The year of the car

Mis expectativas eran realmente bajas: no acabar en una silla de ruedas. Tenía todavía el carné provisional y ya estaba dispuesto a comprarme un coche. Y cuando digo dispuesto quiero decir que venía con las tareas hechas de casa. El mismo mes que me saqué el carné de conducir ya estaba dando volantazos sin un impertinente al lado que me salvara la vida con sus indicaciones.

¿Por qué me compré un coche? Uno puede ser un ferviente defensor del transporte público, de que los coches contaminan, de que es una compra económicamente injustificable. Pero qué duda cabe que saber conducir es una habilidad básica de la vida moderna, del mismo modo que saber algo de ordenadores o poder manejarse con el inglés. Porque me diréis que el inglés es más práctico que saber conducir. Mucha gente nunca se encuentra en una situación en que realmente necesite el inglés. No que sea práctico, sino que sea necesario. Es mucho más normal que uno sienta que, en un momento de su vida, le hubiera gustado poder conducir un coche.

Pero yo no quería tener un coche, vacilar de carrazo o cambiar mi forma de vida. Quería aprender a conducir, no ser un buen conductor, simplemente uno más. Por eso cuando me compré el coche tenía muy claro que iba a ser uno de segunda mano. Los objetos de segunda mano tienen la ventaja de que los sientes como menos tuyos. Y es importante no identificarse con los objetos, porque no es fácil controlar qué tienes tú y qué te tiene a ti. Un coche de segunda mano es un objeto rechazado por otro, venido a menos, con un pasado de felicidad que tú no has vivido. Lo tomas sin pensar tanto “es mi coche”, sino más en la línea de “es el coche”.

Para comprar coches de segunda mano cualquiera puede dar opiniones mejores que yo, a falta de conocimientos mecánicos elementales, y tras leer mucho por Internet, me quedé con algunas ideas generales. Lo primero es que si intentas conseguir el chollo del siglo ¡Lo puedes conseguir!, pero al mismo tiempo hay un factor de incertidumbre importante. Evitar riesgos vale dinero. Yo pagué bastante más del precio “de mercado” del coche pero a cambio de comprarlo de una persona conocida. Tenía claro que quería un coche que estuviera al tanto de revisiones, porque eso dice que el conductor lo ha cuidado y no ha pensado sólo en el gasto inicial. Que sabe que un coche tiene un mantenimiento mínimo que hay que pagar. Pensaba en comprar un coche “de chica” porque al final sabes que tienen menos kilómetros, menos burradas hechas con los amigos, menos aerodinámica y menos chorradas. Un coche modesto.

En resumen, para comprar un coche uno encuentra que hay una total disparidad entre oferta y demanda. Al menos en modelos intermedios. Uno está enamorado de su coche y no lo vende por menos de 6.000 euros. Va al concesionario y le ofrecen por él sólo 2.500 euros. El aspirante a vendedor se vuelve indignado ante la abochornante oferta. Lo pone en venta de segunda mano y se encuentra con que sólo le hacen ofertas muy a la baja. Hay una disparidad de precio del 50% que lleva a todo tipo de situaciones absurdas:

  • El vendedor indignado se queda con el coche y se plantea tener dos coches antes que malvender el antiguo.
  • El vendedor espera durante meses a que aparezca ese mirlo blanco que esté dispuesto a comprar el coche por un precio justo.
  • El vendedor sucumbe a la ley de la oferta y la demanda.
  • El vendedor se compra otro coche y lo deja al concesionario por lo que estén dispuesto a darle, por mísero que sea. Ya que pagan una miseria, por lo menos que sea una miseria sin papeleo.

En mi caso, yo fui el pardillo que hizo de mirlo blanco. Pero en ningún momento me sentí pagando mucho por poco. La misma persona que se ríe de mi forma de comprar segunda mano, luego se compra un coche de kilómetro cero en Alemania, se monta una historia tremendamente compleja, arriesgada y susceptible de acabar mal con tal de ahorrarse dos mil euros en un coche mejor pero que cuesta el triple que lo que costó el mío. ¡Me he ahorrado más que tú!

A la hora de comprar suelo ser mísero, pero en lo que nunca ahorro es en incertidumbre, en hacer de aseguradora. Porque prefiero pagar X por tener X, que pagar la mitad por tener X, con probabilidad del 50% ó 0, con probabilidad del otro 50%. No me gustan los gatos de Schrödinger.

El coche lo compré a través de una gestoría de esas que hay justo enfrente de las oficinas de tráfico. Para mi que fue una gran decisión. Me ahorré todo tipo de dudas, excursiones a trámites burocráticos y esperas – lo peor que te puede pasar en una compraventa es que esta se quede a medias y tú ya hayas pagado el coche entero – y tampoco fue por mucho dinero. De nuevo es la típica situación en que uno se ha gastado 5.000 euros en un coche pero luego piensa que pagar 150 euros a una gestoría es un robo a mano armada. Con este coche tuve suerte, porque ya habiendo terminado con la venta, la chica que la llevaba se dio cuenta de que en realidad el coche estaba a nombre de dos personas y que el vendedor tenía que traer a su mujer para que firmara o no hubiera sido aceptada por tráfico.

Y lo mejor de la gestoría es que sales de allí con papeles que acreditan que el coche es tuyo y que puedes conducirlo. Con todo provisional, el carné, el permiso de circulación y el seguro, vas conduciendo con más miedo que vergüenza. No vas sólo, porque te da miedo hasta abrir el coche, como para girar sin tener al menos a una persona que te diga que no, no te vas a matar.

Fue llegar a casa, aparcarlo de rebote justo enfrente de mi ventana y quedarme mirándolo luego desde casa, durante un largo rato. Ese coche era mío. Ahora tenía algo más de que preocuparme. Los gitanos que se subirían en el capó, los niños que me pintarían “Lávalo guarro” sobre el polvo del parabrisas. Los espejos retrovisores, que tarde o temprano me reventarían. Y el miedo perpetuo a olvidar algo ridículo entre los asientos y encontrarme un cristal roto por la mañana.

El primer día miré mucho tiempo a mi coche desde la ventana. Estaba preocupado por él, era como mi hijo, ahí fuera, sin que pudiera cuidarlo. Me levanté por la mañana, al día siguiente y ahí seguía.

Sin embargo seguí yendo al trabajo en metro. Porque no es lo mismo dar una vueltecita por ahí que enfrentarse a las míticas M30 y M40 de Madrid, en hora punta. A la despiadada lucha por una plaza de aparcamiento. Siempre de copiloto, estaba acostumbrado a no fijarme en las rutas, no sabía cuándo había una incorporación, cuándo tocaba ir pegándose a la izquierda. No sabía nada. El día antes de llevarme el coche por primera vez al trabajo no pude dormir, estaba aterrorizado, para ese día mis expectativas eran mucho más bajas: bastaba con no morir.

En perspectiva cometería todo tipo de errores. Sin el GPS, la mejor compra que he hecho en mi vida, no habría llegado al trabajo. Tal vez no habría podido volver a casa tampoco. El GPS es un invento increíble cuando no sabes nada, es como los subtítulos de las películas en inglés. Estás todo el rato leyendo sí, pero por lo menos te enteras de lo que pasa.

Los primeros viajes fueron desquiciantes. Me despistaba un segundo y se me había pasado la salida correcta, y tenía que desviarme hasta el quinto pino, donde había otra salida. Pero esta salida estaba llena de coches y nadie me dejaba acercarme al carril de la derecha. Me pitaban y me acababa rajando, me pasaba otra vez de salida.

Aún con GPS, y habiendo llegado casi sin ningún problema el primer día, a finales de la primera semana me encontré en medio de la ciudad, yo que sólo tenía que pisar las rondas de circunvalación, viendo todas las señales que iban hacia mi destino en el carril contrario, sudado, obsesionado con la vocecita de la chica del GPS que daba vagas indicaciones, llegando tarde al trabajo, donde no encontraría ya aparcamiento. Era una situación donde costaba mucho encontrar la calma.

Poco a poco fui haciéndome con la monótona ruta. La gente se reía de mí porque seguía el camino que recomendaba el GPS, camino que nadie haría porque era más lento que otro más hacker. Me aferraba a malo conocido como gato panza arriba. Y si el circular a 80 kilómetros por hora, cuando todo el mundo iba a otras velocidades y me esquivaba en un continuo y peligrosísimo para mí slalom, era de por si preocupante, los peores momentos los vivía a la hora de aparcar.

En la primera semana de tener el coche viví mis momentos más oscuros. La primera vez que aparqué lo hice en el espacio suficiente como para estacionar un autobús. Y lo mejor de todo es que en los diez minutos en que lo hacía, el coche que estaba al final del todo también se fue. Era casi como aparcar en un descampado. Aún así me costó dejarlo a medio metro de la acera. Todo esto aderezado con unos borrachos que estaban al lado descojonándose de mi y dándome indicaciones tan delirantes como las maniobras que yo hacía.

Aparcar siempre fue desagradable. Me daba cuenta de que lo hacía mal, tardaba mucho y era una maniobra del altísimo riesgo. En la primera semana le hice un tremendo arañazo al coche. Cuatro años con su dueño y ni un rasguño. Una semana conmigo y parecia una fragoneta de transportista. Y eso no fue todo, el arañazo ese lo hice al darle a otro coche, que no tuve el valor de quedarme a mirar cómo quedó. De eso no se vive pero realmente ha pasado mucho tiempo de todo esto y todavía me siento fatal pensando en ese pobre conductor que se encontrara el destrozo que le había hecho un hijo de puta como yo.

No puedo intentar justificar el haberme ido sin dejar una nota, pero quiero explicar la sensación de miedo en que vivía cuando iba con el coche. Vas por la calle y te puedes tropezar con una persona, puedes estar cerca de morir atropellado. Pero no tiene nada que ver con la sensación de miedo – y encima justificada – por tener una máquina enorme con la que puedes causar mucho daño a los demás. De que un error puede provocar un accidente, un gran destrozo. Que te tropiezas con cualquiera y no suele pasar nada, pero que en la carretera la gente pierde la cabeza y las reacciones de la gente son totalmente desproporcionadas, casi propias de tiempo de guerra.

El coche estaba desconchado, aparcaba de pena, conducía con miedo, estaba perdiendo peso a un ritmo que ya empezaba a preocupar. Los errores sin embargo disminuían a gran velocidad. Y es que es fácil mejorar cuando vienes de hacerlo todo mal. Es curiosa la cantidad de cosas que se pueden hacer mal en pocos segundos. Imagina que estás en un paso de peatones, antes de una rotonda. Van pasando los peatones y cuando es tu turno de salir estás despistado, te pitan, te pones molesto, resulta que tenías el coche en segunda, se te cala, arrancas de nuevo, estaba en segunda y se te vuelve a calar, pones primera, te pitan ya tres, vas a arrancar y el que estaba detrás te ha adelantado invadiendo el carril contrario, tienes que frenar para no darle, llegas a la rotonda y no te quieres parar. Pero tienes que hacerlo. Sin quererlo te quedas con medio coche dentro de la rotonda y medio fuera. Te pitan los que están dentro de ella y los que tienes detrás. Luego te metes y ya te da igual todo, sales de la rotonda asqueado y sin señalizar, ha habido un par de ocasiones en que te las has podido pegar, justo en los dos ratos en que estabas ya pasando de todo.

Pero la idea no es pintar todo lo malo que tienen los coches. Hay muchas sensaciones increíbles y que compensan todo lo malo. Me acuerdo de mis tiempos oscuros en que iba al Ikea a comprar y me volvía en el metro, con cuatro tontadas pero que parecía que estaba pasando el Estrecho, cargado como una mula. El viaje era interminable, molesto e infructuoso. Con el coche esa penosa experiencia era trivial, no era mucho mejor, era tan neutra, tan inocua que no te dabas cuenta de todo lo que te habías librado. Aparcabas a cinco metros de la puerta, cargabas todo lo que quisieras y más sin tener que levantar nunca nada de peso y luego hasta la puerta de casa. Era tan bueno, que no lo llegabas a disfrutar.

