LIDL

Agotado por la jornada diaria, mientras caliento la cena, aún me abordan pensamientos extraños. Se me viene a la cabeza esa empresa que es LIDL, y todo lo que gira en torno a ella.
Para los que no la conozcan, que serán pocos, se trata de una cadena alemana de supermercados. Aportan sin embargo una serie de aspectos distintivos, que la hacen llamar la atención especialmente:
a) La extra ración. Cualquiera que haya pisado sus pasillos habrá notado que todo es más grande de lo normal. Esa grotesca majestuosidad me fascina, pues cuestiona lo más simple. Toda la vida acostumbrado al brick de zumo de un litro, ellos van más allá y ofrecen de 2 y hasta medidas inexactas como 2 litros y medio. Los yogures de siempre, que son de 125 mililitros son eclipsados por envases gigantes, de a kilo, el paquete de avellanas es aplastado por una bolsa pantagruélica que asistirá a un sinfín de películas y partidos de fútbol antes de su fin.
b) El producto imposible. Vamos al supermercado con una lista de alimentos básicos, que si leche, galletas, pan. Y allí sin embargo hallamos productos que ni se nos había pasado por la cabeza que existiera. El embutido de avestruz, el zumo de albaricoque, las mandarinas en almíbar. Y consiguen su salida, tal vez por el embrujo que produce lo totalmente desconocido.

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Contar o no contar

Hace unos días, el hombre máquina escribía un interesante post sobre el hecho de incluir un contador de visitas. Estoy de acuerdo con su opinión de que ese es un hecho que debe ser meditado, en la conveniencia, en las causas, en su pertinencia o no.
Y es que hacer una página Web pasa por una serie de etapas más o menos predecibles. Y una de ellas es ese ser o no ser del contador de visitas. Porque por un lado, escribimos para satisfacer una inquietud, pero por encima de todo está el hecho de querer compartir algo, aunque sea porquería, malestar y descontento. Pero aspiramos a ser leídos. Nos gusta recibir comentarios que nos hacen sentir que además de nosotros, hay quienes se interesan por lo que escribimos. Porque el hombre es débil por naturaleza y necesita del apoyo de los demás, para sentirse importante, en un mundo que te trata como a un producto de desecho. Así, a veces nos surge la duda de cuánta gente habrá visitado nuestra página, si es que alguien lo ha hecho. Y satisfacer esa duda, que en el fondo no es más que saber si somos leídos, que es como sentirnos valorados, se consigue con el contador. Pero tiene el doble filo del desencanto de descubrir la realidad, que son cuatro los que se interesan por lo que dices, y este miedo, también hace que algunos opten por no saber, porque la debilidad también puede expresarse negándose a colocar el contador, para no ser testigo directo del abandono.
Por encima del juicio sobre la conveniencia o no, que se me escapa, terminar diciendo que me parece una reflexión inteligente, en la que casi coincido plenamente. Recomiendo su lectura.

La muerte

Creo que uno de los temas más fascinantes de los que se puede hablar es la muerte. Me resulta tremendamente interesante todo lo relacionado con ella. Especialmente intrigante me parece la fascinación que se siente hacia ella, de forma inconsciente, en los medios de comunicación.
Si lo pensamos, la gran mayoría de las noticias giran en torno a la muerte. Los accidentes de tráfico no mortales pasan sin pena ni gloria. Al citar un terrible accidente, la dimensión de la tragedia la aportan los muertos. Recientemente, oía como los expertos se preocupaban porque en España teníamos muchos menos accidentes de tráfico que en Alemania, y sin embargo los aplastábamos en el número de víctimas. Y es que la prevención del accidente no es la misión, sino el evitar muertos. No mueras, por amor de Dios. Incluso recuerdo que un día fue noticia porque no había muerto nadie en accidente de tráfico, por primera vez en varios años. Parecía como si los periodistas se sintieran defraudados, como cuando el Real Madrid empata sin goles en casa, queremos que la racha sea infinita, queremos más muertos.
El fracaso de la invasión americana de Irak se expresa en múltiplos de cadáveres. El doble de muertos en la posguerra que en la invasión. Casi el triple. Los miles de heridos, que arruinan sus vidas, no cuentan. Solo muertos y más muertos.
Si me atracan en la calle, me roban el dinero, el móvil, las tarjetas de crédito, las llaves, lo pasaré mal. Puedo poner denuncia, pero sé que nadie se encargará de investigar. Sin embargo, si un barco naufraga, tal vez dos docenas de guardias civiles busquen el cadáver que falta como si les fuera la vida en ello. ¿Para qué, cuando se sabe que se está muerto? No solo nos fascinan los muertos, queremos ver el cuerpo. A efectos legales, en cierto modo, una persona no está muerta si no hay cadáver. Un asesino al que no le encuentren los cadáveres quedará impune, aun cuando testificara en su propio perjuicio. El seguro de vida no se cobra sin fiambre. La familia no descansa hasta que sabe que su hijo desaparecido se ha convertido en un montón de huesos viejos encontrados por casualidad en unas obras.
¿Por qué ese interés por la muerte? ¿Por qué morir es más importante que vivir? Es más trágica la muerte de Marco Pantani que la vida que tuvo tras las sanciones de dopaje. Recordamos los aniversarios de la muerte, en periódicos, dando conciertos, reeditando libros. Pero nadie recuerda los hechos de los vivos. Preguntamos quién murió, o nació, tal día como hoy. Nadie quiere saber que se inventó, que se creó, cómo se vivió.
Y es que nos gusta la historia cerrada, el final a la americana, el borrón y la nueva cuenta. Queremos la cifra exacta de muertos bajo las torres gemelas. Para poder olvidar más fácilmente, para no preocuparnos, para saber que al menos tendremos garantizado un día de fama, aun cuando no estemos para disfrutarlo.

