El peor ahorro del mundo

No hay cosa que me sorprenda más que las economías en el precio de la gasolina.
Si llenas un depósito de 50 litros, a 1.2 euros el litro, una diferencia de precio del 5% son la friolera de 3 euros.
Hay quien recorre kilómetros y kilómetros, soporta esperas, compra en supermercados abominables, sólo por conseguir algo menos de ese descuento.
A diario hay decenas de posibilidades para ahorrar tres euros, y parece que a nadie le interesan. Pero ahorrar en gasolina es casi cuestión de Estado, para muchos.

La anarquía de la ilusión

I

A mi hermano pequeño, cuando tenía siete u ocho años, le dió por los mapas. No me atrevería a decir la geografía, porque lo único que le interesaban eran los mapas propiamente dichos. Eran unos que habíamos encontrado en un contenedor de la basura, formaban parte de un atlas y ahora no eran sino páginas arrancadas.
Los mapas habían estado rondando por casa algún tiempo hasta que él los tomó. Resultó ser una excelente forma de tenerlo entretenido. Lo dejábamos allí, mirando el mapamundi, u observando las cordilleras de África y estaba quieto y callado.
Al cabo de unos días comenzó a hacer preguntas. Se refería a lugares que nunca antes había oído. Su forma de aproximarse a los mapas había sido totalmente autónoma, sin más criterio que las formas de los propios continentes. Así, le había llamado mucho la atención la Antártida. Se conocía la región como la palma de su mano, podía identificar cualquier lugar del continente. También podía dibujarlo de memoria con mucha precisión.
No era el único lugar que conocía, en realidad había acumulado un montón de conocimientos extraños: regiones del Congo, islas del Pacífico sur, las principales ciudades de Brasil.
Me resultaba divertido ver cómo conocía lugares tan inusuales pero no sabía ni cuáles eran las provincias de Cataluña o la capital de Francia. Un día le dije que debía centrarse en contenidos más prácticos: España y Europa, primero las capitales de los países, y luego si acaso entrar en conocimientos más profundos.
Poco tiempo después me di cuenta de que ya no pasaba tiempo con los mapas. Dejaron de interesarle y nunca volvió con ellos.

II

Una parte de mí se siente culpable por haberle tratado de sistematizar. La que era una afición pura se había convertido en una especie de profesión. El Mar de Ross y Dumont d’Urville eran sus descubrimientos y le parecieron más interesantes que el Mediterráneo o París. Seguramente, con el tiempo, si aquello hubiera perdurado, habría acabado acercándose, por la Costa Azul, poco a poco, a todos esos lugares más cotidianos.
Tal vez era cuestión de tiempo que lo acabara dejando, desde luego por culpa de ciudades como París, Berlín y Madrid perdió un poco de la ilusión de vivir.

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Mozart y los bebes

Un psicólogo con más conocimientos de marketing que de psicología publicó hace algún tiempo un estudio que demostraba que los niños puede oír dentro del vientre de la madre. Y que una excelente forma de hacer que el tránsito entre la vida dentro de la madre y la vida fuera de ella no resultara muy traumático, era gracias a la música.
Así, en los últimos meses del embarazo, recomendaba que los padres oyeran música de Mozart frecuentemente. Después de nacer, podían usar esas mismas piezas musicales para tranquilizar al bebe o para ponérsela antes de dormir.
Los beneficios eran infinitos: niños más inteligentes, más tranquilos, más educados, y todo el etcétera que uno quiera imaginarse. El libro en que se expresaba toda esta doctrina fue un superventas y aún hoy se sigue vendiendo con soltura, ese mismo libro o sus secuelas. También venden discos con música apropiada para los bebés.
¿Por qué música de Mozart?

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Héroe

Dice mi diccionario que un héroe es una:

Persona que realiza una acción admirable, famosa o extraordinaria por el valor que requiere o por sus méritos.

