Caducado

El concepto de la caducidad, aplicado a los productos industriales, me resulta interesante en grado sumo. Según mi diccionario, la caducidad es la “pérdida o fin de la validez o de la efectividad debido especialmente al paso del tiempo.”
Centrándonos en los alimentos, se suele tomar un sentido único de dicha definición: los alimentos, pasada esa fecha, están corruptos, están rancios. Si los tomas, te sabrán mal y te sentarán peor. Por una vez, la definición creo que es más acertada que lo que pensamos de ella. Basta pensarlo un poco, para darnos cuenta de que es un poco absurdo.
Tengo una caja de galletas, que compré hace seis meses, que caduca mañana. Si me las tomo hoy, nada me ha de pasar, porque la compañía asevera que el producto está bien. Sin embargo, si lo hago mañana, me sentarán fatal. Apurando más, podría cenar la víspera del vencimiento, con la certeza de la satisfacción, pero si uso las mismas para desayunar, ay de mí, me esperará un suplicio de visitas al cuarto de baño.
Lo que es capaz de aguantar estoicamente seis meses en el paquete, ¿no habrá de hacerlo un día más? Supongo que la caducidad es un tanto como la edad. Cualquiera pensará sin dudar que viviremos más allá de los 30 años. Pero si tratamos de hacernos un seguro de vida con 70 años en la aseguradora se nos reirán en la cara. Y sin embargo, como dice el adagio, no hay hombre tan viejo que no crea que pueda vivir un año más. La fecha de caducidad es un requisito legal que establece la empresa fabricante, que adopta el papel de la aseguradora ante los clientes. Ellos se comprometen a que, antes de esa fecha, el producto estará bien. Después, que cada cual haga lo que quiera, suyas serán todas las responsabilidades.

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La lucha de Hitler

Resulta complicado encontrar una lista con los 10 libros más vendidos de todos los tiempos. Pero muchos están de acuerdo en que entre ellos ha de figurar, al menos, uno de los de Harry Potter. Y la Biblia.

La lista de los 10 libros más vendidos hasta 1940, sin embargo, tenía dos puestos muy claros. El primero para la Biblia. El segundo, Mein Kampf, Mi lucha, de Hitler.

La historia de este libro es tan fascinante como nefasta la actuación de su autor.

En 1923 Hitler trató de dar un golpe de estado en Baviera, con poco éxito. Acabó en la cárcel con una suave condena – en aquellos tiempos los intentos de golpe de estado eran relativamente frecuentes – que se suavizaría con posterioridad aún más, rebajándola hasta los 8 meses. Fue durante su estancia en la cárcel cuando Hitler escribió el libro. El título original, “Cuatro años y medio de lucha contra mentiras, estupideces y actos de cobardía” fue reducido a sugerencia del editor. También hubo que corregir faltas de ortografía antes de que alcanzara su aspecto final.

El libro tuvo éxito desde el principio, según las palabras del egregio escritor Stefan Sweig en su soberbio “El mundo de ayer”. Gracias al dinero que consiguió con los derechos de autor Hitler dejó de ser un muerto de hambre y tuvo dinero para financiar las operaciones iniciales de su partido político.

Sin embargo, todo el mundo resalta el éxito a posteriori del mismo. Pues tras la subida al poder del nazismo se convertiría en libro de texto de las escuelas y muchos lo leerían por curiosidad o simpatía con el dictador. El caso es que vendió más de 6 millones de ejemplares que enriquecieron notablemente a su autor.
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