En los años que nos está tocando vivir en España, los dramas humanos son el plato habitual de los telediarios: familias expulsadas de sus casas, embargadas, sin ingresos. Gente viviendo de la beneficencia, de los abuelos, subsistiendo sin electricidad o agua corriente. Estudiantes que no pueden terminar la carrera, por no tener dinero para pagar la matrícula. O estudiantes que carecen de todo futuro, que han vivido en el paro todos los años posteriores a su licenciatura y ahora, cuando todo remonte, serán arrasados por las nuevas promociones. Todos estos dramas son terribles, pues en muchos casos suponen la muerte financiera, moral o emocional de los implicados.
Eclipsados entre tanta miseria, hay sin embargo otros problemas, menores, pero quizás más interesantes. El drama de los que no viven una situación tan terrible y, que por lo tanto, no tienen siquiera derecho moral a quejarse.
En los años de bonanza, la superficialidad llevaba a muchos a ir abandonando trabajos “para tener más tiempo para uno mismo”. Pasar a trabajar media jornada, que la mujer extendiera la baja de maternidad y luego decidiera que no le gustaba trabajar. Un año sabático viajando por aquí y por allí. Muchos planes que suenan estupendamente pero que están empapados en irresponsabilidad. Muchos se encontraron atrapados en ellos: tras el año de viaje, no te dejaron volver, quedando en un ambiguo estatus de excedencia. La mujer que se quedó de ama de casa ya es casi irrecuperable para el mercado laboral. La media jornada se transforma en un despido sin apenas indemnización o subsidio de desempleo.
Ahora sin embargo, las cuatro hormigas – o cigarras con suerte, que muchas hormigas también se han visto arrasadas y desahuciadas – se encuentran con que no hay forma de rechazar el trabajo. Parejas que han hecho las cosas bien, asegurando su futuro financiero, sienten que no pueden extender esa baja maternal, porque los tiempos actuales no aceptan rechazar un trabajo. Alguno llevaría media vida ahorrando para ese año sabático y ahora se dan cuenta de que eso nunca ocurrirá, sintiendo que su vida y sacrificios, han sido para nada.
Algunas personas se ven abocadas a trabajar más de lo que necesitan o desearían, porque ahora no se puede decir no a un empleo. No estoy hablando el caso de alguien que se tenga que buscar la vida, sino alguien al que le vaya bien y le lleguen ofertas de trabajos extra. Habrá albañiles que terminarán su jornada el viernes y seguirán todo el fin de semana haciendo chapuzas a domicilio, porque no se puede decir que no. Una persona así se enfrenta a situaciones mentales muy complejas; de un lado no necesita ese trabajo, por otro, nadie tiene estabilidad para garantizar que una renuncia voluntaria a uno no venga seguida de un inesperado despido en el otro puesto. Sí, es cierto que trabajar más para cobrar menos es muy jodido. Pero tal vez sea peor cuando te encuentras en una situación sin culpables, sin sueños y sin opción a quejarte.
Hay quienes se encuentran en situaciones delirantes: el exceso de trabajo en jornadas laborales interminables provoca por fuerza el empobrecimiento de la vida social y familiar. Más de uno se habrá encontrado con un kafkiano divorcio “porque no pasaba apenas tiempo con los hijos”, debido a que la mujer se miraba en el espejo de sus dos mejores amigas, cuyos esposos estaban desempleados.
El que trabaja de sol a sol no tiene tiempo para ver series, para tomar el sol en la playa, para hacer deporte, para ver “La Voz”. Se puede encontrar con que es “poco interesante”, “una persona aburrida”, “descuidado”. Tener mucho trabajo, o aunque sea alguno, en la época de crisis puede afectar a las relaciones sociales de esas personas.
En resumen, mal de muchos, consuelo de tontos. Pero cuando un tiene un mal que no comparte con casi nadie, o que incluso muchos no son capaces de percibir, se puede vivir una situación muy complicada, y la mente humana está más preparada para luchar contra problemas graves pero sencillos, que ante complejas situaciones que apenas si tienen trascendencia.
Me sorprende el paralelismo entre lo que cuentas que sucede en España y lo que vivimos los argentinos hace unos años atrás. Personalmente me dieron mi título de ingeniero civil (uds le llamas de obras públicas o algo parecido) en agosto 2000 y la crisis ya estaba asomando. Para agosto 2001 me quedé sin trabajo y desahusiado. 20 Julio 2002 llegué a Barajas a buscar suerte. El único que me dió trabajo fue otro argentino como dibujante de una inmobiliaria y a sueldo mínimo ( y en forma irregular porque tramitaba mis papeles siendo nieto de españoles)Regresé a “mi Buenos Aires querido” ( y obtuso) en octubre 2012 cuando creí que estaba ” meando fuera del tarro” si me quedaba en la madre patria. Antes de volver les dejé una ración de mi sangre en un hospital público para compensar posibles pérdidas al país. Al autor del blog lo felicito, lo leo desde hace años con placer y extraño esas épocas que escribía más seguido. A los españoles los admiro por muchas cosas. Supongo que pronto van a salir adelante. No se dejen manosear como si fueran el patio trasero de Europa. Pido disculpas por mis fallas
en forma de expresarme y espero no haber ofendido a nadie . Saludos
El sueño húmedo de la casta fruto del Régimen del 78 es precisamente ese: esclavos trabajando 14 horas diarias, que se levanten para ir a trabajar y vuelvan a casa para acostarse. Y todo por el sueldo mínimo, ó a base de minijobs, estilo Alemania. Y que no piensen mucho, no vaya a ser que hagan algo. El problema más importante de trabajar mucho no es dejar de ver series o no tomar el sol, es que no tienes tiempo para formarte un pensamiento crítico. Andas demasiado ocupado en lo básico: llevar un plato caliente a la mesa. Demasiado ocupado en la supervivencia como para poder pensar en cambiar algo.
No estoy de acuerdo con la afirmación: “cuando todo remonte…” No hay un solo indicador de recuperación económica en España y, probablemente, en enero de 2014 veamos caer el número de cotizantes por debajo de los 16 millones, algo inasumible para un país de 47 millones de habitantes.
El caso español es el de una lenta agonía, un descenso a los infiernos a cámara lenta, con unos actores que no hacen nada por remediarlo. Los que pueden hacer algo porque no les da la gana perder privilegios ni prebendas, y los que no pueden hacer nada observando impotentes cómo una casta parasitaria de privilegiados se pega la gran vida mofándose de los que cada día tienen menos.