Expertos

Estos días se ha puesto de moda el término experto. Según el diccionario, un experto (o experta, o quién sabe si experte dentro de poco) es una persona práctica o experimentada en algo. Pero en la segunda acepción ya se habla de alguien que está especializado o tiene muchos conocimientos sobre determinada materia.

Como podemos ver, la propia definición se encarga de ir rebajando el listón poco a poco.

Navegando por otros diccionarios, la bajada a los infiernos se va haciendo más y más profunda. Wiktionary, menciona:

Una persona muy capacitada o erudita.

Como suele pasar con este tipo de términos, uno presenta la definición más elogiosa en su currículum y se defiende esgrimiendo la menos amable cuando la vida real empieza a pedir acreditaciones.

Cuando oigo la palabra experto, se me viene a la cabeza el personaje de Sherlock Holmes, uno de los más carismáticos de la historia de la literatura. Según la descripción que de él hacía su compañero Watson, era lo menos parecido que existe al concepto de experto.

Holmes abundaba en muchos conocimientos, pero de forma poco sistemática. De su sabiduría sobre botánica, Watson diría:

[Conocimientos] desiguales. Al corriente sobre la belladona, opio y venenos en general (puede distinguir el lugar de cultivo de la planta, día y tiempo de consumo estudiando una colilla de cigarro). Ignora todo lo referente a los cultivos prácticos y jardinería.

¿Era Holmes un experto en botánica? Desde luego que no. ¿Sabía mucho sobre botánica? Desde luego que sí, pero sólo sobre ciertos temas: los que le interesaban. Ahora bien sobre esos temas, ¿quién sabía más, Holmes o un experto?

Un experto en botánica, al menos en el siglo XIX, y desde luego viviendo en Inglaterra, sabría mucho sobre un amplio rango del mundo vegetal. Para poder ser experto en ese tema se le exige que su formación no tenga lagunas. Pero posiblemente no sepa demasiado sobre ciertos temas, como aquellos por los que Sherlock Holmes se declaraba un gran conocedor. Y aunque el personaje de Conan Doyle solía drogarse de forma habitual, el conocimiento de ese tipo de venenos era debido a sus necesidades prácticas como detective.

Cuando uno busca a los mayores expertos en temas concretos con utilidad práctica, pronto se da cuenta de que desaparecen los perfiles técnicos, científicos, de la universidad, y empiezan a aparecer personajes extraños, con carreras poco convencionales. Como muy bien detalla Nassim Taleb en su libro Skin in the game las personas realmente relevantes en un campo de conocimiento o experiencia son aquellas que han profundizado jugándose algo más que un prestigio teórico.

Uno de los ejemplos más claros de su libro es la historia de dos cirujanos: tienes que elegir quién te realizará una peligrosa operación. Ambos tienen una categoría similar dentro del mismo hospital.

Visitas al primero y ves que va impecablemente vestido y tiene diplomas de prestigiosas universidades colgados de su despacho. Sus modales y vocabulario son intachables. Parece un médico de una serie de televisión sobre médicos ─antes de que se rodara la serie con el doctor Gregory House.

Luego vas a ver al segundo y es todo lo contrario: pinta desaseada, nada en su despacho hace ver que se trata de un médico, ni siquiera su aspecto, que es más propio de un carnicero o cocinero de bar de la mala muerte.

Sin embargo, ambos tienen una categoría profesional similar. ¿A cuál escogerías para tu operación?

Todos hemos conocido a cirujanos como ese. Sólo unos pocos han tenido la oportunidad de escogerlos para una operación. Pero abundan en todas las profesiones: siempre hay alguien impopular, que llega tarde y no cumple las reglas, que causa conflictos con el resto de compañeros. Pero que a la hora de la verdad, cuando hay problemas, situaciones delicadas, es la persona en que se posan todos los ojos y esperanzas.

Ahora estoy leyendo una espesa narrativa sobre el final de la I Guerra Mundial, With our Backs to the Wall: Victory and Defeat in 1918. La batalla criptográfica en la Primera Guerra Mundial es mucho menos conocida que en la de la Segunda, con las famosas máquinas enigma alemanas y la omnipresente figura de Alan Turing capaz de descubrir su cifrado. En la Primera gran batalla mundial los medios eran mucho más rudimentarios y al mismo tiempo excitantes. Se usaba el telégrafo y el teléfono y mientras algunos países enviaban mensajes con complejos cifrados, otros usaban teléfonos ─que estaban pinchados─ con una inquietante inocencia.

Una de las personalidades más brillantes de aquella guerra fue el francés Georges-Jean Painvin, del que se sabe demasiado poco. Antes del comienzo de la guerra no era más que un profesor universitario de paleontología y geología, que también tocaba el violonchelo. Por pura casualidad se enteró de la problemática con los mensajes por telegrama encriptados, según le contó un capitán amigo suyo.

Uno de los aspectos más interesantes de la I Guerra Mundial es que fue una contienda donde se mezclaba la seriedad y formalidad de los tiempos modernos con una actitud bastante desenfadada ante nuevas ideas. Básicamente ambos bandos se habían enfrentado en el frente Occidental empleando todas las estrategias que conocían y habían llegado a una especie de bloqueo de varios años, en que no había ningún tipo de progreso. Tarde o temprano los dos frentes entendieron que había que pensar creativamente y aceptar distintos enfoques, darles una oportunidad a todo tipo de ideas.

Así, si un profesor universitario sugiere ponerse con algo en lo que es cualquier cosa menos un experto se le permite la oportunidad, por un tiempo limitado. Al tratarse de un tiempo de guerra lo único que importa son los resultados. Hoy en día, hay una enorme dependencia hacia las apariencias: se suelen tomar medidas, contratar a personas que, a priori, parezcan adecuados. Si luego no funcionan, nadie podrá acusar al responsable de esas medidas o esos empleados: parecía una buena idea.

En un tiempo de guerra auténtico ese tipo de medidas de relaciones públicas no importan nada. Buenas intenciones, buenos estudios previos, dan igual. La única pregunta es sobre los resultados.

Painvin, el profesor de geología, se volcó con una pasión totalmente desmedida en la tarea de intentar descifrar los distintos cifrados alemanes, dedicándole casi todas las horas del día y obteniendo como resultado final el descodificado de los sistemas ADFGX y ADFGVX. Painvin no era un experto en criptografía, pero tenía una habilidad especial para combinar nociones de la misma con inteligencia social: sabía que las claves cambiaban a menudo, pero que mensajes en fechas y lugares similares tendrían un cifrado común, lo que le serviría para descifrar los mensajes de un día en concreto.

Se suele exagerar mucho el alcance de los logros conseguidos por la descodificación de las Máquinas Enigma con códigos alemanes durante la II Guerra Mundial, algunos llegan a decir que gracias a ello se consiguió ganar la guerra. A la hora de la verdad, la Wikipedia se rinde y se limita a reconocer que:

fue una ayuda sustancial al esfuerzo de guerra de los Aliados.

Los trabajos de decodificación de Georges Painvin tuvieron un resultado muy claro, concreto e importante. Gracias al mismo, los franceses pudieron saber mucha información secreta sobre los planes de Alemania, en particular sobre el punto exacto donde comenzaría una de las batallas más importantes para el desenlace final de la contienda. De haber estado menos preparados, los franceses podían haber terminado con París invadido, lo cual a su vez hubiera tenido un efecto psicológico trascendental. Del citado libro:

Además, esta vez los franceses no fueron pillados por sorpresa. Los vuelos de reconocimiento reportaron movimientos y preparativos ferroviarios en el sector, y el 3 de junio los franceses descifraron una comunicación por radio que detallaba un ataque para el 7 de junio, mientras que un repentino aumento de desertores era una señal segura de que una operación era inminente, y éstos a su vez revelaron la fecha y hora exactas. La advertencia permitió a los franceses colocar protección anti aérea sobre sus posiciones, mientras Pétain y Fayolle, el comandante en jefe del ejército, prepararon dieciséis divisiones para la intervención y preparación de un contraataque.

La importancia de esa batalla tiene cierta controversia. El ataque sobre la zona próxima a Reims formaba parte de una maniobra de distracción. Los alemanes golpearon sobre la zona belga del frente occidental, en Flandes, donde se encontraba el ejército inglés. Una vez los franceses mandaron tropas para reforzar el sector, los alemanes golpearon sobre la zona central de Reims, dando la impresión que el primer ataque había sido una maniobra de distracción, para centrarse en la ciudad que llevaría a París.

En un giro propio de un buen thriller, lo que en realidad planearon los alemanes era que el segundo ataque fuera la auténtica maniobra de distracción, para volver a golpear donde lo hicieron inicialmente, en Bélgica, una vez las tropas volvieran a la defensa del sector francés.

La maniobra, en caso de tener éxito, hubiera encumbrado al general Ludendorff como uno de los mayores estrategas de todos los tiempos. Pero la I Guerra Mundial era muy complicada, las victorias a veces se lograban con mayores pérdidas que el ejército derrotado. El golpe sobre la zona de Reims tuvo un éxito inesperado y a los alemanes, les pudo la glotonería. ¿Por qué no ahondar en la herida y profundizar en ese ataque de distracción? Esa sería la batalla que, gracias el mensaje desencriptado por Painvin, los alemanes no ganarían.

