Telefonos

Una excelente oportunidad de hacer el ridículo se nos presenta cuando tenemos que anotar un número de teléfono. En los orígenes de los teléfonos móviles era habitual apuntar el móvil de una persona en una hoja de papel bajo el título de “móvil”. Lo cual no dejaba de ser ridículo, porque al menos en España es bastante conocido por todo hijo de vecino que cualquier número de teléfono que empiece por 6 es un móvil.
Así, apuntar móvil es como anotar el nombre de una persona y escribir junto a él la palabra nombre, o apuntar una ciudad mayor – como París o Barcelona – y escribir aclaratoriamente ciudad.
Para colmo de absurdo se tiene tendencia a no escribir el nombre de la persona que nos da el teléfono. Tras pocas horas ese papel comienza a perder significado para convertirse en un número carente de sentido por completo. La causa que achaco a que normalmente no escribamos el nombre de la persona que nos da su teléfono es que por lo común no sólo no conocemos el teléfono de la persona que nos lo da, sino que tampoco tenemos mucha idea de su nombre completo y tratamos de pasar por listos, no preguntando lo obvio.
Cuántas hojas de papel llenas de teléfonos acaban apareciendo con el tiempo, teléfonos de los que no estamos seguros de a quién pertenecen. Algunas veces hay una pequeña aclaración, como un nombre de pila, que resulta insuficiente. Guardamos esa hoja de papel sin atrevernos ni a romperla ni a llamar al número de la persona desconocida.
En mi caso siempre he tenido la tendencia a comportarme como si fuera muy listo. Si quiero guardar una contraseña en un papel no escribo en la hoja “usuario zrubavel: contraseña magdalenas3”. Ni por supuesto barbaridades como “email bill.gates@gmail.com, contraseña mac3intosh”. Todo lo más suelo escribir una contraseña y a veces ni siquiera completa, una pista para dar con ella.
Cuando anoto un nº de cuenta de banco, o de tarjeta de crédito, separo las cifras para que parezcan números de teléfono, o tacho algunas cifras para dar pie a confusión.
Estos sistemas, lejos de garantizarme una gran seguridad, me han llevado a numerosos problemas y a todo tipo de papeles crípticos. Si dramático es tener un teléfono que no sabes a quién pertenece, ni te cuento un número que no sabes ni lo que es. Puede ser una fecha enmascarada, una contraseña, un número de teléfono ofuscado, o quién diablos sabe que.


Un día encontré una de esas hojas de papel que tenía lo que presumiblemente era un número de teléfono. Como el número comenzaba por 954, el prefijo de Sevilla, traté de pensar en personas que conociera de esa ciudad, hasta al final conseguir hacer memoria sobre a quién pertenecía dicho teléfono.
Dejé el número junto al teléfono fijo, para cumplir esa eterna promesa que hice a mi amigo, poseedor de ese número de teléfono, del “a ver si te llamo un día”. Finalmente ese día llegó y fue un domingo. Llamé al número y me atendió una chica muy amable – presumiblemente andaluza – pero me indicó que me había equivocado de número. Al final llamé al número de móvil de mi amigo en Sevilla y le pedí que me diera su número de fijo. Efectivamente, el número que tenía en la hoja de papel estaba equivocado, lo corregí al dictado y pasé a llamarle al teléfono fijo.
Al día siguiente me di cuenta de lo que había ocurrido. Normalmente mi cabeza funciona mucho mejor por la mañana que por la noche. En realidad por las mañanas funciona demasiado bien, tanto que es capaz de razonar por sí sola. Mientras mi amigo me había dado el número de teléfono, la corrección que hice sobre la hoja de papel se limitó a tachar dos cifras. Quizás había repetido alguna secuencia la vez que originalmente me dió el número de teléfono. El caso es que los números de teléfono de España, hasta la fecha, tienen nueve cifras. Y el número al que erróneamente había llamado tenía once.
Al principio pensé que tal vez no importaran las últimas cifras. Que el sistema telefónico funcionara por grupos de números y que las dos últimas cifras directamente hubieran quedado ignoradas. Pero he hecho otro tipo de pruebas y siempre se me ha indicado que el número marcado no es válido. Traté de recomponer el número al que había marcado aquella vez pero no pude, porque había tachado con demasiada eficiencia.
Aún tengo la duda sobre qué sería ese teléfono extraño de once cifras.