Los fusiles de Morgan

I

En febrero de 1861 comenzó la Guerra Civil Americana. Los Estados del Sur fueron declarando su independencia uno tras otro, hasta que se llegó a un conflicto armado entre los leales al país (el Norte) y los separatistas (el Sur).
Las primeras batallas fueron equilibradas pero más favorables al Sur que al Norte. Así, el entonces presidente del Norte, Abraham Lincoln, hizo una llamada generalizada a las armas: debían movilizarse tantas tropas y armamento como fuera posible.
Muy alejado del campo de batalla, un tal Arthur Eastman había localizado en una isla cercana a Nueva York un arsenal abandonado tras la Guerra de Independencia de Texas (1835-1836). Este consistía en unos 5.000 fusiles, bastante obsoletos para la tecnología militar de entonces.
Eastman, que no tenía profesión alguna aunque se definía como una persona “familiarizada con las armas”, le propuso en mayo de 1861 al responsable de dicho arsenal, el Intendente James W. Ripley, que él sería capaz de adaptar dichas armas a los tiempos modernos, a cambio de algún dinero.
Con buen criterio, James Ripley argumentó que las manipulaciones de armas nunca salían bien y lo normal era que empeoraran las cosas. Y que aquellos fusiles no servían para nada y no saldrían de la isla.
Entonces Eastman propuso comprar la partida de carabinas, al precio de 3,5 dólares cada una de ellas. Total, si iban a ir a ser desechadas. Ripley estuvo de acuerdo.
Pero Eastman tenía un problema: no disponía de los 17.500 dólares necesarios para realizar la transacción.

II

La guerra se recrudecía y la necesidad de comprar armas aumentaba: En julio de 1861 el General John C. Frémont apareció por Nueva York dispuesto a comprar armas de quien las tuviera. Esto llegó a oídos del abogado Simon Stevens que ningún interés tenía en las armas, pero que había oído hablar de que un tal Arthur Eastman podía contar con 5.000 fusiles.
Así que Simon Stevens se puso en contacto con Arthur Eastman y acordó con él que le compraría los fusiles a 12,5 dólares cada uno, por un total de 62.500 dólares. Y con la noticia telegrafió al General Frémont, ofreciéndole una partida de fusiles adecuados al estándar del Ejército Americano, al precio de 22 dólares cada uno.
Frémont estuvo de acuerdo con el trato e indicó a Simon Stevens que enviara los fusiles de inmediato a Missouri. Entonces Stevens tuvo que puntualizar que los fusiles todavía no estaban de acuerdo a los requerimientos del Ejército. Y el General Frémont le dijo que en cuanto los tuviera preparados, los enviara sin dilación.
La situación era compleja. Eastman compraba por 17.500$ las armas al Intendente de la isla Governors, que actuaba en nombre del Ejército. Eastman realizaba el apaño para que sirvieran para el Ejército y Stevens le compraba las armas a Eastman por 62.500$.
Finalmente Simon Stevens vendería esas armas a Frémont por 110.000$.
Así funciona la economía. Una misma cosa cambia varias veces de mano, todo el mundo gana dinero y todo el mundo queda contento. Pero faltaba una pieza fundamental: el dinero. Tanto Eastman como Stevens estaban ansiosos por cerrar el trato, pero ni uno ni otro tenían dinero para comenzar la operación.

III

Fue entonces cuando apareció el banquero de turno: un jovencísimo J.P. Morgan, el legendario banquero que por aquel entonces sólo contaba 26 años de edad.
Morgan, tras ponerse de acuerdo con Eastman y Stevens, puso en marcha la transacción, prestando 20.000 dólares al primero. Con ese dinero, Morgan compró las armas por 17.500 dólares y le prestó 2.500 dólares a Eastman.
Con los 2.500 dólares, Eastman podría realizar las manipulaciones en el armamento. Hasta entonces las armas quedaron como aval del préstamo de Morgan.
Cuando se terminara de hacer la modificación del armamento, Morgan le prestaría 42.500 dólares a Simon Stevens, siempre y cuanto este empezara a recibir pagos de las armas por parte del Ejército.
Si embargo las dichosas alteraciones de los fusiles requirieron de más tiempo del pensado inicialmente. Y Morgan, que estaba ultimando los detalles de su boda, decidió mantenerse al margen del negocio, que ya estaba muy avanzado.
Morgan cobró del Ejército un adelanto de 55.550 dólares, a cambio de 2.500 de los fusiles, la mitad del total. Con ese dinero Morgan recuperó la inversión inicial de 20.000 dólares, cobró un interés del nueve por ciento (156 dólares) por la transacción y se pagó una comisión de 5.400 dólares, más de un 25% de la inversión inicial.
El resto del dinero y la parte del negocio que quedaba pendiente de cerrar se los trasladó a otro banquero amigo suyo, Morris Ketchum, el 10 de septiembre de 1861.

IV

La jugada maestra de J.P. Morgan es considerada según se mire como una de las más despiadadas de la Historia de la Economía. Hizo dinero vendiendo al Ejército armas compradas al Ejército, todo esto en tiempo de una preocupante Guerra Civil, cobrando una comisión desorbitada aún para la época. Y encima eliminó todo el riesgo del negocio evitándose el desagradable trago de asegurar los pagos por parte del Ejército.
Para aderezar su mala imagen, se argumenta que al tiempo que Morgan realizaba su negocio, se libró de cumplir con la llamada a filas generalizada para todos los hombres con edades comprendidas entre los 20 y 40 años. En la época lo habitual entre la gente adinerada era pagar un dinero, 300 dólares fue el precio fijado para la Guerra Civil Americana, para que otro fuera en tu lugar. Aunque en la Wikipedia lo dan por hecho, con fuente y todo, este dato no es cierto, o al menos no existe ninguna prueba, y mucho se han buscado, al respecto de que así fuera.

V

Ketchum se quedó con la patata caliente el 10 de septiembre para el 26 del mismo mes recibir un telegrama que le indicaba que ante la falta de liquidez del Gobierno, se interrumpían temporalmente los pagos.
La oscuridad del negocio no quedó oculta durante mucho tiempo. En octubre se formó una comisión de investigación, encargada de investigar los enriquecimientos indebidos conseguidos con el comercio de suministros militares. Se suspendieron los pagos hasta que todo quedara aclarado.
Hubo un enorme revuelo, pues cuando las cuentas quedaron manifiestas se argumentó que “nadie en su sano juicio compraría por 110.000 dólares algo que costaba 17.500 dólares” y que había existido alguna manipulación.
La realidad económica era que las armas faltas de valor para el inepto Intendente de la isla de Governors tenían mucho valor cerca de los campos de batalla. Que todos los aprovechados de esta cadena habían operado con legalidad.
Pero mientras J.P: Morgan se salió del negocio antes de que las aguas se pusieran turbulentas, Ketchum necesitó de más de dos años y una resolución del Tribunal Supremo para poder cobrar su dinero. El Tribunal falló a su favor y ordenó al Gobierno pagar las deudas contraídas.
Esta historia está estrechamente relacionada con esta otra.
Fuente: Morgan. American Financier.

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