O la opción de irte un fin de semana sin un plan concreto y organizado. Sales con el coche porque hace buen tiempo. Apareces en Segovia, donde comes como un cerdo. O te plantas en un parque natural, no en el manido y masificado Retiro. O haces las dos cosas y te sobra medio domingo para lo que te de la gana. Sin coche, esas excursiones eran siempre molestas, viajes incómodos en autobuses con horarios incompatibles y que nunca te dejaban donde querías. Todo el rato mirando el reloj. Los viajes en coche tienen la enorme ventaja de que el tiempo cunde mucho más. Sin coche puedes ver dos cosas, con él puedes ver cuatro, comer donde quieras y encima estás mucho más descansado.

Fue pasando el tiempo, las experiencias se fueron volviendo más rutinarias. El GPS intentaba no usarlo nunca, más que saber aparcar, sabía dónde se podía aparcar y a qué horas. Aunque prometí que iría en coche al trabajo tres o cuatro veces en semana, ya iba todos los días y aunque los viernes tardaba mucho más yendo en coche, por los atascos que se formaban, lo prefería al asqueroso transporte público. Había pasado de leer tres libros al mes a leer un libro cada tres meses. Había engordado un poco, tenía un poco peor las cervicales, pero era algo parecido a una persona feliz.

Con las averías siempre estaba preocupado. No sabía cambiar una rueda, pero es que tampoco sabía mirar la presión de los neumáticos. Una vez que le puse gasolina al coche hice algo mal y se salió un borbotón que me manchó el pantalón – que quedó para tirar – y dejó un pequeño charco en el suelo – que no debía ser la cosa más segura. Cuando pensaba que le estaba cogiendo el tranquillo siempre pasaba algo que me recordaba que era mortal. Que me recordaba que no dejaba de ser un pardillazo.

Me robaron un embellecedor del coche, una rejilla, que llevó lo suyo encontrar por internet cómo se llamaba. Luego la pieza la compré online, con los típicos imprevistos de que te envían por error un tubo de escape, y cuando la tuve y la puse resulta que no encajaba perfectamente. Luego me di cuenta de que no era porque la pieza fuera falsa, sino porque al robármela me habían doblado los enganches. No hice mucho mal del hijo de puta que se la llevó, con sólo recordar mi fuga tras aquel fatídico aparcamiento en la primera semana. El caso es que puse la pieza y estaba rara y a lo mejor llegaba un día del trabajo y la veía medio salida y la ponía de nuevo bien y subía a casa con las manos sucias y esa sensación agridulce de cuando te has esforzado mucho en algo pero sabes que el resultado es muy flojo. Llegaría el día en que miraría y esa pieza ya no estaba, en uno de los viajes se había salido entera y la había perdido.

Volví a comprarla por internet y ya tenía una sensación de derrota. De nuevo no encajaba bien, esta vez me di cuenta que era cosa de los enganches. Probé todo y nada funcionó. Al final compré un pegamento especial, que lo único especial que tenía era el precio. Entre el pegamento y los enganches parece que se quedó bien, pero fue un trabajo de poca precisión, yo siempre veía algún chorreón de pegamento sobre el plástico y que la pieza no encajaba del todo bien.

Viví muchas experiencias con ese coche. Pasé la ITV, pasé una revisión gorda en que me cambiaron la correa de distribución. El hombre del taller sólo sabía hacer facturas a los que venían con el seguro a todo riesgo, cómo será el país y el dinero en B, cuando pienso que lo llevé al concesionario oficial de una marca que no era la de mi coche. Tuve que justificar ante el gerente, que era un conocido, que quería la factura y el IVA, aunque me costara más.

Después de un año tenía la misma sensación conduciendo que con la vida en general, que tienes mucho a tus espaldas pero que notas que no es suficiente, que siempre hay algo importante que todavía no sabes. Cuando tienes cierta edad sabes que ya todo es un aprendizaje lento y doloroso. Podía haber seguido conduciendo cinco años más, que seguiría yendo casi todo el tiempo por la derecha, aparcando con temeridad e incómodo cuando llevaba de pasajeros a mejores conductores.

El accidente

Fui el martes a lo de la ITV y había una fila infinita, me daban esperanzas de tener que esperar por lo menos tres horas más. Así que me volví a casa y pedí cita por Internet, que me dieron para ese mismo sábado. El coche estaba impecable, salvo por el molesto arañazo, ese memento mori que, aunque había prometido arreglar en cuanto pudiera y que me llevó a horas perdidas, buscando el color, dónde comprar la pintura, métodos de hacer chapuzas, etc., nunca llegué a arreglar. Había tenido que cambiarle bombillas al coche y una la había dejado medio torcida, con lo que la luz no iría del todo recta el día de la ITV.

Entre una cita y otra para la ITV, tuve un accidente. Se dice accidente cuando hay muertos y quieres parecer tremendista – como es mi caso – pero en realidad fue un golpe que se llevó mi coche. Los golpes lo bueno que tiene es que siempre te los dan. Todo el mundo no los tiene en cuenta a la hora de contar su historial negro con el coche. Nadie ha tenido nunca un accidente.

En mi caso, tuve mucho de culpa: iba como siempre, atento a la mitad de las señales y con el sol de frente. Me vi un semáforo en rojo cuando lo tenía justo encima y me paré en seco. Y el coche de detrás me dio un golpe.

Otra experiencia incómoda al volante. Tuve la suerte de que el otro conductor tenía seguro, no era étnico y no tenía permiso de armas. Cuando nos juntamos para rellenar el parte del accidente, mi contrario tenía claro que era culpa mía. Yo sabía que lo ocurrido había pasado en parte, o gran parte, por mi inadecuado frenazo. Pero el caso es que yo no iba a ceder en la razón por el algoritmo básico de la circulación, que si te dan un golpe por detrás la culpa es del de atrás.

Me sorprendió lo poco que le había pasado a los coches, casi nada. Mi coche parecía que tenía más un golpe dado aparcando que un encontronazo por detrás. Luego pasaría la ITV con una indicación de que la chapa no estaba perfecta. La discusión con el otro conductor fue en términos cordiales. Pusimos una consensuada descripción de los hechos, pero al final los seguros son estrictos. Uno de los dos tiene la culpa, cuando en realidad la teníamos los dos, tal vez en un 60%-40% o 70%-30%. Uno de los dos se tendría que pagar el arreglo – los dos teníamos el coche asegurado a terceros, yo no tenía un todo riesgo por la sencilla razón de que mi seguro básico costaba lo que un todo riesgo por no tener años de carné. El todo riesgo costaba casi tanto como el coche.

Luego volvería a pasar muchas veces por el sitio donde me había dado el golpe y siempre iba acojonado, pero sobre todo con la sensación de que no importa que sepas que es un punto peligroso, que es que dos metros más adelante te vuelve a poder pasar lo mismo. Y que el coche había respondido muy bien y que no había sido nada. Y que rellenar un parte es trivial, y que ya tenía otra experiencia más, tan desagradable como necesaria.

Y el ruido cuando oyes el ¡Clock! del impacto contra tu coche, los nervios, tener que salir a ver, tener que aparcar a un lado, todo el mundo mirándote. Me acuerdo que dormí fatal esa noche porque sabía que lo normal es que tengas secuelas en el cuello y que no lo notas hasta el día siguiente. Y que afortunadamente no lo noté tampoco al día siguiente.

Todo en el coche eran sensaciones contradictorias, muy positivas y negativas. La vida sin coche es muy sencilla, es como no tener hijos, todo mucho más fácil pero no necesariamente mejor.

Siempre se lee que el problema de un coche es la gasolina y sus precios pero a mi me parece como los que se amargan al tener que pagar el hosting de su blog, que cuesta 50 euros al año como mucho, y luego se tiran horas y horas escribiendo y eso no les parece suponer nada. En un coche el gasto de gasolina, salvo que hagas muchos kilómetros para ir al trabajo o que tengas un trailer, es ridículo comparado con todo lo demás. Al mismo tiempo me llamó la atención que era más barato ir en coche que en transporte público, siempre y cuando en la ecuación sólo pongas el coste de la gasolina.

El caso es que estuve con el coche casi un año justo. Lo iba a vender justo cuando me pasó lo del golpe y me encontré con la difícil situación de cara a la posible venta. Tenía muy claro que no iba a entrar en el juego del vendedor que no quiere vender. Le puse un precio muy bajo y un conocido estuvo interesado. No me lo compró sin más, y eso después de probarlo, lo que me confirmó que el precio era barato sin ser regalado, luego era un precio justo. Era una venta condicionada: tras leer muchas opiniones en Internet yo daba por hecho que el seguro me daría la razón, pero no sabía cuánto podía tardar eso. Tuve suerte de que el seguro arregló todo muy rápido, gracias a haber dado una versión conjunta por parte de los dos afectados. Me habían dado la razón y se lo comuniqué a este posible comprador, que a los pocos días me dijo que lo aceptaba, pero que lo compraba cuando estuviera arreglado. Yo que lo vi indeciso, pues barajaba varias ofertas y que andaba escaso de efectivo, le ofrecí una rebaja del 10%, sobre un precio ya bajo, si él se encargaba de tramitar el arreglo con el seguro y la compra se hacía de inmediato.

Me quité el coche de encima con un gran rebajón. Me dio una pena enorme. Todavía me la da. Pero solucioné el problema en tiempo récord. Miré precios de coches similares, le desconté el absurdamente costoso arañazo, tiré por lo más bajo y por esa cantidad lo vendí. Estaba dispuesto a regatear 10 euros pero no a esperar un mes a que llegara un comprador pardillo.

A las dos semanas de no tener coche volví a leer, volví a sudar en el metro, pero volví a una vida más tranquila. Fue una experiencia muy interesante y compleja. No he vuelto a conducir desde entonces. Echo de menos el coche y me alegro de no tenerlo.

Clasificacion de los grupos finitos simples

Pierre de Fermat escribió en el margen de su copia del libro Arithmetica de Diofanto, traducido por Claude Gaspar Bachet, en el problema que trata sobre la división de un cuadrado como suma de dos cuadrados (“c” al cuadrado igual a “a” al cuadrado más “b” al cuadrado):

Es imposible dividir un cubo en suma de dos cubos, o un bicuadrado en suma de dos bicuadrados, o en general, cualquier potencia superior a dos en dos potencias del mismo grado; he descubierto una demostración maravillosa de esta afirmación. Pero este margen es demasiado angosto para contenerla.

Este enunciado de Pierre de Fermat (1601-1665) se convertiría en uno de los teoremas más famosos de toda la matemática.

Aunque su veracidad es fácil de intuir, se tardaron varios siglos en encontrar esa demostración que Fermat no quiso o no pudo publicar en el angosto margen de una hoja de papel. Hasta finales del siglo XX no pudo resolverse uno de los teoremas más simples al tiempo que difíciles de demostrar de todas las matemáticas. A pesar de que durante siglos hubo cientos de personas dedicadas a resolver ese misterio, denominado el último teorema de Fermat.

Aunque Fermat era un genio, no hace falta serlo para darse cuenta de que la maravillosa demostración por él encontrada tuvo que ser errónea. En el siglo XVII la matemática no era muy rigurosa en la parte que se dedica a las pruebas, centrándose en los enunciados y los resultados.

No tan conocido como el de Fermat, uno de los teoremas más importantes descubiertos a finales del siglo XX es el de la clasificación de los grupos finitos simples. Más conocido como el teorema enorme.

Lo que tendría que haber supuesto un hito en la matemática moderna, no consiguió sin embargo llamar la atención de los medios de comunicación, e incluso hubo muchos que se mostraron escépticos ante su resultado. La razón no es otra que la misteriosa y controvertida naturaleza de su prueba. La prueba transcurre a lo largo de más de 10.000 páginas, dispersas en unas 500 publicaciones y artículos científicos, con unos 100 autores diferentes de todo el mundo, [Publicados entre 1955 y 1983]. No tiene un precedente igual y puede ser catalogada como la [demostración matemática] más larga de la historia.

