Mi deuda con Michael

Cuando estudiaba en el instituto, los profesores de educación física siempre se caracterizaban por lo poco habitual de su método de enseñanza.

En el primer curso, me tocó un pirado de la indiaca, que es un deporte inventado por los indios americanos, parecido al badmington pero sin raquetas. Nos pasábamos horas y horas jugando a un juego del que aún hoy en día apenas si hay información en Internet.

En el segundo curso fue el tiempo del voleibol. Y fue algo tan desorganizado – pues coincidieron enfermedades del profesor, puentes, huelgas de profesores y de alumnos – que se llegó al punto de que sólo se vieron aspectos teóricos del voleibol, sin llegar jamás a jugar un partido.

En el tercer año le llegó el turno a las coreografías deportivas. ¿Por qué no jugar fútbol o lanzar el balón medicinal? Todo tenía que ser experimental, novedoso y poco masculino.

La nota final de curso la daba una coreografía que había que realizar ante todos los demás. Aquello sería grabado, para mayor escarnio (hoy se graba todo, estoy hablando de la época de los chandals con franjas blancas o rojas en los laterales).

La clase se dividió en grupos, de la típica forma improvisada en que al final queda un grupo de “sobrados”, los que nadie ha querido o que no han sabido incluirse en un grupo. Yo estaba allí.

Éramos cinco chicos, y también eramos el único grupo sin chicas, lo cual convertía cualquier coreografía en algo aún menos estético. Teníamos por delante un montón de meses para crear una coreografía: un baile con música, en el que debíamos incluir algunas piruetas de pacotilla (volteretas, hacer el pino y chorradas por el estilo).

Desde un principio quedó claro que el resultado sería malo. Que tendríamos la peor coreografía de toda la clase. Que aprobaríamos, porque todo el mundo aprueba la Educación Física, pero que tendríamos que arrastrarnos por el fango.

Las primeras impresiones demostraron que ritmo, lo que se dice ritmo, no teníamos ninguno. Pero afortunadamente había un DJ de salón que entendía algo de música y con ello le daba como para plantear retazos de algunos bailes vistos en videoclips musicales.

Este chico fue nuestro gurú en la elección musical y en todo lo relacionado con la coreografía. El resto nos dejábamos llevar como zombies. Tras un par de meses, teníamos una coreografía. Era minimalista, en el sentido de que cumplía los requisitos mínimos para ser aceptada por los profesores. Sabíamos que estábamos en el límite entre la basura y lo muy básico.

Pasaba el tiempo y se veía a otros grupos muy mentalizados, ensayando mucho, mejorando pasos de baile, practicando ejercicios más elásticos y sorprendentes. Aquello tenía calidad de coreografía de pedanía, no nos engañemos, pero comparado con lo que haría mi grupo, era un nivel extraplanetario.

Mi grupo lo formábamos buenos estudiantes. No todos eran empollones, pero sí la típica gente que pasa de curso sin problema. Nos resultaba incómodo bailar, bailar rodeado de chicos y encima éramos lentos aprendiendo los pasos de baile. Eso resultaba frustrante, porque estábamos acostumbrados a aprenderlo todo con facilidad.

Lo peor quizás era la sensación de asco hacia los otros. Veías bailar a los demás y pensabas “vaya panda de perdedores”, pero luego te dabas cuenta de que tú incluso empeorabas el resultado medio del grupo. Sabías que los otros pensarían “menudo peso muerto nos hemos llevado”.

Fue una de las experiencias más negativas del instituto. Tuvimos que practicar mucho para intentar dar el pego, para aprobar por rigor y seriedad en el trabajo, que no por cumplir unos mínimos.

Al final, la batuta la llevaba el DJ aficionado, que era el mayor interesado en que la música y el baile por el orquestados salieran lo mejor posible. Sin embargo, en las últimas semanas, uno de los chicos (que no era yo, que en esta historia no fui sino un convidado de piedra) empezó a pensar que, dentro de nuestras debilidades, teníamos algo que no tenían los demás.

Un día llegó a la reunión para ensayar con una cinta que había grabado de la radio. Era un trozo de la Sinfonía Fantástica de Berlioz. Nadie lo sabía, ni él y el nombre era lo de menos. El caso es que le pareció una música lúgubre, como una marcha fúnebre, que podría combinarse muy bien con la coreografía que habíamos preparado.

