Todo el mundo ha visto cientos de mítines por televisión. Por las imágenes siempre se percibe un ambiente ficticio: jóvenes y milfs que aparecen detrás del candidato para dar una aire de prosperidad y triunfo. Euforia y aplausos ante cualquier frase, por predecible que sea. Banderitas y un público inquietantemente uniforme.
Así, por las pasadas elecciones, decidí que asistiría a algún mitin. Mi preferencia natural era el Partido Popular. Siempre me parecieron sus campañas políticas las más impostadas, con un aire de figurantes entre las personas que asisten de público. Izquierda Unida era el partido que menos interesante me resultaba, no tanto por afinidad política, sino porque siempre ha sido un partido pobre, que no llena estadios, con gente muy heterogénea. Me interesaba vivir la experiencia, y en este caso el Partido Popular era garantía de carnaza de primera calidad.
Mi primera sorpresa fue ver la inexistente publicidad que existe de los actos. No hay apenas carteles anunciando que el Presidente del Gobierno o alguno de los candidatos van a ir a tu ciudad. Y sin embargo, luego los ves en las noticias, en Prime Time. Tras haber decidido que iría a algún mitin, el que fuera, pude ver cómo se desvanecían mis opciones con el Partido Socialista o el Partido Popular simplemente porque no lo anunciaron en ninguna parte.
Tuve suerte de oír un anuncio en la radio – ¿Quién oye la radio si no está conduciendo? – mencionando que ese mismo día Ciudadanos daría un mitin en mi ciudad. Me cuadraba con el horario de trabajo así que me apunté a dicho plan sin darle muchas vueltas. Era el partido al que pensaba votar, lo cual en cierto modo justificaba la asistencia.
El mitin se celebraría en el Salón de Actos del Palacio de Congresos. Una sala enorme. Mi primera impresión era que no llenarían. Aún así, llegué 15 minutos antes del comienzo. Para mi sorpresa había una larga fila de personas esperando.
Las personas que tenía tanto delante como detrás venían en grupos relativamente numerosos. Por lo que hablaban los de delante, supe que eran miembros del partido, de la delegación de algún pueblo. Pronto me daría cuenta de que la inmensa mayoría de los asistentes al evento eran políticos de segunda o tercera fila. Se rumoreaba que en el mitin que se había celebrado el mismo día, en otra ciudad, no se había llegado ni a media entrada. La gente se movilizaba para evitar que el líder se sintiera casi solo en la provincia.
Cuando entraba en el Salón de Actos pude ver que se iba a llenar con total seguridad. Los asientos de las primeras filas, los que salen en las fotos, estaban todos reservados, con papeles pegados al respaldo de las sillas. Según había oído en la espera, se trataba de los gerifaltes de la política provincial. Luego la gente se sentaba tan cerca como podía. Al haber muchos grupos enormes, veías filas enteras reservadas. Tuve relativa suerte de encontrar un asiento por el centro, algo detrás de la fila que ocupaba la prensa. En apenas diez minutos la sala se llenó y hubo gente que tuvo que quedarse fuera.
El público me dio la impresión de ser de mi misma clase social. El vagón de cola de la clase alta, que se cree clase media porque es muy mala en matemáticas. Pocos Iphones y muchos Samsung. Pero nada de tatuajes, chanclas, gente comiendo pipas, gritones, vestidos con chándal o repartidoras de romero. Estudiantes universitarios, gente con trabajos no manuales, de todas las edades pero más bien treintañeros. No muy bien vestidos, pero no descuidados. Una audiencia que me hacía pasar desapercibido.
Luego comenzó el mitin en sí mismo. Empezaban hablando los políticos locales, los que se presentaban a las elecciones. Luego el cabeza de lista regional, para terminar con el famoso candidato nacional.
La parte en que hablan los locales no sale nunca en los telediarios y es, quizás, la más interesante. Se trata de gente a la que el evento le viene grande. El único acto al que tendrán que asistir, mientras que el líder nacional puede repetir el discurso, que se sabe de memoria, en cada provincia. En este caso la candidata estaba muy nerviosa y tenía poca capacidad oratoria. Hablaba de sus propuestas para mejorar la ciudad, pero a grandes rasgos y sin apenas entrar en datos sólidos. La anécdota y el chascarrillo por delante de la propuesta concreta.
Esperaba una puesta en escena convincente, que rematara las dudas de los asistentes. Pero estaba equivocado. A un mitin solo va la gente que está absolutamente convencida. El 100% de la gente que asistía al mitin acabaría votando al partido, aunque se prometieran barbaridades. En realidad el mitin se convertía en una especie de complejo meta ejercicio de propaganda política: no se hablaba apenas de programa, de propuestas. No es algo para convencer, sino para obtener un buen resumen en televisión. Proyectando al mismo tiempo la imagen de éxito y verosimilitud propia del que habla y es aclamado y recibe fervorosos aplausos.