Si Fermat enunció un teorema sencillo cuya prueba costó siglos en ser encontrada, aquí nos encontramos justo con lo contrario: una prueba tan grande y complicada que cuesta entender si el teorema es realmente cierto o no.

Si en el primer caso la dificultad radica en encontrar la prueba, en este otro, el mayor problema está en aceptar la prueba como válida. Al tratarse de una clasificación de un conjunto (el de los grupos finitos simples), basta con indicar las posibles categorías, todas las que existen.

Cuando el teorema fue publicado en 1981, se suponía que quedaban cerrados todos los posibles grupos finitos simples. La forma de realizar la clasificación fue dividir los grupos en categorías y estas sucesivamente en subcategorías, hasta recoger todos los casos posibles. El problema de este método es que nadie tiene una visión de conjunto del resultado. Si un equipo de investigadores no hace bien su trabajo, una de las subcategorías no queda catalogada con rigor y entonces no se tiene una clasificación rigurosa.

Lo que parece un error impensable en matemática moderna no lo es, ni mucho menos. Pronto se descubrió que había un subgrupo (el de los grupos Quasi-thin) que no había quedado recogido satisfactoriamente. El organizador de todo el proyecto, Daniel Gorenstein, se defendió argumentando que “pensaba que ese caso ya había sido completado”.

Este despiste demuestra hasta qué punto la demostración es difícil de abarcar, que el mayor conocedor del proyecto no sabía que uno de los casos más importantes no había sido comprobado. Sería el trabajo de Aschbacher y Smith el que cerraría esta fractura, no antes de 2004, con otro artículo científico que incluir a la ya peligrosa lista: 1.200 páginas para clasificar los grupos olvidados, los Quasithin.

Daniel Gorenstein, ya bastante anciano cuando se “completó” la demostración del teorema, siempre tuvo el temor de que tan importante resultado no fuera adecuadamente asimilado por la comunidad científica, y desde muy pronto estuvo preparando el terreno para que otros pudieran encargarse de facilitar su comprensión.

Gorenstein murió en 1992 y entre su legado queda la difícil tarea de hacer el teorema comprensible y el suavizar la demostración lo suficientemente como para que otra persona pueda atreverse a afirmar que realmente demuestra que sólo existen esos grupos finitos simples.

Hay matemáticos escépticos que dudan sobre el resultado. Jean-Pierre Serre(pdf) es uno de ellos. Para él lo que resultaba inconcebible es que el error con los grupos quasi-thin no fuera asumido por nadie. Gorenstein hablaba más de un despiste o algo que no está bien explicado del todo. Esta actitud desarma a cualquiera: la madre de todas las ciencias (la Filosofía sería la abuela) y resulta que los teoremas tienen pequeñas deficiencias que tardan casi 20 años en ser reparadas.

El objetivo ante este Teorema es simplificar la demostración. En las más de 15.000 páginas de su demostración, hay numerosos lemas y presunciones que cada grupo de investigadores tuvo que probar por separado. Se sabe que existen numerosas redundancias y procedimientos descubiertos casi al final de la investigación que habrían simplificado mucho la exposición de los primeros resultados. A pesar del volumen, no hay un exceso de optimismo. Todo un equipo de matemáticos de primer nivel tratando de simplificar una demostración de 15.000 páginas para dejarla en la mitad.

No dejan de ser 7.000 páginas, 10 Quijotes seguidos – primera y segunda parte – para demostrar una única cosa.

Vía: El blog de Seth Roberts.

La crisis web 2.0

Vaya por delante que el término web 2.0 es penoso.

Cuando comenzó la crisis económica del 2007, llamada crisis de la subprime, muchos de los que se dedican a negocios en Internet incluso se alegraron. La poco profesional economía del ladrillo se vendría abajo. Los que se habían jactado de ser triunfadores pagarían todos sus pecados. Y llegaría por fin el momento de que las nuevas tecnologías ocuparan un lugar de alguna importancia en la economía española.

Poco a poco la crisis se fue extendiendo y fueron más y más los sectores afectados por ella. Finalmente, como no podría ser de otra forma, la llamada web 2.0, la web social o como se la quiera llamar, acabó siendo una víctima más.

Al comienzo de la crisis uno podía encontrar las digresiones de supuestos expertos en tecnologías que explicaban que la crisis no podía afectar a las web 2.0. Es el tipo comentario en el que da igual si lo que dices tiene alguna base o no. Sabes que decenas de personas te van a enlazar, como si por eso hubiera más probabilidad de que fuera verdad lo que dices.

La reputación en estos casos se ha creado de forma antilógica. Uno dice algo que todo el mundo quiere oír. La gente enlaza a esa opinión y ya lo tienes: la opinión enlazada se convierte de repente en prestigiosa.

Repitiendo mucho el proceso uno se convierte en lo que se dice un gurú. Basta con decir lo que los demás quieren escuchar. Y los gurús lo demostraban: Internet saldría reforzado de la crisis.

El principal argumento era que en la crisis punto com no había nada de nada y era lógico que muchas empresas desaparecieran. Pero ahora se estaban cimentando servicios útiles, mantenidos por la comunidad. Y los costes eran muy bajos.

Desde luego, la crisis es mucho menor que la de las puntocom. Por aquel entonces todas las grandes empresas se habían gastado obscenas cantidades de dinero “para estar en Internet”. Para no quedarse atrás. Es lo que los gurús de aquel entonces le habían dicho que había que hacer.

Con la web 2.0 todo sale mucho más barato. Con poco dinero te montas una red social. Uno de los mayores malgastos en dinero de la web 2.0 es el proyecto de Keteke, de Telefónica. Y sólo ha costado unos diez millones de euros.

Pets.com, el paradigma de la crisis puntocom, causó pérdidas por valor de 300 millones de dólares. Más de veinte veces más. Y como ella hubo muchas otras. En la nueva web, los proyectos son más modestos y aunque pueden resultar mucho peores que los de los comienzos de Internet, lo malo si barato, no tan malo.

Y es que a fin de cuentas la llamada web 2.0 es un internet lowcost. Más que llamarla la web participativa, se la podía haber llamado la web barata.

En los orígenes de Internet, todo se hacía a base de tecnología y trabajo manual. Cientos de personas escribiendo el contenido de las páginas. Expertos esforzándose porque aquello se pudiera visualizar en las páginas de los navegadores. Había que pagar, y bien, para conseguir toda esa mano de obra.

Luego llegó lo de la web colaborativa. Y como las tecnologías se hicieron más sencillas, unido al aumento del ancho de banda, uno podía pasar a tener lo mismo que hacía muchos años por mucho menos dinero.

Empleados que rellenan los textos y suben las imágenes -> Usuarios.
Expertos en tecnología que hacen páginas web -> Software “gratis” que puede usar cualquiera.
Expertos en optimizar páginas web -> Mayor ancho de banda, para qué optimizar cuando puedes enviar 20 veces más información por el mismo dinero.

Desde luego, de toda la ecuación, la más importante es la primera, pues sin usuarios que rellenen los contenidos, no hay nada que hacer. De ahí el énfasis en lo de la Web social.

No quiere esto decir que desapareciera la mano de obra de los nuevos proyectos de Internet. Sólo que la necesidad era mucho menor. Un censor (o editor, o gestor de comunidad, según el aire que le quieras dar a tu trabajo) puede controlar lo que suben y editan más de 100 personas. Si para las penosas páginas de los años noventa, con cuatro noticias y tres vínculos, necesitabas cientos de empleados, ahora puedes tener una página 100 veces más rica con 10 veces menos empleados.

En fin, que se estaban creando cosas nuevas, más sencillas de crear y más útiles e interesantes. Pero ante todo, productos de bajo coste. En dos tardes te puedes crear un portal sobre pisado de uvas. Lo único difícil es conseguir llenarlo de personas dispuesta a escribir (gratis) sobre el pisado de uvas.

Al hilo de tanta baratura, surge el concepto del emprendedor web 2.0. Normalmente es una víctima de la crisis puntocom, pero con la lección aprendida. Es decir, que no aprendió nada.

Ve que no hace faltan muchos recursos para crear un portal. Luego todo depende de estar bien relacionado y conseguir llamar la atención. De ese modo se crea una comunidad que crea los contenidos. Y ya se tiene un negocio.

Y entonces estos emprendedores se convierten en empresarios. Crean una página, van a las reuniones de emprendedores, a los concursos de emprendedores, a los eventos de Twitter, de bloggers, de Facebook, de lo que haga falta. Se hacen “amigos” de los demás y se crea una relación circular tan grande que ni el mismísimo Google es capaz de intuirla.

Entre todos se enlazan, todos hablan bien de los proyectos de los demás. Todos tienen Twitter, todos tienen Facebook, todos tienen Iphone, todos son lo mismo.

Por supuesto, al margen de todo esto existe una economía de Internet real. Proyectos que llevan años, que tienen empleados, que ganan dinero. Hay muchos, como las agencias de viajes que llevan años en la red, o los portales de empleo líderes. O de venta de pisos. O de anuncios por palabras. Hay muchos negocios de verdad en Internet.

Pero la web 2.0 es más de un tipo que crea un proyecto de la nada, que no tiene nada y que acaba…en nada. ¿Dónde están los ingresos para una web 2.0? Normalmente se usan como ejemplo grandes páginas de economía real y se tratan de extrapolar a ejemplos de pacotilla. El Mundo está ganando mucho dinero con la publicidad, luego este, mi blog, debería tener también publicidad.

Al ser proyectos modestos, los ingresos por publicidad pueden ser suficientes para mantener una página web. Si sólo hay que darle de comer a uno o dos, y la página tiene muchas visitas, con tener adsense (la publicidad de Google) o contratada directamente, uno puede generar unos ingresos muy interesantes.

Luego es divertido. Uno crea una página de información sobre relojes antiguos. Y la llena de publicidad. Y vive de la publicidad. Pero internamente, piensa que él es un empresario de relojes antiguos. Y va a los congresos de relojeros y se empapa de la información que encuentra. Pero la realidad es que no es más que un empresario que vive de la publicidad. Y que los relojes son lo de menos. Debería saber más sobre publicidad, que es lo que le va a dar de comer.

Pues bien, como la economía no hacía más que subir, los gastos en publicidad no dejaban de crecer. Y el que tenía publicidad aunaba el aumento en número de visitantes con los mayores ingresos por publicidad. Y como Internet se supone que estará en perpetuo crecimiento, pues uno puede imaginar que eso sería así para siempre. No para siempre, en el futuro sería mejor aún.

¿Pero qué pasó? Pues que la economía se comenzó a resquebrajar. Y con ella, el mundo de la publicidad. Los ingresos cayeron en picado. Cuando digo en picado digo que el que ganaba antes 1.000 euros, ahora estaba ganando 500 o 350 euros. Las gráficas que acaban en el año 2050 con ingresos de 5.000 euros ya no sirven para nada. En cuestión de pocos meses había ocurrido lo imposible: no sólo no se subía sino que se bajaba. Y a velocidad de vértigo. Y sin frenos.

Y claro, llegó el tío Paco con las rebajas. La empresa que vivía de publicidad y que tenía cuatro empleados, dos de ellos “emprendedores”, se veía obligada a despedir a los otros dos. Y con el tiempo, desaparecían los ingresos. Y con ellos, la empresa.

Aunque gracias a la falsa economía de Internet, uno puede pasarse unos cuantos años con pérdidas, o sin ingresos, y decir que está en fase beta o que es una startup. Y hay quienes se atreven a decir que el Gobierno debería incentivar a estos emprendedores con ayudas y exenciones de impuestos. Para perpetuar la tontería.

En la web 2.0 se ha dado el extraño caso de que un proyecto estuviera en pérdidas (bestiales) se levantara hasta ganar dinero y luego volviera a perder mucho dinero. Cuando esto ocurre en la economía del ladrillo, lo primero que uno piensa es que lo irreal es el momento en que se ganó dinero. Que es un negocio cíclico y que tiene sus momentos de auge y de enorme caída. Pero no. Eso es para economías de pacotilla, para la tecnología esto no se cumple. Nos afectan y perjudican las crisis de los demás, pero son negocios siempre saneados. Y si un negocio sólo funciona en tiempos de gran crecimiento ya no es cíclico, ya es que ni es negocio ni es nada.

