Trampa 22

Antes de que se inventara Internet, cuando conocía a una persona interesante, le solía preguntar por su libro favorito. Una de esas personas me habló de un libro del que jamás había oído antes: Catch 22.
Lo primero fue dar con el título en español. Sin buscadores, una tarea hoy en día trivial, no era nada sencillo. Teniendo el nombre del autor, Joseph Heller, y buscando en una buena enciclopedia, pude acabar sabiendo que la versión española se titula Trampa 22.
Catch 22 fue publicado en Estados Unidos en 1961. Trata de una forma demasiado irónica sobre el absurdo de las guerras. Tuvo tal éxito que la expresión Catch 22 forma hoy en día parte del lenguaje, para expresar una situación sin salida, sin solución posible.
Pero el libro, en España, fue censurado por el gobierno de Franco. Tras su muerte, el interés por la novela se había atenuado, por lo que aunque se publicó una edición de bolsillo, no tuvo apenas éxito en nuestro país.
Hace unos días, en la famosa página de MetaFilter, lanzaban la pregunta,

Dime un libro que creas que todo el mundo debe leer, y por qué.

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Alguna gente de Madrid

Esta es la tercera entrega sobre Madrid. Tras haber criticado los bares de Madrid y las colas que se forman, ahora toca hablar de la gente de Madrid.
Triste y necesario es tener que puntualizar antes de comenzar. Cuando me refiero a “la gente de Madrid” no quiero indicar aquellos que llevan aquí viviendo toda su vida, ni los que son de tres generaciones, ni los españoles, ni los empadronados en Madrid. Me refiero a la gente que está hecha a la ciudad, que lo mismo lleva viviendo dos meses que diez años. Hay un momento en que formas parte de la ciudad, y lo que a continuación expreso es cómo saber si ese momento ya ha llegado.
Puede que sea una explicación de perogrullo. En cualquier caso, me quiero referir a un tipo de gente que abunda en Madrid. Afortunadamente, hay varios cientos de miles de excepciones. Y seguro que conoces a alguien que encaja con mi descripción.

Por qué no me gusta Madrid. La gente de Madrid.

El metro de Madrid, como ya se ha explicado, suele ir entre lleno o demasiado lleno. Sin embargo, hay situaciones en las que no es necesario empujar a los demás. Tropezar con alguien ocurre a diario, pero si alguien te empuja, no esperes que se disculpe. En general, nunca esperes que nadie se excuse por nada. Esta es quizás, la característica fundamental de la gente de Madrid.
Disculparse, con el paso del tiempo, se ha convertido en una forma de cortesía. En el pasado se hacía para evitar una agresión de la persona agraviada. Ahora parece que todo sobra. Nadie cede el asiento a las mujeres embarazadas, ni a las abuelas, ni a la gente con muletas. Algunos de estos colectivos que habría que cuidar, se comportan peor que el que no se levantó de la silla. Recriminan acerbamente a esa persona, por su falta de delicadeza. Aunque esta, agobiada por los insultos, se levante cediendo el asiento, las críticas continúan desde la silla. Me pregunto si a alguna de estas personas se le ha ocurrido alguna vez simplemente pedir que les dejen sentarse.
Así, la falta de educación es la norma. El camarero que no pone la tapa si no la pides, tampoco agradece la propina. El kiosquero no acepta un billete de diez euros y, si no compras habitualmente La Razón en su puesto, no te dará el regalo que viene cuando completas el último cupón. La gente deja a deber el último centimo cuando compra en el supermercado Día, no sin antes criticar la suciedad del lugar. El frutero te intenta dar el peor género y tú intentas pagarle de menos.

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4 de julio

El 4 de Julio de 1776 se proclamó la Independencia de los Estados Unidos.
El 4 de Julio de 1826 murió John Adams, el que fuera segundo Presidente de los Estados Unidos.
El 4 de Julio de 1826 murió Thomas Jefferson, el que fuera tercer Presidente de los Estados Unidos.
El 4 de Julio de 1831 murió James Monroe, el que fuera quinto Presidente de los Estados Unidos.
Tanto Adams, como Jefferson, hicieron lo que estuvo en su mano para aguantar sus últimos días de vida, hasta alcanzar esa fecha mítica.
El que fuera cuarto Presidente de los Estados Unidos, James Madison, murió el 28 de Junio de 1836. No fue capaz de aguantar esos seis días.

