Frederick Law Olmsted fue el principal arquitecto paisajista de la historia de Estados Unidos. Su obra magna es Central Park, en Nueva York.
Su amarga queja, en una carta al arquitecto Henry Van Brunt, sobre las exigencias a su denostada profesión bien recuerdan a los sufridos programadores informáticos que tienen que contar una flexibilidad a veces imposible:
Supón que has recibido un encargo de construir un teatro de ópera muy grande; y que poco antes de que la obra esté terminada y tu esquema para decorarlo completamente diseñado te indican que el edificio será usado los domingos como Templo Bautista y que ese espacio hay que acondicionarlo para incluir un gran órgano, un púlpito y una pila bautismal. Luego, a intervalos regulares, te van indicando que hay que readaptarlo y decorarlo convenientemente para que partes del edificio sean usadas como juzgados, cárcel, sala de conciertos, hotel, pista de patinaje, clínicas médicas, lugar de un circo, espectáculos caninos, taller, salón de baile, estación de tren y campo de tiro. Eso, es lo que casi siempre ocurre con los parques públicos. Disculpa si me pongo muy pesado; es algo que me produce ira crónica.
Fuente: The Devil and the White City, de Erik Larson.
Es comprensible, eso hace la gente que no escribe sus planes
Por lo menos tranquiliza saber que los problemas de los arquitectos eran los mismos que en la actualidad