Recientemente estrenaron un programa en el que tratan de enfrentar a concursantes ante sus miedos. La a priori interesante idea, falla en la base. Sólo tengo la referencia de quienes me lo han contado, pero me basta para pensar que no se puede conseguir lo que se pretende.
Colocamos a un concursante a una enorme altura. Debe caminar sobre una fina tubería a muchos metros del suelo. Parece aterrador, pero el trasfondo desenmascara la verdadera situación. Estamos en un programa de televisión. Aun cuando te hayan hecho firmar unas abusivas condiciones, en las que te harás responsable de todo lo que te pueda pasar, si el concursante tiene un severo accidente, la productora tendrá serios problemas, por lo que se ha de encargar de cubrir tus seguridad. Tendrán que poner una red para que si caigas, nada pase. O te plantarán unos arneses, que para el caso es lo mismo. ¿Dónde termina el miedo y empieza la risa?
Tengo mucho vértigo. Recuerdo que cuando subí a la cúpula de Saint Paul’s de Londres lo pasé realmente mal, hasta me mareé. Porque no había nada debajo, porque nadie cuidaba mi seguridad. Me lo pensaría seriamente antes de tener que hacerlo de nuevo. Pero no le tengo miedo a esta figuración televisiva. Pónganme unos tigres esperando abajo, por favor. Y véndenme los ojos, el tigre, por seguridad del zafio empresario que saca toda la tajada del programa, tendrá los dientes limados. Nada podrá pasarme. Y es que el miedo, sin la certeza de lo desconocido, no existe. Y si puedo descartar lo que no va a ocurrir, que es que me caiga y me haga daño, entonces todo es tomadura de pelo, juego burdo para un público que cada vez lo es más.