alt.suicide.holiday

Quizás el lugar más oscuro de Internet sea el grupo de noticias alt.suicide.holiday.
Todo comenzó en 1991, en los albores de Internet, como una interesante discusión: La época de vacaciones y la decisión de suicidiarse ¿Están relacionadas?
Como en toda conversación que se forma en Internet, es cuestión de tiempo que haya personas que se salgan un poco del tema principal. Al tratarse de un grupo inmoderado, el centro de la atención se volcó muy pronto en el suicidio.
Al final, los aspirantes a suicidas se apoderaron del foro, pasando a ser pura y llanamente un lugar donde obtener información sobre formas de sucidarse, conseguir que alguien te de el empujoncito definitivo o buscar alguien que quiera colaborar con el suicida.
Su imparcialidad y falta de moderación, el paradigma de la libertad de Internet, lo ha convertido en el mejor ejemplo de los peligros que se ciernen sobre un Internet libre. Muchas personas se han suicidado tras haber escrito en ese grupo de noticias. Lejos de encontrar voces que les alerten sobre las consecuencias y traten de disuadirles, la mayoría de las opiniones que reciben son neutrales o incluso irónicas, hay quien echa una mano dando algún consejo para que pueda lograr su objetivo. Desde luego, lo ideal es que a esa persona en situación tan problemática alguien le tratara de convencer de que al menos antes visitara a un especialista.

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Ajedrez y ordenadores

Hombres contra máquinas.

En 1994, quien tenía un ordenador, alardeaba gustosamente de ello. Cuando uno de mis compañeros de clase se enteró de que me gustaba jugar al ajedrez, me comentó que él tenía un juego de ajedrez en su ordenador, y que era muy bueno.
A mi amigo le sorprendió que le dijera, con una absoluta indiferencia, que yo era mucho mejor que su juego de ajedrez. En realidad, nunca había jugado contra un ordenador, pero eran conocidos los muchos defectos que tenían las máquinas jugando al ajedrez. En especial, se hablaba mucho del efecto horizonte.
Aún cuando el ordenador es capaz de calcular muchas más jugadas que una persona, en algún momento del proceso debe detener sus cálculos. Ahí, es donde el ordenador actúa mucho peor que una persona y pierde su ventaja.
El efecto horizonte puede entenderse con este ejemplo: supongamos un hombre y una máquina que se encuentran en la ventana de un rascacielos, digamos en el piso 46. Una persona, podría considerar el tirarse por dicha ventana. Sus cálculos serían muy simples: al principio caería a la altura del piso 45. Eso no sería grave. Pero a partir de ahí, dada la altura a la que se encuentra, y la presumible aceleración, el resultado apunta a que sería muy doloroso.
El ordenador iría más lejos en sus cálculos. Consideraría la situación de caída, a la altura del piso 45. No le parecería preocupante. Luego vería que se llegaría a la altura del piso 44. Y luego al 43. En principio, calcularía la velocidad creciente de caída, pero no detectaría ningún peligro. El ordenador podría continuar sus cálculos hasta llegar al piso 20, o al piso 10 y ahí detener sus cálculos. Su conclusión final sería: una sensación muy fresca, del viento en la cara. Y saltaría.
Así, en el juego de ajedrez ocurre lo mismo. El ordenador calcula muchas jugadas – pero matemáticamente es imposible calcular hasta el final. En algún momento detiene su cálculo y se pone a mirar. Y ahí, los ordenadores eran muy malos, a decir verdad, ridículos. Mi amigo no pareció entender eso y se ofendió ante mi actitud chulesca. Durante mucho tiempo me insistió con apostar a ver quién ganaba. Finalmente, fui un día a su casa a jugar esa partida.
Aunque mi historia sucedió en 1994, una apuesta similar, a nivel más académico, había tenido lugar en 1968, entre David Levy, un maestro de ajedrez, y John McCarthy, un eminente investigador en Inteligencia Artificial de la prestigiosa Universidad de Stanford. Fueron 3.000 dólares, que era bastante dinero en la época. En este caso, la apuesta se hizo a largo plazo. Levy afirmó que nadie en el mundo sería capaz de tener una máquina que pudiera ganarle en diez años. Para un investigador, parecía plazo suficiente.
No recuerdo muy bien como fue mi partida contra el ordenador. Jugó la apertura con mucha corrección, hasta el punto de preocuparme por primera vez. Sin embargo, en cuanto salimos de la teoría de aperturas, comenzó a jugar como un niño pequeño, y le gané con suma facilidad. Más que lo mal que jugó, me sorprendió lo sorprendido que estaba muy amigo. Al fin y al cabo no tendría más que un costosísimo 486, con una potencia de cálculo similar a la de mi lavadora.
Mayor decepción debió sentir John McCarthy cuando, diez años después, tuvo que presentarse a jugar contra Levy. Él sabía que el programa que habían desarrollado no era lo suficientemente bueno. Efectivamente, Levy ganó con suma facilidad y se embolsó los 3.000 dólares.
La actitud de Levy también había parecido chulesca. Tras su victoria, la revista científica Omni ofreció un premio de 5.000 dólares al primer programa que fuera capaz de ganar a Levy. Hicieron bien en no establecer otro plazo de diez años, porque fueron exactamente once los años necesarios para que Deep Thought, el primer programa de ajedrez potente, le venciera en 1989.
Mientras los programadores informáticos se afanaban en pulir sus algoritmos de juego al milímetro, bebían la triste decepción de que sus resultados sólo mejoraban conforme la industria del hardware iba sacando mejores productos.
Al fin y al cabo, la dificultad mayor para un ordenador es saber cuando hay que dejar de calcular.
Para un hombre, es relativamente sencillo, pero para uno ordenador es algo demasiado complejo. Pensemos en que tenemos 20 euros que gastar en las rebajas. Hay para comprar una prenda. El ordenador tendría tiempo físico de mirar todas las prendas de la tienda, cosa que las personas no podemos – algunas mujeres sí podrían. Sin embargo, el ordenador tendría problemas para saber cual le queda bien. Tendría que probárselas todas. Hacer combinaciones con diversos pantalones y camisas, mirar los zapatos. Al final, elegiría sin mucha seguridad, por falta de tiempo. Los humanos no compraríamos la prenda idónea pero nos calentaríamos la cabeza mucho menos y elegiríamos mejor que el ordenador.
El trabajo de los programadores era inculcarle un gusto al ordenador. Sin embargo, cuando el hardware se mejoraba, esto no hacía tanta falta. Antes el programador ahorraba tarea suponiendo que los zapatos eran negros. Con procesadores más potentes, se podía probar con todos los modelos de zapatos del mundo y combinarlos con calcetines en el mismo tiempo que antes con los zapatos negros. Realmente frustrante.