Por sus logros como criptógrafo, Painvin serían nombrado Caballero de la Legión de Honor en julio de 1918. Su situación posterior resultaría paradójica: había logrado uno de los mayores honores militares posibles, pero no podía hablar a nadie sobre ello ─su trabajo se mantuvo tan en secreto que aún hoy en día sabemos muy poco sobre él.

Al terminar la guerra, Painvin no volvería a dedicarse a la criptografía, ni tampoco terminaría sus días con la aburrida enseñanza en la universidad. Un no experto como él terminaría fundando una de las principales empresas siderúrgicas francesas y volviendo a triunfar en algo para lo que no tenía ningún tipo de experiencia inicial.

Así, cuando pienso en expertos, me gusta imaginarlos como Painvin. Aunque en mis días pesimistas me imagino a los compañeros de departamento de Painvin, que probablemente nunca cambiaron de profesión, nunca corrieron ningún riesgo y aún así, mantuvieron su prestigio y sus sueldos a lo largo de una peligrosa época de la historia.

Por qué es bueno tener hermanas

En su extenso e interesantísimo libro Gladiadores, El gran espectáculo de Roma, Alfonso Mañas cita un texto clásico que nos muestra lo duro que era viajar en la antigüedad. ¿Te han robado el bolso estando de viaje? ¿La cartera en Barcelona? ¿Has perdido las maletas? En la antigüedad, si te robaban en tierra extraña, simplemente te dejaban en la mendicidad para el resto de tu vida, y así el protagonista, tras sufrir un hurto, entiende que matarse es casi la opción más sensata.

También el texto nos traslada a una época de amistades inimaginables hoy en día, en la época en que los amigos se han convertido en seguidores.

Escribe Luciano de Samósata en su libro Toxaris:

Movido por el deseo de conocer la cultura griega, partí de mi casa (en Escitia) camino a Atenas. El barco puso destino a Amastris, ciudad a la orilla del [pontus] Euxinus (el mar Negro) y que está en la ruta natural desde Escitia, no lejos de Carambis.

Sisinnes, que era amigo mío desde la infancia, me acompañaba en este viaje. Habíamos sacado todas nuestras pertenencias del barco y las habíamos dejado en una pensión cerca del puerto. Mientras estábamos en el mercado, sin sospechar que nada fuese mal, unos ladrones forzaron la puerta de nuestra habitación y se lo llevaron todo, sin dejarnos siquiera con qué pasar ese día. Bueno, cuando regresamos y vimos lo que había ocurrido consideramos inútil pedir indemnización legal a nuestro posadero o a los vecinos; había muchos de estos, y si hubiésemos contado nuestra historia —que nos habían robado 400 dáricos y nuestras ropas y mantas y todo— la mayoría de la gente habría pensado que estábamos montando un alboroto por una nimiedad.

Así que nos pusimos a pensar qué debíamos hacer; ahí estábamos, sin absolutamente nada en un país extraño.
En cuanto a mí, pensé que bien podría meterme una espada entre las costillas en ese mismo momento y lugar, y poner así punto final a todo, antes que soportar la humillación que el hambre y la sed podría hacer caer sobre nosotros. Sisinnes adoptó una visión más optimista y me imploró que no hiciera eso: “Pensaré en algo” dijo, “y seguro que nos irá bien”.

Hasta entonces había hecho lo suficiente como para conseguirnos un poco de comida, dedicándose a traer madera desde el puerto. A la mañana siguiente dio una vuelta por el mercado, donde parece que vio un grupo de jóvenes bien formados que, como resultó, estaban alquilados como gladiadores e iban a luchar dos días después. Lo averiguó todo sobre ellos y entonces regresó donde yo estaba. “¡Toxaris!”, exclamó, “¡Da por terminada tu pobreza! ¡En dos días te convertiré en un hombre rico!”.

Pasamos esos dos días como pudimos, hasta que llegó el del espectáculo. Cuando tomamos asiento como espectadores Sisinnes me dijo que me preparase para todas las novedades de un anfiteatro griego. Lo primero que vimos al sentarnos fue a varias bestias salvajes: algunas estaban siendo abatidas con jabalinas, otras cazadas con perros y otras eran soltadas sobre hombres atados de pies y manos, los cuales nosotros supusimos eran criminales. Tras esto aparecieron los gladiadores. El heraldo llevó hacia delante a un joven fornido, y anunció que quien estuviese dispuesto a luchar contra él bajara hasta la arena y tomara su premio, 10.000 dracmas (unos 500 €). Sisinnes se levantó de su asiento y saltó a la arena, expresando su voluntad por luchar, y pidió las armas. Le dieron el dinero y él me lo entregó a mí. “Si gano”, dijo, “regresaremos juntos y no nos faltará de nada.

Si caigo me enterrarás y volverás a Escitia”. Yo quedé muy conmovido. Entonces él recibió las armas y se las puso, a excepción del casco, pues él combatía a cabeza descubierta. Fue el primero en ser herido; la hoja curva de su enemigo* le hizo sangrar en la ingle. Yo estaba medio muerto de miedo. Pero Sisinnes estaba preparando su momento: el otro le atacó entonces con más confianza y Sisinnes arremetió contra el pecho de él y le hundió la espada limpiamente, de modo que cayó sin vida a sus pies. Él mismo, exhausto por la pérdida de sangre, cayó sobre el cadáver y la vida casi le abandona. Corrí a asistirle, le levanté y le dije palabras de ánimo. Había conseguido la victoria y era libre de marcharse. Por tanto lo recogí y lo llevé a casa.

Al final mis esfuerzos tuvieron éxito: él se recuperó y vive en Escitia hasta el día de hoy, tras haberse casado con mi hermana, aunque, sin embargo, aún está cojo por la herida.

El año de la cebolla

Tras el desastroso intento de conquista de Argel, por las tropas españolas de Carlos V en el año 1541:

Perdieron 140 barcos, 15 galeras, 8.000 hombres, 300 aristócratas españoles. El mar había devuelto una humillación total. Era tal la abundancia de esclavos en Argel, tantos llegaron a ser, que 1541 se recordó como el año en que cada cristiano se vendía por una simple cebolla.

Sobre las pérdidas, dice la Wikipedia:

Las pérdidas fueron muchas, pero no se contabilizaron, ni al parecer hubo voluntad de hacerlo.

Desde que leí esto, no veo esas mallas de tres o cuatro cebollas de la misma manera. Y lo que es peor, nunca me atrevo a mirar lo que cuestan.

El libro de la cita, Empires of the Sea, es de los mejores libros de historia que puedes leer. 75 opiniones de 5 estrellas y 22 de 4 estrellas en Amazon. Nadie lo ha valorado en menos de cuatro.

Fotografía de aficionados

Uno de los temas menos recurrentes en esta página es la fotografía, de la que sabéis que no soy un gran aficionado. No obstante eso es un gran hándicap a la hora de mostrar publicidad. Así que hoy voy a escribir no sobre la Canon EOS Rebel T2i sino sobre los inicios de la fotografía.

En el anteriormente reseñado libro sobre la Exposición Universal de 1893 se expone de refilón la situación del mundo de la fotografía en aquella época, en que las primeras cámaras Kodak estaban recién inventadas y con las que ya “cualquiera” podía hacer una fotografía.

Como en cualquier cambio tecnológico, los grandes perdedores del invento fueron los fotógrafos profesionales, que lucharon por mantener su profesión como buenamente pudieron.

En la exposición de Chicago de 1893, el fotógrafo Charles Dudley Arnold consiguió un permiso en exclusiva para las fotografías que se realizaran de la exposición y su consiguiente comercialización. Con esto se consiguió gestionar la imagen internacional de la exposición, distribuyendo siempre fotografías de personas de clase alta, bien vestidos, como si fueran el asistente medio al evento. El problema de este monopolio lo percibimos hoy en día en que para un evento histórico de afluencia masiva apenas si han sobrevivido un puñado de testimonios gráficos, por culpa de una gestión cicatera de los derechos de imagen.

Sobre los orígenes de las cámaras, cito:

Un segundo contratista recibió los derechos en exclusiva para alquilar cámaras Kodak a los visitantes a la exposición, siendo las Kodak un nuevo tipo de cámaras portátiles que eliminaban la necesidad de lentes y ajustes del objetivo. En honor a la feria, Kodak denominó “the Columbus” a la versión portátil de su popular modelo nº4. Las fotografías creadas con esas nuevas cámaras muy pronto empezaron a llamarse “snap-shots”, un término proveniente de los cazadores ingleses para describir un disparo rápido con una pistola. Quienquiera que llevara su propia cámara Kodak a la exposición tenía que pagar un permiso de dos dólares [la entrada a la exposición costaba un dólar para los adultos], un precio fuera del alcance de la mayoría de los visitantes; la Midway’s Street (calle Midway) impuso una tarifa adicional de otro dólar. Un fotógrafo aficionado que trajera su cámara convencional con el consiguiente trípode tenía que pagar diez dólares, aproximadamente lo que muchos visitantes de fuera de la ciudad pagaban por un día entero en la exposición, incluyendo alojamiento, comidas y entradas.