Suele decirse que los héroes mueren jóvenes, en parte por la envidia que despiertan en los dioses. Muchos de ellos se convierten en héroes en el momento de su muerte, actitud que me parece un tanto sospechosa.
Mientras se dudaba si las torres gemelas continuarían ardiendo o se vendrían abajo, los bomberos entraron en el edificio e intentaron salvar las máximas vidas posibles. Muchos de ellos morirían allí.
Después, se recalcó su actitud heroica en cada comparecencia del presidente americano. Pensándolo bien, su actitud tiene lo mismo de heroica que la del chico que murió por una imprudencia laboral en una obra. Tu jefe dicta las órdenes, tú te limitas a cumplirlas.
En la versión española, con la imprudencia laboral, el chico se quedó sin gloria y sin indemnización. Se ve que instancias superiores no encuentran este paralelismo.
Para mí, sin embargo, el 11-S destapó a un auténtico héroe: Pat Tillman.

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Llevate el pasaporte

Pobres muchachos nacidos al amparo de la Unión Europea! Cuantos de estos jóvenes ni se imaginan cómo era el mundo hace sólo veinte años.
Europa comienza a parecerse a un gran país, con enormes diferencias regionales. Estando en Europa ya no hay de qué preocuparse a la hora de viajar.
Cuantos problemas, sin embargo, ocurren a diario en los aeropuertos de todo el mundo. La sensación de comodidad, de facilidad, es tal, que cada día hay varias docenas de personas que se quedan en tierra porque no se les ha pasado por la cabeza que había que llevar un documento de identidad para viajar. Puede sonar exagerado pero es algo que veo constantemente. Quedarte tirado a la ida es una putada. Hacerlo en el regreso puede ser toda una pesadilla.
La creencia más o menos inconsciente de que Europa es una misma cosa también causa problemas a los extranjeros que viven en España. Que yo sea español y pueda viajar libremente a Inglaterra, Dinamarca o Grecia, no significa que un colombiano pueda hacerlo. Y no es sólo cuestión de pasaporte. Un amigo de ese país viajaba con su novia española a Polonia. Al llegar al aeropuerto de Varsovia, no antes ni después, se enteró de que los colombianos necesitan un visado de entrada. La solución fue drástica: la novia se tuvo que quedar en Varsovia y él se volvió en un avión, media hora después, de regreso a Madrid. Y menos mal que existía ese vuelo. Unas vacaciones tiradas al cubo de la basura, por culpa de un simple trámite.
En más de un caso me he encontrado hablando con una pareja de tortolitos que tenían todo preparado para su viaje de novios a todo trapo y se enteraban por mí de que para ir a México no basta con el DNI. El pasaporte, algo tan importante durante la guerra fría, algo que impedía que millones de personas pudieran abandonar sus países de origen, es hoy casi una reliquia del pasado. Me imagino que más de uno y más de dos se habrán quedado sin viajar por culpa de ese documento.
Cuando se viaja al extranjero, hay que hacerlo con pasaporte. Por ejemplo, si vas a Finlandia, país de la Unión Europea, tu DNI basta y sobra. Pero si te aburres en Helsinki puedes echar de menos el pasaporte por si te apeteciera hacer una excursión de un día a Estonia, o echarle valor para pisar la espléndida – y desconocida para mí – San Petersburgo.
También los aviones pueden verse obligados a cambiar de ruta; quién sabe si no acabarás pisando un país extraño en el que no te vendría de más tener un documento legal y no el DNI, que tiene el mismo valor que el carné del videoclub en otros países.

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El peor experimentador de la historia