SEXO

Si le preguntamos por España a un extranjero que no haya pisado la península obtendremos como respuesta que se trata de un paraíso sexual de mujeres fáciles. Esta opinión, supongo, está alimentada por otros extranjeros que si han visitado nuestro país.
Luego lee uno las estadísticas, o se mira al ombligo, y se entera de que vive en uno de los países donde menos se hace el amor – aunque sea mal – del mundo. Antes que acomplejarse, trata de entender las claves de ambos resultados, y llega a algunas conclusiones extrañas.
Los extranjeros que nos visitan, al igual que nosotros, no suelen tener muchos conocimientos de idiomas. Apenas saben decir algo más que sangría, gracias y paella. Las posibilidades de engatusar a una española, aun cuando sean más altos, o más guapos, o más rubios que los españoles, están más que limitadas. Su cultura, que les lleva a vivir en países donde la noche ocupa hasta las dos terceras partes del día, hace que cuando abandonan aquel reino de sombras, se trastoquen, sientan liberados y empiecen a desfasar.
Así, van a los bares, donde beben hasta perder el sentido. Están tomando el sol hasta que el encargado de recoger las sombrillas les recuerda que hasta el sol español tiene sus limitaciones. Con esta vida de ocio, no es difícil que encuentren a mujeres, de su propio país o similares, que se encuentre en la misma situación de dejadez, y que surja lo que tenga que surgir. Y entonces, el mito de España como paraíso sexual, más se torna en el de España como paraíso donde hacer el sexo, marchándose justo antes de rellenar el formulario de estadísticas. Porque para la inmensa mayoría de los extranjeros que pasan unos días aquí, que conocen a alguien del sexo opuesto, ese alguien es también guiri.
Tenemos dada la respuesta a la mitad de la pregunta, pero, ¿por qué entre nosotros nos llevamos tan mal? Ahí creo que habrá que dar múltiples aspectos que nos hagan ver por qué las cosas son distintas.

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Albania

Alguien dijo una vez “Dichoso el país cuya historia es aburrida”. Me cuesta recordar el autor de la frase, pero ineludiblemente me viene a la cabeza Suiza, que evitó la mayor catástrofe del siglo XX, y aún le saco provecho. Su naturaleza montañosa motivó que en el pasado fuera considerado más un estorbo a mitad de camino que una interesante conquista. Pudo salvarse de los constantes repartos de poder que se daban a su alrededor, hasta permitirse en la actualidad dar la espalda a la ONU. Me sorprendió enterarme que este correcto país no formaba parte de la gran organización, hasta que recientemente, por referéndum, se decidiera su inclusión. Consiguieron dar la vuelta a la tortilla, de pasar a ser el gran olvidado por los poderosos a no querer saber nada de ellos.
Repasando mi solitario tomo de la enciclopedia, tratando de engañar al sueño, me topé con la entrada de Albania. Después de leerla, entiendo que este país se encuentra casi en el polo opuesto a Suiza. En Albania, todo son problemas.
En el pasado, se encontraba demasiado cerca de todas partes: de Grecia y de Roma, aún del Imperio Persa. Cambió de manos con mayor facilidad que la falsa moneda. Después de la caída de Roma aún pasó por diversas manos, resultándome especialmente curiosa la época de dominación búlgara. Y es que siempre pensé que este país resaltaba por su anonimato. Así, su identidad es demasiado ecléctica. Tocado por diversos alfabetos: el occidental, el cirílico, el árabe y el griego, su idioma debe ser una pesadilla. Para colmo de males, existen dos dialectos principales, que parece ser difieren bastante. Según cuenta, no existió apenas literatura albanesa hasta comienzos del siglo XX, y es que con tal follón, cualquiera se aclara.
El país es tremendamente pobre y practica una economía de subsistencia. Sin embargo, hasta 1970 su principal suministrador de exportaciones era China, lo cual no deja de ser sorprendente.
Así, pude poner en práctica aquello del nunca te acostarás sin saber algo más.