Desde luego, había fumado algo. Pero como no teníamos nada que perder, y lo que decía cada vez tenía más fundamento, le dejamos decidir. Estuvimos cerca de seis meses con una coreografía chorra, y prácticamente la semana antes de empezar, le dimos la vuelta a todo.

Llegó el día de la representación. Sabíamos que, como todo lo malo, pasaría. Fueron desfilando los grupos: eran tan buenos como habíamos visto antes, y con chicas todo sale mucho mejor. Realmente estaban a otro nivel y nuestro grupo, no cabía la menor duda, era el peor con diferencia.

Sin embargo, cuando el profesor puso la cinta de nuestra música, nosotros nos quedamos todos quietos. Eso era una gran novedad respecto al resto de coreografías, que empezaban con una música frenética y un baile acorde. La gente se miraba un poco extrañada y poco a poco se oían los acordes lejanos de la música de Berlioz.

De la puerta del gimnasio, caraterizado como Drácula, salió uno de los miembros de mi equipo. Iba andando lentamente mientras nosotros seguíamos totalmente inmóviles. Llevaba algo en brazos, como simbolizando un ataud. Se acercaba lentamente (serían unos tres minutos largos de música clásica) y claro, el público no entendía nada de nada.

Cuando llegó donde estábamos nosotros, como estatuas, se interrumpió la música. Soltó los trastos que tenía, sonando como un golpe, y de repente empezó la coreografía con la música que teníamos ensayada desde hacía meses.

El resultado fue espectacular, de algo que habría resultado risible, conseguimos que la gente, por unos momentos, se entusiasmara. Hacia el final, quedaba la sensación de cutrez, pero un poco del regusto del buen comienzo.

Salimos de aquello con un notable, que no dejaba de ser la nota más baja, pero al menos no en solitario. Fue un enorme triunfo personal para cada uno de nosotros. Y para mi ese chico que tuvo la idea de Berlioz, ganó muchísimos puntos como persona.

Ahora que ha muerto Michael Jackson, casi veinte años después de esta batallita, me he dado cuenta de que la idea de Berlioz, de la introducción sin baile, es suya (o de su coreógrafo, igual me da). Muchos de los vídeos musicales de Jackson, algunos de los más famosos como Thriller, funcionan de esta forma. Una pequeña historieta, y luego un baile que tiene alguna relación con la introducción.

Sin embargo era algo que pocos artistas copiaban. Me imagino que porque encarecía el producto y porque las cadenas de televisión querían vídeos cortos. De alguna forma, consciente o no, este chico captó la idea. O simplemente la desarrolló de forma autónoma. Y gracias a ella, a lanzar una cortina de humo al principio del baile, conseguimos no hacer el ridículo. O no demasiado.

Todo gracias a Michael Jackson, o al Michael de nuestro grupo, que era aún más genial, porque no tenía ni idea de música. Gracias.

7 comentarios en «Mi deuda con Michael»

  1. Y dices que hay un vídeo de todo eso (en super 8 supongo, por la época). Pero claro, esa cinta debe estar haciendo compañia a las cintas perdidas de la NASA, ¿verdad?

    Por cierto, tu instituto se parece sospechosamente al mío, salvo que a nosotros no nos obligaron a bailar, pero deportes extravagantes, para dar y tomar.
    Un saludo

  2. Genial historia, molaría que alguno de los otros perdedores de tu grupo leyera esta entrada, seguro que se le cae la lagrimita.

    Me quedo con lo de “Hacia el final, quedaba la sensación de cutrez, pero un poco del regusto del buen comienzo.”, brutalmente sincero.

  3. Yo tuve un examen de indiaca, tanto práctico como teórico.

    Aún hoy la ropa deportiva lleva franjas a los lados. Lo que pasa es que abandonaron ese tejido (generalmente rosa, amarillo y verde fosforito) que parecía plástico.

    Por lo que cuentas, vuestro proyecto fue casi tan malo como lo que se deja ver en la tele de “Fama, a bailar”.

  4. La entrada genial, como siempre. Solo un apunte.

    Yo suspendía educación física. Era porque el profesor se creía que tenía una asignatura de verdad y por ello nos exigía estudiar no se que mierdas. Entonces claro, yo suspendía todo lo que no requería de práctica, ya fuera matemáticas, física y cosas así, por ello suspendí tambien educación física :(

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