Pero no creo que sea siempre así. Aunque claro, en Internet todos somos arrieros y tenemos que hablar bien los unos de los otros. Pero si no se critican los negocios (cutres, inexistentes) de Internet, ¿Dónde se hará? Porque en la calle Internet no le interesa a nadie. Y pocos lo usan. Eso sí, si por error hago click en una página de una red de blogs (orientada a buscadores de forma descarada) resulta que paso a ser un usuario o “visitante único”. Y resulta que la mayoría de la gente que lee blogs no sabe que los lee. Es como si al sintonizar una emisora de radio, por el método antiguo del dial, si pasaras por encima de otra emisora contara como audiencia.

Cuando una de estas empresas ha quebrado o desaparecido, la culpa nunca fue del emprendedor. Normalmente fue el entorno el que no supo adaptarse a la empresa. Muchas empresas están cerrando porque los ingresos de publicidad ya no dan para casi nada. Me sorprende no leer en los “nuevos” medios de comunicación sobre esta debacle. Se leen opiniones aisladas, de casos concretos. Pero en los comentarios uno se da cuenta de que es algo generalizado. Que están cayendo las fichas como en un dominó, una tras otra.

No se quiere sembrar el miedo. La verdad se expone en tanto en cuanto sea agradable a nuestros oídos.

Otro de los motivos por los que están cerrando algunas de estas empresas es su falta de clientes. Algunas ofrecían servicios a empresas y estas, a la hora de recortar gastos, han empezado prescindiendo de estos servicios. A veces, dejando sin pagar algunas facturas.

Y este es un defecto más de la web 2.0. Muy colaborativa y social, pero absolutamente prescindible. En la economía de las tecnologías de la información “real” suele ocurrir lo contrario. Contratas algo con un proveedor (subcontratista) y cuando pasa un tiempo te das cuenta de que te tiene pillado (por los huevos). Que te ha creado un producto que funciona medianamente bien pero para el que dependes en exclusiva de ellos. Si te faltaran alguna vez, no podrías llevar a cabo una de las funcionalidades básicas de la empresa. Si una empresa te gestiona un sistema de nóminas online, y el sistema falla, tienes que recurrir a ellos. No puedes decir “adios, hasta siempre”, pues si aquello se rompe, hay que arreglarlo. Es algo imprescindible.

Con la web 2.0 no. Nada es imprescindible. Es más, casi todo es prescindible, porque suelen ser chorradas. Y lo mejor de todo es que si te crean algo de una empresa “2.0” y tienes necesidad de ello, con un poco que investigues te das cuenta de que está basado en software gratis (software privativo pirateado o software libre entendido como gratis). Con lo que le puedes dar la patada a esa empresa, copiar la funcionalidad que te habían creado, con gente de tu propia plantilla, y olvidarte de ellos para siempre.

Esta es la verdadera crisis de la web 2.0. Que muchos de sus productos son de bajísimo nivel añadido. Una hoja de estilos bonita. Un “experto en usabilidad” (normalmente es alguien con sentido común y conocimiento nulo de tecnología). Enlaces de tus amigos. Plugins renombrados y textos traducidos. Puedes subir videos con un script copiado de internet.

Los proyectos web 2.0 suelen ser batiburrillos (mashup) de códigos y funcionalidades creadas por otros. No se ha creado nada. No se ha inventado nada. No es tecnología. No es distinto de la economía del ladrillo: uno vende grifos, otro cemento, otro pone azulejos y luego rezar por vender el proyecto conjunto, la suma del trabajo de todos los demás, a otros. No hay valor añadido, ni algo que tenga un valor en sí mismo.

Una prueba de ello es ver como esos emprendedores luego no encuentran trabajo fácilmente. Si vivimos en la economía del conocimiento, ¿Por qué cuando cierras tu empresa tu conocimiento no sirve para casi nada? Pues porque tal vez no era de verdad. El que fabrica grifos los sabe fabricar aquí y en Pekín. El que sabe colocar alerones, más de lo mismo. O un profesor de matemáticas, podría trabajar de eso en cualquier país del mundo. Está todo dentro de su cabeza.

Un ex-emprendedor es alguien que sabe que para insertar videos hay un script por ahí. Y que hay que estar en Twitter y en Facebook. Y cosas por el estilo, ideas vacuas que se aprenden (si es que merece la pena aprenderlas) en dos lecturas a uno de esos blogs de gurús.

¿Pero a que viene todo esto? Pues muy sencillo. A que con la crisis subprime, la madre del cordero, se empezó a cuestionar la validez de las opiniones de las agencias de calificación, de los expertos en economía, de las inversiones de las grandes compañías. Porque muchos eran juez y parte.

Y a pesar de los pesares, los críticos con su forma de trabajar se quedaron en la calle, desempleados. Y de los otros, la mayoría ha aguantado el tirón y sigue aferrado al sillón. Sus errores no han pagado. Ni pagarán.

En la economía 2.0 muchos se embarcaron en proyectos suicidas por culpa de los gurús de las nuevas tecnologías, en muchos casos verdaderos charlatanes obsesionados con agradar a los oídos de los demás. Con criticar a la vieja economía. Con dar pésimos ejemplos de éxito. Ejemplos que ahora figuran en la lista de empresas en suspensión de pagos.

Todos estos embaucadores campean a sus anchas. Ellos salen indemnes de la crisis, igual que salieron libres de culpa en la crisis puntocom. Ellos defienden a capa y espada el espíritu emprendedor, pero no se atreven a iniciar nada por sí mismos. No se juegan ni un céntimo (bueno, algunos céntimos sí) de su propio dinero en estos proyectos que revolucionarán el mundo.

Habrá otra crisis y ellos seguirán allí, seguirán siendo los expertos en tecnología. Y los que avisaron de que esto no iba a ninguna parte seguirán fuera del círculo. Aquí o alimentas al monstruo, hasta que muera, o no tienes derecho a opinar.

Lo siento por vosotros os engañaron. La culpa no es de crisis de crédito, ni de los clientes que no os pagan. Es de aquellos que os vendieron un éxito y una realidad inexistente.

Presidente de mesa en elecciones

Preámbulo

Ante todo quería felicitar a los que me desearon de pensamiento o de palabra que me tocara de presidente de mesa en las próximas elecciones, tras aleccionar sobre formas imaginativas de ejercer el voto nulo. Vuestra petición fue oída por el Altísimo. Ahora sólo os sugiero que os pongáis metas más altas y provechosas, que vuestras plegarias vayan orientadas a tareas más necesarias para el bien común. Tenéis un don que merece ser usado para el bien.

El caso es que en estas elecciones Europeas del 2009 me tocó ser Presidente de Mesa, ni suplente ni vocal venido a más. Presidente de primeras. La notificación es un excelente ejercicio de persuasión. Apenas si te dan más datos que los siguientes:

a) Tienes que estar allí a las ocho de la mañana.
b) Si no vas, penas de prisión de 14 a 30 días.
c) Si quieres poner una excusa, esta tiene que ser muy sólida e ir acompañada de documentación muy concluyente.

Antes de empezar

Es la típica situación en que una persona de extracción social baja recibe la notificación, la tira o la rompe en el acto y luego no le pasa nada. Pero el ciudadano de poca monta entiende que no tiene otra que ir. Asín que me tocó contar con que el domingo siete de junio era un día que tendría que destinar a otros.

El primer debate de interés es qué sentido tiene que un país, que puede estar orgulloso de tener un potente ejército de desempleados, emplee para uno de estos trabajos a los pocos que aún conservan su empleo. Y por si la productividad española estaba en tela de juicio, al día siguiente las empresas que los contratan tienen que regalar cinco horas libres porque sí. Eso si los miembros de la mesa electoral no trabajan en domingo porque en tal caso también tienen que regalar el día completo.

La causa de que en España no se pueda hacer algo así es que las listas del censo no tienen relación ni se cruzan con las del Ministerio de Trabajo o el de la Seguridad Social. Nuestra obsesión por la seguridad de la información sólo sirve para que cada cual tenga su archivo propio de datos. En cierto modo hay que entenderlo, si para realizar la selección de la mesa se dispusiera del dato de que un elector está parado o no, se podría realizar un cálculo del número de desempleados en el que el Gobierno no podría influir. Porque ese dato, al formar parte del censo, estaría accesible para cualquier partido político que lo solicitara. La oposición podría ajustar las cifras hasta el céntimo de parado. Y eso no es bueno.

Además, se podrían hacer envíos de publicidad electoral personalizados, al parado prometiéndole que recuperaría el trabajo y al trabajador prometiéndole que no perdería el suyo.

La información censal es mínima. Nombre, apellidos, edad, dirección y nivel de estudios. Cuando te preguntan el nivel de estudios lo hacen única y exclusivamente para saber tus opciones de cara a ser elegido en las mesas electorales. Porque para ser Presidente de Mesa tienes que tener algo más que la enseñanza escolar mínima. No mucho más.

En otros países la opción empleada para seleccionar a los miembros de la mesa es permitir que puedan asistir voluntarios. Aunque el sueldo es propio de un McDonald’s de países en vía de desarrollo, siempre habrá alguna persona que esté interesada en hacer el trabajo voluntariamente. Y luego, si quedan vacantes, se puede recurrir al censo.

Pero si cruzar los datos del censo con los del Ministerio de Trabajo puede ser útil, hacerlo con los de la Seguridad Social es ya casi imprescindible. No se puede hacer, lo entiendo. Pero se debería.

Las primeras horas del día

Porque llega el día de las elecciones y el Presidente de Mesa, los Vocales y los numerosos suplentes se presentan en el colegio electoral. Los primeros resignados; Los segundos rezando por no tener que cubrir la vacante.

La situación es extraña. En cuanto te presentas en la mesa junto a la caterva de suplentes deja de haber orden alguno. Tú pasas a estar al cargo de toda esa gente y de organizar las cosas. Y es un problema porque en menos de una hora estarán votando los primeros jubilados.

No quiero hacer una crítica destructiva, todo lo contrario. Quizás el punto más débil de todo el proceso de las elecciones sea este punto. Un hombre un voto. Vale. Pero el sistema asume que cualquiera puede formar parte de una mesa electoral.

Aquí entramos en disquisiciones sobre los propios ideales de la democracia y aquello de los derechos y deberes. Te toca estar en una mesa y lo asumes: deberes. Pero al mismo tiempo tienes el derecho a formar parte de este circo. Y claro, eso no admite ningún tipo de exclusión.

Volvemos a lo de antes. El censo electoral es una lista de nombres, niveles de estudios, edades y direcciones. Sólo las personas mayores de 65 años se libran de formar parte de una mesa electoral.

Pues bien, esa exclusión es una auténtica aberración. Es decir, que basándote en la poca información que aporta el censo sólo puedes determinar que ciertas personas no están en condiciones de realizar ese trabajo por la edad (los mayores no forman parte de las mesas) o por el nivel de estudios (los iletrados no pueden ser Presidentes de Mesa). Ahora bien, en cualquier actividad del planeta tierra se sabe que existen muchos otros condicionantes que excluyen a una persona de realizar estos trabajos.

Una mujer embarazada de 8’9999 meses tiene el derecho y el deber de estar en la mesa, si tiene la suerte de que le toque. Pero si tiene un bebe de días también podría tener que realizar estos trabajos.

Un tetrapléjico tiene la posibilidad de no participar en las elecciones, pero no es una exclusión inmediata. Es decir, él tiene que solicitar antes de las elecciones el ser excluido de la mesa. Si no lo hace, tiene la opción de presentarse en la mesa.

Cualquier persona con algún tipo de minusvalía considerable: un ciego, un sordomudo, un deficiente intelectual, un loco, todos tienen la opción de excusar su participación pero es simplemente una opción.