Con unos precios así, el pirateo estaba garantizado. No obstante:

Se impusieron treinta multas por llevar cámaras Kodak sin permiso, y treinta y siete por tomar fotografías sin la autorización correspondiente.

Un detalle interesante de estos inicios de la fotografía aficionada lo da la actitud de los hoteles ante una afición recién estrenada. Una forma de atraer clientes era ofrecer servicios de cámara oscura a estos fotógrafos noveles, casi desde el mismo momento en que se inventaron las cámaras portátiles.

Pleno empleo

El desarrollo mas importante durante el reinado de los Song [en China(960 – 1279)] fue el de la tecnología en la agricultura, basado en la importación de una especie de arroz de rápido crecimiento originaria de Vietnam y de la invención de la imprenta, llegándose al punto de que el sistema era lo suficientemente eficiente como para que, en su mayor parte, no fuera necesario mejorarlo. Había suficiente comida para todo el mundo, el sistema funcionaba, mas o menos y era autosuficiente. Al funcionar, no existía incentivo para mejorarlo; el sistema se quedo inalterado desde la dinastía Song [que termino en el siglo XIII] hasta el siglo XX. De hecho, muchos cultivadores del interior de China y de regiones menos desarrolladas del sureste asiático siguen, en su mayor parte, empleando las técnicas agrícolas de la dinastia Song.

Esta es la China de los niveles de pobreza que rompían todos los récords (que nadie recuerda) hasta hace bien poco. Siempre solemos pensar en el pleno empleo como una suerte de mundo feliz, la realidad es que lleva a la inacción y con el tiempo a una especie de inexorable declive.

Servicio secreto eficaz

Una de las muestras más llamativas de la efectividad del servicio secreto británico durante la Primera Guerra Mundial fue la detección del mensaje enviado desde Berlín al embajador alemán en México, el 16 de enero de 1917. El descubrimiento de este mensaje sirvió para demostrar a los americanos las malas artes de los alemanes y fue un empujón muy importante para que Estados Unidos se unieran al bando aliado.

Arthur Zimmermann (el nuevo Ministro de Asuntos Exteriores alemán) envió un telegrama el 16 de enero a su embajador en Washington, Count Bernstorff, para que este lo reenviara al embajador en México D.F., Heinrich von Eckardt. En este telegrama se le indicaba que si los Estados Unidos entraban en guerra contra Alemania, estaba autorizado para negociar con el gobierno de México el que se uniera al bando alemán. Como compensación, Alemania le ayudaría a reconquistar los terrenos del sur de Estados Unidos, perdidos tras la nefasta guerra contra Texas.

Además podría sugerir al presidente mexicano Venustiano Carranza el que este tratase de convencer a Japón de que se uniera en su bando. Por aquel entonces Japón era un bando aliado y México y Estados Unidos países neutrales (aunque Estados Unidos se estaba haciendo de oro apoyando económicamente al bando aliado).

Este mensaje de alianza condicionada era realmente comprometedor, porque los alemanes tenían muy buenas palabras delante del presidente Wilson y siempre defendían que si sus barcos sufrían daños era casi sin querer. Descubrir esta preparación para la guerra les dejaba en evidencia absoluta.

Pues bien, el mensaje salió de Berlín por tres vías – para garantizar que llegara a Washington. Estaban codificados mediante un código que empleaba el servicio diplomático alemán.

  • La primera vía fue un mensaje por radio enviado a una estación receptora en Long Island. Los americanos habían permitido la existencia de esta emisora, como muestra de su aparente buena relación con Alemania.
  • La segunda vía fue a través de Suecia, otro país neutral entre comillas. Los alemanes les pasaban los mensajes y ellos los telegrafiaban a Estados Unidos, mediante el cable submarino que une ambos continentes.
  • La tercera vía fue una línea, también a través del cable submarino, mediante la que se comunicaban los gobiernos alemán (desde la embajada americana en Berlín) y americano (hasta el Ministerio de Asuntos Exteriores). Esta línea se había creado especialmente para permitir las comunicaciones en la negociación fallida de una paz en Europa.

Los ingleses conocían el código secreto con el que se comunicaban los alemanes porque habían obtenido un libro de códigos de un agente alemán detenido en Irán. Pero es que además interceptaron el mensaje por las tres vías de comunicación alemanas.

En gran parte este éxito se debía a que tenían “pinchado” el cable submarino que conectaba Europa con Estados Unidos. Y esto era algo que el resto de países no conocían, ni siquiera los aliados – de circunstancias – como Italia y Francia.

Rizando el rizo, un agente secreto fue capaz de robar una copia del mensaje ya recibido en México. Es decir: se enviaron tres mensajes y los ingleses fueron capaces de capturarlos hasta cuatro veces. Este último fue el que se empleó para informar a los americanos de las intrigas que Alemania estaba preparando a sus espaldas.

Ni siquiera tuvieron que explicar que tenían los códigos alemanes, o el cable intercontinental en continuo seguimiento, ni las emisiones de radio bajo férreo control. Tenían un sistema secreto tan perfecto, que podían detectar una misma comunicación en varias etapas de la cadena de comunicaciones.

Fuente: 1914-1918 de David Stevenson (es un libro).

Los hermanos Wright

Me ha resultado muy interesante la lectura en la wikipedia de la biografía de los hermanos Wright, los inventores del avión.

Al margen de los aspectos puramente técnicos – que interesarán a los aficionados a los aviones, entre los que no me encuentro – su vida está llena de puntos que nos hacen pensar en la génesis de una invención tan significativa para la historia y el progreso.

Cuando ellos se decidieron a embarcarse en el proyecto, se trataba de un invento que, nunca mejor dicho, estaba en el aire. Diferentes equipos estaban trabajando en Alemania, en Francia y en distintos puntos de los Estados Unidos. Estaba más que claro que la aproximación actual sería la definitiva, y era cuestión de poco tiempo, no más de dos décadas, antes de que el hombre pudiera construir un avión.

Los hermanos Wright eran dos: Orville -nacido en 1871 – y Wilbur -nacido en 1867. En realidad eran muchos más en la familia, siete hermanos en total.

La primera circunstancia interesante es cómo el destino unió la vida de estos dos hermanos en un proyecto común. Wilbur, el mayor, era un deportista y prometedor estudiante. A la edad de diecisiete años sufrió un accidente en un partido de hockey sobre hielo: se llevó un golpe en la boca que le destrozó algunos dientes. Esto ocurrió poco antes de alcanzar la mayoría de edad y truncaría sus pretensiones de acceder a la universidad de Yale. Wilbur se encontró desorientado durante unos años, sin saber qué hacer con su vida.

Justo entonces su hermano menor, Orville, estaba tratando de sacar adelante una imprenta local. Wilbur se asociaría con él, para ayudar a su hermano y ayudarse a sí mismo. De esta inicial colaboración, surgiría un tandem diabólico, uno de los equipos creativos más importantes de la historia.

Hacia el final del siglo XIX se puso de moda en Estados Unidos el negocio de las bicicletas. La bicicleta había existido desde hacía décadas, pero sólo por aquel entonces la tecnología se hallaba en un punto en que era posible fabricar bicicletas útiles a un precio razonable. Los hermanos Orville y Wilbur Wright montarían una tienda de venta y reparación de bicicletas en 1892.

Poco a poco, se iban acercando a su futura invención. La imprenta lleva a las bicicletas. Se está más cerca del avión. Son los titulares de los periódicos los que les llaman la atención.

En aquella época se estaban realizando pruebas a lo largo y ancho del planeta y cualquiera podría conseguir el ser el primero en volar. En particular destacaba el caso de Otto Lilienthal, un alemán que había sido capaz de desarrollar la tecnología necesaria para volar mediante aparatos planeadores. Sus exitosos experimentos con vuelos reales llenaban portadas de periódicos.

Volar se había volado desde hacía mucho tiempo, gracias a los globos. Y planear, aunque era darse una vuelta por el aire, no dejaba de ser una fase primitiva de lo que realmente se deseaba conseguir. El mérito de Lilienthal es enorme, pero aún quedaba apartado de ser conocido como el inventor del avión. Este inventor alemán moriría trágicamente en 1896 en uno de sus vuelos, dejando el resto del camino para otros.

Hacia el final del siglo, los hermanos deciden probar suerte en la fabricación de un avión. No tenían formación al respecto y ninguna experiencia. Así que escribieron una carta a la Smithsonian Institution (una suerte de academia de las ciencias americana) pidiendo información sobre textos y publicaciones sobre aeronáutica. Entre el material con el que comenzaron sus trabajos se encontraban los textos de Leonardo da Vinci.