Uno de los mayores criminales de la Alemania nazi fue Josef Mengele. Recordado como el Ángel de la muerte, fue uno de los muchos médicos encargados de decidir, en los campos de concentración, qué prisioneros había que matar y cuáles emplear como esclavos. Lo que le hizo destacar entre tantos otros fueron sus macabros experimentos en que usaba a seres humanos sin ningún tipo de escrúpulos.
La mayoría de los experimentos acababan con la muerte de los prisioneros, tras grandes sufrimientos o tras atravesar una enfermedad contagiada a propósito para investigar posibles curas.
Un detalle más o menos extenso de sus investigaciones puede leerse en la página de la Wikipedia. Mucho se ha hablado sobre este criminal, pero dejando los sentimentalismos un poco de lado, uno de los mayores dramas es que sus experimentos no sirvieran para nada.
Sí, es trágico que un tipo mate a cientos de miles de personas, pero más trágico es que esa muerte resulte gratuita. Los soldados franceses de las trincheras, en la Primera Guerra Mundial, caían a decenas de miles, pero al menos detenían una bala, dificultaban un poco el avance de los alemanes, obligaban a aumentar la producción armamentística. Sin embargo, las investigaciones de Mengele no tuvieron utilidad alguna. Al tratarse de un médico mediocre, no pudo aprovechar sus barbaridades para descubrir la cura a una enfermedad, para avanzar en el conocimiento del cuerpo humano, o simplemente para preparar el camino a otros.
Sus fijaciones eran ridículas: los enanos, los gemelos, la noma, una enfermedad infantil que sólo se contrae bajo situaciones de grave desnutrición y sistema inmune bajo mínimos, situación que prácticamente no se daba fuera de los campos de concentración.
La manera de llevar los experimentos era arbitraria, la abundancia le llevaba a usar sujetos casi sin preguntarse primero a dónde llevaría la prueba que pretendía realizar. Uno de sus experimentos trataba de cambiar el color de los ojos de las personas, inyectando sustancias químicas. ¿Qué utilidad puede tener cambiar el color de los ojos? En otro experimento, buscaba reunir los cuerpos de los gemelos, cosiéndolos espalda con espalda.
Lo suyo más que experimentación eran macabros juegos de una mente enferma que se vestía con una bata blanca. Sacar un nuevo medicamento requiere entre diez y quince años de preparación, principalmente porque antes de darle un potingue a un ser humano hay que estar bastante seguro de que aquello funcionará o al menos no producirá ningún daño. Si Mengele se hubiera dedicado a investigar con medicamentos, al menos, a pesar de entrar en el podio del infierno, podría decirse aquello de que no hay cosa tan mala que no sirva para algo. En su caso sin embargo, nos topamos con uno de los peores individuos de la Historia, infinitamente peor que Hitler. Nada peor que ser malo e idiota al mismo tiempo.

El quinito

El juego del quinito es más bien simple. Se juega entre varias personas. Una de ellas comienza lanzando dos dados y dice, sin mostrar, la puntuación obtenida. El siguiente jugador debe elegir entre afirmar que el jugador anterior mentía ( y mostrar su jugada ) o tirar a su vez para tratar de mejorar la jugada.
Pierde el jugador que no supere la tirada de su rival, ya sea porque mintiera en su resultado y el siguiente jugador levante su tirada, descubriendo la mentira , o porque levante la tirada del rival y se demuestre que aquel había dicho la verdad.
El juego es sencillo y más bien aburrido. Pero gusta mucho a la gente, sobre todo porque a veces se utiliza para los consabidos juegos de botellón en el que pierde, tiene que beber una copa.
La dinámica del juego me recuerda al comportamiento de los inversores en un mercado regulado y especulativo, como el de la vivienda en España.
El primer jugador tiene una casa que, digamos, le costó barata a 100.000 euros. Para obtener algún beneficio, decide venderla por 110.000 euros.
El siguiente jugador tiene que pronunciarse sobre esa casa. Puede comprarla al precio que oferta su compañero, o decidir que es demasiado cara y, apostar a que su rival ha pedido un precio muy alto y no comprar.
En la siguiente transacción, por fuerza hay que poner un precio más alto. Digamos ahora que la casa se vende por 130.000 euros. El próximo jugador lo tiene más difícil como para pensar que podrá comprar por ese precio y vender en el futuro por una plusvalía. La actitud equivalente a “tirar los dados de nuevo” sería comprar esperando vender por más. La actitud de “levantar la tirada” sería esperar sin comprar y demostrar que, con el paso del tiempo, el ahorro podría ser mayor.
Por supuesto, llega un momento en que la casa que, inicialmente costó 100.000 euros, ahora cuesta 250.000 euros. Resulta impensable que alguien pueda comprarla por ese precio y venderla obteniendo algún beneficio, pero que se lo digan al segundo jugador, que ya tuvo sus dudas a la hora de comprarla por 110.000 euros y se ha demostrado que optó por la decisión correcta.

