Una forma de galantería precocinada es la idea de que cenar en un restaurante italiano es algo romántico. Y como todo lo que tiene que ver con el amor, los hombres suelen tener la idea de convertir un gesto del corazón en una posterior transacción de los bajos instintos. Así, surge el plan perfecto, carente de toda sutileza a poco que se rasque en la superficie. Consiste en invitar a la novia o al ligue a un restaurante italiano y, con el conjuro del alcohol, culminar en casa en una proeza digna del olvido. Si se realiza en un sábado, sirve para justificar el refranero español.
La pieza que falta en este puzzle de Casanova es un vino italiano. Aunque en España tenemos muy claro que disfrutamos de los mejores vinos, sin necesidad de dejar opinar siquiera a los franceses, muchos desconocen que los vinos italianos merecen un lugar de excepción. Algunos de sus vinos son de una singularidad única. De entre todas las regiones vinícolas italianas, una de las más burdas es la de Lambrusco, sobre todo si tenemos en cuenta que el vino que se exporta a muchos países, entre ellos España, es el de la peor calidad de entre casi todos los que se fabrican. Es un vino para tomar frío, que entra fácil y que emborracha de una forma alegre, desenfadada.
Ahora bien, es bueno que sepas, y esto puede servirte tanto para amargarte una de esas supuestamente cenas románticas, como para aportar un barniz cultural que siempre tiene algo de atractivo, que el sobreprecio al que se venden estas botellas es delirante.
No te digo que ocurra como con todos los vinos del mundo, que en el supermercado valen una cantidad y en un restaurante ese precio se puede ver multiplicado fácilmente hasta por ocho. Lo que te estoy hablando en primer lugar es que estos vinos se suelen vender con uno de los múltiplos de beneficio más exagerados posibles. Mercadona vende una botella de Lambrusco, que no es peor que la del restaurante italiano, a 1.5 euros. Y llegamos al punto crucial. No importa que el restaurante lo venda a 20 euros, a 15 o a 10. Lo que quiero es que entiendas ese euro y medio cómo está repartido.
Lo más caro de toda la botella de Lambrusco es el tapón. Al final es un tipo de corcho resistente a varias atmósferas. No existen opciones baratuzas. Sólo ese tapón de corcho vale cerca de un euro, cincuenta céntimos si se realiza una tirada de millones de botellas. Lo siguiente más caro es la etiqueta del vino. Los dos trozos de papel, el de delante y detrás, donde se cuentan las virtudes embriagadoras del bebedizo. Lo tercero es el cuello de la botella, la parte superior, que de nuevo es de un vidrio reforzado, al tratarse de un vino a presión. Fuera del podio, no está claro si lo más costoso sería el resto de la botella de cristal o la cápsula de plástico que hay en torno al cuello de la botella. Sólo al final, sin lugar a dudas, llega el vino, cuyo precio está entre los 5 y los 20 céntimos de euro. Hay que entender que este vino es, es decir, el líquido, no la botella o la presentación, el más barato que se vende en el mercado, muy por debajo del vino de cartón de marcas blancas.
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Fuente: Tradición oral.