¿No os resulta demencial? Hoy en día, en que uno dispone de toda la información de calidad que se quiera, pensar en dos hermanos que deciden pelear por inventar algo tan complicado, sin tener ni idea, pidiendo información por correo. Con textos del Renacimiento como base a falta de algo mejor. A mi me cuesta ponerme en la situación.

La Smithsonian estaba por aquella época patrocinando a Samuel Langley, que a su vez estaba tratando de construir un avión. Obviamente sobre sus avances tecnológicos los hermanos no obtendrían ninguna información.

Lo que escapa a la frialdad de la wikipedia es el encontrar el punto culminante en que dos fabricantes de bicicletas fueron capaces de darse cuenta de que, sin nada de su parte, ellos podrían construir un avión. Porque lo cierto es que en un periodo de tiempo insignificante, apenas tres años, tendrían operativo el primer avión real.

No se trata de una casualidad, ni un golpe de suerte. Eran dos personas que tenían todo lo que hacía falta tener para fabricar un avión. Y no había nadie, ni lo hubo hasta entonces, con lo necesario para realizar dicho invento. Y ellos, por alguna fuerza del destino, o por un instinto, se dieron cuenta de que estaban llamados a conseguirlo.

La historia es muy interesante y merece ser leída en la página citada. Un detalle muy llamativo sobre todo esto es el hecho de que en sus trabajos lo que más les paralizaría y en lo que más esfuerzos consumieron fue en darse cuenta de que algunas presunciones sobre el vuelo, incluso una de las ecuaciones básicas de la aeronáutica, estaban mal.

Al final toda la información externa con la que partieron sirvió de poco, o de mucho porque les situó cerca del problema. Pero para resolverlo, tuvieron que emplear sus propios recursos y descartar los de los demás.

Los hermanos construían el avión en su tiempo libre. Aunque el proyecto ocupaba todos sus momentos de ocio. Los dos estaban solteros y nunca se casarían. Vivían para su pasión, que era conseguir volar. No obstante, era bastante trabajoso realizar la más sencilla de las pruebas. Había que construir un avión o planeador y marcharse con él a varios kilómetros de distancia, a un terreno ventoso, despoblado y rodeado de arena (porque los accidentes estaban garantizados). Lo ideal era la costa, pero los hermanos vivían en Dayton, Ohio. Una ciudad de interior. Así, tenían que desplazarse a la playa de Kitty Hawk en Carolina.

Podían pasar semanas debatiendo sobre los cambios a realizar en los prototipos, pero luego se marchaban a Kitty Hawk unos días y si no había viento, o lo que habían pensado no funcionaba, o el prototipo resultaba muy dañado por un accidente era tiempo perdido. Se tenían que volver a Dayton y esperar a otro periodo de vacaciones.

Es por eso que realizaron otra de las invenciones que les honran como creadores: el túnel de viento. Ante la dificultad de construir algo tan complejo en ratos libres, sabiendo que se prolongaría demasiado su construcción, decidieron fabricar una especie de maqueta donde simular las corrientes de aire y el comportamiento de un aparato en miniatura ante ellas. Ni qué decir tiene que hoy no se hace un avión sin que haya pasado antes por el túnel del viento.

Gracias a este modelado que podríamos calificar casi de diseño virtual, el desarrollo se aceleró y consiguieron ser los primeros en crear un planeador manejable y posteriormente un avión.

Hay que llamar la atención sobre la invención en sí misma. Aunque un avión resulte un invento de complejidad tremenda, en la época pionera cualquiera que estuviera intentando fabricar un avión, podía darse cuenta de lo que hacía falta para construirlo, con sólo ver uno ya funcionando.

De nuevo si pensamos en parámetros actuales, el inventar un avión no tendría valor añadido alguno. Un avión era como un tenedor o una camisa de Armani. No necesitan explicarte cómo se ha fabricado para que tú ya sepas hacer una réplica. A golpe de vista se percibían las diferencias significativas: la cola y el mando que movía los controles, nada más y nada menos, ese era todo el misterio.

Pero para llegar a algo tan sencillo, imitable de un vistazo, hacía falta ser la pareja Wright, los únicos capaces hasta entonces de idear algo tan perfecto.

Tras inventar el avión, y lograr un nivel de perfección considerable (el avión era seguro, manejable y el vuelo podía durar varios minutos), los hermanos se dedicaron a tiempo completo a una tarea muchísimo más compleja: ganar dinero con su invención.

Y es que claro, a mi al menos me parece absolutamente justo que el inventor de una de las maravillas de la técnica se hiciera millonario con su invento. Pero habrá quien no piense así, sobre todo si tenemos en cuenta que su invento no tenía ningún valor per se.

Es como la pasteurización. El proceso descubierto por Pasteur cambió por completo la conservación de los alimentos y con ella la calidad de vida de las personas humanas. Pero el método carece de misterio una vez se conoce: calentar el producto durante unos pocos instantes y luego bajar la temperatura. Saber eso, ya lo supone todo, Pasteur seguramente no ganó ni un céntimo con su invención. Un caso parecido es el de Henry Bessemer con su polvo de oro. Tuvo que quebrarse los sesos para ocultar su proceso, o de lo contrario cualquiera podría haberle copiado y nunca habría ganado dinero con él.

En fin, que los hermanos tenían un avión en el garaje, la idea en sus cabezas y sabían que valía millones. Pero tenían que venderla. Y la verdad es que consiguieron su objetivo, aunque bordeando el desastre, como en sus primeros vuelos.

Los hermanos tenían terminado el avión en 1905 y trataban de venderlo a países: Francia, Inglaterra y los propios Estados Unidos estaban interesados. Pero los hermanos Wright no querían mostrar el avión hasta que hubiera un contrato firmado con compromiso de compra. Y ahí es adonde quiero ir: nadie quería firmar el contrato sin ver los aviones (se creía que era todo un fraude porque casi nadie había visto a los hermanos volar, más que nada porque eran unos geeks de la época, poco amigos de los medios de comunicación) y ellos no podrían venderlos si lo enseñaban a la ligera. Disponían de una patente sobre un método de vuelo, pero les había resultado complicado el conseguirla y no era garantía de nada, sobre todo fuera de los Estados Unidos.

Se abrió un peligroso periodo de tira y afloja, en que los Wright perdieron todo su crédito. Sobre todo en Francia donde los consideraban unos farsantes, no sin gran parte de justificación. Los países tenían interés, pero querían pruebas. Y ellos sabían que enseñar los aviones era suficiente como para que fueran copiados de inmediato.

Cuesta pensar la situación: miles de años sin que el hombre pudiera volar, y los dos únicos que sabían como hacerlo, se pasaron dos años enteros, 1906 y 1907, sin volar.

Si hubieran tenido menos cabeza, seguramente habrían conseguido una fama efímera, quizás hasta habrían caído en el olvido atribuyéndose el invento a otros. Pero esa negociación la realizaron de forma magistral, al más alto nivel. En 1908 sacaron los aviones de los hangares y asombraron al mundo entero con su invento, que fue comprado de inmediato por Francia y Estados Unidos.

Las demostraciones de vuelo causaron sensación mundial. Los Jefes de Estado viajaban a la busca de los hermanos para tener la oportunidad de ver semejante prodigio. Esto en sí es ya algo que ha ocurrido en contadas ocasiones en la Historia de la Humanidad.

Finalmente los Wright consiguieron contratos muy provechosos y ganaron mucho dinero con las comisiones por fabricación de aviones (el diez por ciento del precio de cada avión iba a parar a sus bolsillos).

Wilbur no tendría mucho tiempo para disfrutar todo esto, pues moriría en 1912. Pero su hermano viviría hasta 1948.

Se da el curioso caso de que en los Estados Unidos pronto serían copiados por otros constructores de aviones, que se negaban a pagar ningún tipo de canon. Glenn Curtiss era quien más problemas les estaba causando. Las batallas legales se prolongarían durante mucho tiempo, dando al final la razón a Orville Wright. Las limitaciones a la fabricación de aviones en Estados Unidos llegarían al punto de que apenas diez años después de ser inventado el avión, cuando el ejército de los Estados Unidos entró en combate en la I Guerra Mundial, tuvo que recurrir a aviones franceses, pues ya no disponía de una industria aeronaútica competitiva.

En esa época (finales del siglo XIX y principios del XX) el mercado más perjudicado por una invención era casi siempre el local. En ese mercado el fabricante podía asegurarse la autoría y cobrar un precio justo por su trabajo de creación. Pero en el resto del mundo, la copia estaba a la orden del día, a veces era casi inútil tratar de impedirla. De ese modo un invento podía fabricarse mucho más barato, por no tener que pagar ningún tipo de derechos a los creadores.
Y esto fomentaba avances más significativos en los países “ilegales”.

Finalmente queda el tenebroso asunto de la invención del avión. Durante muchos años, la Smithsonian Institution no quiso reconocer que los hermanos Wright habían inventado el avión. En sus museos se mencionaba a Samuel P. Langley como creador del avión. Y es cierto que creó un avión, pero no volaba más de diez segundos en el mejor de los casos y sus aterrizajes eran mediante accidente.

