Esta es la tercera entrega sobre Madrid. Tras haber criticado los bares de Madrid y las colas que se forman, ahora toca hablar de la gente de Madrid.
Triste y necesario es tener que puntualizar antes de comenzar. Cuando me refiero a “la gente de Madrid” no quiero indicar aquellos que llevan aquí viviendo toda su vida, ni los que son de tres generaciones, ni los españoles, ni los empadronados en Madrid. Me refiero a la gente que está hecha a la ciudad, que lo mismo lleva viviendo dos meses que diez años. Hay un momento en que formas parte de la ciudad, y lo que a continuación expreso es cómo saber si ese momento ya ha llegado.
Puede que sea una explicación de perogrullo. En cualquier caso, me quiero referir a un tipo de gente que abunda en Madrid. Afortunadamente, hay varios cientos de miles de excepciones. Y seguro que conoces a alguien que encaja con mi descripción.
Por qué no me gusta Madrid. La gente de Madrid.
El metro de Madrid, como ya se ha explicado, suele ir entre lleno o demasiado lleno. Sin embargo, hay situaciones en las que no es necesario empujar a los demás. Tropezar con alguien ocurre a diario, pero si alguien te empuja, no esperes que se disculpe. En general, nunca esperes que nadie se excuse por nada. Esta es quizás, la característica fundamental de la gente de Madrid.
Disculparse, con el paso del tiempo, se ha convertido en una forma de cortesía. En el pasado se hacía para evitar una agresión de la persona agraviada. Ahora parece que todo sobra. Nadie cede el asiento a las mujeres embarazadas, ni a las abuelas, ni a la gente con muletas. Algunos de estos colectivos que habría que cuidar, se comportan peor que el que no se levantó de la silla. Recriminan acerbamente a esa persona, por su falta de delicadeza. Aunque esta, agobiada por los insultos, se levante cediendo el asiento, las críticas continúan desde la silla. Me pregunto si a alguna de estas personas se le ha ocurrido alguna vez simplemente pedir que les dejen sentarse.
Así, la falta de educación es la norma. El camarero que no pone la tapa si no la pides, tampoco agradece la propina. El kiosquero no acepta un billete de diez euros y, si no compras habitualmente La Razón en su puesto, no te dará el regalo que viene cuando completas el último cupón. La gente deja a deber el último centimo cuando compra en el supermercado Día, no sin antes criticar la suciedad del lugar. El frutero te intenta dar el peor género y tú intentas pagarle de menos.
Todo el mundo es muy listo. Se aparca mal a sabiendas y si nos multan se clama al cielo, al tratarse de un lugar donde hemos estacionado cientos de veces sin que nunca nos hubieran multado. La multa se recurre. Y en el peor de los casos, ni se paga.
Se falsifica la declaración de la renta para que nuestro hijo pueda estudiar en el colegio que queremos. Se alquilan pisos sin contrato para que Hacienda no se quede con todo. El seguro del coche del hijo está a nombe del padre. Si el hijo tiene un accidente y hay problemas legales, la aseguradora es una desvergonzada. Esa despreocupación, generalizada en todo España, en Madrid sin embargo se realiza con prepotencia. Si nos descubren en nuestro burdo truco, culpamos al que nos destapa, porque en España vale todo. Las cartas al director, explicando la injusticia de nuestras faltas, son habituales.
La falsa inteligencia está por todas partes. Hemos obtenido un descuento en el precio del coche porque somos excelentes negociadores. Cuando vamos a algún sitio, conocemos un atajo. Allí donde estamos sabemos de un bar más barato que los demás. Compramos en el Carrefour porque es más económico y si nos convencen de que es no es así, compramos en Carrefour porque con el aparcamiento trae cuenta y si tampoco eso sirve, porque nos sale de los cojones.
Cuando este tipo de madrileños salen de esta ciudad, se encuentran con la incomprensión. Son los peores clientes posibles, con su chulería y falta de educación. Piden patatas bravas en Munich y se sorprenden de que un plato así no exista. Se bañan en la playa aunque haga mal tiempo y nadie más lo haga. Su forma de apurar las vacaciones, de esforzarse en disfrutar – que no es una forma de disfrute – a cada momento. El no sólo mirar el reloj sino también el calendario, hace que se les vea con un poco de pena.
Es culpa de todos y culpa de nadie. Si alguna vez crees que estás cerca de caer en una de estas situaciones, aporta tu grano de arena, esquivándola. No seas uno de estos madrileños.
¡Pues si no te gusta vete!
Todo lo que has comentado se entiende bastante mejor si partimos de que la mayoría de madrileños somos unos paletitos. Mucha universidad y tal pero somos paletos y borregos. Basta salir a la calle para verlo.
Por eso cuando alguien hace uso de la manida frase de “si vienes a Madrid, ya eres de Madrid” no puedo sino soltar una carcajada.
