Shackleton, Scott y Amundsen

Quizás la historia más fascinante de la Humanidad es la que trata sobre el descubrimiento del Polo Sur. Cualquier esfuerzo de sintetizarla en pocas palabras tropezará contra el fantástico precedente que supone la narración del austriaco Stefan Sweig, publicada en español por la editorial “El acantilado” bajo el título de “Momentos estelares de la humanidad”.
Como toda la obra de Sweig es monumental. Este libro, narra de forma resumida diversos acontecimientos históricos que, en cierto modo, se decidieron en un segundo. Como cuando Napoleón perdió la batalla de Waterloo porque uno de sus oficiales no decidió contravenir las órdenes que él mismo le había dictado. O cómo se perdió Constantinopla a manos de los turcos por un despiste increíble. Una obra que hay que leer, sin más.
Y es que nunca antes hubo un encuentro entre dos personalidades tan contrapuestas como la del noruego Amundsen y la del inglés Scott. Los hechos sucedieron, más o menos, del siguiente modo:
Los ingleses, sin nada más que descubrir, estaban pateando el único lugar virgen que quedaba en la Tierra: la Antártida. Habían mandado varias expediciones al polo Sur, para realizar labores científicas y llegar tan cerca del Polo Sur como fuera posible. Capitaneadas por Ernest Shackleton, llegaron más cerca del polo de lo que ningún hombre antes había estado. En su segundo viaje quedaron a tan sólo 180 kilómetros del polo Sur, pero con toda la sangre fría del mundo decidieron volver al campamento, sin ir más lejos, tras sopesar las posibilidades de éxito. Mejor un burro vivo, que un león muerto, diría después el propio Shackleton.


En un viaje posterior, tratando de llegar más cerca, Shackleton usó de un rompehielos que, quedó atrapado en medio del hielo sin poder continuar moviéndose. Hoy en día se sabe que con la profundidad que tiene el hielo de la Antártida en según que zonas aquello que pretendían era una quimera. Viajes como el suyo sirvieron para demostrarlo.
Las labores de rescate van más allá de lo que la mente humana pueda idear. Un equipo se marchó en busca de ayuda. Shackleton se quedó con sus hombres. Supongo que aquellos dijeron algo así como “ahora venimos”. El caso es que tardaron 22 meses en volver. Casi dos años. Pero volvieron. No murió ni uno sólo de los hombres de Shackleton. Eso si que es liderazgo y no las estupideces que enseñan en los MBA. Su Odisea también ha sido narrada con mucho éxito. Él mismo escribió algo al respecto y ahora hay alguna versión novelada al respecto (Atrapados en el hielo).
Aunque admirados de su proeza de los burros vivos, las autoridades tuvieron reparos en permitirle dirigir una nueva expedición. Los barcos eran caros. La siguiente, la dirigiría Scott. E iría a por el polo Sur, no sin antes recoger algunas piedrecillas, muestras para los científicos de la vida en la Antártida y de cómo es la vida a esas temperaturas. Era una época con menos prisas. Se fueron, se lo tomaron con tranquilidad, sabían que tenían para muchos meses y sólo se podía intentar algo así en el “verano” de la Antártida.
Por otro lado, el noruego Amundsen había fletado una expedición para el descubrir el polo Norte. En una preparación muy peliculera, había pasado meses con los pueblos esquimales, conociendo su forma de adaptarse al frío. Había adoptado sus hábitos alimenticios, sus eficientes vestidos, aprendido a tratar con los salvajes perros que tan bien se adaptan a la nieve pero que tan mal llevan el tener que tirar de un trineo. Cuando todo estaba listo, cogió el barco de cabeza y se lanzó hacia el polo Norte. A mitad de camino se enteró de la triste noticia: otro lo había descubierto ya. Supongo que no sería algo instantáneo, pero se sobrepuso a semejante golpe y, casi sin dudarlo, cambió de rumbo: “Chicos, nos vamos al polo Sur”.
Sus marineros estuvieron de acuerdo. No avisaron mucho, para evitar posibles quejas de los patrocinadores – los barcos eran caros – y se plantaron en la Antártida.
Si aún hoy el servicio de Correos no es todo lo eficiente que pudiera imaginarse, en aquella época, y en lugares tan poco turísticos como la Antártida, era aún más complicado recibir una noticia. A Scott le avisaron: Amundsen va camino del polo Sur.
Como a buen inglés que era, aquello le pareció que no era fair play. Él había sido el primero en tener la idea. Tenía derecho a su oportunidad. No era cuestión de reclamarle a la vuelta, había que conseguir la gloria, para la Corona Británica.
Esa carrera es, en sí, de una épica que habría hecho que Homero considerara la Odisea como un cuento para niños. De nuevo recomiendo la lectura de la narración de Sweig, suprema.
Amundsen llegó primero. En realidad, llegó con una sorprendente facilidad. Tal, que la narración de su conquista carece de interés. Nadie ha escrito sobre ella, o al menos nadie ha escrito nada que merezca la pena. Estuvo tan preparado, que le resultó sencillo. Llegó, puso la banderita y se fue, fin de la historia.
La historia de Scott, sin embargo, pasó a la Historia como la más grande lucha jamás entablada de un hombre consigo mismo. La mala suerte se cebó con Scott, sufrió las tormentas de nieve más fuertes que se registraron en la Antártida en décadas. Perdieron en la nieve un aprovisionamiento que necesitaban tanto como la vida, por un error de cálculo de pocos metros. Llegaron al polo Sur, tras indecibles penalidades. Y allí, encontraron la ridícula bandera noruega.
Junto a la bandera había una carta. Quizás sea esa carta el objeto más dramático que existe. Esa carta, escrita por Amundsen, explicaba que por favor, si alguien la encontraba, la recogiera para demostrar que él había conquistado el polo Sur. Como ejemplo de fair play, Scott la llevó consigo. Y es que Amundsen podía haber mentido, exagerado o incluso haberse confundido y llegar a su país como un héroe. Confirmar su hazaña no era trivial, sólo el derrotado Scott pudo hacerlo.
El viaje de vuelta fue una pesadilla. Todo lo que podía ir mal, fue mal. Con la moral por los suelos, Scott luchó contra lo imposible, hasta el último momento, perdiendo uno tras otro a cada uno de los hombres de su limitado equipo selecto, los cinco hombres que había elegido para que le acompañaran hasta el polo Sur (los demás tuvieron que quedarse en campamentos intermedios).
Histórica es la frase que pronunció Oates, que estando herido, y sabiendo que estaba dificultando la supervivencia de sus compañeros, salió de la tienda y dijo las memorables palabras: “Voy a salir un rato y puede que tarde en volver”, dejándose morir por sus compañeros.
Scott fue narrando esta tragedia, en su diario, en el que a pesar de su fuerza de voluntad, poco a poco va desgarrándose su confianza, hasta las páginas finales, escritas en el último campamento, en que trataron de morir con algo de dignidad. Ahí escribió diversas cartas de un dramatismo supremo. Quedaría la frase de su diario, suprema de que.

