Estos días se ha puesto de moda el término experto. Según el diccionario, un experto (o experta, o quién sabe si experte dentro de poco) es una persona práctica o experimentada en algo. Pero en la segunda acepción ya se habla de alguien que está especializado o tiene muchos conocimientos sobre determinada materia.
Como podemos ver, la propia definición se encarga de ir rebajando el listón poco a poco.
Navegando por otros diccionarios, la bajada a los infiernos se va haciendo más y más profunda. Wiktionary, menciona:
Como suele pasar con este tipo de términos, uno presenta la definición más elogiosa en su currículum y se defiende esgrimiendo la menos amable cuando la vida real empieza a pedir acreditaciones.
Cuando oigo la palabra experto, se me viene a la cabeza el personaje de Sherlock Holmes, uno de los más carismáticos de la historia de la literatura. Según la descripción que de él hacía su compañero Watson, era lo menos parecido que existe al concepto de experto.
Holmes abundaba en muchos conocimientos, pero de forma poco sistemática. De su sabiduría sobre botánica, Watson diría:
[Conocimientos] desiguales. Al corriente sobre la belladona, opio y venenos en general (puede distinguir el lugar de cultivo de la planta, día y tiempo de consumo estudiando una colilla de cigarro). Ignora todo lo referente a los cultivos prácticos y jardinería.
¿Era Holmes un experto en botánica? Desde luego que no. ¿Sabía mucho sobre botánica? Desde luego que sí, pero sólo sobre ciertos temas: los que le interesaban. Ahora bien sobre esos temas, ¿quién sabía más, Holmes o un experto?
Un experto en botánica, al menos en el siglo XIX, y desde luego viviendo en Inglaterra, sabría mucho sobre un amplio rango del mundo vegetal. Para poder ser experto en ese tema se le exige que su formación no tenga lagunas. Pero posiblemente no sepa demasiado sobre ciertos temas, como aquellos por los que Sherlock Holmes se declaraba un gran conocedor. Y aunque el personaje de Conan Doyle solía drogarse de forma habitual, el conocimiento de ese tipo de venenos era debido a sus necesidades prácticas como detective.
Cuando uno busca a los mayores expertos en temas concretos con utilidad práctica, pronto se da cuenta de que desaparecen los perfiles técnicos, científicos, de la universidad, y empiezan a aparecer personajes extraños, con carreras poco convencionales. Como muy bien detalla Nassim Taleb en su libro Skin in the game las personas realmente relevantes en un campo de conocimiento o experiencia son aquellas que han profundizado jugándose algo más que un prestigio teórico.
Uno de los ejemplos más claros de su libro es la historia de dos cirujanos: tienes que elegir quién te realizará una peligrosa operación. Ambos tienen una categoría similar dentro del mismo hospital.
Visitas al primero y ves que va impecablemente vestido y tiene diplomas de prestigiosas universidades colgados de su despacho. Sus modales y vocabulario son intachables. Parece un médico de una serie de televisión sobre médicos ─antes de que se rodara la serie con el doctor Gregory House.
Luego vas a ver al segundo y es todo lo contrario: pinta desaseada, nada en su despacho hace ver que se trata de un médico, ni siquiera su aspecto, que es más propio de un carnicero o cocinero de bar de la mala muerte.
Sin embargo, ambos tienen una categoría profesional similar. ¿A cuál escogerías para tu operación?
Todos hemos conocido a cirujanos como ese. Sólo unos pocos han tenido la oportunidad de escogerlos para una operación. Pero abundan en todas las profesiones: siempre hay alguien impopular, que llega tarde y no cumple las reglas, que causa conflictos con el resto de compañeros. Pero que a la hora de la verdad, cuando hay problemas, situaciones delicadas, es la persona en que se posan todos los ojos y esperanzas.
Ahora estoy leyendo una espesa narrativa sobre el final de la I Guerra Mundial, With our Backs to the Wall: Victory and Defeat in 1918. La batalla criptográfica en la Primera Guerra Mundial es mucho menos conocida que en la de la Segunda, con las famosas máquinas enigma alemanas y la omnipresente figura de Alan Turing capaz de descubrir su cifrado. En la Primera gran batalla mundial los medios eran mucho más rudimentarios y al mismo tiempo excitantes. Se usaba el telégrafo y el teléfono y mientras algunos países enviaban mensajes con complejos cifrados, otros usaban teléfonos ─que estaban pinchados─ con una inquietante inocencia.
Una de las personalidades más brillantes de aquella guerra fue el francés Georges-Jean Painvin, del que se sabe demasiado poco. Antes del comienzo de la guerra no era más que un profesor universitario de paleontología y geología, que también tocaba el violonchelo. Por pura casualidad se enteró de la problemática con los mensajes por telegrama encriptados, según le contó un capitán amigo suyo.
Uno de los aspectos más interesantes de la I Guerra Mundial es que fue una contienda donde se mezclaba la seriedad y formalidad de los tiempos modernos con una actitud bastante desenfadada ante nuevas ideas. Básicamente ambos bandos se habían enfrentado en el frente Occidental empleando todas las estrategias que conocían y habían llegado a una especie de bloqueo de varios años, en que no había ningún tipo de progreso. Tarde o temprano los dos frentes entendieron que había que pensar creativamente y aceptar distintos enfoques, darles una oportunidad a todo tipo de ideas.
