Una de las historias que más se repiten por Internet es aquella de los Seis grados de separación. Se trata de una teoría científica que establece:
Que cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier otra persona en el planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cuatro intermediarios.
Páginas que se las dan de cientifiquísimas, defensoras de la verdad y adalides del progreso, dan un inusitado crédito a esta teoría. Ya en el experimento que la llevó a la fama, se demostró que no era cierta. Sólo una lectura muy parcial de los resultados, faltando a cualquier principio de la estadística más elemental, puede llevar a esta conclusión.
I
En el experimento inicial, se eligió a una persona de un estado de Norteamérica, Massachussets. Por otro lado, voluntarios de la universidad, de otros estados más alejados (Kansas y Nebraska) recibieron un paquete. Tenían que ingeniárselas para que le llegara a esa persona de Massachussets, de la que sólo sabían el nombre, la profesión y la ubicación aproximada. Para ello, tenían que entregar el paquete a alguno de sus conocidos que, pensaran, podía conocer a esa persona o disponía de más posibilidades para dar con ella. Esta persona debía, a su vez, obrar del mismo modo.
Al fin del experimento, se observó que la mayoría de los envíos que llegaban, lo hacían en cadenas de cuatro o cinco intermediarios. De ahí, el resultado de la tan cacareada teoría. La realidad es que la inmensa mayoría de los paquetes no llegaron a su destino.
Hay tantas objeciones posibles al resultado que no sé por dónde empezar. Sólo con decir que, si la persona de destino, hubiera estado en China, habría sido necesario al menos, un paso más. Sin embargo, la más grave objeción es la de entender los paquetes que no llegaron como “nulos” cuando en realidad son ceros, es decir, no son observaciones no válidas, sino que, en cierto modo, son personas que no veían forma humana en que el paquete llegara al destino. Y quizás no la hubiera en un número tan limitado de intercambios.
II
Sin embargo, lo verdaderamente interesante nunca está en la superficie. Lo curioso es que la teoría de que las personas podrían interconectarse entre sí llevaba muchos años mencionándose.
No sería hasta la aparición de Stanley Milgram cuando a alguien se le ocurriría una forma viable y plausible de realizar un experimento.
Los científicos suelen tropezarse con dificultades supremas a la hora de confirmar sus hipótesis. Suele ser más fácil enunciar un resultado que demostrarlo. Ante una tarea tan abstracta, Milgram tuvo una idea sencilla que, sin embargo, a nadie antes se le había ocurrido. Y por eso, merece reconocimiento.
Sin embargo, el nombre de Milgram no suele asociarse a tan famoso resultado. Y es que antes, había realizado un experimento tan famoso que pasó a la historia como el Experimento Milgram.
En su periodo como profesor auxiliar en la Universidad, en 1961, Milgram tuvo una idea para un experimento ingenioso. Aparentemente requería de dos voluntarios. Uno ejercía de profesor y otro de alumno.
El profesor, realizaba una serie de preguntas prefijadas al alumno. El alumno estaba atado a una silla especial; Si respondía erróneamente a las preguntas, recibía una descarga eléctrica. Para el primer error, el alumno recibiría una descarga eléctrica de 15 voltios. Para el siguiente error, de 30 voltios. Así hasta llegar a los 450 voltios, que estaban bastante lejos de lo tolerable para el cuerpo.
Milgram y sus ayudantes daban las instrucciones a los voluntarios, que se disponían a realizar el experimento.
Comenzaron las preguntas y poco a poco iban surgiendo las primeras descargas eléctricas. Los cosquilleos iniciales fueron derivando en molestas y dolorosas descargas. O al menos eso parecía. En realidad, el voluntario que hacía de alumno era un actor y las descargas eran simuladas, pero eso no lo sabía el voluntario que hacía de profesor.
La idea del experimento no era clara. En parte, lo que se trataba de evaluar era el efecto que la presión del grupo (pier pressure) ejerce sobre un individuo. Milgram tenía un talento especial para diseñar pruebas ingeniosas de las que extraer mucha información, quizás en ello haya sido el mayor experto de la ciencia moderna, con su capacidad de idear experimentos baratos y de gran calado.
En este caso, el sujeto que controlaba las descargas, había recibido unas órdenes de los científicos. ¿Hasta dónde sería capaz de llevarlas?
Al llegar a los 120 Voltios, el alumno gritaba “esto duele”. A los 150 Voltios pedía desesperadamente que parara el experimento. A los 270 Voltios el actor que hacía de alumno se negó a responder a más preguntas.
El voluntario que hacía de profesor preguntaba entonces a los experimentadores. “¿Debo continuar?” y estos le daban una respuesta clara: “El experimento requiere que continúes.” Tras llegar a los 375 voltios, se activaba una señal de “atención: shock severo”. El voluntario llevó sin embargo el experimento hasta la conclusión, los 450 voltios inicialmente pactados.
En realidad no fueron ni uno ni dos los voluntarios que tuvieron que hacer de profesores. Stanley Milgram no podía imaginar que algo así ocurriera. La verdad era que no importaba mucho la forma en que se dieran las instrucciones, ni si el voluntario era hombre o mujer: la inmensa mayoría llevaba el experimento hasta las últimas consecuencias.
Al terminar la prueba se les comunicaba que el hombre que recibía las descargas no estaba simulando, para evitar posibles remordimientos en los voluntarios. Pero estos no mostraban gran pesar en su comportamiento: habían seguido órdenes.