Esta polémica llevaría a que el primer avión de los hermanos Wright se exhibiera en un museo de Londres, y a que Orville Wright batallara por reconocer la autoría de su invención ya de cara a los libros de historia. Finalmente lo conseguirían pero no antes de 1948. El histórico avión terminaría en el museo de la Smithsonian Institution pero bajo un contrato con estrictas normas relativas a la información que ese museo ofrecería sobre la invención del avión.

Como curiosidad, la etiqueta que figura junto al avión dice “Invented and built by Wilbur and Orville Wright”. En estas cosas, el orden de los nombres nunca es trivial. Aunque sería su sobrino el que decidiera el texto a incluir, queda para la historia que, aunque ambos hermanos merecen todo el mérito de la invención, Wilbur aparece antes.

La Legión Checa

La I Guerra Mundial enfrentó entre sí a todas las potencias económicas de Europa. Del lado de los vencedores estarían principalmente Francia, Inglaterra, Rusia e Italia. Del lado de los vencidos, Alemania, el Imperio Austrohúngaro y Turquía.

Desde luego que hubo muchos otros países combatientes, de dentro y fuera de Europa. Casi al final de la guerra llegarían los Estados Unidos y desequilibrarían por completo la contienda.

Al ser una guerra por equipos la relación entre los miembros de un mismo bando resultó casi tan importante como las capacidades de cada uno de los combatientes. En realidad las alianzas previas al enfrentamiento armado eran relativamente débiles. Austria-Hungría amenazó a Serbia y Rusia amenazó con defenderla. Entonces Alemania amenazó a Rusia. Y como aliado suyo, Francia amenazó a Alemania. Alemania amenazó con invadir Bélgica y entonces Inglaterra amenazó con impedirlo. Luego Turquía se sintió amenazada por todo lo que ocurría en sus fronteras.

De todos los combatientes, el más temible, de largo, era Alemania. Era la mayor potencia militar del mundo, y si no venció, fue porque no daba abasto ante tantos enemigos y apenas si podía confiar en la ayuda de sus aliados. El iniciador de todos los conflictos, el Imperio Austrohúngaro, demostró tener uno de los ejércitos más ficticios de la historia.

Sobre el papel el ejército Austrohúngaro era muy poderoso. Era el país más grande de Europa, un poco más que la actual Francia. Situado en el centro neurálgico de Europa. Comprendía gran parte del territorio de las actuales Austria, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Croacia, Eslovenia y partes del que ahora poseen Italia, Rusia, Rumanía, Polonia y Ucrania.

El problema del Imperio Austrohúngaro era su extraña organización política. Era una doble monarquía: un rey que gobernaba en dos países diferentes, formando una unión artificial en la que lo único que tenían en común era el máximo dirigente. Por lo demás, Austria era un país y Hungría otro. Además, estaba el problema de las numerosas etnias dentro de su territorio. Aquello era un hervidero de naciones que no se acababan de sentir cómodas en el conjunto del país. Intenta imaginar un país que tenga tanto italianos como rusos, polacos y serbios.

Al iniciarse el conflicto bélico, el Imperio se encontró con numerosos problemas. Las unidades, agrupadas por soldados de orígenes similares, resultaban difíciles de dirigir. Los mandos militares solían ser todos austriacos o húngaros. Pero a veces se encontraban con una división entera de soldados checos o italianos que sólo hablaban su propio idioma.

Luego estaba el problema de las fronteras. el Imperio Austrohúngaro tenía un frente con Italia y otro con Rusia. Pero, claro está, también tenía en sus filas ciudadanos que vivían en regiones italianas y rusas, que hablaban esos idiomas y se sentían más identificados con sus enemigos que con un Imperio del que nada bueno habían recibido.

Es por eso que la organización, complicada de por sí, tenía que contar con factores como el barajar sus soldados, para evitar que los miembros de una región lucharan contra enemigos de la misma, para que no tuvieran un conflicto de intereses.

Conforme avanzaba el conflicto, uno de los puntos que fueron quedando más claros para los mandos militares era que los soldados checos no eran para nada fiables.

Hay que indicar que en casi todas las historias se habla de “los checos” cuando en realidad se está pensando en los checos y eslovacos juntos. Que es como mezclar el agua y el aceite, pues nunca se llevaron bien entre sí. El caso es que esta narración no es una excepción. Si mencionaré a los checos, lo correcto sería decir “los checos y eslovacos”, y es que decir checoslovacos es, en mi opinión, ridículo. Es como decir “hispanofranceses”. Cierto es que durante algunos periodos de la historia vivieron como un mismo país. Pero siempre estuvieron muy divididos, aunque sólo fuera por el idioma.

Los soldados checos eran muy malos combatiendo. Por un lado por los problemas del idioma, y por otro porque no se comprometían con el conflicto. La mayoría estaban ahí por fuerza: en caso de guerra el ejército recurre a los jóvenes nacidos en determinada fecha, quieran estos o no. Y así llegaban los soldados checos, a defender un país que nunca les gustó. Y claro está, lo hacían muy mal.

Uno de los hechos más comunes era el de las rendiciones masivas. Los rusos luchaban contra Austria-Hungría. La cosa se ponía un poco fea en un ala del Imperio. Y en lugar de seguir combatiendo, las divisiones checas entregaban las armas sin rechistar. Este hecho se ha llegado, con el paso del tiempo, a defender como un acto de heroicidad, de soldados que no estaban dispuestos a matar por unas ideas y un ejército en la que no creían. La realidad seguro que exige incluir una buena dosis de cobardía. Esos soldados no sabían lo que les esperaba una vez el ejército ruso los detuviera. Bien podría ser peor que la misma muerte. En muchos casos, el destino de los prisioneros no era otro que la gran cárcel rusa: Siberia.

Como antes indiqué, gran parte de la historia de la Primera Guerra Mundial la dictaron las relaciones entre los propios aliados. Uno de los primeros acuerdos que se firmaron en la guerra fue el Acuerdo de París, firmado el 4 de septiembre de 1914. Según dicho acuerdo, ninguno de los miembros de la alianza Francia-Inglaterra-Rusia firmaría un tratado de paz por separado contra las potencias centrales.

Este acuerdo era muy importante para el desenlace del conflicto, puesto que Alemania podía presionar a sus rivales, uno por uno, para ir aclarando los conflictos bélicos por separado. De esa forma sus opciones de victoria eran mucho mayores. Pero si los aliados decidían luchar coordinadamente y hasta el final, los alemanes nunca podrían parar de luchar. Tendrían que vencerles en todos los frentes para poder terminar la guerra.

Claro está, estos acuerdos tienen mucho de declaración de intenciones. Pero eso no significa que vayan a misa. De hecho, los alemanes entendieron la situación desde el principio y trataron de vencer a Rusia, por ser el más asequible de los grandes rivales (países menores como Serbia o Rumanía habían sido vencidos en un abrir y cerrar de ojos).

El combate contra Rusia fue complicado. De un lado porque los rusos tenían un ejército gigantesco en lo que a tropas se refiere. Podían perder un millón de soldados y poco tiempo después reemplazarlo por otro. Su territorio era muy extenso y se podían abrir frentes en una enorme extensión de terreno. Para Alemania un gran problema era la poca fiabilidad del ejército austrohúngaro. Los alemanes eran pura tecnología y organización y sabían vencer batallas por todo lo alto. Sus aliados parecían unos aficionados y siempre tenían problemas, a veces perdían de forma estrepitosa y siempre necesitaban de la ayuda alemana para volver a dejar las cosas en su sitio.

Con el paso de los años, la situación contra Rusia se fue dominando. Alemania los fue expulsando más y más y si no se lanzó a conquistar toda Rusia fue porque no le interesaba. Rusia era un rival menor, contra el que habría que firmar una paz lo antes posible. Una paz en condiciones muy favorables a Alemania, obviamente, pero al fin y al cabo era importante asegurar uno de los frentes. Olvidarse de un rival para siempre. Por eso, el sistema de ataque de Alemania en el este era el de apretar pero no ahogar. Y funcionó.

En febrero de 1917, en gran parte a causa de las enormes privaciones que estaba sufriendo la población debidas de la guerra, se produjo una revolución en Rusia. Se depuso al gobierno del Zar y con él, se sumió el país en una enorme desorganización y caos. Con tantos problemas internos, los rusos no estaban en condiciones de luchar. De hecho ni siquiera estaban seguros de si debían hacerlo.

Gradualmente la situación fue volviéndose más y más confusa. Diferentes grupos políticos luchaban por hacerse con el poder en el país. La guerra era una distracción demasiado importante. En todo ese tiempo, Alemania presionaba para terminar la guerra, no quiso aprovecharse para arrasar con un país dividido. Tampoco hubiera resultado sencillo, la verdad.