Así, si un profesor universitario sugiere ponerse con algo en lo que es cualquier cosa menos un experto se le permite la oportunidad, por un tiempo limitado. Al tratarse de un tiempo de guerra lo único que importa son los resultados. Hoy en día, hay una enorme dependencia hacia las apariencias: se suelen tomar medidas, contratar a personas que, a priori, parezcan adecuados. Si luego no funcionan, nadie podrá acusar al responsable de esas medidas o esos empleados: parecía una buena idea.
En un tiempo de guerra auténtico ese tipo de medidas de relaciones públicas no importan nada. Buenas intenciones, buenos estudios previos, dan igual. La única pregunta es sobre los resultados.
Painvin, el profesor de geología, se volcó con una pasión totalmente desmedida en la tarea de intentar descifrar los distintos cifrados alemanes, dedicándole casi todas las horas del día y obteniendo como resultado final el descodificado de los sistemas ADFGX y ADFGVX. Painvin no era un experto en criptografía, pero tenía una habilidad especial para combinar nociones de la misma con inteligencia social: sabía que las claves cambiaban a menudo, pero que mensajes en fechas y lugares similares tendrían un cifrado común, lo que le serviría para descifrar los mensajes de un día en concreto.
Se suele exagerar mucho el alcance de los logros conseguidos por la descodificación de las Máquinas Enigma con códigos alemanes durante la II Guerra Mundial, algunos llegan a decir que gracias a ello se consiguió ganar la guerra. A la hora de la verdad, la Wikipedia se rinde y se limita a reconocer que:
fue una ayuda sustancial al esfuerzo de guerra de los Aliados.
Los trabajos de decodificación de Georges Painvin tuvieron un resultado muy claro, concreto e importante. Gracias al mismo, los franceses pudieron saber mucha información secreta sobre los planes de Alemania, en particular sobre el punto exacto donde comenzaría una de las batallas más importantes para el desenlace final de la contienda. De haber estado menos preparados, los franceses podían haber terminado con París invadido, lo cual a su vez hubiera tenido un efecto psicológico trascendental. Del citado libro:
Además, esta vez los franceses no fueron pillados por sorpresa. Los vuelos de reconocimiento reportaron movimientos y preparativos ferroviarios en el sector, y el 3 de junio los franceses descifraron una comunicación por radio que detallaba un ataque para el 7 de junio, mientras que un repentino aumento de desertores era una señal segura de que una operación era inminente, y éstos a su vez revelaron la fecha y hora exactas. La advertencia permitió a los franceses colocar protección anti aérea sobre sus posiciones, mientras Pétain y Fayolle, el comandante en jefe del ejército, prepararon dieciséis divisiones para la intervención y preparación de un contraataque.
La importancia de esa batalla tiene cierta controversia. El ataque sobre la zona próxima a Reims formaba parte de una maniobra de distracción. Los alemanes golpearon sobre la zona belga del frente occidental, en Flandes, donde se encontraba el ejército inglés. Una vez los franceses mandaron tropas para reforzar el sector, los alemanes golpearon sobre la zona central de Reims, dando la impresión que el primer ataque había sido una maniobra de distracción, para centrarse en la ciudad que llevaría a París.
En un giro propio de un buen thriller, lo que en realidad planearon los alemanes era que el segundo ataque fuera la auténtica maniobra de distracción, para volver a golpear donde lo hicieron inicialmente, en Bélgica, una vez las tropas volvieran a la defensa del sector francés.
La maniobra, en caso de tener éxito, hubiera encumbrado al general Ludendorff como uno de los mayores estrategas de todos los tiempos. Pero la I Guerra Mundial era muy complicada, las victorias a veces se lograban con mayores pérdidas que el ejército derrotado. El golpe sobre la zona de Reims tuvo un éxito inesperado y a los alemanes, les pudo la glotonería. ¿Por qué no ahondar en la herida y profundizar en ese ataque de distracción? Esa sería la batalla que, gracias el mensaje desencriptado por Painvin, los alemanes no ganarían.
Por sus logros como criptógrafo, Painvin serían nombrado Caballero de la Legión de Honor en julio de 1918. Su situación posterior resultaría paradójica: había logrado uno de los mayores honores militares posibles, pero no podía hablar a nadie sobre ello ─su trabajo se mantuvo tan en secreto que aún hoy en día sabemos muy poco sobre él.
Al terminar la guerra, Painvin no volvería a dedicarse a la criptografía, ni tampoco terminaría sus días con la aburrida enseñanza en la universidad. Un no experto como él terminaría fundando una de las principales empresas siderúrgicas francesas y volviendo a triunfar en algo para lo que no tenía ningún tipo de experiencia inicial.
Así, cuando pienso en expertos, me gusta imaginarlos como Painvin. Aunque en mis días pesimistas me imagino a los compañeros de departamento de Painvin, que probablemente nunca cambiaron de profesión, nunca corrieron ningún riesgo y aún así, mantuvieron su prestigio y sus sueldos a lo largo de una peligrosa época de la historia.