Me encontré una cartera en un autobús. Inmediatamente, se la di al conductor. Al llegar a casa, me di cuenta de que no había hecho lo correcto.
También me di cuenta de que actué por instinto. Si ves una viejita, la ayudas a cruzar. Los bomberos rescatan gatos de los árboles y las carteras se entregan a los conductores de autobús.
No tuve que esperar mucho para obtener la confirmación. En el metro oí como un chico contaba que, justo cuando pensaba comprarse un i-pod, su tío, que es conductor, le entregó uno que alguien había perdido en el autobús.
¿Qué es lo correcto? En mi caso, me equivoqué. Me lavé las manos en la situación. Fui honrado, no quedándome con el dinero, pero la honradez era solo una parte de la corrección. Porque no solo es posible que el conductor no entregue a objetos perdidos la cartera. También puede pasar que nunca nadie pase por objetos perdidos para recogerla.
La siguiente semana, Dios volvió a tentarme. Esta vez era un móvil, en un aeropuerto. Mi novia me imprecaba para que lo entregara al personal del vuelo donde se encontraba la puerta de embarque más próxima. Yo me negaba. Ella dudó de mi honestidad, pensaba que quería quedármelo.
¿Qué es lo correcto? Me preguntaba una y otra vez. Pensé un par de minutos, que no es poco tiempo, y entonces me puse a hurgar en la agenda. La solución era fácil. Leí la lista de mensajes más recientes. Di con uno de la novia y la llamé. Entonces ella, sorprendida por mi llamada, me contó que su novio estaba embarcando en el vuelo X, y que se llamaba Y. Fue entonces cuando hice caso a mi novia, y entregué el móvil al personal de la puerta de embarque, pero indicándoles el nombre del pasajero al que pertenecía.
Ellos nunca lo habrían hecho. Y el móvil, se habría quedado tirado en algún cajón de un despacho. Creo que hice lo correcto.