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La piel del oso

Los medios de comunicación, esa fuerza bruta que rige España desde la sombra, dan por hecha la victoria de Fernando Alonso en el Mundial de Fórmula 1.
Para que esta no ocurriera, Schumacher tendría que ganar la carrera de Brasil y Alonso no puntuar, lo que presumiblemente se traduciría en que este abandonara durante la carrera.
Nadie da un duro porque esto ocurra. De hecho, es muy improbable. Pero no tanto como se piensa. Pensaba realizar un cálculo de estadísticas; tanto Alonso como Schumacher han abandonado en varias carreras de este mundial. Aún cuando el piloto español tuviera apenas que mantenerse sobre el coche, este no es un deporte de ponerse en la derecha y dejar que los demás te adelanten. Da igual que tengas que ganar o no, hay que darlo casi todo en casi todo momento.
Sin embargo, mejor que embarullar dando números, hay una medida más eficaz de la probabilidad: las casas de apuestas.
Ahora mismo, si uno quiere apostar su dinero a que Schumacher ganará el mundial, o sea, a que ocurrirá la carambola antes citada, podrá ganar ocho euros por cada uno que apueste.
Sin embargo, hay otros muchos sucesos que se nos antojan probables y que las casas de apuestas entienden como más remotos. Sirva de ejemplo el partido de este sábado entre el Atlético de Madrid (esa caja de sorpresas o decepciones) y el Recreativo de Huelva.
Apostar por una victoria de los onubeses significaría ocho euros y setenta y cinco céntimos por cada euro apostado. Sin embargo, cualquier aficionado del Atlético sabe hasta que punto este resultado no es del todo improbable.

experimento milgram

Una de las historias que más se repiten por Internet es aquella de los Seis grados de separación. Se trata de una teoría científica que establece:

Que cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier otra persona en el planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cuatro intermediarios.

Páginas que se las dan de cientifiquísimas, defensoras de la verdad y adalides del progreso, dan un inusitado crédito a esta teoría. Ya en el experimento que la llevó a la fama, se demostró que no era cierta. Sólo una lectura muy parcial de los resultados, faltando a cualquier principio de la estadística más elemental, puede llevar a esta conclusión.

I

En el experimento inicial, se eligió a una persona de un estado de Norteamérica, Massachussets. Por otro lado, voluntarios de la universidad, de otros estados más alejados (Kansas y Nebraska) recibieron un paquete. Tenían que ingeniárselas para que le llegara a esa persona de Massachussets, de la que sólo sabían el nombre, la profesión y la ubicación aproximada. Para ello, tenían que entregar el paquete a alguno de sus conocidos que, pensaran, podía conocer a esa persona o disponía de más posibilidades para dar con ella. Esta persona debía, a su vez, obrar del mismo modo.
Al fin del experimento, se observó que la mayoría de los envíos que llegaban, lo hacían en cadenas de cuatro o cinco intermediarios. De ahí, el resultado de la tan cacareada teoría. La realidad es que la inmensa mayoría de los paquetes no llegaron a su destino.
Hay tantas objeciones posibles al resultado que no sé por dónde empezar. Sólo con decir que, si la persona de destino, hubiera estado en China, habría sido necesario al menos, un paso más. Sin embargo, la más grave objeción es la de entender los paquetes que no llegaron como “nulos” cuando en realidad son ceros, es decir, no son observaciones no válidas, sino que, en cierto modo, son personas que no veían forma humana en que el paquete llegara al destino. Y quizás no la hubiera en un número tan limitado de intercambios.

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Despidos injustos

Como tú comprenderás, yo, a estas alturas del partido, no me voy a poner a aprender [a programar en] .NET.

Frase pronunciada por un varón, de raza blanca, de cuarenta y tres años de edad, casado y con dos hijos, de profesión informático, cuatro años antes de sufrir un Expediente de Regulación de Empleo y lamentarse de que los despidos no se hayan realizado respetando criterios como la antigüedad o lo bien que se lleve uno con los jefes, sino atendiendo a la productividad o el cociente entre sueldo y labor desempeñada.