Porque ellos pueden decidir que es más engorro solicitar varios certificados y asistir a la Junta Electoral para demostrar su incapacitación que la propia asistencia a las elecciones en un domingo.

Y aquí llega el punto más importante. El Presidente de Mesa no puede decidir que una persona no está en condiciones para realizar ese trabajo. Es decir, te toca capitanear un barco y la tripulación la eligen al azar.

Desde luego el trabajo no es complejo, pero está claro que hay personas que no pueden hacerlo. Tener en la mesa a alguien que se pase las horas sentado sin hacer nada, porque mejor que no lo haga, es absurdo y contradice todo el sentido de las elecciones. Hacen falta tres personas en una mesa. Si no vas, prisión al canto, pero luego si no haces nada, no importa. Se supone que tu no asistencia es un grave perjuicio para la democracia y bla,bla,bla, pero luego si tu única misión es cumplir el onceno mandamiento: no estorbar, no hay de qué preocuparse.

Pues bien, esto es sólo una opinión personal, no hay que entenderla de otra forma, ni en modo alguno como una sugerencia. El único riesgo de ser imputado por esos 14 a 30 días es que no se pueda constituir la mesa. Hay un montón de suplentes y suplentes de suplentes. Nueve personas para tres puestos. Allí nadie pasa lista con lo que si falta uno, se corren los puestos de acuerdo al orden que cada uno tenga. Si el segundo suplente de segundo vocal no se presenta y no es requerido nadie se va a dar cuenta ni siquiera de que existía.

No se rellena una lista de presentados, simplemente se eligen a los tres miembros o miembras y el resto que se marche para casa. Ahora bien, si por un enorme cúmulo de desaciertos no se llega a las tres personas, tierra trágame.

Lo más normal es que esa mesa no se pueda formar, salvo que el Estado tire de funcionarios contratados de emergencia. Según la Ley, esa mesa tendría que votar el día siguiente al de las elecciones y claro, en un colegio. Sería como meter una gran piedra en un engranaje. Si todo va bien, va como la seda. Pero si se bloquea el mecanismo, todo se va al garete. Tienes a toda España votando menos a unos pocos de un barrio, al colegio que no sabe que hacer, los niños quizás tengan que faltar a clase. Costaría mucho dinero y entonces alguien tendría que dormir a la sombra unos días por culpa de ello. Pero esto ocurrirá en un caso entre un millón.

Como Presidente de Mesa mi primera labor fue reconocer a mis vocales. El primer vocal era el toxicómano del barrio. Vamos, el yonqui que todo el mundo ha visto una y otra vez por el barrio. Me estuvo contando que si no estaba en condiciones de hacer su trabajo, que estaba en tratamiento psiquiátrico, que si no sabía leer ni escribir. Todo el mundo sabe que eso es mentira, pero también que es un hombre de 45 que aparenta 75.

Mi primer error en el cargo de Presidente fue decidir que esa persona no estaba en condiciones de ejercer ese trabajo. Lo mandé para casa y me quedé con la primera suplente. Con la Ley en la mano, no estaba facultado para hacer eso. Porque se supone que es un trabajo que cualquiera puede hacer.

En realidad todo el mérito fue de las suplentes que eran dos mujeres muy comprensivas y entendieron que ese hombre no contaba para el puesto. La segunda suplente de vocal aceptó y luego cuando vimos que la primera suplente también estaba le consulté y ella aceptó quedarse.

Es una situación interesante que merece ser pensada para futuras elecciones. Hice lo correcto pero tal vez legalmente obré incorrectamente. Aquí usé el sentido común pero eso a veces te lleva a la cárcel. Pues un problema de las elecciones es el que estás metido en las entrañas de la democracia. Puedes descargarte la discografía completa de Telemann de internet y es más grave que si te la robas del Corte Inglés, pero es que si cometes un “delito electoral” pasas a la misma categoría delictiva que personas que han dado un golpe de Estado, políticos con niveles de corrupción extraplanetarios y falsificadores de moneda y timbre.

Cuando estás en una mesa tienes que cumplir aquello de “El desconocimiento de las leyes no exime de su cumplimiento” pero sabiendo que los desconocimientos pueden tener consecuencias muy graves. No es lo mismo cometer un error que se cita en un anexo a una Ley que es una enmienda de otra Ley que cometer un error que afecta a un artículo de la Constitución Española.

El caso es que acepté las excusas del vocal y me quedé con la primera suplente. En otra de las mesas no sucedió esto. A la Presidenta le tocó lidiar con dos personas que aparentemente eran normales pero que luego se vio que una no oía ni veía casi nada y la otra no sabía apenas leer o escribir. Para ella las elecciones fueron una pesadilla pues tuvo que hacer casi todo el trabajo. Estuvo al borde del síncope y el ataque epiléptico durante doce horas de trabajo. Eso no está pagado.

La jornada electoral

Mi mesa electoral fue un lujo. Mis dos vocales eran personas encantadoras, entretenidas, trabajadoras y eficientes. Sólo el recuerdo de lo que podía haber sido hacía la jornada mucho más llevadera. Pero es que eran como dos compañeros de trabajo estupendos, como cuando llegas a una oficina y al cabo de unas semanas te das cuenta de que sólo hay dos que trabajan de verdad. Pues a mi me tocó con esas dos personas.

El trabajo en unas elecciones consiste en lo siguiente. Llega un individuo, normalmente un ser humano. Te entrega la documentación y compruebas su identidad. Buscas su nombre en una lista del censo y si lo encuentras haces una señal de que ya ha votado y escribes en otra hoja el orden de ese votante. Esa lista es muy curiosa, pues te permite saber no sólo quienes votan sino en qué hora (aproximadamente) lo hacen.

Este dato es tan significativo que incluso los partidos políticos tienen a interventores que se pasan la jornada copiando la lista de votantes, como los números de la lotería de Navidad. Copian por orden los números de votante, sin llegar al detalle de la hora. Imaginaros 4.847 mesas electorales en que un interventor del Partido Popular y otro del PSOE tienen que localizar el número correspondiente al votante y apuntarlo en una casilla, así durante once horas. Volveremos a esto un poco más abajo.

A mi me gustó formar parte de la mesa electoral. Era entretenido, muy pesado por el total de horas pero es como trabajar en una tienda. Hay ratos en que no hay clientes y otros en que llegan todos de golpe.

Los votantes

Y es que no deja de ser un baño de realidad. Es uno de esos sitios de los que escribí una vez, llamándolos lugares democráticos. Un lugar que te devuelve al mundo real, dejas de ver a personas iguales que tú, de tu misma clase social, ves la media desde dentro.

Me sorprendió la cantidad de personas que están hechas polvo. Mayores que son vegetales con ruedas, que están vivos porque votan. Muchas personas con retraso mental (o el eufemismo que prefieras usar) que normalmente no ves por la calle. Gente que está muy mal y no sabes exactamente por qué.

Pero ya digo que me gustó la experiencia, porque a veces se pierde un poco el contacto con la realidad y qué mejor manera de hacerlo que esta. Cada persona llegaba de una forma distinta, pero todos a hacer lo mismo. Siempre trato de aprovechar lo bueno y lo malo y pensé que si pasaba un montón de horas ahí sentado podía hacer unas pocas de encuestas a pequeña escala.

Las personas con problemas graves suelen no votar. Vienen con alguien y ese alguien hace todo: enseña su documentación y entrega su voto. El votante virtual queda como un monigote sin voluntad. Teóricamente el voto lo tiene que entregar cada persona de su mano, pero no hay que ser más papistas que el papa.

Luego me sorprendió que había hombres de mediana edad que no llevaban su propia documentación. Que la mujer con el superbolso llevaba todos sus papeles. En general los hombres son unos parias en todo lo que tiene que ver con el trato administrativo. Lo veo a menudo en los hoteles del extranjero, cuando una pareja viaja a un país en el que usan otro idioma, es casi siempre la mujer la que saca las castañas del fuego, aunque sea en un castellano gesticulante. Otra de las secuelas de un país volcado en la construcción.

Las mujeres, siempre con esas carteras gruesas como el tomo de Guerra y Paz. Llevan toda su vida en ella, sin darse cuenta de lo inútil que es pasear las tarjetas del Ikea, Carrefour, Fnac, tres tarjetas de crédito, fotos de la familia, billetes de metro de cuando lo inauguraron, recuerdos de la Alhambra, amuletos, cartas del Tarot, teléfonos útiles y otros no tanto, recibos de haber sacado dinero y facturas. Vas paseando toda tu vida en un bolso y luego si te lo roban, te lamentas de haberlo perdido casi todo.

En la cartera hay que llevar lo justo. El DNI (documento de identidad) apurando, una tarjeta de crédito como mucho y el efectivo que necesites. Porque luego te pasa lo siguiente que noté en las elecciones:

Mucha gente va con documentación falsa. Tuve que mandar para casa a una señora que sólo tenía una fotocopia en color de su DNI. Pero también tuve que lidiar con un señor que tenía un DNI que a todas luces parecía falso. Y no digo que fuera otro elector, pues la foto era la suya sin dudarlo, sino que hay gente que hace fotocopias en color de su DNI y lo plastifica a conciencia de forma que aquello parece un DNI pero le faltan los rasgos de relieve y marcas especiales. Y si haces un documento que parece verdadero pero no lo es, entonces es un documento falsificado. No importa que tú seas el dueño del documento original, la falsificación es independiente del poseedor de la misma.

La señora que no votó decía que había perdido el DNI hacía años y ya no se planteaba el sacárselo de nuevo. Es decir, asumía que a partir de ahora tendría una falsificación de su documentación, para siempre.

Los que asistían con carnés de identidad caducados eran los menos, pero alguno apareció con uno que llevaba veinte años caducado. Eso es legal, la fotocopia en color no. Me llamó la atención que las personas mayores tienen ya carnés de vigencia perpetua, para ahorrar esas molestias. En los carnés más modernos el sistema asocia una fecha de vigencia hasta el año 9999 (cómo se nota la mano informática) mientras que en el formato anterior figuraba la palabra “perpetua”. Y es en el penúltimo de los formatos en el que no se recogía esta posibilidad y donde se encuentra uno las caducidades de récord.

Me estuve fijando en los nombres y apellidos de la gente, algunos muy curiosos e interesantes. Un señor mayor llegó contándonos un ingenioso monólogo sobre su genealogía, pues su madre tenía el inusual nombre de Leona. Estas personas resultan entrañables, sabes que han contado eso mismo un montón de veces, sin cambiar una coma, y la ilusión con que lo cuentan te contagia y te hace sentir feliz.

La estadística no falla. Por la mañana sólo votan las personas mayores. Al medio día los matrimonios, por la tarde los jóvenes. En general, en mi barrio, la población joven es muy escasa. O bien porque son la mitad que no vota, o bien porque la pirámide de población ya no tiene forma de pirámide.

Mejorando el sistema

Me he quejado de algunos aspectos que creo que deberían cambiarse, pero tengo que reconocer que el sistema electoral me pareció un diseño muy eficiente. Tenía claro que en lugar de quejarme iba a tratar de pensar en cada momento qué cosas podrían mejorarse y cómo. Cuando llegas a las 8:00 ya está todo montado, hay gente que ha estado trabajando desde mucho antes de que tú llegaras y mientras se realiza el recuento hay otros que van recogiendo. No son los clásicos diez operarios en que trabaja uno y el resto mira. Eran dos personas que trabajaban con conocimiento y eficacia, desmontando las cabinas de votación y recogiendo urnas y papeles.

Los policías estaban siempre presentes y hacían su trabajo como mejor sabían. Había una funcionaria del gobierno que estaba para atender cualquier consulta (no tenía ni idea pero por lo menos podía llamar a alguien que supiera y te alegraba la vista de vez en cuando). Un cartero pasó a recoger la información necesaria, dos veces en la jornada electoral. Otra persona llegó a medio día para pagar la compensación a los miembros de la mesa. Otra funcionaria apuntó el recuento parcial y final para enviarlo de inmediato al centro de estadísticas central y que los telediarios tuvieran cosas que contar.