Online

Internet tiende a ser considerado como un lugar enorme, casi infinito, donde está toda la información. Soy de la opinión de que este juicio es muy desacertado.
Parto del hecho de que su famosa extensión es más bien aparente. Recientemente Google hacía sus búsquedas en base a 3 307 998 701 páginas( esa 1 última debe ser interesante). Quizás no sean todas las páginas de Internet, pero son gran parte de ellas. ¿Son eso tantas páginas?
Tuve un profesor en la Universidad que, aparte de su fama de loco e irregular, tenía ideas muy originales. Nos enseñó a perder el miedo a los números, a tratar de entenderlos. ¿Qué es 3 307 998 701? nos preguntaba. Y la verdad, es que apenas si teníamos para responder “un número muy grande”. Él quería que buscásemos un ejemplo, una referencia que nos lo hiciera entendible. Baste el ejemplo de reunir a todos los españoles en un sitio concreto. Que cada uno lleve un libro, no necesariamente distinto. Juntaríamos más páginas que en todo Internet. Tras esta humanización de la cifra, de repente, se le pierde el respeto y pasa de ser un número grande a uno abarcable, casi cotidiano.
De esas páginas, las más no pueden llegar a interesarnos:
-Páginas escritas en idiomas que no podremos distinguir.
-Páginas para las que hay que estar suscrito y pagar.
-Páginas de periódicos de hace varios años. Artículos científicos obsoletos.
-Foros sobre videojuegos, acupuntura o formas de adelgazar, que tal vez no nos interesen en absoluto.

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La noticia que no se ve

También me preocupa la noticia que no se ve, porque es un engaño sobre la que me habían enseñado antes. A bombo y platillo se anuncia la captura de cientos de miles de CDs en la mayor operación contra la piratería discográfica en España. Unos meses después, en letra pequeña, pude leer que todo había sido un enorme error. Que la empresa inculpada fue totalmente exonerada de las acusaciones. Nadie ingresó en prisión. Sus copias eran perfectamente legales.
Una peligrosa red de ladrones de viviendas, todos búlgaros, es capturada. De nuevo un éxito policial estupendo. Dos días después, todos los miembros están en la calle, salvo el cabecilla. Otros pocos días más y habían vuelto a pillar con las manos en la masa a dos de estos exculpados. Parece como si el sistema legal en España estuviese lleno de resquicios que permiten que esto ocurra. Porque más preocupante que saber que tal vez el criminal nunca sea capturado es saber que quizás nunca pueda ser encarcelado. Un extranjero tiene enormes posibilidades de librarse de ingresar en prisión. Si su país no es uno de los “greatest hits” de la inmigración, repatriarlo es complejo. Un albanés, por ejemplo, no tiene muchas posibilidades de volver a su país, y es que devolverlo en condiciones de mínima seguridad puede costarle al estado unos 15.000 euros del ala. Si se le ingresa con intención de extraditarlo, y, por ejemplo, el país de acogida no se muestra muy receptivo, hay grandes posibilidades de que vuelva a la calle, que no a la cárcel. Parece como si la policía tuviera que elegir, entre encarcelar y devolver a su país. Si la segunda opción no tiene éxito, no hay posibilidad de cambio, y la solución es la libertad.