Si hubiéramos sobrevivido habría podido contar la historia, del valor, la resistencia y el coraje de mis compañeros, una historia que habría conmovido el corazón de cada inglés.

(‘Had we lived I should have had a tale to tell of the hardihood, endurance and courage of my companions which would have stirred the heart of every Englishman’).
Serían los miembros del equipo de soporte de Scott los que, tras amainar el horrible temporal que aquellos hombres tuvieron que sufrir, acudieron en su ayuda, sólo para encontrar los cadáveres de Scott y sus hombres. Y con ellos, el diario de Scott.
Ese diario viajó a Inglaterra. Y lo que ese hombre sufrió en el hielo fue contado en los periódicos. Efectivamente, pudo narrar una historia que removió las entrañas de cada ciudadano de la Corona Británica. Aquello adquirió una magnitud que nadie pudo imaginar. De la noche a la mañana se convirtió en el mayor héroe de la historia inglesa, sólo tras Horacio Nelson que consiguió vencer al invencible Napoleón. En cualquier caso el mayor héroe del siglo XX. La conquista del polo Sur pasó a segundo plano. De hecho, es infinitamente más famoso y admirado que Amundsen. Hasta recientemente siempre me quedaba la duda de quién conquistó el polo. Y es que el nombre del inglés, asignado a la épica, no puede ser asociado con el del perdedor. Pero así fue.
La deificación de Scott duró muchos años. Apsley Cherry-Garrard, miembro del equipo de rescate, publicó “The Worst Journey in the World”(El peor viaje del mundo), en 1922, un superventas aún hoy en día, no en vano está considerado el mejor libro de viajes de la historia.
La leyenda sólo podía hacerse más y más grande. Sin embargo el tiempo hace justicia, o no, ante todos. Hoy en día, sin tratar de empañar la fortaleza humana de Scott, su calidad como líder queda en entredicho. Cometió demasiados errores que no se perdonan. Era otra forma de trabajar, en que se valoraba más el esfuerzo, fuera este útil o no, que la preparación. Como en las empresas actuales, mejor quedarse hasta las 10 de la noche sin dar un palo al agua que dejarse el pellejo y salir pitando a las 6 de la tarde. Se cuestiona sus dotes de mando, sus decisiones desacertadas (como llevar demasiado equipo, demasiados hombres, vestuario inadecuado, ponys en vez de perros, que se demostraron muy inferiores, y el no saber valorar el peligro que corrían sus hombres, como sí que supo hacer Shackleton, entre otros muchos detalles. En realidad, si quitamos el hielo y los muertos, su ejemplo es de una absoluta incapacidad para la dirección. Todo ello está magistralmente narrado en el artículo de la Wikipedia (inglés).
Al final queda un sabor agridulce. En los tiempos modernos, Penélope se habría divorciado de Ulises, por abandono del hogar. Filípides habría avisado de la victoria de Maratón un par de días después (bueno, ni siquiera fue Filípides). Aún ni siquiera los hombres habríamos conseguido el fuego de Prometeo. Es bello un mundo con gente como Scott.
Artículos de la Wikipedia::

♦ Roal Amundsen
♦ Ernest Shackleton
♦ Robert Falcon Scott

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