Me pareció que estaba todo bien pensando, no había desperdicio de funcionarios o de gorrones. Felicito a los que hayan dedicado su tiempo a perfeccionar el proceso porque es casi impecable.

La única opción de mejora es la informatización y siendo racionales encarecería el sistema, lo haría más complicado de usar y menos confiable. No es lo mismo manejar una caja llena de papelotes que tener que preparar terminales, terminales suplentes, buscar enchufes en colegios que no los tienen, personas que sepan usar el ordenador, etcétera.

La misma esencia de las elecciones es el localizar a una persona en la lista, indicar su número de orden de votación y que ya ha votado. Esto se hace con Excel casi por defecto. Para un programador informático sería trivial hacer una aplicación que hiciera lo siguiente:

Escribes las primeras letras del apellido y te va mostrando coincidencias en ese censo o en otros de ese mismo colegio. Si la persona está en otra mesa el sistema indicaría el número de dicha mesa y si está en la correcta, con un click se acepta el nombre y se tiene apuntado el orden de votación, la hora de votación y que esa persona ya ha votado.

Como esta información es pública y no tiene misterio alguno, podría actualizarse en tiempo real y se podría hacer una gráfica continua de participación, sin los arcaicos saltos de “recuento a las 12:00”, “recuento a las 16:00”, “recuento a las 18:00”. El problema estaría en que serían necesarios terminales portátiles para los miembros de las mesas y eso sería muy caro.

La modernización podría llegar por parte de los interventores. Ellos copian esa misma información para los partidos políticos. Es un trabajo engorroso, molesto y muy sujeto a errores. Si lo hicieran con un programa informático para móvil les resultaría sencillísimo y podrían enviar los datos con cualquier periodicidad en tiempo real. Los partidos políticos podrían implementarlo en algunos teléfonos, como sistema de prueba, para los interventores que fueran personas jóvenes. Cuando los teléfonos se conecten a Internet con normalidad y sin mecanismos ortopédicos sería posible realizar algo así de forma muy sencilla.

Y sería entonces cuestión de meses que la Junta Electoral, al encontrar un sistema que reduce el tiempo de recuento de votantes a menos de la cuarta parte, lo emplease de forma masiva. Pero insisto que el sistema actual es muy eficiente, dentro de las posibilidades que permiten el papel y el lápiz.

Otra posible forma de mejora es el uso de las personas en la Mesa Electoral. En realidad toda la carga de trabajo está al principio y al final. La figura de miembros de la mesa a tiempo parcial sería interesante. Si no fuera por el final, que tiene que agilizarse al máximo para tener el recuento lo antes posible, se podría hacer el mismo trabajo con la mitad de gente, aunque puntualmente se formarían colas.

Gentes de la política

Los interventores son personas de los partidos que se incrustan en la mesa para comprobar que todo va bien y se realiza con legalidad. Es una figura interesante y respetable. Pensaba que eran veteranos con gran conocimiento del proceso electoral. La verdad es que saben más bien poco y a veces dan datos equivocados. Llevan mucho tiempo sentándose y apuntando pero no están seguros del funcionamiento de las elecciones y te sacan de pocas dudas. Dentro de sus limitaciones, el manual que te dan junto a la funesta carta de nombramiento como miembro de la mesa está muy bien redactado y es de gran ayuda. Es un ejercicio de concisión y dice lo importante en pocas páginas. Buen trabajo.

Los interventores son la esencia de la política. Los que yo vi eran la base verdadera de toda esa maquinaria que a veces nos repugna. Vemos al bronceado político de bolsillos llenos y sentimos asco. Pero en la base de la escalera se encuentran mucha personas que con cierta candidez defienden unos ideales que a veces saben que tienen mucho de ideales y poco de posibilidad de llegar a la práctica. Gente que se alegra de recibir una carta genérica firmada por el Presidente del Partido en el que les agradecen su trabajo. Que con chocar la mano de un político de regionales se dan por satisfechos. Los que envuelven los bocadillos que se reparten en los mítines. Puedes no estar de acuerdo con lo que hacen, como con los editores de la Wikipedia en castellano, pero siendo personas animadas por valores te despiertan simpatía y admiración.

Entre partidos rivales se llevaban como lo que eran, compañeros de trabajo en distintos departamentos. Me gustó lo que oí por parte de uno de los del Partido Popular, hablando con los del Socialista. Decía que las campañas habían sido nefastas y un cúmulo de insultos. Que le sorprendía cómo el Partido Socialista no había aprovechado o por lo menos intentado aprovechar que su candidato era una eminencia (varias carreras universitarias, doctorados por todo lo alto, premios extraordinarios). Y es verdad, uno ve a un político canario o andaluz y siempre se queda con la idea de persona dicharachera y se olvida que en muchos casos es alguien con una formación impresionante.
Que yo me enterara por boca de alguien del PP, el mismo día de las elecciones, de todo esto, es señal de que algo se ha hecho malamente.

El recuento

Contar los votos es la parte más importante. Las cuentas tienen que cuadrar: número de sobres, número de papeletas y número de votantes de la lista que se va rellenando durante todo el día. Con un equipo ejemplar hicimos el recuento de una forma metódica, alemana y casi suiza. Cuando sacamos el último sobre estaban todos en sus montoncitos bien ordenados, cuadrados como las papeletas que se presentan para elegir el voto. La mesa daba gusto verla. Todas las cuentas cuadraron al detalle. Es cierto que los votos nulos causan molestias a la mesa. El resultado parcial fue una victoria del Partido Socialista, por pocos votos.

La parte del recuento se hace con presión para dar los datos lo antes posible. Y todo el mundo quiere copia de todo, por lo que hay que rellenar un montón de hojas. En mi mesa todo fue sencillo. En la mesa en que una compañera se encontró con dos pesos muertos como vocales, hubo un descuadre de votos gigantesco (de más del 20%). Es lo malo de que cualquiera pueda estar en una mesa electoral. Al final la pobre presidenta tuvo que hacer todo el trabajo para conseguir tener las cifras bien.

En una hora ya tenía el recuento realizado y la documentación preparada. Faltaba la parte final, en que el Presidente de la Mesa tiene que entregar un par de sobres en el Juzgado. Este es el segundo pie de que cojea el sistema electoral. Puedes convencer a un funcionario de que pase un domingo en un colegio a cambio de una gratificación. Y a un cartero. Y a los policías. Pero a los jueces no. Porque no hay tantos y porque su trabajo no es ese. Ellos trabajan en el juzgado, un domingo por la noche. Y te toca ir allí a darles la documentación.

El punto es que la documentación que entregas no sirve para nada. Son originales de documentos que nadie va a exigir porque lo que cuenta, que es el recuento, se lo ha llevado un cartero a las nueve de la noche y la copia la ha presentado la funcionaria para que se pueda hacer el recuento de la televisión. Lo otro es “la parte oficial” de este circo. Para que en caso de una reclamación se pueda localizar el documento original.

Pero es que se hace el recuento en una hora y sin embargo tienes que esperar durante más de una hora (hora y media en mi caso) a que vengan a recogerte para ir al juzgado con la documentación. Teóricamente no puedes ir por tu cuenta, te tiene que llevar la policía. Y no lo hace en un coche patrulla, lo hace en un autobús escolar que va realizando una ruta por un montón de colegios. Esto en Madrid significa que tienes que perder un montón de horas, tras un día de mucho trabajo, para entregar un par de sobres que no sirven para nada.

Y esto desquicia a muchas personas que están deseando cerrar ese día. Tras haber pasado por tanto, toca esperar durante horas muertas sin la certeza de cuándo llegará ese autobús. Pero bueno, que al final llega. Y en el juzgado está todo muy automatizado y hay que esperar poco para entregar los sobres, que nadie abre.

Esta es la otra parte que habría que mejorar, pero no sé muy bien cómo. Supongo que el cartero es confiable sólo hasta cierto punto y por eso uno debe realizar el envío de la documentación por sí mismo. Los jueces no pueden desplazarse, eso es lógico. La policía no puede poner un coche patrulla por cada Presidente de Mesa, porque la mitad de la policía está ejerciendo labores de escolta para los políticos y sus familiares. No hay medios para la fiesta de la democracia, sólo para los feriantes de la misma.

Resumen

No es una experiencia que se desee repetir, pero es como la mili, con el tiempo se recuerda todo mejor y te hace un hombre. Tiene aspectos positivos, te reconcilia con tu barrio. Me gustó ver la mesa de al lado, que tenía a un toxicómano rehabilitado y que terminó con todo antes que mi propia mesa, que trabajaba como un consulado suizo. Ahí se ve lo idílico del reformar a una persona, ver que alguien así trabaja codo con codo con personas “normales” y puede sentirse bien haciendo correctamente un trabajo valioso.

Tiene alguna ventajas estar en la mesa, al día siguiente te dan cinco horas libres en el trabajo. Yo he gastado la mitad en contar mi experiencia. También te dan un bolígrafo, un fluorescente y una regla numerada. Menos da una piedra.