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Las colas de Madrid

Esta es la segunda entrega sobre Madrid. Tras haber criticado los bares de Madrid, ahora toca hablar de las omnipresentes colas.

Por qué no me gusta Madrid. Las colas de Madrid.

Madrid, y la gente que lleva tiempo viviendo en la ciudad siente fascinación por las colas o filas. Hasta tal punto que su forma de respetar los turnos y aguantar estoicamente la espera es muy superior a como sucede en otros lugares del mundo.
Llegaba una exposición sobre Egipto a Madrid. No era nada del otro mundo, apenas si mostraba un templo egipcio. Pero en televisión y radio lo dijeron bien claro: había colas de más de dos horas para ver dicha exposición.
Fue entonces cuando dieron la puntilla. A partir de ese día, las colas eran simplemente imposibles. Hasta el día de su retirada fue imposible asistir a la exposición, había llenos absolutos día tras día. Mientras, un templo egipcio auténtico, el templo de Debod, se marchita junto al Parque del Oeste. Puede que sea el monumento madrileño menos visitado de la ciudad. A nadie le interesa el arte egipcio.
Situaciones como esta, ocurren a menudo. Mucho público sólo asiste a los musicales que tienen varios llenos seguidos. Si la entrada es fácil de conseguir, no se compra. Mejor el estreno a superpantalla gigante del Star Wars, en los gigantescos cines Kinépolis, a verla unas horas después, en segunda sesión. En casos como este, se puede pensar que el esfuerzo merece la pena. Pero el que no sea de Madrid no se imagina las filas que se montan. Pueden ser miles de personas, y tener la casi certeza de que para muchos de los que esperan no quedarán entradas.

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Malcom Gladwell

Malcom Gladwell es un periodista sublime. En su página web, además de un blog y publicidad sobre su libro, pueden leerse algunos de sus artículos publicados en The New Yorker.
Son sencillamente fantásticos. The Ketchup Conundrum, sobre el negocio de la comida que se vende en los supermercados – tema que me fascina – centrándose en las salsas, y concentrándose en el ketchup, es una de las mejores lecturas que he encontrado en los últimos años. Una obra de arte en el estilo, la capacidad de expresión y de ofrecer datos interesantes y bien relacionados.
Algunos otros de sus artículos de la sección “The New Yorker Archive” son también excelentes. Este artículo sobre las medidas sociales a tomar con los mendigos es prodigioso. En realidad, abarca diversas problemáticas para finalmente meter los dos pies en filosofía de las matemáticas, demostrando que la distribución matemática Normal no es tan normal como se debiera pensar. Más complejo de lo que pueda imaginarse, pero tan bien expresado que se hace entendible. Una lectura recomendada para quienes tengan ganas de emociones fuertes y se atrevan con textos sustanciosos, de los que llenan.

Los bares de Madrid

Este es el primero de una serie de artículos sobre mi opinión personal de Madrid, sobre que es lo que no me gusta de esa ciudad. A quien le parezca un tanto negativa, debe tener en cuenta que sólo hablaré de lo malo, así que cuanto más negativa resulte, tanto mas logrado resultará el artículo. El que quiera saber de las maravillas de Madrid no tiene sino que visitar las páginas de las oficinas de turismo de la ciudad.
A los que concluyan con un “pues si no te gusta vete”, les agradecería que razonaran un poco más sus argumentaciones.
La idea no es otra que hacer una llamada a la cordura ante como hacemos algunas cosas en mi ciudad. Y es que falta hace. Hay quienes ni se habrán dado cuenta de que muchas de estas cosas no son normales, aunque ocurran a diario.