El caso es que los rusos seguían divididos en su idea de continuar o no la guerra. Y a cada día que pasaba, la situación era peor para ellos. Los alemanes les ofrecieron un acuerdo de paz en que los rusos perdían hasta la camisa. Estos se negaron y ante la incapacidad de luchar, decidieron dar una respuesta evasiva: nosotros dejamos de luchar, vosotros haced lo que queráis. Y entonces Alemania, que quería dejar este frente terminado, hizo lo que mejor sabía hacer: seguir conquistando territorio. Los rusos al final acordaron una paz, con el Tratado de Brest-Litovsk en que perdían la camisa y el pantalón: perdieron todas las repúblicas bálticas, su parte de Polonia, Bielorrusia y otros muchos territorios.

Además, los alemanes empezaron a hacerse buenos amigos de las nuevas repúblicas fronterizas: hasta los confines de Georgia empezaron a sentirse las influencias alemanas.

¿Qué había sido mientras tanto de los soldados checos prisioneros en Rusia? Pues una gran parte de ellos se había quedado cerca del frente de combate, en Ucrania. Pronto los rusos se dieron cuenta de que los checos estaban más de su parte que de la de los enemigos. Junto con los prisioneros se encontraron con grandes cantidades de desertores. Los rusos no eran muy amigos de la idea de incluir a estos soldados entre sus unidades, pero tras la caída del Zar, empezaron a ver la idea con mejores ojos. Crearon una legión de soldados checos, a la que armaron y prepararon para el combate contra Alemania y Austria-Hungría. Se encontraron con unos 40.000 checos dispuestos a combatir.

Pero nunca llegaron a luchar contra sus anteriores compañeros. Los problemas de organización en Rusia eran tan grandes, que al final apenas si eran capaces de oponer resistencia, menos aún ser capaces de planificar algo nuevo. Lo que sí que acordaron con Francia fue la entrega de estos soldados, que podían resultar muy útiles en el frente francés. 40.000 soldados extranjeros motivados valen mucho más que 400.000 soldados nacionales incluidos en el ejército a la fuerza.

Y ahora comienza a complicarse la historia. ¿Cómo pueden llevarse 40.000 personas de Ucrania a Francia en medio de una guerra mundial? El camino más corto habría de ser atravesando Hungría o Alemania y esto desde luego no era una opción viable. El camino más corto que no incluía territorio enemigo era un rodeo considerable: había que ir hasta Finlandia.

Los rusos acordaron entonces ayudar a los aliados en el transporte de esta delegación. Pero la realidad es que la situación era un caos absoluto y en tiempo de guerra de lo que menos se podía disponer era de trenes. Los trenes eran el mayor aliado para el transporte de comida, armas y aprovisionamiento de todo tipo y estaban dedicados a tiempo completo a cuestiones militares. Era bastante complicado permitir que un tren fuese empleado para labores que no resultaran estrictamente militares.

Así que con grandes problemas y poca ayuda por parte de los rusos, los checos se prepararon para su viaje hacia el norte, coordinados por telégrafo con la resistencia checa asentada en Francia. El objetivo sería la ciudad de Arkángel, desde la que tomar un barco que les llevara a territorio civilizado.

Pero el bando aliado no se atrevía a llevar a un barco (y en este caso serían necesarios varios) tan lejos. Esos mares eran muy peligrosos, a merced de los submarinos alemanes. La idea pronto tuvo que ser desechada. Eran útiles pero no eran tan importantes como para arriesgar una misión de rescate. Esa vía quedó cerrada y finalmente, por cuestiones puramente geométricas, hubo que recurrir al único camino posible: atravesar todo Rusia y acabar en los confines de Siberia.

Pero como he indicado anteriormente, Siberia era la gran prisión rusa. Y junto con la entrega de grandes territorios a los alemanes, los rusos se comprometieron a devolver a sus prisioneros de guerra. Estos se contaban por cientos de miles y suponían un importante problema logístico.

Los checos pronto se encontraron tirados en medio de Rusia, a miles de kilómetros de su país, sin ayuda de ningún tipo por parte de los rusos. Antes bien, empezaban a estar molestos por tener una pequeña armada extranjera viajando por todo su territorio. Pronto se llegaría al punto de no retorno. Los checos llegaron hasta Chelyabinsk, una población tan alejada de su territorio, que basta con saber que está a 1.500 kilómetros al este de Moscú.

En Chelyabinsk se armó un conflicto entre los checos y el ejército ruso bolchevique. La conclusión de este fue bastante extraña: los checos se hicieron con el control de la ciudad. Y en menos de un mes se adueñaron de toda la línea férrea del tren transiberiano.

Incluso se hicieron con el gobierno de la ciudad de Samara. Si Rusia era un descontrol administrativo, el peregrinaje de los checos lo había convertido en un circo. La principal artería de comunicación entre el este y el oeste del país, había quedado en manos de estos.

Cuando esto llegó a oídos de los europeos, al margen de la consiguiente sorpresa, empezaron a acogerlo con gran interés. Rusia había abandonado a los aliados y había pactado con Alemania una deshonrosa paz. A nadie le gustaba el gobierno que se estaba formando en Rusia. La presencia checa era una buena noticia. Se podría iniciar un nuevo frente en el este de Alemania, aprovechando esta avanzadilla. Incluso se podría luchar contra Rusia y tratar de restablecer un gobierno que los europeos consideraran adecuado.

Los checos exiliados en países aliados trataban de presionar de la mejor manera que podían para que, en caso de derrota austrohúngara, se pudiera independizar su país de Austria. Pero no dejaban de ser un cero a la izquierda en lo que a su aportación a la victoria se refiere. Sin embargo, la noticia de que un contingente checo estaba haciendo estragos en Rusia daba un vuelco muy positivo a sus expectativas. Por primera vez estaban realmente aportando algo y muy significativo.

Pero los checos lo estaban pasando realmente mal. Luchaban en un país gigantesco, totalmente desconocido, con un clima atroz. Y para colmo de males, estalló una guerra civil en Rusia, quedando atrapados en medio. Se pusieron del lado de los defensores del zar (los que acabarían perdiendo la guerra civil). Los checos defendían muy bien sus posiciones, y a pesar de ser desertores y soldados de fácil rendición, siempre mantuvieron la línea férrea bajo su control.

La Legión Checa se había ido fortaleciendo, obteniendo soldados a lo largo y ancho de todo Rusia. Al controlar el tráfico de prisioneros desde Siberia, pudieron reagrupar sus propias tropas y dificultar la vuelta de prisioneros alemanes y austrohúngaros a sus países (no volverían sino para continuar luchando). La Legión llegó a contar con unos 100.000 soldados y estuvo al mando en una línea de más de 4.000 kilómetros durante más de un año, desde la primavera de 1918 hasta abril de 1919.

Aunque los aliados pretendían aprovechar la presencia checa para abrir un nuevo frente, se encontraban con considerables problemas logísticos. Para ellos era complicado y costoso llevar un destacamento militar hasta Siberia, sabiendo que tendría que volver a cruzar todo el territorio ruso. La idea era buena, pero impracticable. Los checos se encontraron totalmente abandonados a su suerte.

Y mientras sus infortunios parecían no tener fin, se llegó al final de la Primera Guerra Mundial. Se firmaron los acuerdos de paz y nació un nuevo país: Checoslovaquia. En gran parte, por no decir principalmente, gracias a la aportación de la Legión Checa en Siberia, que dio alas a un país inexistente. Los rusos terminaron su guerra civil con la victoria bolchevique. Y mientras tanto, los checos seguían en Siberia.

Y si no habíamos tenido suficientes sobresaltos, los checos se encontraron combatiendo por un tren cargado con ocho vagones llenos de oro, de la reserva de Kazakstán, que en plena guerra civil había acabado en el ferrocarril transiberiano. Como no podía ser de otra forma, los checos se acabaron quedando con todo ese oro.

Así, en abril de 1919, se llegaría a un acuerdo bien extraño. Los checos devolverían el oro a los rusos si estos les dejaban marchar tranquilamente. Y es que estaban en la típica situación en que podían ir zarpando lentamente en barcos, pero los últimos que se quedaran corrían el riesgo de ser masacrados por los rusos. Además de que en alta mar, estaban a expensas de que nadie quisiera atacarles.

Con ese oro compraron barcos y pactaron con el gobierno bolchevique su tranquila vuelta a Europa. Cuando los checos llegaron, su país ya estaba funcionando desde hacía muchos meses y la guerra empezaba a caer en el olvido.

Un leyenda, no exenta de motivos para ser cierta, argumenta que los checos no devolvieron todo el oro que capturaron. La historia cuenta que se quedaron con uno de los vagones para formar el que luego sería el Banco de la Legión Checa (Legiobanka). Aunque según el acuerdo firmado con el gobierno ruso, se devolvió todo el oro, y los rusos nunca levantaron ninguna protesta de que faltase oro, lo cierto es que los checos no volvieron con las manos vacías. La presencia de sospechoso dinero negro la prueba el que más de 50.000 soldados checos fueran capaces de ahorrar todo su salario durante más de dos años, e incluso aportaran algo de dinero a sus saneadas cuentas bancarias.

