Cada año los bomberos de Gillingham en Kent, Inglaterra, construían una especie de casa hecha de maderas y lienzo para representar un ejercicio de lucha contra el fuego durante la feria de Gillingham.
Cada año se realizaba un sorteo entre los niños de los colegios para ver quiénes tenían la suerte de participar en la representación del cuerpo de bomberos. Muchos eran los aspirantes pero pocos los afortunados elegidos.
El 11 de julio de 1929 nueve niños, de entre diez y catorce años, y seis bomberos vestidos como para una boda, escalaron a la tercera planta de esta casa donde se desarrollaría el ejercicio. La idea era iniciar un fuego en la primera planta, rescatar a los participantes en la boda con cuerdas y escaleras y después prenderle fuego a la casa vacía para mostrar el uso de las prendas ignífugas de los trajes de bombero.
Por algún error fatal sin embargo se encendió primero el fuego real, en la tercera planta. Los espectadores, familiares y amigos en muchos casos de las personas dentro de la casa, aplaudían y vitoreaban al fuego y a los bomberos. Pero los bomberos eran conscientes del error sobre el planteamiento inicial y lanzaban con desesperación chorros de agua sobre la casa. El público pensaba que estaba asistiendo a un drama con muñecos de plástico. Aplaudían y chillaban disfrutando del espectáculo. Pero el drama era real.
Todos los asistentes a la falsa boda murieron. Los nueve niños y los seis bomberos. Y sólo los bomberos eran capaces de darse cuenta de la dimensión de la tragedia, mientras el pueblo entero celebraba la mayor de sus tragedias, ajeno por completo a ella.