Papa Noel

Hoy en día todo lo que tenga algo que ver con la religión es cuestionado. Así, hasta las tradiciones navideñas de Los Reyes Magos o Papá Noel se consideran opciones a descartar para aquellos padres que quieran crear a sus hijos fuera de creencias que ellos no comparten.
Motivo de debate es el decidir si los niños tienen el derecho, el deber o la opción de vivir la fantasía de creer en unos personajes ficticios que traen regalos a los niños buenos.
Vaya por delante que no tengo una opción clara al respecto y esta no es sino una forma de clarificar mi postura.
a) ¿Son malos por ser ficticios?
Una posible razón para evitar que los niños crean en Reyes Magos es que son personajes inexistentes. Una enorme mentira que les aleja de la realidad.
Sin embargo rara es la persona que cree que un niño no deba criarse oyendo cuentos infantiles, pavadas como Caperucita Roja o Blancanieves. No creo que la ficcionalidad de los Reyes sea un motivo para desecharlos, mientras uno se pasa años inculcando fantasías, reinos mágicos y todo tipo de parafernalia increíble.
Si creemos que es bueno para ellos, para su fantasía, el que se le cuenten historias, mucho mejor debe ser hacerlos partícipe del mayor cuento jamás contado, un cuento sobre el que encuentran miles de pistas confirmatorias por todas partes. Si la ficción es buena, los Reyes son los reyes.
b) ¿Son malos por ser religiosos?
Bueno, desde luego los Reyes Magos o Papá Noel son el paganismo personificado. Se trata de una tradición como pocas, con la fuerza de un agujero negro para atraer símbolos y mensajes de otras: San Nicolás, el padre del cordero, nació en Turquía. El robo de sus reliquias atrajo la tradición a Italia y se fue mezclando con productos de todas las religiones y culturas. Los renos nórdicos, papá Navidad de los bárbaros, San Nicolás turco-italiano, los Reyes Magos españoles, la simbología navideña de un dibujante americano. Es un enorme batiburrillo que nada tiene de religioso, un mejunje de ideas y conceptos difíciles de asimilar pero que nada tienen de religioso.
Los Reyes Magos y Papá Noel entran en una extraña lucha de la que somos testigos de primera mano. De todo esto saldrá una única figura, con lo peor de cada uno de ellos.
c) Los niños disfrutan más la Navidad con los Reyes Magos.
Este es probablemente el punto más comprometido de todos. Cierto es que les encanta recibir regalos, sentirse tan importantes, impacientes ante la incertidumbre de saber si habrán obtenido lo que querían. Pero también hay miedos: A sentirse controlados por desconocidos seres de pinta dudosa. A ser considerado malos niños, a que otros obtengan mejores regalos. Tampoco se entiende tener que portarse bien para agradar a tripones tipos barbudos.
La ilusión de la noche antes, casi en vela para ver qué traen los Reyes Magos, no sería muy distinta si fueran los padres los que a las claras decidieran que comprar. Sin embargo si lo regalado no fuera exactamente lo que uno espera, habría una figura sobre la que focalizar todo ese rencor: los padres.
La realidad que nadie quiere reconocer, en mi opinión, es que los que disfrutan más, y por lo que insisten tanto en mantener el cuento, son los padres. Ver la cara de bobos con que los niños se tragan el camelo, las sonrisas cuando abren el regalo que mil veces te han repetido que era lo que querían. Su inocencia creyendo que sucesivos tipos barbudos son siempre la misma personalidad y el encargado de repartir los regalos. Verlos quedarse dormidos en el sofá, esperando la llegada, poner las galletas y los zapatos donde irán los caramelos.
Todo esto a los que realmente agrada es a los padres. Son ellos los que se enternecen viendo la dulzura e inocencia de sus hijos.
Esta inocencia se esgrime como principal argumento: hay que tratar de mantenerla viva tanto tiempo como sea posible.
d) La decepción.
Tarde o temprano los niños se acaban enterando de que todo era un cuento chino. Es inevitable. ¿Compensa esta decepción los años de felicidad? Es un motivo de debate imposible de aclarar.
Como tantas mentiras de adulto, tratamos de postergar lo inevitable mucho más allá de lo razonable. No hay niño tan adulto que no pueda creerse los Reyes Magos un año más. La revelación suele estar causada por fuentes exógenas: otros niños de la misma edad que han descubierto el camelo. Llega un momento en que las voces disidentes son tantas que uno ya busca más pistas para destapar el fraude, en lugar de las anteriores justificaciones.
La lucha entre padres e hijos se traslada al terreno criminal: el padre trata de mantener vivo al viejo tripón de barbas blancas, el niño de desenmascararlo. Los primeros ocultando pruebas, maquinando coartadas. El segundo revisando todo al mínimo detalle, con un ojo abierto y otro cerrado.
Quizás sea un error oponerse al casual descubrimiento de los hijos, si sugieren la idea de que ese tipo no existe uno debería sentarse con ellos y explicarles que así es y contarles un poco sobre los métodos que emplean los padres para engañar a los niños. Sin embargo estoy cansado de ver casos en que los padres luchan por mantener esa ilusión (ilusión de padres, como he dicho anteriormente) a toda costa.
La decepción tiene mucho de negativo, al descubrir una mentira mantenida durante años en la que han participado decenas o cientos de personas, casi todos conocidos y seres queridos. Esto sitúa al niño en un punto escéptico: también los padres mienten, a veces en connivencia con otros.
En el momento de descubrir el truco el niño no piensa en su ilusión de hace tres años, cuando pedía chorradas que ahora le aburren. Sólo se piensa en su actual descontento.
Hay veces que el niño descubre con claridad el alcance de la mentira y ve con bochorno cómo los padres insisten en mantener la mascarada. Ahora que papá va solo es porque está comprando mi regalo. El armario del que se ha perdido misteriosamente la llave es donde están los regalos y la llave, está debajo del felpudo.
Puede ocurrir que el niño se esfuerce por mantener la mentira a los ojos de los padres, porque siente pena ante la decepción que podrían sentir los padres si se enteraran de que ya es game over.
El aspecto positivo de esta decepción está en la pertenencia a una nueva clase. El niño se siente aliviado al saberse conocedor de algo que ignoran todos los más pequeños que él. Es una especie de ruptura con la infantilidad para pasar a la categoría de niño (que no es mucho, pero un gran salto).
Este cambio de categoría no puede realizarse demasiado tarde, si no se quiere traumatizar al niño. Un niño de nueve años que justo se entere de que los Reyes no existen del todo, se sentirá un profundo idiota, tras pasar tres años negando a sus compañeros la suplantación de los padres, y descubrir ahora que efectivamente, ellos tenían razón.
Los padres deberían poner un freno a la inocencia, aproximadamente en la media de edad – seis años – en que los niños se enteran de todo. Si no lo hacen, se comportan de forma irresponsable.
En esto hay una gran relación con el despertar de la sexualidad. Los niños acaban enterándose de todo por otros, nunca los padres. En el caso de los Reyes no es mayor problema; con la sexualidad sí puede serlo. El niño que se entera de las diferencias entre chicos o chicas, o de cómo dejar embarazada a una compañera de clase demasiado tarde, lo acaba pagando, aunque sólo sea por la vergüenza que otros le harán pasar.
No es bueno dejar que los niños dejen de confiar en los padres como fuente de información confiable, actualizada y acorde a su edad. Por eso está claro que aunque quizás sea bueno contarles lo de los Reyes, no puede ser jamás buena idea el mantener la historia hasta más allá de lo razonable. Y esque los Reyes los inventaron los padres, para su propio deleite.
Fuente: La Controversia de la Decepción de Santa Klaus. Wikipedia en inglés.

Tarot y aleatorización

En las ciencias esotéricas de la numerología, y en numerosas artes adivinatorias, suele realizarse un proceso llamado de reducción. Partiendo de cualquier número puede obtenerse una única cifra, con el simple método de sumar cada una de las cifras que componen el número original.
Por ejemplo, para 1492 obtenemos:

1492 -> 1 + 4 + 9 + 2 = 16

Y si volvemos a aplicar el proceso:

16 -> 1 + 6 = 7

Con este método obtenemos siempre un número entre 1 y 9. Es una forma de simplificación que permite establecer parámetros de comparación entre todo tipo de valores heterogéneos.
Por ejemplo, podemos asignar a cada letra del alfabeto la cifra correspondiente a su orden en el abecedario (a = 1, b = 2, c = 3, etc.) y de esa forma asignar a nuestro nombre un número determinado que puede reducirse mediante este método a un valor comprendido entre 1 y 9.
Este método tiene numerosas ventajas. A cualquier conjunto de categorías o propiedades puede asignársele un número y de este, mediante la reducción, llegar a un número limitado de grupos, diez. Dentro de cada uno de ellos pueden definirse tipos humanos o veredictos.
Además, es un método que destaca por su claridad: la forma de obtener el valor final no admite ningún género de duda y es sencillo para cualquiera que tenga estudios elementales.
Puedes por ejemplo partir de las letras de tu nombre y los de la persona a la que amas y mediante la reducción llegas a un número que puede significar, según el método de adivinación, la compatibilidad de vuestros caracteres, la probabilidad de que acabéis casados o una cuantificación de la felicidad que os espera si alguna vez estáis juntos.
Al margen de que alguien pueda o no creer la validez de estos cálculos y predicciones, hay un grave problema en los resultados que se obtienen.
Aparentemente, la suma de cantidades lleva a un resultado aleatorio. Parece como si cualquier número entre 1 y 9 fuera igualmente probable. La realidad es que esto no sucederá casi nunca.
No importa lo que estemos midiendo, casi siempre habrá un sesgo que provocará que ciertos valores sean mucho más probables que otros.

La tirada de Josephine Péladan

Un método bastante popular de lectura del tarot es el de Josephine Péladan
Según dicho método, se colocan cuatro cartas del Tarot sobre la mesa, formando un rombo. En el espacio entre las cuatro cartas aparece como conclusión una especie de carta virtual: el resultado de la tirada.
josephine-Peladan.jpg
La carta central se obtiene como reducción numerológica de las cartas obtenidas en cada uno de los vértices del rombo (o cruz como suele llamarse en el tarot).
Cada carta de los arcanos mayores tiene asignado un número, del 1 al 22. Así, si en una tirada obtenemos el diablo (15), el Papa (5), el Mago (1), el Sol (19), los cálculos son los siguientes:

15 + 5 + 1 + 19 = 40

4 + 0 = 4 (el Emperador)

En este caso la reducción es diferente. Si obtuviéramos un número entre 1 y 22 ya habríamos terminado. Así, con el 19 no habría que volver a sumar sino que asignaríamos la carta correspondiente (el Sol).
Pero en el caso de la tirada de Josephine Péladan, el sesgo que se obtiene en los resultados es enorme.
Sobre el papel, cualquiera de las cartas es igualmente probable. Pero con sencillos cálculos puede verse que es imposible obtener los valores 1 y 2. Así, las cartas de El Mago (1) y La Papisa (2) nunca podrán ser la conclusión de la tirada.
Pero si hacemos cálculos sobre todas las posibilidades reales, llegamos a la conclusión de que la distribución entre el resto de cartas es enormemente desproporcionada. La probabilidad de obtener el valor 17 (la Estrella) es de tan solo un 0,15% mientras que la probabilidad de obtener el valor 7 (El Carro) es de un 10,42% (¡100 veces más probable! ).
En realidad, hay once cartas (las comprendidas entre los números 5 y 15) que acumulan el 96% de la probabilidad de ocurrencia. Las otras once cartas sólo suman un 4%.
El total de resultados posibles a una tirada (de arcanos mayores) de Tarot es 22 * 21 * 20 * 19:
arcanos-tirada-Peladan.jpg
Las cartas del Tarot no tienen un significado positivo o negativo en sí mismas, aunque algunas tienen connotaciones positivas inmediatas – como el Mago o el Carro – y otras las tienen negativas – la Torre, el Diablo. En este sentido, podemos decir que las cartas que caen dentro del rango “altamente probable” dentro de la tirada de Josephine Péladan, son más bien positivas que negativas.

Las cartas invertidas

Cierto es que entre los Arcanos Mayores, las cartas positivas superan a las negativas. Para combatir ese sesgo, es necesario considerar el uso de cartas invertidas. En Tarot, el que una carta aparezca al revés suele significar lo contrario de lo que simboliza la carta. El Carro significa control, éxito, victoria, pero si la carta sale al revés, todo lo contrario: accidente, desastre.
Hay quienes leen Tarot pero no tienen en cuenta el si la carta sale o no al revés. Esto se debe a que la consideración de las cartas invertidas es un invento del siglo XIX (introducido probablemente por Etteilla) y muchos la consideran una corrupción del arte adivinatorio original. Para el caso de la tirada de Péladan, al obtenerse una “carta virtual” no puede inferirse nada sobre la posición de la carta, con lo que casi siempre habrá que dar conclusiones favorables.
La consideración de cartas invertidas en el Tarot tiene el enorme problema de la mezcla de las cartas. Cuando se baraja un mazo de cartas, cambia el orden de las mismas, pero no la inversión. Según cómo se hayan introducido en el mazo inicialmente, así quedarán para la posterior tirada. La única posibilidad es cambiar el orden de todas las cartas dentro de un grupo más o menos amplio: se corta el mazo en varios grupos y estos se giran arbitrariamente.
Pero esto tiene el problema de que las cartas quedan localmente todas orientadas hacia un mismo lado. Y como las tiradas de Tarot suelen realizarse sobre grupos locales de cartas, la probabilidad de obtener casi todas las cartas orientadas en un mismo sentido es realmente grande. Si añadimos el hecho de que el consultante ha tenido que ser quien baraje, sin que se le imponga ni se le sugiera que busque la aleatoriedad (el propio lector del Tarot también suele realizar una parte del proceso de barajadura) el resultado será una mazo sesgado.
La solución que algunos toman es girar al inicio del proceso de baraje un grupo de cartas, normalmente un tercio de las mismas. De este modo, el conjunto de cartas invertidas es de aproximadamente una tercera parte. Esto no anula la predisposición hacia las cartas favorables, la mayoría de las cartas lo son y dos tercios de ellas están “cabeza arriba”.
Si bien hay un considerable sesgo en todo ello, hay que entender que la mayoría de las circunstancias en la vida de las personas son positivas. Vivimos muchos años y sólo morimos una vez. Son más los pequeños éxitos que los significativos fracasos. Es más probable salir de una operación bien o regular que con el siniestro veredicto de la Muerte.
No pueden sin embargo obviarse todos estos resultados. Al margen de que uno crea o no en el Tarot, el haber empleado métodos tan rudimentarios en lo que a aleatorización se refieren (qué podemos decir de Péladan, un tipo que se asignó a sí mismo el título de Sar con S) provocan dificultades añadidas y predisposición negativa hacia cualquiera que tenga una formación matemática superior a la elemental.