Y bueno, te ha faltado comentar algo sobre los taxistas (mi archienemigo mortal).
La verdad es que este tipo de actitud es muy española. Es el perfil de público que buscan empresas como Media Market y su horrible lema de “yo no soy tonto”. Luchamos compulsivamente por demostrar lo listos que somos y no dejamos pasar una para demostrar que “yo no soy tonto”.
Un buen ejemplo de esta actitud me la demostró un amigo. Resulta que por un error en el dentista le cobraron 3 € en vez de los 90 € que correspondían. Al preguntar que debía hacer, si decirlo o no, yo le dije “hombre, haz lo que te dicte la conciencia” y la respuesta fue “hombre, gilipollas no soy…” La verdad es que jamás le pregunté que hizo al final porque prefiero no saberlo.
Otro ejemplo, ya que estamos, es este caso. Un amigo que tiene una tienda me cuenta que una clienta se dejó un billete de lotería y se planteaba que hacer (mas bien, esperaba la aprobación general para quedaserlo). Pensaba que lo normal era quedárselo y si la señora preguntaba decir que no habían visto nada, yo le pregunté “¿si fuese un cepillo de dientes se lo quedarías?”, “si, se lo devolvería”. Entonces…”¿que hecho diferencial haría que te quedases con el billete?” La respuesta es clara, la avaricia y el “¿y si resulta premiado? Yo no soy tonto”.
Hombre, como tú mismo reconoces de todo hay en Madrid y te lo dice una chica “gordita” a la que le han cedido más de una y más de dos veces el asiento por “estar en estado de buena esperanza”, ¿Qué debo hacer? la 1ª vez le dije a una señora de unos 50 y tantos que me lo cedía que no estaba embarazada, simplemente estoy gorda. Pero las sucesivas veces una recuerda el bochorno pasado y se sienta y aprovecha la confusión…
Desde luego te doy la razón que cuando trabajaba de camarera en el pueblo y venían los “Madrileños” y “Valencianos” (fauna autóctona de mi pueblo pq encima son emigraos y se sienten todos más de sus ciudades que los que nacieron allí) perdonando vidas con ese aire de estar de vuelta de todo me ponía mala y daban ganas de ponerles el café con ceniza (pero nunca lo hice ¿eh? que soy muy profesional y aguanto el tirón), poca educación, pedantería y gilipollez supina a patadas entre ellos, pocos se salvaban de la quema…
En todas partes cuecen habas. Yo creo que no has descrito a los madrileños sino a los españoles en general (al fin y al cabo, como ciudad receptora de inmigración interna, Madrid es representativa de casi toda la nación).
Podremos tener muchas virtudes, pero también muchos defectos. Maleducados, sucios, pícaros, carentes de empatía, talibanes del “aquí el que no corre, vuela” y un largo etcétera.
Pues aquí de nuevo en el pueblo, el kiosquero resulta ser, (como leí en un chiste) kiOSCO, te sirve o responde de malas maneras y ojo con
“ojear” la prensa que expone, y si la hojeas, no te digo la que te puedes encontrar, eso un quiOSCO, bastante OSCO.
Pues ese no es el Madrid que yo conozco. Tal vez sea debido a que soy valenciano y aquí, en general, hay mucha menos educación y preparación.
A mí me encanta la gente de Madrid, pero cuando digo “de Madrid” me refiero a los madrileños de verdad, o a los españoles que al menos llevan una generación allí. No hablo de los extranjeros que rondan por donde menos los esperas, como unos rumanos que hace un par de meses encontré en la Plaza Neptuno metiendo follón con unas trompetas que casi te dejaban sordo (no me fijé si traían cabra) y otro, descalzo y sidoso, exigiendo limosna a la gente. O un grupito de moros apostados en el Paseo del Prado, acometiendo verbalmente en algarabía a las jóvenes que confiadas pasaban por la misma acera.
Eso sí que me parece inadmisible. Me acordé de aquellos mamelucos que trajeron los franceses hace 200 años para que Goya les hiciera un retrato y para chulearnos un poco.
Sin perjuicio de admitir que el español medio es un vivales, dejando de lado las diferencias regionales que pueda haber , me parece muy lógico que un madrileño compre donde mejor le traten y mejor precio le ofrecen ¿que hay de malo en eso? Es un principio básico.
Se me olvidaba. Yo vivo en un sitio turístico de Valencia, donde los turistas madrileños se concentran en algunas zonas concretas. Pues bien, da gusto ir a comprar a los supermercados de esas zonas: el género es de mejor calidad, sobre todo la fruta. A lo mejor es debido a que, como dices, son más exigentes y peleones que nosotros pero los fruteros de aquí han tenido que plegarse a sus exigencias y ofrecerles lo mejor. De esta forma salimos ganando todos.
Aunque los valencianos vivamos un poco de espaldas a la Meseta, Madrid es un poco de todos.