Love me tender

Algunos de mis conocidos se juntaban para hacer lo que ellos llamaban un tende. Hacer un tende era patearse las calles del barrio, buscar un tendedero más o menos accesible y llevarse la ropa que mejor pinta tuviera. Un delito de la peor catadura.
El tende se basa en el principio del descuidero: robar lo fácil, abstenerse ante lo difícil. Para un verdadero ladrón, el descuidero es la vergüenza de la profesión, algo así como lo que siente un ingeniero superior de informática ante un biólogo metido a programador.
El descuidero sería el hacker del delito, mientras que el ladrón es el cracker. Un descuidero podría pasar meses sin robar; un ladrón tiene que hacerlo con la regularidad del que tiene una profesión. Mis conocidos habían detectado un fallo en el sistema: todo el mundo protege sus coches y casas con cerraduras de máxima seguridad pero nadie espera que te roben unos jeans mojados.
Un día en que no me sonó el despertador, tuve que ir corriendo a la estación de metro, a sabiendas de que llegaría tarde. Coincidió que cuando arribé al andén justo se acababa de marchar el tren. En uno de los asientos del andén, alguien se había olvidado una bolsa de mano. En condiciones normales la habría tomado y la habría dejado en la taquilla de la estación. Quizás habría barajado la posiblidad de quedármela y si hubiera algo de valor quizás me lo hubiera guardado. El caso es que aquella vez, las prisas, me hicieron preocuparme más por tomar el próximo tren antes que por el descuido de un pobre diablo. Sin embargo, pensé que seguro que alguien se daría cuenta de la bolsa, y efectivamente, mirando a todas partes apareció un tipo, con su corbata, dispuesto a ir a su trabajo, que aún con sus reparos, cogió la bolsa como si fuera suya y se metió en el metro.
No le recriminé su actuación, al fin y al cabo estuve tentado de hacer lo mismo· Cualquiera de nosotros es un descuidero en potencia. Todo depende de las situaciones que surjan. Fuera del mundo criminal, se le llama al descuidero oportunista, y aún recibe otros muchos adjetivos cada vez más positivos: avispado, despierto, listo.
La gradación de la criminalidad entre los ladrones dentro de un centro comercial es interesante. El más profesional y por tanto más criminal es el que va allí con un objetivo: hoy me llevo una Play Station. Ese es el ladrón por definición. Tiene una tarea y debe llevarla a cabo al precio que sea.
Luego llega el tipo que quería llevarse una Play Station y se encuentra con que aquello tiene más seguridad que Alcatraz después de un motín. Y entonces se va a la sección de embutidos y se lleva una pieza de lomo calidad XXXL. Ese ha sido un ladrón práctico: ha valorado sus posibilidades y ha decidido llevar a cabo aquello del “si lloras por haber perdido el Sol las lágrimas no te dejarán ver las estrellas”(Tagore). Por si alguien no entiende el símil, el Sol sería la Play Station.


El ladrón práctico es el más difícil de capturar: tiene la técnica de los profesionales y la flexibilidad de los aficionados.
Le sigue en la escala el descuidero. Aquel que ve que los paquetes de lacasitos se pueden meter dentro del carro de la compra, abrirlos, comerse un buen puñado, y luego dejar el paquete en la sección de productos de limpieza. Un crimen blando contra el que hay impunidad casi total. Miembros de ciertas etnias (etnia es una de esas palabras, que sólo se utiliza en un contexto) son muy dados a esta práctica.
Pero si hay un delincuente de baja categoría, digno de discutir la instauración de la pena de muerte, es el descuidero de segunda mano: el que coge un puñado de un paquete abierto de lacasitos que encuentra en la sección de perfumería.
Una vez conocí a un tipo inclasificable. Tenía las tablas de un profesional, pero su comportamiento era más propio de descuidero. Aunque sus motivaciones, lejos del aprovechamiento, tenían un aire surrealista. Era una especie de artista del delito, un metaladrón. Lo que hacía no era sino llevar el tende a lugares insospechados. En los centros comerciales todos los productos suelen estar plagados de protecciones, decía. Pero se suelen olvidar de los más elementales. Por ejemplo, el material que usan los reponedores. Se había robado en varias ocasiones tijeras y cúteres de estos pobres profesionales.
Este tipo era de la peor calaña: en una ocasión fue a una agencia de viajes y le robó un cuaderno a uno de los agentes. No tenía información interesante de ningún tipo, me dijo, y su valor residual rondaría los 20 o 30 céntimos de euro, aún no entiendo por qué hacía cosas así. El hurto de la agencia de viajes lo hizo delante de mis narices. Tardó más de un minuto desde que lo cogió hasta que lo metió dentro de su cartera. Los movimientos deben de ser lo más naturales posibles, me dijo. Cuanto más lento lo hagas, más difícil es que se den cuenta.
Mis conocidos practicantes del tende, aparte de para conseguirse ropa, entendían su actividad como parte de la formación del delincuente. Tendrían menos de quince años pero ya caminaban con paso firme, labrándose un futuro. Tenían claro qué querían hacer con su vida. El tende tiene la ventaja de que insensibiliza ante la víctima. Perder una toalla de mano no te permitirá entrar en la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Estos delicuentes acababan olvidándose de que sus actos causaban un daño a otras personas. Quitarle el reloj a un chaval en la puerta del colegio no es muy distinto a robarle los pantalones del tendedero. Es por eso que el tende, aunque no venga recogido en el Código Penal, debería estar penado con severidad. El el delito más grave de todos, aquel con el que se pierde el sentimiento de culpabilidad.
Nota: Todos los hechos, personajes y movidas contadas en este post son totalmente inventados.

5 comentarios en «Love me tender»

  1. Tengo un amigo que en sus años borrachos, lo que hacia era beber cubatas para aumentar su grado de borrachismo. La gracia era que el cubata cada vez estaba en un sitio, cada vez tenia un tipo de alcohol y cada vez tenia un dueño anónimo diferente. Nunca le pillaron.

  2. Joder, me enlazas justo el día que hablas de chorizos.
    Yo lo reconozco, siempre que voy al hipermercado me jalo unos donuts por cuenta de la casa, luego el envoltorio lo suelto donde las cajas de leche y me quedo tan contento. Como bien dices no tengo sentimiento de culpa alguna, y si lo tengo se me quita al ver el ticket de 90 centímetros.

  3. Hoy precisamente he sido, por primera vez, víctima de un delito muy curioso. En un gran centro comercial, me han intercambiado mi carrito (que tenía dos o tres cosas) por otro vacío. Naturalmente, la intención no era apropiarse del contenido sino de la moneda de euro, ya que el que me han endiñado no tenía. No sé en qué categoría clasificarías esto, pero me ha hecho hasta gracia.
    [Comentario zrubavel: Es un delito bastante bajuno y más común de lo que se cree. Venden en sitios como los todo a 100 unas fichas de plástico que pueden usarse en lugar de los euros para no tener que arriesgar nuestro capital a la hora de tomar un carro de compra.]

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