Despedida de soltera

Sin preocuparnos por el origen, el fin de toda despedida de soltero o soltera es dispensar al homenajeado con su última oportunidad de disfrutar de los placeres de la soltería.
La última fiesta con los amigos, sin salida rollo-parejitas, sin preocuparse por nada más que por pasarlo bien.
Si uno lo piensa un poco en toda despedida de soltera el objetivo es que la futura novia tenga un día inolvidable. Se tratan de conjuntar todos los placeres: el sexual con un macho de los que no se encuentran habitualmente o de los que no sirven para casarse con ellos. La comida con una cena sin recortes de presupuesto. La bebida y las drogas sin ningún tipo de moderación. Las bromas, la constante diversión, el llamar la atención.

Pero luego cuando uno ve las despedidas de soltero de los demás no siente envidia por el novio. Porque suele ir hecho un adefesio, casi disfrazado. Porque lleva un pedo que no distingue el día de la noche. Porque acaba vomitando. Porque las strippers no son prostitutas de lujo sino putas que saben bailar.
Las bromas son de pésimo gusto. La mayoría consiste en dejar en ridículo al novio. Las clásicas historias de “lo subimos a un autobús que iba al Ferrol sin dinero y al día siguiente tenía la boda” evocan una épica. Las novias van con sombreros con forma de pene. O el novio vestido de bailarina de ballet.
Por supuesto no todas las despedidas de soltero y soltera son asín. Pero sí la mayoría. Si lo pensamos, el punto es ese: suele haber un organizador que decide lo que se hace, que pega los telefonazos y hace las reservas. Y a esa persona se le ocurre que divertido es ir con un tutú. O todos vestidos del Barcelona saliendo por la zona de Bernabeu. O con una camiseta con la foto del novio. Cierto es que mi sentido del humor es pésimo pero me imagino que se podría hilar más fino, tener más gusto.
Hay diferentes tipos de comedia pero la que se practica en las despedidas de soltera son del tipo de Benny Hill, de darle palmaditas en la cabeza a un abuelete calvo, de tirarle un cubo de pintura a un pobre desgraciado, del humor ridículo. No se buscan situaciones divertidas, se opta por la brocha gorda. Parece como si en un día que debería ser “inolvidable, el último antes del infierno, el mejor de tu vida” cualquier forma de humor sutil no fuera permitida.
Con el alcohol lo mismo. Podría tomarse uno un vino de los de a 300 euros la botella, y luego emborracharse de vodka Rachmaninoff si se desea, para que con el tiempo uno diga “joder aquella botella que nos apretamos en mi despedida” y no “resacas muchas pero como aquella de mi despedida ninguna”.
Con el sexo no discuto, sólo que debería haber mayor generosidad. El boy que no se escoja por lo barato. Mejor contratar a una buena prostituta que a tres bailarinas de pronóstico reservado. Pero en esto se suele pensar más egoístamente. La organizadora quiere su parte del refregón y el padrino también tiene manos para tocar. El novio es una excusa perfecta para que los amigos puedan guarrear con eximente.
Nuestra idea de lo idílico, nuestros sueños, son de papel de estraza. Por eso a los que les toca la lotería les espera la ruina. Porque lo que entendemos por felicidad se compone de cartón piedra, de brusquedades, de salidas incontroladas de lo cotidiano.
Quizás las despedidas de soltera debieran servir para arropar a la novia. Para recordarle que la vida de soltera es maravillosa. Que si algún día se divorcia – como casi todo el mundo – le esperan unas buenas amigas, una vida llena de cosas bellas. No borracheras, penurias, sexo de pago y resaca.