Cronología

I

En 1972 se reunieron los miembros de la Royal Society of London, la Academia Británica de las Ciencias. El objetivo de la reunión era debatir las inconsistencias obtenidas en el cálculo de la aceleración del movimiento lunar. Según los datos con que se contaba, la aceleración de la Luna había experimentado un salto en algún momento de la Historia próximo al siglo X. El aumento de la aceleración era de tal magnitud que no había parámetros o excepciones posibles capaces de encuadrar la aceleración de la Luna dentro de una fórmula razonable. A pesar de que se propusieron diversas opciones, no se llegó a ningún resultado definitivo.
En 1973 Robert Newton, uno de los investigadores del problema, se puso en contacto con Anatoly T. Fomenko.
Miembro de la Academia de las Ciencias, profesor de la Universidad Statal de Moscú, Anatoly Fomenko era uno de los más prestigiosos matemáticos de la época.
Tras oír la detallada exposición de Robert Newton, Anatoly Fomenko se enteró de que la forma de datar la aceleración de la Luna en la antigüedad se basaba en el cálculo de los eclipses. Los eclipses siempre han sido fechas fundamentales para la Ciencia por cuanto permiten datar casi al segundo acontecimientos históricos muy distantes en el tiempo.
En este caso, sabiendo que hubo un eclipse en una fecha determinada podemos precisar la situación donde se encontraba la Luna respecto de la Tierra. Comparando los registros históricos sobre distintos eclipses es posible determinar la aceleración del movimiento lunar desde la antigüedad hasta hoy.

II

Tucídides fue un general ateniense que participó en la Guerra del Peloponeso. A su vez dejó una narración de la misma en un libro clásico – Historia de la Guerra del Peloponeso – que está considerado uno de los primeros escritos de calidad que existen sobre Historia. La guerra se extendió por más de 20 años. En la crónica de la misma, Tucídides va detallando los distintos altibajos que sufrían a lo largo del prolongado combate.
En un relato tan extenso en el tiempo, pudo llegar a detallar tres eclipses que sucedieron durante la confrontación entre Esparta y Atenas.
El primero fue un eclipse de Sol total. El segundo también de Sol, pero parcial. El tercero, un eclipse lunar. Merced a esta información, unida al recuento de años transcurridos entre unos y otros sucesos, es posible datar perfectamente la época en que se celebró esta batalla: del año 431 al 404 antes de Cristo.
Esta tarea se realizó hace muchos siglos, siendo el mismísimo Kepler uno de los encargados del cálculo. Fascinante es saber que se puede llegar a saber hasta el día del año en que ocurrió cada uno de los eclipses. El primero, el eclipse solar total, ocurrió el 3 de agosto del año 431 antes de Cristo. Incluso se podría precisar la hora del suceso.

III

Anatoly Fomenko recordaba vagamente haber leído alguna vez algún artículo sobre N. A. Morozov en que proponía unas nuevas fechas para la cronología de los eclipses ocurridos en la antigüedad. Anatoly Fomenko era muy escéptico ante los trabajos de Morozov pero dada la dificultad del problema de la aceleración de la Luna, imposible de cuadrar por métodos matemáticos convencionales, optó por localizar esos trabajos de Morozov.
Usando la tabla de fechas propuesta por Nikolai Alexandrovich Morozov el comportamiento de la aceleración de la Luna quedaba totalmente explicado. La gráfica que antes tenía un gran salto se convertía en prácticamente lineal.

IV

Robert Newton pudo solucionar su problema y dar carpetazo a la problemática sobre la aceleración lunar.
Pero Antatoly Fomenko no pudo dejar de pensar en los trabajos de Morozov a pesar de que lo que había oído sobre él, en charlas informales de pasillo con otros profesores de Universidad, no había sido muy positivo.

N. A. Morozov
(1854-1946) fue un astrónomo ruso al que por sus trabajos se le honró dando nombre a un meteorito. Morozov además se había encontrado con la problemática de los eclipses y había publicado los resultados de sus investigaciones en el libro Christ (1924-1936). En ellos cuestionaba la forma en que se habían datado los hechos históricos con anterioridad al siglo VI. Reuniendo las máximas evidencias científicas posibles, había sugerido una serie de fechas que en algunos casos movían conocidos sucesos históricos varias decenas de años hacia delante o hacia atrás.
La curiosidad inicial llevó a Anatoly Fomenko a sumergirse de lleno en los problemas de la ciencia de la cronología. Esta ciencia que se nos antoja tan antigua como el fuego apenas si tiene cinco siglos.
Joseph Scaliger (1540-1609) y Dionysius Petavius (1583–1652) fueron los que fundaron la concepción cronológica que perdura en nuestros días. Fueron ellos los que se encargaron de trazar el camino a seguir para situar acontecimientos distantes en el espacio pero que ocurrían en un mismo periodo de tiempo. Y en calcular las fechas, empleando números concretos en torno al año 0 (del nacimiento de Cristo) y no referencias temporales a otros sucesos (treinta años después de la Fundación de Roma, diez años después de la muerte de Alejandro Magno).

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Pareja desigual

El alce desarrolla sus cuernos en la época previa al celo. Entonces le sirven para combatir con otros machos en la lucha por la reproducción. Los animales entrelazan sus cuernos y forcejean hasta que uno de los dos decide retirarse dándose por vencido.
La lucha entre dos alces es completamente equilibrada. El más fuerte o con la cornamenta más adecuada acaba venciendo. Los medios de lucha son equivalentes, cuernos contra cuernos. No hay opción a trucos ni a artimañas.
Quizás por eso, las luchas entre machos de alce son frecuentes en los documentales de La 2 de las sobremesa. La siesta está garantizada.
Desde tiempos inmemoriales los hombres han gustado de las luchas desiguales. Ya en el circo romano los gladiadores se enfrentaban a fieras y también se enfrentaba entre sí a fieras de muy diferente naturaleza. Las luchas de varios perros contra un sólo oso se han estado realizando hasta hace pocos años. Sin entrar en la crueldad del enfrentamiento, resultan muy interesantes. Los toros ha perdurado en la historia porque al hombre le han llamado la atención los combates dispares. Animales con características muy diferentes que se enfrentan en formas siempre inusuales y sorpresivas.
Aún hoy en día los vídeos sobre luchas desiguales de animales tienen mucho éxito y pueden encontrarse decenas de ellas en Youtube.
(Pulpo contra tiburón, Cocodrilo contra tiburón, Cocodrilo contra león, Leones contra búfalos y contra cocodrilos, Leopardo contra gorila, etc.)

II

En las relaciones de pareja, lo más frecuente del mundo es que las personas que acaban casándose se conocieran en la universidad o en el trabajo. Las causas son evidentes. El resultado es que se forman parejas muy homogéneas: personas que siempre han vivido en la misma ciudad, de la misma edad, con estudios similares, con profesiones parejas, de la misma clase social. Esto es una gran ventaja para la pareja que tiene muchas perspectivas de durar a largo plazo.
Más interesantes sin embargo son las parejas desequilibradas. Las hay por todas partes. Por ejemplo, de feos. Se tiende a pensar que a los feos les deben gustar las feas, o a los gordos las gordas. Que uno tenga un defecto no quiere decir que lo disfrute o no lo entienda como tal. (Por favor, no entremos en si la palabra defecto es incorrecta y sería más adecuada la de diferencia.)
A los feos les gustaría estar con chicas guapas. De hecho, a veces pasan mucho tiempo luchando contra su destino. Un amigo mío que era muy feo se echó una novia que no estaba mal. Al final sin embargo él la dejó. Todo el mundo le decía que estaba loco, que no podía dejar pasar a una chica como esa, que no iba a tener otras oportunidades. En cierto modo confirmaban el hecho de que salvo grandes coincidencias, su futuro no era ese.
Cuando se juntan dos personas feas el resultado puede ser un poco grotesco. Uno puede ser un feo porque tenga las orejas de soplillo y que su pareja sea fea porque tiene una nariz muy grande. Al margen de lo que pueda suponer el amor, el feo orejudo sabe que la fea tiene una nariz horrible, y si pudiera cambiar algo de su pareja, tal vez fuera la nariz. Lo mismo le ocurrirá a la chica.
Que uno tenga sobrepeso no quiere decir que tenga que disfrutar tocando las carnes demasiado sueltas. La gente realiza auténticas barbaridades en las mesas de operaciones para quitarse todo ese peso, por algo será. Lo que sí es cierto es que los que tienen exceso de peso son más tolerantes con los que comparten este defecto (o diferencia si se quiere ser demasiado correcto).
Esta tolerancia es la que lleva a que se formen parejas entre personas con algún rasgo diferenciador. Estas sin embargo no son parejas desiguales. Un grupo considerable de parejas heterogéneas lo constituyen aquellas personas que han conseguido evitar el destino que une a personas similares. Por ejemplo, si se juntan una mujer fea con un hombre gordo.
Estas parejas son muy interesantes. Como en las luchas de animales, cada uno de los miembros tiene puntos fuertes y débiles muy dispares. Esto tiene por supuesto ventajas e inconvenientes. Voy a enumerar algunos tipos de parejas desiguales que vemos a diario:

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Bakunin

Cuando era pequeño tenía pocos libros que leer en casa y algunos eran muy malos. Es por eso que comencé a leer un libro de Bakunin con diez o doce años.
Siendo Bakunin el paladín del anarquismo, mi padre estaba muy orgulloso por mi precocidad, seguro de que así me convertiría en un hombre de bien. De aquel libro lo único que recuerdo era la descripción que hacía de las escuelas. Según él, la escuela no sólo servía para educar a los niños, sino para introducirlos en la rutina de la vida. Les formaba en la disciplina de los horarios: el periodo lectivo siempre empezaba y acababa a una hora concreta. También en la obediencia al profesor, persona superior de la que no podían cuestionarse sus opiniones y la sumisión de estar sentado en un pupitre todo el día.
Ahora que lo pienso, esta descripción parece la de una excelente escuela de futuros empleados en el trabajo por turnos de una fábrica. Horario rígido, acatación de las órdenes de los jefes y estarse quieto en el puesto de la cadena de montaje que corresponda.
Me llamó la atención y se lo comenté a uno de mis hermanos, que me dijo que aquello no dejaba de ser una perogrullada, algo evidente. Y tuve que darle la razón. Me sentí avergonzado por haberme sentido sorprendido por eso, y poco después dejé de leer el libro.

Remeike

Muchos son los que han pensado y piensan que el sistema convencional de educación de los hijos no es el mejor de los posibles. Sin embargo, pocos son los que han hecho algo al respecto. En España no hay opción: lo mismo el niño gitano que falta a clase porque su padre se lo lleva a recoger chatarra que el niño judío que se queda en casa porque su padre y tal vez el propio niño entienden más provechoso el estudio de La Mishná están cometiendo un delito. El Estado obliga a matricular los niños en la escuela, hasta que alcancen los 16 años.
Por supuesto que en España, con un sistema legal muy riguroso pero que mira para otro lado con demasiada frecuencia, no ir al colegio puede ocultarse sin mucho espoleo. En países del primer mundo, como Alemania, esto no es así.
Famoso es el caso de la familia Remeike en Alemania. Estos padres de cinco hijos, extremadamente religiosos, prefirieron un sistema de educación desde casa para sus hijos, al margen del gobierno del país. La policía no se quedó al margen y según cuenta en esta página sensacionalista:

El viernes 20 de octubre de 2006, a eso de las 7:30 a.m. los niños de una familia que los educaba en casa fueron llevado de forma brutal por parte de la policía a la escuela.[…]

Las autoridades germanas siguen confiando en una ley de la Alemania Nazi que prohibía la educación en la propia casa, para evitar que los padres mantengan a sus hijos alejados del sistema educativo público, ya sea por cuestiones religiosas o sociales. La ley prohibe el estudiar en casa en orden a proteger “la aparición de sociedades paralelas basadas en convicciones filosóficas separadas”.

Los padres Remeike, extremadamente religiosos, lucharon por mantener a sus hijos alejados de la educación convencional. Al final, incapaces de luchar contra el gobierno alemán, acabaron emigrando a Austria, país que sí permite esta forma de enseñanza.

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