Creo que, sin lugar a dudas, la historia de la Legión Checa es la historia más extraña de toda la Primera Guerra Mundial.

Fuentes:
Para ver fotografías de tan extraño ejército, en sus trenes y protegidos del frío siberiano, nada como esta fuente.
En esta página narran la historia de los checos desde el punto de vista filatélico. Pasaron tanto tiempo en Rusia que incluso les dio tiempo de emitir un sello propio, que es una de estas joyas de coleccionista: un sello checo emitido en Rusia. También dan una visión general muy buena de su evolución por territorio enemigo.
La Wikipedia es la que nos informa sobre el trasiego de oro y el extraño banco Legiobanka.

Los fusiles de Morgan

I

En febrero de 1861 comenzó la Guerra Civil Americana. Los Estados del Sur fueron declarando su independencia uno tras otro, hasta que se llegó a un conflicto armado entre los leales al país (el Norte) y los separatistas (el Sur).
Las primeras batallas fueron equilibradas pero más favorables al Sur que al Norte. Así, el entonces presidente del Norte, Abraham Lincoln, hizo una llamada generalizada a las armas: debían movilizarse tantas tropas y armamento como fuera posible.
Muy alejado del campo de batalla, un tal Arthur Eastman había localizado en una isla cercana a Nueva York un arsenal abandonado tras la Guerra de Independencia de Texas (1835-1836). Este consistía en unos 5.000 fusiles, bastante obsoletos para la tecnología militar de entonces.
Eastman, que no tenía profesión alguna aunque se definía como una persona “familiarizada con las armas”, le propuso en mayo de 1861 al responsable de dicho arsenal, el Intendente James W. Ripley, que él sería capaz de adaptar dichas armas a los tiempos modernos, a cambio de algún dinero.
Con buen criterio, James Ripley argumentó que las manipulaciones de armas nunca salían bien y lo normal era que empeoraran las cosas. Y que aquellos fusiles no servían para nada y no saldrían de la isla.
Entonces Eastman propuso comprar la partida de carabinas, al precio de 3,5 dólares cada una de ellas. Total, si iban a ir a ser desechadas. Ripley estuvo de acuerdo.
Pero Eastman tenía un problema: no disponía de los 17.500 dólares necesarios para realizar la transacción.

II

La guerra se recrudecía y la necesidad de comprar armas aumentaba: En julio de 1861 el General John C. Frémont apareció por Nueva York dispuesto a comprar armas de quien las tuviera. Esto llegó a oídos del abogado Simon Stevens que ningún interés tenía en las armas, pero que había oído hablar de que un tal Arthur Eastman podía contar con 5.000 fusiles.
Así que Simon Stevens se puso en contacto con Arthur Eastman y acordó con él que le compraría los fusiles a 12,5 dólares cada uno, por un total de 62.500 dólares. Y con la noticia telegrafió al General Frémont, ofreciéndole una partida de fusiles adecuados al estándar del Ejército Americano, al precio de 22 dólares cada uno.
Frémont estuvo de acuerdo con el trato e indicó a Simon Stevens que enviara los fusiles de inmediato a Missouri. Entonces Stevens tuvo que puntualizar que los fusiles todavía no estaban de acuerdo a los requerimientos del Ejército. Y el General Frémont le dijo que en cuanto los tuviera preparados, los enviara sin dilación.
La situación era compleja. Eastman compraba por 17.500$ las armas al Intendente de la isla Governors, que actuaba en nombre del Ejército. Eastman realizaba el apaño para que sirvieran para el Ejército y Stevens le compraba las armas a Eastman por 62.500$.
Finalmente Simon Stevens vendería esas armas a Frémont por 110.000$.
Así funciona la economía. Una misma cosa cambia varias veces de mano, todo el mundo gana dinero y todo el mundo queda contento. Pero faltaba una pieza fundamental: el dinero. Tanto Eastman como Stevens estaban ansiosos por cerrar el trato, pero ni uno ni otro tenían dinero para comenzar la operación.

III

Fue entonces cuando apareció el banquero de turno: un jovencísimo J.P. Morgan, el legendario banquero que por aquel entonces sólo contaba 26 años de edad.
Morgan, tras ponerse de acuerdo con Eastman y Stevens, puso en marcha la transacción, prestando 20.000 dólares al primero. Con ese dinero, Morgan compró las armas por 17.500 dólares y le prestó 2.500 dólares a Eastman.
Con los 2.500 dólares, Eastman podría realizar las manipulaciones en el armamento. Hasta entonces las armas quedaron como aval del préstamo de Morgan.
Cuando se terminara de hacer la modificación del armamento, Morgan le prestaría 42.500 dólares a Simon Stevens, siempre y cuanto este empezara a recibir pagos de las armas por parte del Ejército.
Si embargo las dichosas alteraciones de los fusiles requirieron de más tiempo del pensado inicialmente. Y Morgan, que estaba ultimando los detalles de su boda, decidió mantenerse al margen del negocio, que ya estaba muy avanzado.
Morgan cobró del Ejército un adelanto de 55.550 dólares, a cambio de 2.500 de los fusiles, la mitad del total. Con ese dinero Morgan recuperó la inversión inicial de 20.000 dólares, cobró un interés del nueve por ciento (156 dólares) por la transacción y se pagó una comisión de 5.400 dólares, más de un 25% de la inversión inicial.
El resto del dinero y la parte del negocio que quedaba pendiente de cerrar se los trasladó a otro banquero amigo suyo, Morris Ketchum, el 10 de septiembre de 1861.

IV

La jugada maestra de J.P. Morgan es considerada según se mire como una de las más despiadadas de la Historia de la Economía. Hizo dinero vendiendo al Ejército armas compradas al Ejército, todo esto en tiempo de una preocupante Guerra Civil, cobrando una comisión desorbitada aún para la época. Y encima eliminó todo el riesgo del negocio evitándose el desagradable trago de asegurar los pagos por parte del Ejército.
Para aderezar su mala imagen, se argumenta que al tiempo que Morgan realizaba su negocio, se libró de cumplir con la llamada a filas generalizada para todos los hombres con edades comprendidas entre los 20 y 40 años. En la época lo habitual entre la gente adinerada era pagar un dinero, 300 dólares fue el precio fijado para la Guerra Civil Americana, para que otro fuera en tu lugar. Aunque en la Wikipedia lo dan por hecho, con fuente y todo, este dato no es cierto, o al menos no existe ninguna prueba, y mucho se han buscado, al respecto de que así fuera.

V

Ketchum se quedó con la patata caliente el 10 de septiembre para el 26 del mismo mes recibir un telegrama que le indicaba que ante la falta de liquidez del Gobierno, se interrumpían temporalmente los pagos.
La oscuridad del negocio no quedó oculta durante mucho tiempo. En octubre se formó una comisión de investigación, encargada de investigar los enriquecimientos indebidos conseguidos con el comercio de suministros militares. Se suspendieron los pagos hasta que todo quedara aclarado.
Hubo un enorme revuelo, pues cuando las cuentas quedaron manifiestas se argumentó que “nadie en su sano juicio compraría por 110.000 dólares algo que costaba 17.500 dólares” y que había existido alguna manipulación.
La realidad económica era que las armas faltas de valor para el inepto Intendente de la isla de Governors tenían mucho valor cerca de los campos de batalla. Que todos los aprovechados de esta cadena habían operado con legalidad.
Pero mientras J.P: Morgan se salió del negocio antes de que las aguas se pusieran turbulentas, Ketchum necesitó de más de dos años y una resolución del Tribunal Supremo para poder cobrar su dinero. El Tribunal falló a su favor y ordenó al Gobierno pagar las deudas contraídas.
Esta historia está estrechamente relacionada con esta otra.
Fuente: Morgan. American Financier.