La euforia del público me resultaba incomodísima. Emocionarse con un equipo de fútbol o con un personaje famoso es algo que, hasta cierto punto, se entiende. Por muy irracional que sea la pasión por un cantante famoso, por un deportista, es alguien a quien se admira. Pero un político, por muy bueno que sea, jamás se merece eso. Se trata de una persona experta en lenguaje tendencioso, dobles sentidos premeditados, respuestas evasivas. Propuestas que ni por un momento piensa cumplir. Todos hemos sentido decepción por los políticos una y otra vez. Incluso aunque sea el partido al que pensaba votar, jamás aplaudiría a su candidato.
Con el trascurso del mitin, mi desapasionamiento comenzaba a resultar llamativo. La única persona en la sala que no aplaudía nunca, que no se levantaba como un hooligan político. La progresión en el discurso político, creando tensión hasta que por fin aparecía el gran líder, sirvió para despertar un estado de pseudo euforia entre la audiencia, una vez este pisó el escenario. Era una pasión imposible de creer, aunque temporalmente real, de gente que aplaudía mucho pero que, al terminar el mitin, se marchaba a casa con pulsaciones en números negativos.
Al final del acto todo fueron aplausos, ovaciones y buen rollismo. La gente se mataba por el selfie junto al candidato. Salí como pude, contento por la experiencia, tan interesante como innecesaria. Supongo que si hubiera sido el Partido Popular, habría sido una experiencia mítica. Pero creo que mi carrera política termina aquí.
Ja, siempre hay una primera vez (que a veces es también la última).
En mi caso, hace unos años me acerqué a ver el «mitin» (eran 4 gatos, pero ciertamente era el mitin que iban a dar) que el ¿PCPE? dio en mi barrio. Lástima no recuerdo las siglas, pero sí que eran uno de los muchos partidos minoritarios de izquierda, en este caso eran unos nacionalistas andaluces (todo esto entre 2006 y 2008, no recuerdo las fechas).
Mi experiencia fue muy similar: encontrarme allí completamente alienado delante de un candidato con evidentes dificultades expresivas y de oratoria, con una bandera «estelada» andaluza y una de Cuba presidiendo el acto y un público entregado a que lanzaba vítores a la menor ocasión. No había ni la promesa de salir en el telediario así que ni siquiera ese brillo tenía la cosa.
Muerta la curiosidad, y de qué manera, no he vuelto ni creo que vuelva a un acto político de ese tipo.
Primero me lamento de las flaquezas expresivas de algunos candidatos, luego releo el comentario que he enviado y me siento como Larra buscando su pistola…
Aún me sigo flipando que seas capaz de hacer estas mierdas sólo por ver como son, es algo que admiro de verdad.
Mola que no he aprendido nada con tu post, de alguna manera sabía EXACTAMENTE como un mitin sería en directo y la clase de borregos que se presenta ahí.
Ahora, que lo que sí he aprendido es esto de: “El vagón de cola de la clase alta, que se cree clase media porque es muy mala en matemáticas”. Sublime.
Las campañas electorales son como las señales de tráfico con el avioncito (P-12) o los “chupinazos” regulares de las fiestas de los pueblos: algo absurdo e inútil, pero que se sigue haciendo por inercia y costumbre.
Y en concreto, decidir el voto basándose en un mitin es como sopesar si contratar o no Movistar e ir a buscar consejo al comercial de Movistar.
Como soy un poco malo en matemáticas agradecería que me iluminarais un poco. ¿Cuándo uno es de clase alta y cuando de clase media? ¿Es un criterio puramente económico relacionado con los ingresos que tiene uno? ¿O tiene más que ver con el balance ingresos-gastos? Yo no gano mucho, pero tampoco tengo grandes cargas financieras. No quiero vivir agobiado pensando que soy un currito cuando a lo mejor soy clase media, o incluso clase alta, y quizá podría hacer de ello mi bandera.
Siento mucha curiosidad por saber dónde está el baremo. ¿Podéis ayudarme?
saludos!
Hola
a mi me llevaron a uno… que me quitó las ganas de volver para siempre.
el candidato a la comunidad, hace un mitin para mujeres… por supuesto, en la discoteca de moda de la época, nadie iba a que lo convencieran…
solo por la comida gratis(tortas y codazos incluidos) y el striptess masculino incluido
ni le votaba, ni le voté ni le votaría nunca… pero ver semejante mujerío dejandose la piel pa dos pinchos de tortilla y para mirar al cachas de turno…
tenía 20 por esa época… así que el bautizo en política fue toda una revelación