La obsesión española por su propia Guerra Civil, aunque perfectamente comprensible, nos aleja del conocimiento de otras batallas interesantes que no nos afectaron en nada. Por cada libro que se ha escrito en España sobre alguna guerra se han escrito diez sobre la Guerra Civil española.
Nos resulta especialmente ridícula la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Los americanos y sus celebraciones con bandera, pavo, escopeta y desfiles con majorettes.
Pero no sería aventurado indicar que aquella fue posiblemente la Guerra más interesante de la Historia de la Humanidad.
Han existido muchas guerras colosales, algunas de estrategia ajedrecística, victorias pírricas y auténticas masacres. Enormes revanchas y victorias sorprendentes. Pero la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos es de una complejidad y sutilezas sin parangón.
Podría habérsela calificado de Guerra Mundial, por cuanto combatieron americanos, ingleses, franceses, españoles y alemanes. Se luchó en Estados Unidos y Canadá, pero también en Centroamérica, Europa y hasta la India. Aunque muchos lo desconozcan, España recuperó Menorca en la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos. Y no fue capaz de conseguir lo mismo con Gibraltar.
Un aspecto interesante de la Guerra es su propio nombre. En el mundo entero se la conoce como la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos. Sin embargo los americanos rechazan ese nombre. Para ellos es la Guerra de la Revolución Americana (American Revolutionary War).
Esta distinción semántica habla mucho sobre el propio sentido que ese país da al conflicto. Para ellos no fue tanto una Guerra contra los ingleses, sino una especie de Guerra Civil, entre americanos a favor de la independencia y americanos a favor del gobierno británico. En Gran Bretaña sin embargo lo tienen claro: fue una Guerra de Independencia con todas las letras.
Y es que en esta Guerra falta hasta consenso sobre quién era el enemigo. Los independentistas americanos veían a los ingleses como aliados de sus rivales, mientras que los ingleses se entendían a sí mismos como el enemigo.
La definición de Guerra de la Revolución Americana es quizás la más exacta. Los ingleses sabían desde el día uno de la batalla que necesitaban de apoyos en el país, o estarían acabados. Y la verdad es que tenían grandes sectores de la población a su favor. Pero su grupo era demasiado heterogéneo.
De un lado, los americanos leales. Pero también los indios americanos. Para ellos era lógico: mejor ser una colonia de un país invasor a que un nuevo país se forme en tu territorio. Mejor una especie de Afganistán antes que un Israel. La mayoría de los esclavos lucharon del lado de Inglaterra. Con la eterna promesa de la libertad. Eso sí, una promesa con la boca pequeña si no se quería perder el favor de los americanos afines al régimen. Porque a estos americanos se les prometerían grandes tierras que necesitarían de mano de obra esclava. Con los indios ocurría algo parecido. Ofrecerles algo a ellos era quitárselo a los americanos leales y además provocar recelos.
Para complicar aún más la situación, los ingleses contrataron algunos regimientos de mercenarios alemanes. Algo que hizo poca gracia a los americanos. No sin motivo pues luego muchos de esos alemanes se acabaron quedando en el país.
La guerra, al margen de las numerosas batallas, tuvo una gran vertiente psicológica. Convertir a los pro-británicos en nacionalistas y a los nacionalistas en conservadores seguidores del Rey. Murió poca gente en comparación con cualquier guerra tan larga, pero cada batalla a favor de un bando u otro significaba ganar o perder seguidores a la causa.
Tras convencerse de que una victoria inmediata sería imposible, los ingleses, bajo recomendación del rey Jorge III, aplicaron una táctica a la iraquí:
Jamás reconocer la independencia de los Estados Unidos y castigar su contumacia mediante una guerra indefinida, que parezca eterna. Castigar a los americanos destruyendo el comercio marítimo, bombardeando sus puertos; asaltando y quemando las ciudades costeras y dando libertad a los indios americanos para atacar a los civiles en las poblaciones fronterizas. Así la población se volverá adepta a la causa británica. El Congreso se dividirá. Los rebeldes estarán en un permanente estado de preocupación, ansiedad y pobreza, hasta el día en que, de forma natural e inevitable, el descontento se convertirá en penitencia y remordimiento. Y rezarán por volver a la situación anterior, gobernados por nosotros.
No funcionó.