A lo largo de mi vida me he tropezado con tantas guías de viajes, ya sea de destinos que he visitado como de lugares que al final no pudieron ser, que creo poder hablar sobre ellas con algo de conocimiento.
Qué duda cabe que aún hoy en día con la existencia de Internet su utilidad sigue siendo manifiesta. Y es que los portales sobre turismo, ya sean colaborativos o mediante supuestas redes sociales, son bastante lamentables, salvo Tripadvisor en las valoraciones de hoteles.
Pero las guías hay veces que te hacen desear la muerte a fuego lento de los editores. Pues igual que ayudan en muchas situaciones, en otras te echan una mano al cuello. Algunos de los peores vicios que les he encontrado son los siguientes:
- El lugar inexistente
- La valoración vacía de contenido
- El rollo guay
- La guía al peso
- El viajero cutre
- Los mapas
- Cada sitio tiene su encanto
- La recomendación de restaurantes
Un problema cada vez menos común pero no exento de riesgo es cuando una guía de viajes te recomienda un sitio ¡Que ya no existe! Cuando de lo que te habla es de un hotel y tienes pensado plantarte allí sin reserva, el daño que puede hacerte esa pequeña omisión es tremendo.
Esto sucede sobre todo porque muchas guías se actualizan sólo en algunos apartados. Puedes ver que la guía está actualizada a 2010 pero una lectura detallada te lleva a observar que sólo un porcentaje muy pequeño del libro está actualizado a esa fecha. Hay auténticas zonas tenebrosas que se copian tal cual edición tras edición. Si vas con una guía anticuada sabes lo que puedes encontrate, pero si se supone que es más moderna te expones a toparte de bruces con uno de esos lugares que no existen.
También es negativo cuando hay lugares que existen y que no te indican. Esto es especialmente molesto en lo que a estaciones de metro se refiere pues a veces te dan rutas para ir a un sitio o puntos de referencia que están totalmente obsoletos. Puede haber una parada de metro que se llame Museo de la Ciencia pero la guía te dice que para ir al museo de la Ciencia lo mejor es el autobús.
En una guía hay que resumir toda una ciudad, o incluso un país entero, en pocos párrafos. Esto obliga a ser muy concretos en lo que se dice, no se puede escribir palabrería de relleno. Un fallo que pone de los nervios es cuando se da una lista de sitios recomendados y de uno de ellos se da un juicio vago, sin llegar a precisar si es bueno o regular. Si se muestran restaurantes de una ciudad: indicar los mejores, los que siendo baratos sean buenos y punto. No se puede incluir un sitio que diga “La ubicación es bastante buena, salvo cuando haga mucho sol. Pero la comida y el servicio son muy mejorables.” Se supone que has visitado 100 restaurantes y te has quedado con los 5 ó 10 mejores. No necesito que me pongas ni uno sólo de los malos.
Sobre todo en la guía Lonely Planet, pero también en muchas otras, se trata de identificar al lector con un tipo humano que normalmente no coincide con el ciudadano medio. No entiendo por qué se asocia con una persona independiente, ecologista, solidaria, deportista y gay. Luego viajas y te encuentras a los de siempre: familias con niños, tripones, alcoholizables, fiesteros, incultos y desenfadados. Vamos, gente promedio.
Cuando se mencionan idioteces como lo de las emisiones de CO2 en un libro de viajes, la autocensura se echa en falta. Luego la guía te muestra una serie de planes genéricos y otros adaptados a esos tipos humanos tan urbanos y modernos. Pero muchos de esos planes no te sirven para nada, ni a ti ni a nadie porque las personas que leen la guía suelen ser como he dicho antes de lo más normal. Y como antes te encuentras con un tomaco tremendo, molesto de llevar porque a alguien se le ocurrió incluir un apartado en cada pueblo que se llama “turismo solidario”.
Si un destino es “de turismo sexual” y otro un “paraíso de las compras piratas” o un tercero famoso por sus tatuajes no importa si a ti no te gustan los tatuajes o eres célibe o no te causa rechazo el pirateo. Tienes la obligación de contar lo que la gente espera oír, censurando sólo lo que sea claramente ilegal. Pero hablar de unas islas donde todo el mundo encuentra pareja pero no mencionar esos sitios por cuestiones personales del editor es un tanto ridículo.
