Las pirámides de Egipto o el Ejército de Terracota de Xian son dos muestras de construcciones funerarias en las que un Emperador trata de fortalecer su presencia en la vida después de la muerte. Sus desmesurados esfuerzos pueden parecer vanos, pero qué duda cabe que en al menos estos dos ejemplos lograron con creces su objetivo.
La única forma de persistencia en el tiempo que de momento conocemos: la fama. Para que Qin Shi Huang pasase a la historia, aún siendo el primer Emperador de la China unificada, tenía que construir algo que perdurara más que sus imperios. Arte de primerísima categoría, con una dimensión colosal para que ni el deterioro del tiempo o las ambiciones de otros pudieran destruir su legado.
Aunque la hipótesis de una construcción deliberada, en la busca del recuerdo de las generaciones venideras, es completamente absurda, tiene sus puntos de justificación. Tendemos a pensar en las generaciones históricas como seres cándidos y crédulos. Pero su visión del tiempo, mucho más allá del espacio definido por la longitud de sus vidas, era mucho más avanzada que la que solemos tener hoy en día.
La destrucción del templo de Artemisa en Éfeso fue deliberada, por un simple pastor que pretendía, de ese modo, pasar a la Historia. Esto ocurrió antes de que naciera el padre de Qin Shi Huang. Si un pastor fue capaz de reconocer una forma tan brusca de aparecer en los libros de Historia, un emperador bien podría tratar de perdurar en el imaginario de la Humanidad, con la construcción de un ejército de terracota, réplica del que el emperador tuvo bajo su reinado. Aunque sea una insensatez pensar que el trabajo de Qin Shi Huang trataba de construir una ruina tan grande y elaborada que ninguna civilización fuera capaz de destruir parte de su memoria, no lo es menos pensar que este monarca estaba totalmente convencido de que en el más allá dispondría de este ejército con solo incluir una réplica en piedra junto a su tumba.
Igualmente las tumbas egipcias pueden entenderse como acumulaciones de riquezas, tantas como fuera posible, y tan ocultas a los ladrones como el ingenio permitiera, con el simple objetivo de que aparecieran muchos siglos más tarde, permitiendo la Vida Eterna de verdad, la de los libros y enciclopedias colaborativas.
Tal vez fueran inocentes, pero muchos consiguieron su objetivo.
Pues que sepas que no estás solo: yo misma he pensado sobre este asunto más de una y de dos veces. Y comparto lo que dices en tu artículo