatos y delitos sin siquiera investigar, la falta de infraestructuras y de luz eléctrica, muchos nigerianos, bien asentados en sus países de acogida, deciden volver a instalarse en su país.

Desde luego, el arraigo y la familia influyen mucho en su retorno. Pero son muchos los que mencionan un sorprendente motivo: Nigeria es un país interesante donde vivir.

Acostumbrados a vivir entre algodones rodeados de todo tipo de comodidades solemos olvidar que muchas incomodidades tienen partes positivas: nos hacen la vida más compleja y, por lo tanto, más rica.

Reflexionando sobre ese artículo – tiempo he tenido – me recuerda a la época de Internet que vivíamos hace 10 años. Nadie tenía Internet en el móvil y un elevado porcentaje ni siquiera tenía conexiones de alta velocidad. La gente se comunicaba por Messenger, Gmail era un sistema de correo minoritario. Terra trataba de ser un gigante tecnológico y tenía una elevada cuota de mercado de las visitas de Internet. Se cuestionaba si la Wikipedia tenía contenido de calidad o siquiera relevante.

Al mismo tiempo vivíamos en una especie de jungla. Las cartas nigerianas te llegaban al correo y tenían su público. El phishing también funcionaba y en Messenger se podía uno inventar la identidad porque nadie colgaba su verdadera foto o su nombre. Había arrestos puntuales por descargas ilegales. En el trabajo no te dejaban navegar por Internet.

Pero como diría García Márquez, el mundo olía como a nuevo. Todos los días había noticias sorprendentes, inesperados productos que se volvían imprescindibles con la misma velocidad que otros perdían todo el interés de inmediato. Las páginas no se veían bien fuera de Internet Explorer, pero ahí se veían muy bien y estaban llenas de detalles originales. Los gifs animados habían conquistado el mundo pero ya estaban en retirada. Los blogs un día florecían para al siguiente, desvanecerse.

En términos absolutos, el Internet de hace diez años era una puta mierda comparado con el de ahora. Pero del mismo modo, el Internet que ahora tenemos está dejando de ser interesante. No hay proyectos sorprendentes que no tengan detrás un montón de dinero. La mayoría de la gente se pasa el tiempo de forma pasiva, reenviando o haciendo me gusta. Nadie escribe, el teclado se ha convertido en una parte opcional de la interfaz, que aparece sólo bajo demanda explícita del usuario. Las búsquedas de Google arrojan resultados de hace 5 o 10 años – que siguen siendo las más relevantes. Internet está ya casi completado y eso lo hace muy útil pero también muy aburrido.

Debemos sentirnos privilegiados de haber vivido esta edad dorada. Volviendo a los nigerianos, uno entiende totalmente que decidan volver a su país.

2 comentarios en «La edad dorada»

  1. Internet en un principio, cuando llegó a la sociedad civil (y no militar), impactó como algo complementario, disponible sólo al alcance de muy pocos.

    Es cierto que las cosas al principio tienen el encanto de oler a nuevo como bien dice Márquez, pero no por ello su mejora y evolución degenera en una falta de interés; simplemente hemos aprendido a usarla de otra manera, a darle normalidad, y para lo que antes era lo más, ahora pasa a ser parte de la base de otras cosas más complejas.

    Quizás deberíamos de aprender más a valora esa trayectoria, pero resulta dificil pararse a saborear cuando ayer el rey del recreo era el que tenía un móvil con el juego de la serpiente y ahora es raro (y visto raro) el que no tiene un smartphone, y para nosotros es algo “normal”, pero nuestros abuelos ni tenían teléfono en su ciudad.

    El problema es que el hombre es un animal de costumbres, y cuando uno se acostumbra a la comodidad, a veces se olvida de que salió de una cueva, y que se ha recorrido mucho hasta donde estamos, y lo que nos queda…

    De todos modos, parece algo innato en la humanidad el encanto de lo antiguo (o como dicen los modernos, de lo vintage. A todos nos llega ese momento de ataque de “abuelo cebolleta” cuando nos fijamos en cómo ha evolucionado con el paso del tiempo cualquier cosa en la que estuvimos presentes en su nacimiento, y miramos con melancolía (y generalmente con una sonrisa en la boca) “cómo hemos cambiado”.

    PD: Por cierto, se dice “gif” y no “gift”, aunque para muchos sí que fuera un “regalo” el poder disfrutar de algo que incluso nos haya marcado tanto como para acabar convirtiéndonos en Ingenieros Informáticos ;).

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