Los escepticos

No me gusta criticar a un colectivo, primero porque suele ser fácil y gratuito, y segundo porque me se va la pinza. Lo bueno de tener una página personal es que te puedes permitir excesos, como el siguiente:
Bajo la etiqueta de “escépticos” comienzo a ver un colectivo de personas heterogéneo que se autodefinen como abanderados de la lucha contra las patrañas, la religión y las supercherías de la abuela.
Ante esta definición, me atrevo a afirmar que no son unos quijotes salvadores del mundo, sino unos abusones de colegio público. Porque en el siglo XXI, aunque sigue habiendo personas que creen en la lectura de los posos de café, en la quiromancia y en la sábana santa, son pocos y cobardes. Además, la batalla está ya ganada por parte de la ciencia, así que lo único a que se dedican es a hacer leña del árbol caído. Nunca me gustó esta gente sin escrúpulos que pega al más débil, y hoy les echaré un cable a esta panda de perdedores que son los jugadores de guija.
El primer mandamiento de los escépticos es que Dios no existe. Suele ser un punto sobre el que comenzar el derribo de los argumentos de sus rivales. Sin embargo, algunos de estos autodefinidos como escépticos suele olvidar que la existencia o no de Dios es un principio indecidible, a menos que un día aparezca un tipo de barbas blancas de diez metros de alto en el paseo de la Castellana. De lo contrario, la ciencia no puede afirmar nada sobre la no existencia de Dios – sólo puede hablar de que quizás no exista. Ese quizás no debe entenderse en términos probabilísticos, Dios existe sí o no; no puede pensarse siquiera en que es más probable que exista o que no exista.
La punta de la lanza se clava en que los argumentos que esgrimen los amantes de lo paranormal no tienen fundamento científico. Si lo pensamos un poco, es cuanto menos ridículo acusar a tu rival de que no sigue las reglas porque no sigue las reglas. Precisamente lo paranormal no suele seguir las reglas de la ciencia; en su momento las tormentas y los eclipses fueron sucesos paranormales. Cuando la ciencia fagocita un suceso, antes desconocido o inexplicado, deja de entrar en el ámbito de lo paranormal, y se realizan estudios infumables de miles de páginas que no interesan a nadie.

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Motivaciones

Cuando uno va buscando un libro, se nos ocurren todo tipo de explicaciones que justifiquen esa búsqueda: lo necesita para un trabajo, cree que lo necesita para un trabajo, le apetece leer una novela, quiere regalar algo a un amigo. Sin embargo, la experiencia me confirma que las motivaciones pueden ser mucho más oscuras de lo que cabría esperar. Estos son dos casos reales, en que la búsqueda de un libro escapa a cualquier clasificación racional.

I

Tengo un amigo que juega al ajedrez y que guarda meticulosamente todas las planillas (la hoja en que se escriben los movimientos) de sus partidas. El principal problema está en que, la mayoría de las planillas tienen tamaños diferentes, dependiendo de la organización del campeonato.
Mi amigo tuvo la idea de usar un cuaderno escolar usado: pegaba las planillas en las hojas del cuaderno, con lo que podían leerse como en un libro. El sistema era ingenioso, pero fallaba cuando había muchas partidas, el cuaderno se iba haciendo demasiado grueso por la derecha y la parte de la izquierda, la del lomo, está a punto de ceder ante el engorde del cuaderno.
Así, tuvo una idea más ingeniosa:

Decidí que mejor que usar un cuaderno, podía usar un libro. Así que fui por las librerías de segunda mano, buscando un libro que se ajustara a mi propósito: debía ser más o menos alto, por lo menos como uno de los cuadernos. Tenía que tener buena encuadernación, a ser posible pastas duras. Muchas páginas, tantas como fuera posible. Pero sobre todo, ser barato. Así, estuve recorriendo varias tiendas, mirando a los libros como lo que son, un montón de hojas de papel, cosidas o pegadas. No me interesaba la temática, ni la calidad de la obra, sólo que fuera un libro grande y resistente. Acabé comprando una biografía de Wiston Churchill, escrita en inglés, de unas cuatrocientas páginas, encuadernación excelente, por dos euros.

Si el precio de un libro es la suma del hardware (el libro físico, lo que cueste el papel, la tinta y el cartón y su procesamiento) más software (el valor de las palabras), esa biografía de Churchill es, posiblemente, el software más barato – el peor libro – que jamás se haya publicado en buena encuadernación.

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