III
La publicación de los resultados de Milgram no fue precisamente bien acogida por el público. El mensaje tenía unas connotaciones muy claras respecto a lo que había ocurrido en Alemania no hacía tanto tiempo. No tuvo que darse una constelación de circunstancias sorprendentes para que el genocidio sucediera. No todos los soldados nazis eran unos desalmados a los que les encantaba el olor a la carne quemada. En realidad, muy probablemente, no fueran sino personas convencionales que obedecían órdenes. Las órdenes, como se deduce del experimento Milgram, no tienen que venir dadas por un general, basta con que las de una persona que tenga cierta autoridad sobre el que las recibe; en este caso no eran más que científicos de poca monta.
Hay cierta tendencia de la mente humana para someterse a voluntades ajenas, una especie de irresponsabilidad sobre los actos que cometemos inducidos por otros.
A nadie le gustó lo que Milgram exponía con su experimento. Como ya he indicado otras veces, cuando no te gusta lo que la ciencia dice, basta con fijarse en el dedo, y no en lo señalado por él. En este caso, se le tachó de falta de ética científica. El trato dado a los voluntarios del experimento había sido casi inhumano. Aún cuando Milgram se defendiera explicando que todos los sujetos supieron inmediatamente después del experimento la verdad, y que la mayoría reconoció que no se encontraba mucho más estresado que al comienzo del experimento, la sociedad científica se cebó con él. Milgram no consiguió un lugar de privilegio en una Universidad famosa, apenas si pudo encontrar trabajo en una de segunda fila, en Nueva York.
Años después vendría su aportación con el experimento de los seis grados de separación. Lamentablemente, Milgram murió en el olvido científico. Como ejemplo de la inmerecida ignominia a que fue sometido cuentan que al que hubiera sido su primer nieto, nacido poco después de su fallecimiento, no quisieron darle el nombre de Stanley, para “evitar que pudieran relacionarlo con el abuelo”.
Ciencia chabacana, que sólo admite resultados bellos, de mundos perfectos en el que todos seamos buenos amigos y podamos, a través de seis amigos, cogernos todos juntos de las manos y gritar que vivimos en el mejor de los mundos posibles.
La inspiración para esta entrada la he tomado de una página de Internet que expone los que son los experimentos más famosos de la historia. No son famosos porque obtuvieran conclusiones decisivas para la historia de la Humanidad, ni porque fueran especialmente extraños, más bien los señalan como los más ingeniosos de la Historia; mediciones de cosas extrañas por métodos inusuales. El famoso experimento de Pavlov, o el de la película Das Experiment están entre ellos, así como los dos de Milgram aquí reseñados.
Verdaderamente interesante.
Conocía la historia pero me ha gustado mucho leerla de tu “pluma”, más aún cuando llevaba unos cuantos posts que no te pillaba la medida, la verdad sea dicha.
Por cierto, de lo poco que recuerdo una de las cosas más curiosas del experimento de las descargas era la influencia que provocaba en las cobayas que los “científicos” vistieran o no bata.
La bata es una de las formas de autoridad autoinducida más potentes que existe, y basta pasarse por cualquier universidad para comprobarlo. Generalmente los profesores que se empeñan en llevar bata en ámbitos alejados de lo que sería un laboratorio propiamente dicho (en el que puedes ensuciar tu ropa o alterar una muestra) son gente con poca autoridad personal.
Por ejemplo, un profesor de matemáticas al que le gusta impartir sus clase con bata debe enciende todas mis alarmas. Chungo, chungo, chungo.
Creo que es un enfoque equivocado pensar que el experimento de Milgram demuestre la sumisión de la gente a las órdenes. Hay otros factores. Por ejemplo, el hecho de que la persona que hacía de alumno fuese en principio voluntaria, atenúa el posible sentimiento de culpa. Por otro lado, quien se presenta como voluntario para realizar la labor de maestro, en cierto modo está predispuesto a llevarla a cabo. El experimento sería más general si se llevase a cabo entre personas escogidas al azar, no necesariamente voluntarias.
A esto hay que sumarle la crueldad y la curiosidad innatas en el ser humano, que facilitan el que el voluntario esté dispuesto a avanzar para ver lo que ocurre, independientemente de que se lo ordenen o no.
estoy interesado en saber mas sobre el tema.
Considero que los experimentos del profesor Stanley Milgram significaron un acápite en la psicología conductista de la época, ya que permitieron descifrar el porqué personas “normales”, llegan a obedecer órdenes descabelladas, que infringen incluso su propia moral y conciencia.
A estas alturas, decir que el experimento carece de ética es injusto, pues la culpabilidad originada no proviene del investigador, sino más bien es el reflejo de la propia decisión del participante.
Concluyo de que en la actualidad los psicólogos deberíamos abocarnos más al campo de la investigación experimental, con la finalidad de determinar la compleja y basta conducta del ser humano.
@Hugo: Algunas veces, durante mis crueles sesiones, me pongo bata blanca. Otras veces es una bata verde de cirujano (mi esclavo confiesa que le acojona bastante más). Otras veces llevo puestos sólo los vaqueros. A veces ni eso.
@ zrubavel: Brillante, como siempre. Te felicito. A mí también me gusta tu pluma.
hermoso ews la primera vez que entro pero lindo