Desde siempre me ha fascinado la actitud de la gente hacia las votaciones. La mezcla de emociones y absoluta irracionalidad con la que la mayoría de la gente decide su voto.
Por un lado están esas personas que se niegan a decirte lo que han votado. Para ellos, el concepto de que el voto es secreto es un pilar que sostiene su imagen del mundo. El hecho de no decir lo que votan es, la más de las veces, simplemente porque sienten algo de ridículo en la opción elegida.
Eso nos lleva a otro grupo singular: los que no votan, porque son incapaces de elegir. Saben que todas las opciones son pésimas y que no importa quien elijas, siempre será una opción de la que sentirse avergonzado a corto o medio plazo.
En esta caso estamos ante una actitud chirriante: pensar que hay que votar a un buen partido. Se habla de la Democracia en grandes términos para la realidad es que no es más que un restaurante de kebab donde te dan la opción de elegir. No importa lo que escojas, todas las opciones son una basura. Veo que muchas de esas personas entran al restaurante con pretensiones de Adrià y se encuentran con un menú carcelario. La realidad es que, te guste o no, tienes que comer algo.
Lo triste es ver que ciertos gobiernos autoritarios funcionan mejor que algunas democracias. Como en los restaurantes de premio en que no hay carta, te sientas, te sirven lo que les de la gana, y aún así sales por la puerta borracho y extasiado.
Mi opinión es que no puedes creer que la Democracia es el mejor de los sistemas posibles, o el menos malo, y que luego haya unas elecciones y te comportes como una nenaza incapaz de elegir entre partidos de pacotilla.
Hay tres opciones de votar que me parecen totalmente respetables. En primer lugar, aquellos que siempre votan al mismo partido. Lo han hecho desde que se instauró la Democracia e insisten en él, hasta la muerte. Nada les importa los escándalos, los resultados de años anteriores, lo que prometan. Ellos van a seguir votándoles hasta el fin de sus días. Es una aproximación apasionada que roza el fanatismo deportivo. Afrontan la idea de que la Democracia es una elección con la actitud de que esa decisión solo se tiene que tomar una vez en la vida.
Luego están los que votan partidos que saben que son intrascendentes. Es una vía de escape lúdica, ante la incapacidad de elegir una opción que les repulsa, elijen alguna que les parece divertida. La papeleta en blanco, el voto nulo, el partido con nombre grotesco, los anti algo. La idea es expresar con un voto irrelevante que uno no se doblega a elegir entre blanco o negro.
Finalmente están los que tratan de realizar una decisión racional, sopesando programas, comentarios y el discurso de los políticos. Es de una inocencia infantil pero idealista. Son los que luego se sienten decepcionados cuando los políticos reculan, ignoran o tergiversan las opiniones inicialmente manifiestas. Pero hay gente que una y otra vez se deja llevar por un optimismo de que esta vez, tal vez, sí que hagan lo que dijeron. Una y otra vez. Escuchando mítines y debates.
Vaya por delante que considero que el gobierno en funciones y en minoría del Partido Popular en estos seis meses ha sido probablemente el mejor gobierno que ha tenido España en la Historia de la Democracia (repugnante locución repetida hasta la nausea). Un gobierno por inercia donde apenas se pueden tomar decisiones importantes y en que cualquier traspiés puede significar un futuro descalabro electoral.
En un giro kafkiano, el Partido Popular ha tenido que silenciar los logros obtenidos durante ese periodo, donde más ha bajado el desempleo en España: son mejores gobernantes en funciones que en la realidad.
Aunque soy de derechas, en estas elecciones votaré a Podemos. Con ello, por un lado, habré votado a todos los partidos no grotescos que han existido en España en los últimos años, al menos una vez.
El discurso de Podemos, sus propuestas económicas y sociales, muchos de sus políticos, me parecen una auténtica basura. ¿Por qué les voy a votar entonces?
En primer lugar porque creo que una persona tiene que votar siempre. Ser capaz de equivocarse, saber elegir entre opciones que no te gustan.
Por otro lado, hay que votar sabiendo que los políticos mienten en sus propuestas. En este caso voto a Podemos esperando que no cumplan casi nada de lo que prometen.
Como soy incapaz de votar al mismo partido siempre – me gusta estar equivocado, me gusta tener una opinión y poder replanteármela cada pocos años – y como pienso que votar a un partido que no va a salir es casi como no votar, no me queda más que hacer una elección estratégica.
Volviendo al ejemplo del restaurante de kebab, en el menú sólo hay tres opciones. Las otras dos opciones ya las probé en el pasado y al día siguiente tuve gastroenteritis. Prefiero un plato con una mala foto, pésimo nombre y sobreprecio antes que algo que ya me hizo enfermar.
Si luego el país empeora, la economía se va al sumidero, no será culpa mía. Otro aspecto pernicioso de la Democracia es pensar que porque hayas votado a un partido ya estás apoyando todas sus medidas. Votaré a ese partido que tan poco me gusta porque los otros han creado un país corrupto, en blanco y negro, de puertas giratorias y comisiones al 5%. Cualquier otro partido, ya prometa instaurar la pena de muerte, la prohibición del alcohol, volver al Comunismo o al Feudalismo, me vale.