Franklin D. Roosevelt

En España nos compadecemos de un país como Estados Unidos con tres siglos menos de Historia que los encierros de toros españoles.
Por eso y muchas otras razones, nos reímos de grotescos dirigentes como George Bush y no acabamos de entender la idolatría que profesan los americanos hacia su presidente.
Una de las razones que justifica sobradamente la pasión de los estadounidenses por su presidente es el hecho de que a pesar de su limitada Historia, Estados Unidos ha tenido varios presidentes americanos que han sido mejores que todos los gobernantes que hemos tenido en España a lo largo de nuestra dilatada Historia.
No se trata de simpáticos Jefes de Estado, ni atractivos guaperas para el voto jubilado. Ni de tipos que tuvieron suerte de gobernar en tiempos de bonanza. Simplemente Estados Unidos ha gozado del lujo de tener personalidades extraordinarias que han dispuesto de la posibilidad de gobernar y lo han hecho de forma memorable.
Por supuesto se trata de seres humanos, con sus miserias y defectos. Pero eso no hace sino engrandecerlos más.
Tres presidentes destacan por encima de todos los demás. Tres presidentes que hacen sombra perpetua a cualquiera dispuesto a dedicarse a la política. Tres hombres, cada uno nacido en un siglo diferente. La existencia de estos majestuosos gobernantes alimenta el espíritu de los ciudadanos americanos como otrora las religiones ansiaban la llegada de un Mesías Redentor. Sólo que en el caso de los americanos la esperanza es más cierta.
El primero de todos es indudablemente George Washington. Un hombre tan extraordinario que recomiendo a cualquiera que se lea al menos su reseña de alguna enciclopedia. Quizás la mayor cualidad de Washington – y no era hombre que andara escaso de ellas – era su capacidad para despertar la admiración inmediata. Y no era brujería o una suerte de encanto, sino la conjunción de virtudes en una sola persona, todas evidentes en el trato con él. Nunca tuvo un enemigo y no porque no tomara decisiones comprometidas o porque tratase de agradar a todos. Es el único gobernante de Estados Unidos que ha ganado unas elecciones por unanimidad absoluta: toda la cámara le votó a él. Fue el primer presidente de los Estados Unidos y tras su segunda legislatura se abrió una profunda depresión: jamás podrían tener un gobernante tan bueno como él.
El segundo presidente extraordinario fue Abraham Lincoln. En su caso destaca su forma de tratar uno de los gobiernos más difíciles que quepa imaginar, el de los Estados Unidos instantes antes del cisma entre Norte y Sur. Lincoln era de Kentucky, un estado eminentemente rural y alejado de las élites políticas. Ya el simple hecho de que llegara a Presidente es algo más que suficiente para demostrar su valía.
Supo afrontar la Secesión sudista con mano firme pero no inflexible. Supo ganar una guerra contra el mejor General de los Estados Unidos. Supo coordinar la lucha, supo gobernar un país dividido. Supo hacer la paz, sin castigar al Sur, supo mantener al país unido. Y por encima de todo, luchó por la libertad de los negros aún antes de terminar la guerra, un asunto tan delicado que ningún político anterior había sido capaz de abordar con el coraje suficiente. Sólo su trágica muerte, justo después de terminar la guerra, impidió que esta libertad de los esclavos se convirtiera en una absoluta igualdad.
Si Washington fue el presidente del siglo XVIII y Lincoln el del XIX, no cabe duda que Franklin Delano Roosevelt fue el hombre del siglo XX.
Roosevelt era de una familia muy adinerada. No en vano era primo de un reciente Presidente de los Estados Unidos. Esto desde luego le facilitó mucho la vida política, aunque serían sus cualidades personales las que le harían prosperar de forma tan notable.
En 1920 sería el candidato demócrata para la vicepresidencia de los Estados Unidos, pero perdieron las elecciones ante los republicanos.
Un año después, en 1921, estando de vacaciones con su familia, Roosevelt contrae la polio y sufre una parálisis irrecuperable en sus piernas.
Y aquí la historia se vuelve mucho más compleja que con los anteriores egregios presidentes. No es un hombre del que no haya ni una historia mala, ni un hecho intachable. Ahora tenemos a un personaje de novela contemporánea: el hombre imperfecto que lucha contra su destino.
Roosevelt nunca quiso reconocer su enfermedad, ni ante los demás ni ante sí mismo. Luchó contra ella de una forma despiadada, absolutamente patológica. A partir de entonces se trató de demostrar una y otra vez que la enfermedad no podría con él. Y eso lo convirtió en una especie de superhombre.
Mucho de su éxito se debe indudablemente a la ayuda de su esposa, su mano derecha a lo largo de toda su carrera política. Roosevelt no sólo no se retiró de la vida pública, sino que se lo tomó con mucha mayor pasión. Continuó batallando en la circunscripción más difícil que existía entonces, la de Nueva York. Y entonces, llegó la Gran Depresión.
La Gran Depresión es una historia que todos los hombres deberían conocer. Igual que Blancanieves o La Cenicienta.
Hay mucha gente que cree que la Gran Depresión es que la bolsa cayó en picado y la gente perdió sus ahorros. Es una historia muy compleja, pero en cierto modo lo que aprendieron todos los gobiernos es que hay que soportar la economía, que no se puede dejar libre al Libre Mercado en determinadas situaciones críticas.
Tras las más que justificadas caídas en la bolsa, el gobierno adoptó una postura castigadora: las empresas deben purgar sus males, nosotros no haremos nada. Sin embargo las caídas en bolsa llevaron a otros problemas y al final una cosa por otra las empresas fueron cerrando una tras otra. El desempleo se disparó y la situación empeoraba día tras día en Estados Unidos y en Europa.
Cualquiera podía ganar al maltrecho gobierno saliente en las elecciones de 1932. Lo importante era conseguir la candidatura demócrata. A pesar de no ser el elegido por la directiva del partido, el lisiado de Roosevelt se hizo con la plaza consiguiendo apoyos importantes y mostrando una candidatura independiente.
Llegar a Presidente de Estados Unidos había resultado en cierto modo fácil. La parte más difícil era la siguiente: sacar al país del colapso económico en que se encontraba. Y ese mérito se le debe casi exclusivamente al tesón de Franklin D. Roosevelt.
Para ello dedicó su mandato única y exclusivamente a recuperar la economía. Su objetivo primordial era el sacar a la desaparecida clase media de la absoluta pobreza en que se encontraba. Las medidas de Roosevelt se suelen recoger en lo que se denomina el New Deal. Una forma nueva de hacer las cosas.
Puede parecer que Roosevelt actuó de forma ejemplar en el gobierno, hizo todo lo posible por relanzar la economía de los Estados Unidos. Pero para ello no dudó en aplicar todo tipo de medidas antidemocráticas. Si algo era lo mejor, no esperaba la aprobación de las Cámaras, de los reglamentos, el visto bueno de los jueces. Al día siguiente se empezaba a hacer.
La forma de gobernar de Roosevelt puede que haya sido única en la Historia de la Humanidad. Fue quizás el hombre capaz de aunar lo mejor, o lo único bueno, de los principales sistemas de gobierno: la democracia y la autocracia.
Si la democracia se interpone en el camino de lo correcto, al diablo con la democracia. Pero siempre actuando pensando en los demás, en el pueblo. Si tuviéramos buenos dirigentes a nuestra disposición así se debería gobernar: el pueblo elige, el representante gobierna.
Roosevelt creó cientos de pequeños organismos encargados de tareas concretas. Uno para aliviar el hambre de la gente, para que hubiera comedores públicos y se atendieran las primeras necesidades. Otro para coordinar la política monetaria. Otro para sanear el sistema bancario. Otro para relanzar la industria. A veces estos grupos tenían problemas entre sí al existir espacios comunes en sus jurisdicciones.
Los primeros 100 días de su gobierno fueron una maratón, quizás el mejor gobierno que jamás ha existido. Como unos padres que limpian la casa tras una fiesta organizada por los hijos, de forma urgente Roosevelt se encargó de arreglar una cosa tras otra, como si le faltara tiempo para empezar, como si tuviera tantas ganas de gobernar que no pudiera soportar guardarse ases en la manga para futuras campañas políticas.
Roosevelt recibió la reprobación de los jueces de su país con alguna de sus medidas, por considerar sus decisiones como en contra del Libre Mercado o por no haber cumplido los trámites legales correspondientes. Roosevelt tuvo que rectificar y deshacer algunas de sus decisiones. Pero lo hacía convencido de que hasta que los jueces actuaran aquello tendría efectos beneficiosos para la sociedad. Ningún otro gobernante americano ha tenido que ser reprendido por los jueces, salvo Roosevelt.
Roosevelt, un tipo que trataba de disimular su parálisis con muletas y en posturas forzadas apenas sujetado por los brazos o por su esposa, es uno de los mayores responsables de que tú y yo no vivamos en una Europa tal vez soviética, tal vez nazi, tal vez muy diferente.
Cómo sería este presidente para que los Estados Unidos hicieran la vista gorda a la ley no escrita que prohíbe que un dirigente pueda estar más de ocho años en el cargo. Esta ley existe como forma de respeto y admiración al gobierno de Washington, que no quiso prolongarlo por más tiempo a pesar de que nunca perdió el apoyo de toda la ciudadanía. Cómo sería Roosevelt para que la gente dijera, bueno, por favor, deja que contigo hagamos una excepción ahora que tenemos una Guerra Mundial.
Roosevelt murió en 1945, tras dejar a su país con la II Guerra Mundial medio ganada en ambos frentes. Cualquiera hubiera podido gobernar el país que Roosevelt dejó, ahora convertido en la primera potencia mundial.
Uno de los hechos más sorprendentes de la vida de Roosevelt es su lucha contra la polio, que le dejó paralítico de cintura para abajo. No sólo lucha personal sino en general contra esta enfermedad. Apoyó todo tipo de avances científicos, estudios, tratamientos y hospitales que lucharan contra la enfermedad. Y como no podía ser de otra forma, ante un hombre tan grande, resultó que con el tiempo se supo que la enfermedad que él había padecido no era la polio, sino una más infrecuente, el síndrome de Guillain-Barré. Esta forma de ironía del destino fortalece su imagen aún más: el hombre que luchó contra una enfermedad que ni siquiera era la que tenía.