Se nota que en las guías de viaje se ha entrado en una tendencia irracional en la que el libro más grueso es el mejor. Y esto provoca que se rellenen las guías con más y más información, normalmente inútil. Algunas incluso tienen tipografías inusitadamente grandes para que el libro ocupe muchas páginas. La sección de “notas” del final donde hay varias páginas en blanco creo que no para de crecer, cualquier día te la entregan con un cuaderno de canutillo adosado.
Sucede un poco como con las cuchillas de afeitar, que ni el fabricante ni el usuario quieren ver crecer esa loca espiral de más y más cuchillas pero la situación se ha asentado y no hay quien rompa el equilibrio. Uno tiene tendencia a descartar libros muy breves y las editoriales rellenan que da gusto.
La realidad es que la guía suele ir siempre en la mochila o el bolso y si pesa y abulta es una gran molestia. Una guía de viajes que fuera como un cuaderno con anillas, en la que puedas sacar las páginas correspondientes al sitio que vas a visitar podría arrasar. El problema es que también sería mucho más fácil de escanear y de piratear o compartir por Internet.
Especialmente la guía Lonely Planet destaca por su idea, que llevan hasta lo patológico, de ahorrar lo más posible. Pero también otras siguen esta tendencia de mostrar opciones siempre muy baratas. Que pueden tener algún sentido en ciudades caras, como Moscú u Oslo. Pero que pierden todo sentido en destinos como Egipto o Vietnam.
Resulta hilarante, si no fuera porque no te ofrecen alternativa posible, cuando te narran el desplazamiento para ir desde A a B empleando tres autobuses locales de horarios impredecibles cuando en la cuarta parte del tiempo y por sólo el doble de dinero, y aún una cantidad irrisoria, puedes desplazarte en taxi. O cuando te recomiendan lugares locales donde dormir muy baratos pero que no tienen baño, ni siquiera compartido.
Creo que falta un poco de sentido común en ese tipo de sugerencias. Entender que si en España uno puede permitirse un cuatro estrellas y en Egipto, por un poco menos se va a uno de cinco, pues que no hay ni que mencionar los lugares de tres estrellas.
También hay un error equivalente cuando se muestran opciones “de lujo” en que se muestran, a veces sin mayor investigación, los lugares más caros dentro de un destino barato. Cuando el lugar de destino es de muy bajo poder adquisitivo los sitios elegantes, que uno puede permitirse, no se seleccionan sino que se muestran por orden de precio. Y las mismas descripciones no dan apenas detalles del lugar, sólo que es caro o más caro que el otro.
Los mapas que muestran las guías suelen ser pésimos.
Quizás el peor defecto de todos es el que indica Miguel en los comentarios: cuando todo se pinta de color de rosa pero no se entra en valoraciones, en dar preferencias. España está llena de ciudades interesantes pero si sólo tienes un día, entonces visita Madrid. Y si vas a ver dos ciudades, Madrid y Barcelona. Y para tres incluye Sevilla. Pero no, las guías dan un montón de atractivos de cada ciudad y te toca a ti decidir qué es lo que te conviene. Y constantemente hay que seleccionar y descartar lugares por falta de tiempo.
En eso las guías de Lonely Planet han avanzado un poco pues sugieren visitas para itinerarios de dos o tres días. Pero aunque se atreven a sugerir lugares donde comer y dormir no he visto ni una sola guía que valore los atractivos de las atracciones, que se atreva a dar un 8 a la Sagrada Familia y un 7,5 al Parque Güell. Los dos son excelentes, tu verás el que ves.
Un problema común que encuentro es que las sugerencias de sitios donde comer o tomar una copa no siempre tienen lógica con la vida normal de un turista, de agenda especialmente apretada. Cientos de veces uno visita un museo, un parque o una iglesia y sale de allí a la hora de la comida. Luego mira los posibles sitios donde ir a comer que te dice la guía y no hay ninguno cerca. Al final uno acaba escogiendo al azar y sólo usa las recomendaciones de dónde comer en lugares muy pequeños o cuando se quiere dar uno un capricho y planifica la visita al restaurante como una excursión más.
Este problema tampoco está resuelto con las páginas de Internet que te dan listados extensos de restaurantes próximos pero sin valorar o sin descartar. Te toca leer opiniones como un loco e intentar decidir.
Seguro que vosotros tenéis algo más de que quejaros. Podéis hacerlo en los comentarios.