De nuevo Alex Ross en un artículo muy interesante sobre la cantante afroamericana (negra) Marian Andersson.
Normalmente pensamos sobre el racismo existente en Estados Unidos, o en otros lugares, como algo horrible que apartaba por completo a los que lo sufrían de la felicidad y la prosperidad.
La historia de la cantante Marian Andersson, que pasó un verdadero calvario para conseguir desarrollar una carrera musical, demuestra que no siempre fue así. En su caso, lo extraordinario de su voz fue motivo suficiente como para brillar, aún a pesar de sufrir numerosas dificultades y desprecios continuos.
Por un lado se hizo millonaria dando conciertos por todos los Estados Unidos y Europa. Pero seguía siendo una “ciudada de segunda categoría”. Quizás el caso más llamativo fue su paso por Princeton, en New Jersey. La cantante viajaría para dar un concierto, cuyas entradas estarían agotadas desde hacía semanas y por el que Marian Andersson cobraría una fortuna. El público sería en su inmensa mayoría blanco y disfrutaría extraordinariamente con su música.
Pero al mismo tiempo, cuando fue a registrarse a un hotel donde pasar la noche, en la recepción no tuvieron reparos en rechazarla y decirle que no tenían habitaciones para ella.
Ese doble rasero fue quizás lo más duro y lo que permitió que el racismo se prolongara durante tantos años. En muchos aspectos, los negros vivían de forma absolutamente normal. Alcanzaban reconocimiento, prestigio. Pero en otros, a veces más sencillos, eran ninguneados. Cuentan que ante la imposibilidad de encontrar un hotel donde dormir, Marian Andersson no tuvo otra que quedarse a dormir en casa de Albert Einstein.
La otra “anécdota” que muestra la ironía de la situación fue uno más de sus viajes en las giras de conciertos. Viajaba por Alabama con el pianista alemán Franz Rupp, mientras en Europa se combatía en la Segunda Guerra Mundial.
Marian Andersson tuvo que quedarse fuera, en los andenes, soportando el frío, esperando a que su acompañante pudiera traerle un sándwich de la cafetería. En la sala de espera, a la que la cantante negra no tenía acceso por su color, se encontraban guarecidos unos cuantos prisioneros de guerra alemanes.
Pero desde luego, la mayor muestra del sinsentido es la que se detalla en el artículo de Ross, cuando la cantante recibió el rechazo de las Daughters of the American Revolution que no le permitieron actuar en Constitution Hall, la mayor sala de conciertos de Washington. Y Roosevelt, el Presidente de los Estados Unidos, enfadadísimo, le permitió cantar desde el Monumento a Lincoln.
Es como si no te dejaran entrar en la piscina de bolas del Ikea y como represalia decidieran reservar para ti solo el Disney World.
Un video en Youtube de ese concierto histórico.
Rossvelt enfadadísimo, qué bueno.