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La noticia que se ve

Con mi estilo de vida apenas veo televisión. Y por mis horarios siempre acabo delante en los momentos en que apenas hay otra cosa que telediarios. Es por eso que estoy bastante al tanto de lo que suelen decir. Poco a poco me fui dando cuenta de que lo que dicen las noticias tiene poco o nada que ver con la realidad. Tropiezo con atroces manipulaciones, visiones partidistas que me hacen sentir tratado como a un estúpido. Cambio de canal y veo lo mismo, contado con otras palabras. Desde luego, el mundo es más de lo que se ve en las noticias.
Primeramente, la manipulación. Ha pasado mucho desde que el periodismo fuera el 4º poder, para situarse casi en el primer puesto. Manejar la información es mejor que generarla, un periodista estuvo a punto de deponer al todopoderoso presidente Clinton, otros ganaron las elecciones para Tony Blair. Esta supremacía ha machacado los orígenes informativos para traducirlos a funciones manipuladoras. Teóricamente, un periodista debería exponer los hechos, en algunos casos, contados, valorarlos. Realmente, nos encontramos con una valoración discursiva de los acontecimientos.

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Pisos grotescos

La difícil situación de la vivienda en España es ahora tratada por periódicos y televisiones habitualmente y es caballo de batalla de los políticos en sus campañas. Pero siempre es peor de lo que se cree. Porque para todo el que está fuera del mercado, porque tiene su gravosa hipoteca que pagar o porque compró hace muchos años y no tiene ninguna intención de volver a hacerlo es bueno recibir algunos refrescos de memoria. Sean estos dos anuncios una muestra de la situación actual:
BANCO de España, c/ Márques de Cuba, miniestudio unipersonal, sólo para dormir, sin cocina, baño, calefacción, ascensor, portería, soleado.
Precio: 300,00 Eur.
300 euros no son moco de pavo, para un alquiler. Estamos hablando de un piso que no tiene ni cocina ni baño, por lo que no tiene la cédula de habitabilidad, que es un papel que expenden los gobiernos para evitar que la gente viva en condiciones infrahumanas. Pero con toda la cara del mundo una persona pone un anuncio ofreciendo eso. Seguramente se trate de alguien que tiene un piso en esa zona, de las más caras de España, y que se las haya apañado para escindir una habitación y darle el carácter de estudio. Se trata de una persona que tendrá dinero pero que contribuye a la explotación de la gente con problemas con toda la tranquilidad del mundo y que cuando ve noticias sobre la captura de ladrones y carteristas cree que no tiene nada que ver con ellos. Cómico resulta ofrecer un piso soleado para un sitio que sólo sirve para dormir.
Después de dormir me suelo levantar de la cama, y voy al baño y bebo un vaso de agua. Si no puedo hacer ninguna de esas cosas, ¿qué clase de vida tendré?

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Euro

Tratar de decir algo nuevo sobre los cambios que ha supuesto en nosotros el euro es ser muy pretencioso. Intentaré, sin embargo, aportar algo nuevo, hablando sobre las influencias del euro en la peseta.
Como narraba en mi anterior post, las monedas de pesetas se nos han vuelto extrañas. Tardaríamos un tiempo sorprendentemente alto en reconocerlas. No hablo de varios segundos, pero para el cerebro algo así debería ser tan natural como distinguir la cara de nuestra madre o el color del sofá de casa. En cierto modo, creo que la memoria, aunque puede almacenarlo todo, tiene un directorio principal, que se va reemplazando constantemente. Esto se nota claramente cuando cambiamos de contraseña en alguna página Web. Salvo que optemos por trivialidades( de poner 03 a 04, etc.) acabaremos por olvidar cuál era la contraseña anterior. Si nos hemos mudado el código postal anterior se nos empieza a desvanecer.
La redondelización de los números también es interesante. Al margen del consabido redondeo, ahora los números de los precios giran en torno a los billetes existentes. Antes era normal que las cosas valieran mil pesetas, o mil duros. O 10.000 las cosas caras. Ahora hay una especial atracción hacia las “3.000”, y digo eso porque pensamos en pesetas, y traducimos el billete de 20 euros de ese modo. Para nosotros es normal actualmente pensar en cosas a 10 euros, a 20 euros, de 50 euros.
Las expresiones que tanto se usaban antes ahora causan algún reparo. Las antaño famosas “la pela es la pela”, o “duros por pesetas”, ahora causan una especie de sensación ridícula, el que cae en el error de utilizarlas siente que ha perdido la frescura esperada, y tratará de no caer en el mismo error la próxima vez, buscando distintas sinónimas expresiones.
Existen aún miles de millones de pesetas en circulación, olvidadadas en bolsillos de pantalones, perdidas por el campo, formando parte de cutres colecciones. La gente aún tiene la posibilidad de ir al Banco de España a cambiarlas, pero no me imagino a la gente haciéndolo. Tras descubrir que en algunos casos los duros antiguos pueden suplantar a los euros actuales, me pregunto, ¿qué habría que hacer para conseguir pesetas? seguramente sea algo realmente difícil.