Hoy me he maravillado al ver cómo Televisión Española reponía a la hora del almuerzo Karate Kid, una película mítica que vi decenas de veces en mi juventud. Estrenada en 1984, fue un bombazo de taquilla y un éxito que pocas películas consiguieron alcanzar.
Continuando con su éxito se creó toda una saga de películas: Karate Kid II, Karate Kid III y hasta The Nex Karate Kid, ya en 1994, con una emergente Hillary Swank.
No faltó la serie de televisión al respecto, en doce episodios. Y la aún más legendaria escisión pirata: la saga de los Karate Kimura (artística traducción del original italiano “El niño del quimono dorado” o “Karate Warrior” para la versión americana):
Encontré Karate Warrior en el videoclub por 99 centavos.[…] Lo más bizarro de esta película es el sonido. Parece que fue grabado en un estudio, después de filmar las escenas […]. Además repiten las mismas palabras y frases una y otra vez. […] En general, toda la película es una basura. Pero si compras una película que se llama “Karate Warrior”, normalmente no esperas encontrarte con algo como Ciudadano Kane.
Eran tantas las partes de una saga u otra que podías ver cómodamente una de ellas cada tres meses. Y como había pocas cadenas, la veías. Y te acababas aprendiendo los diálogos.
Karate Kid es una excelente película. Pero al generar tantas secuelas, se convierte en una basura. Las sucesivas partes fueron a cual peor. Además, todas tienen exactamente el mismo argumento: el chico enclenque tiene que pelear, aprende con un enigmático maestro oriental y acaba ganando a los malos que aprendieron artes marciales sin el componente filosófico. Y de paso, el protagonista se lleva a la chica.
Karate Kid fue dirigida por John Guilbert Avildsen, quien ya dirigió Rocky en 1976. Es increíble cómo el director pensó que ocho años después exactamente la misma historia, escrita por el actor Sylvester Stallone, podía seguir siendo válida. Sólo había que adaptarla al público juvenil, algo que hizo extraordinariamente su guionista. Una superficial historia de amor y quitar algo de trama psicológica.
Al igual que le ocurriera a Karate Kid, las sagas destrozaron el prestigio que bien pudiera mantener Rocky, treinta años después. A pesar de ello sus secuelas se vieron con gran aceptación por parte del público, y no tanto por la crítica.
Y es que en aquella época funcionaba algo que ahora tenemos muy cercano. Si una historia funciona, repítela hasta el agotamiento. Stark Trek sigue emitiendo más y más episodios. Y el público sigue ahí. Hasta Rocky tuvo una nueva edición hace pocos años.
Quizás la gran diferencia entre hace veinte años y ahora estriba en que las historias no sólo eran con los mismos personajes, sino que eran exactamente iguales. Tras los primeros cinco minutos de cualquier Karate Kimura sabes: quién es el bueno, con quién acabará saliendo, quiénes son los malos y quién caerá en las Semifinales del Torneo de Karate. No había sobresalto alguno entre medias. Era todo muy rectilíneo.
Aunque ahora devoramos una tras otra historia de Batman, y James Bond siga sin jubilarse, somos un público más exigente. Si nos mostraran el mismo perro con el mismo collar, montaríamos en cólera y por supuesto las películas se quedarían muertas de asco en las salas de cine. Ahora exigimos efectos especiales de última generación, persecuciones novedosas, personajes de doble filo, sorpresas en el último minuto. No es que nos gusten, es que si no las hay, no aceptamos el producto.
Y esto lleva inevitablemente al debate de si los dorados años de nuestra juventud fueron tan dorados en lo que a cine se refiere. En mi opinión eran tan dorados como el quimono de este Karate Kimura.
Los Karates Kimuras que veíamos, porque había apenas dos canales de televisión, eran una basura. Y no eran lo peor de la parrilla. Me acuerdo del cine de terror: cierto es que existía Carrie, pero también Drácula contra las mellizas o La Grieta.
Las películas baratuzas, en que todo estaba mal hecho, eran la norma. No todo era negativo: las películas de los Hermanos Marx se proyectaban en prime time y arrasaban en las cifras de audiencia. Pero las películas pestilentes eran el pan nuestro de cada día.
No creo que haga falta enumerar. Pero las de acción, en que hasta reconocías a los malos: el bueno tenía que combatir contra una serie de malos, hasta acabar con todos menos el protagonista malo. Y luego también con él. Veías al chino, porque casi siempre era un oriental, y podías apostar. “Este es chino de segunda pelea”. “Aquel de penúltima”. Si había algún tipo muy gordo, era el primero en caer.
Y bueno, se puede un alargar pero las series eran todas por el estilo. Uno vibraba con el Equipo A, pero siempre era lo mismo, había tres o cuatro episodios tipo:
- Los malos han comprado todos los locales de una manzana, salvo uno de un viejo que se niega a vender y que tiene una hija que está buenísima. El Equipo A les ayuda.
- El falso equipo A.
- Los que van sembrando el terror en un pueblo de la América profunda, con la connivencia de algún sheriff local.
- El concuñado del Murdock al que le debían un favor.
- Los que no tienen para pagar al Equipo A pero hay un rollo de niños y ellos trabajan gratis y luego encuentran una maleta con dinero y en vez de quedársela se la dan a los niños.
Y bueno, luego mejor no abundar en las escenas. A mi lo que me maravillaba era ver cómo después de montar un coche de emergencia para salir del taller, al que le ponían chapas y protecciones, luego lo pintaban todo para que quedara más bonito.
Todas esas series están disponibles en el Emule, y aunque muchos nos las bajemos, son una castaña infumable. No quiero ni pensar en ver un McGyver, con su tecnología obsoleta. “Si en una máquina de Coca-cola de hace 500 años abres no se qué compartimento, puedes sacar sulfuro de amonio”.
No exagero cuando digo que me tendrían que pagar para que estuviera dispuesto a ver un episodio de “El coche fantástico”. Y estoy mencionando las buenas. Las series que no valían nada eran mucho peores. A lo mejor coincidió que echaban una de ellas en la tele cuando ya no necesitabas los pañales y es un recuerdo emotivo, pero eso no convierte a la serie en buena. Seamos realistas, ¿Prefieres ver un episodio de Perdidos o de Bonanza?
Luego siempre hay alguien que defiende los dibujos animados de entonces. Que si la animación japonesa. Que si Marco y Heidi. Todas series pestilentes, insoportables hoy en día.
Heidi sólo tenía 26 episodios, pero hubiera jurado que tenía por lo menos 200. La trama era lentísima y absolutamente previsible. Pero era lo que había.
No creo que tenga sentido exigir que los hijos de estos padres se críen viendo los bodrios que nos alimentaron. Ahora hay series mucho mejores: más complejas, con estética más actual, con guiones más cuidados, capaces de agradar a un público más amplio. No hay más que ver las películas de animación de Disney que encantan a padres e hijos.
Antes los padres llevaban a los niños al cine con absoluta desgana, por cumplir en casos de extrema necesidad. Ahora el padre está dispuesto a ver la película aunque no venga el hijo.
Las de ahora son mejores películas, son mejores series, es mejor televisión. Las antiguas tienen el valor de haber servido de base a los demás, de haber mostrado el camino a seguir, de mantener la ilusión viva. Pero su tiempo ya pasó. Y por eso no tiene sentido revitalizar Karates Kimuras. El Karate Kimura de nuestros tiempos es el Million Dolar Baby ganador de los Oscar, el Barrio Sésamo dio paso a un mejor Pocoyó. Cheers es cosa del pasado, aprendida la lección nace How I met your mother.