Por qué no me gusta Madrid. Los bares de Madrid.

Cuando pienso en por qué no me gusta vivir en Madrid, lo primero que se me viene a la cabeza son sus bares. Son la antítesis de lo desable, y aún así, tienen alguna fama de buenos.
I) Los churros
Si para desayunar te pides unos churros, o unas porras – productos madrileños por excelencia – no esperes que te los sirvan calientes. No es porque sepan mejor fríos, sino porque existen dos opciones:
a) Que el bar compre los churros de fuera. En tal caso, vienen ya hechos y tal cual te los servirán. Cuanto más tardes en pedirlos, menos frescos estarán.
b) Que el bar cocine sus propios churros. Pero lo hace bien temprano, por la mañana. Cuando tu vas a por ellos, ya tuvieron bastante tiempo para reposar.
En ambos casos, te estás tomando algo de forma distinta a como debiera saber. Porque los churros se han de comer calientes, igual que el café debe ser caliente – con la excepción del café frío con hielo, o los refrescos que son fríos y el cocido caliente. Que en la mayoría de los bares sirvan los churros fríos no significa que esto deba tolerarse como natural. Existen lugares en el mundo donde te cocinan los churros cuando los pides, aún a riesgo de tener que tirar masa que se quede fría.

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Sealand

Una de las medidas protectoras que el Reino Unido estableció para defenderse de las agresiones de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, fue la creación de unas bases protectoras, establecidas en el mar, en las proximidades de sus principales canales navegables. La idea era evitar que los alemanes penetraran y pudieran minar los canales de los ríos Támesis (en la costa este, que trascurre atravesando Londres) y Mersey ( en la costa oeste y desembocando en Liverpool).
Así, decidieron crear unas torres con equipamiento de detección marítima y aérea. Resultaba más barato realizar una construcción temporal y tener una dotación al cargo que fletar un barco. Además, era más seguro para los tripulantes ya que un barco puede hundirse con relativa facilidad, pero las torres estarían ancladas sobre bancos de arena.
Estas torres se llamaron Roughs Towers, o también Maunsell Sea Forts.

Las torres se construyeron con relativa facilidad. Estaban provistas de radares, generadores eléctricos y depósitos para agua y comida, pero también de fuego antiaéreo y armamento convencional. Fueron creados en tierra y transportados con tres grandes remolcadores, con todo el equipamiento y la tripulación, para que, una vez fueran anclados, estuvieran funcionando inmediatamente.
La ubicación, en las proximidades de los ríos antes indicados, implicó que algunas de ellas estuvieran en aguas internacionales, aprovechando la existencia de ciertos bancos de arena, donde se podían fijar estas estructuras. Se encontraban hasta a unos 10 kilómetros de suelo británico.
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, las torres fueron perdiendo su utilidad, hasta ser desarmadas y el personal que las atendía, retirado, en 1956.
No sería hasta 1967 cuando la existencia de una de estas torres ocuparía un lugar destacado en la Historia. El 2 de Septiembre de 1967, Paddy Roy Bates, un ciudadano británico, antiguo oficial del ejército, junto con su familia y algunos colaboradores, ocupó una de estas torres. Su idea era más o menos simple: montar una emisora de radio pirata, Radio Essex, sin que el Gobierno Británico pudiera meter las zarpas.
Ya en 1965 había ocupado una torre, en el estuario del Támesis, pero el gobierno le dió un toque de atención, ya que esta se encontraba en el espacio de las aguas territoriales británicas y su actividad era ilegal. Se mudó a otra torre, más alejada y en aguas internacionales. Así que de paso, reclamó la soberanía del espacio que ocupaba, dándole el nombre de Sealand.

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Variaciones históricas de la belleza

I
La corbata, otrora signo de distinción, al presuponer profesiones serias y mejor remuneradas, es hoy, en general, un símbolo de pobreza. Corbata lleva el Director General de Telefónica, pero también los comerciales de Tecnocasa, los vendedores de ADSL a domicilio y los informáticos que se hacinan en crucetas con horarios intempestivos y sueldos de muchos ceros y pocos unos. Los profesionales liberales y los directivos de nuevas empresas pueden llevar un buen traje, pero a su elección queda el ponerse la corbata o no. España, país de empresarios burdos, que firman sus contratos verbales en la barra de un bar o en un prostíbulo de carretera, es un país donde tener corbata es cada vez más, síntoma de sumisión a un sueldo escaso. Una clara muestra de penuria económica.

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