La ciudad de las bombillas

La serie americana Sex and the City (traducida como Sexo en Nueva York) presenta la aparentemente poco realista vida de cuatro chicas newyorkinas tan acomodadas económicamente como promiscuas y desinhibidas en el plano sexual. Al margen de las críticas ante la veracidad o lo divertida que pueda resultar, es una interesante muestra de la vida en la ciudad de Nueva York (de ahí que el título español, que deja a la ciudad como el lugar donde ocurre la acción en lugar de un protagonista más, es un poco desacertado).
Una de las cosas que más me chocó de esa serie era el ver cómo cuatro chicas que tienen trabajos de primera fila – periodista de éxito, asociada de una firma legal, galerista de arte, relaciones públicas – al margen de que disfrutan de una vida envidiable disponen de un tren de vida relativamente modesto.
La protagonista se enamora de un personaje que es quizás el único que aparece en toda la serie que tenga coche propio. Con el lujo añadido de que posee chófer, pero es que de lo contrario habría quedado como un pobre diablo.
Aunque las chicas viven en las zonas más exclusivas de la ciudad del lujo moran en apartamentos bastante modestos, con apenas una habitación y una cocina minúscula. Y además, viven de alquiler.
Nunca viajan al extranjero – o casi nunca. No pasan un día en el campo. En verano van a la piscina porque una de las protagonistas consigue robar una tarjeta de socio de una de ellas.
Trabajan de sol a sol. Pagan sus cuentas por separado. Comen comida barata demasiado a menudo. Sufren horas para conseguir un taxi, que comparten. A veces no pueden entrar en las discotecas. Y en algún restaurante, al no tener reserva, se quedan sin comer.
Si eliminamos el lujo newyorkino, los zapatos de diseño, los regalos desmedidos, el chófer, casi tenemos la vida de unas pobres mileuristas con más suerte en la cama que en la vida.
Y es que Nueva York es una ciudad paradójica. Parece el símbolo del sinsentido, de la contaminación, del consumismo. La realidad sin embargo no es tan sencilla. En este ingenioso ensayo, David Owen diserta con acierto defendiendo el estilo de vida de la Gran Manzana. Solo degenerado en apariencia, la gente tiene una actitud altamente ética ante un mundo en que los combustibles, la contaminación y el cambio climático parecen la gran amenaza.
Volviendo de nuevo a los coches, el 82% de los habitantes de esta ciudad usa el transporte público en sus desplazamientos. Tendríamos que imaginarnos algún país del peor tercer mundo para encontrar esos niveles. Y es que aunque el metro y el tren sean una pesadilla (y el taxi no siempre funcione en las horas punta), son los mejores métodos para moverse dentro de la ciudad. Hasta el punto de que mucha gente con sueldos anuales superiores a los 200.000 euros no tenga otro medio de transporte a su disposición.
Con un uso tan extendido de estos transportes, viviendo en apartamentos pequeños en grandes edificios, el consumo de energía per cápita es uno de los más bajos del mundo. El autor del ensayo, lectura imprescindible, usa su propio ejemplo. Primero vivió en Nueva York durante años. Luego decidió salir de la ciudad cuando nació su primer hijo. Se marcharon a un lugar idílico, tanto que tienen que tener cuidado con los osos. Pero en parte lamenta que tienen que tomar el coche hasta para comprar el pan. El colegio de los niños está realmente lejos. Ahora necesitan al menos dos coches en casa, que hacen miles de kilómetros cada año.
Gastan una cantidad obscena de dinero en calentar o enfriar su gigantesca casa de campo – sería absurdo tener una pequeña cabaña y aún así sería también mucho más caro que en Nueva York. Aunque tengan un bosque centenario a pocos metros de la ventana de sus casas, aunque tengan una vida más “verde” no es más ecológica. En Nueva York sin embargo, aunque no tuvieran suficientes horas de sol, su vida era más respetuosa con el medio ambiente.
Interesante reflexión: Nueva York es la ciudad más ecológica de Estados Unidos.

6 comentarios en «La ciudad de las bombillas»

  1. Es una pena que el ecologismo sea una cosa tan sinsentido en la enormísima mayoría de los casos… pues los verdes nunca ha brillado por su sentido común.
    en fín, buen artículo, de los mejores en estos últimos tiempos. -saludos!

  2. New York, New York,… !que recuerdos! Ciudad que hay que visitar una vez en la vida.
    Creo que hice este mismo comentario en otro post.

  3. Buen articulo! La primera parte me ha gustado, es una lectura entre líneas excelente. La vida de mileuristas que llevan las protagonistas puede que sea un indicio de la diferencia con el restro de la población de NY. Me estremezco de pensar cómo vivirán.
    El argumento de la segunda parte me parece un poco flojo. Se comparan peras y aceitunas. ¿Porque no comparar NY con una ciudad española de 20-50k habitantes? En una ciudad así se puede ir andando a todos los sitios, que todavía es más ecológico que el transporte público. Además, si el puesto de trabajo estuviese en la misma ciudad, dudo mucho que nueva york quede por delante.
    Por otra parte, la simplificación que se hace del ecologismo es absurda. ¿Qué hay del disfrute de la naturaleza y de los efectos de las “acciones ecológicas”? ¿Es que hay que encerrarse en una tumba de cemento para poder preservar algo que no se va a poder disfrutar?

  4. El libro de Tim Harford “La lógica oculta de la vida” dedica un capítulo a este asunto de por qué las ciudades son buenas para el medio ambiente, y por qué la gente prefiere vivir en un lugar en el que los pisos son diminutos y los precios astronómicos, en vez de en un lugar barato y espacioso como Rock Island, Illinois.

  5. qué gracia tu artículo. es verdad que parece que llevan una vida de derroche y glamour, pero viven en apartamentos alquilados de mierda, viajan en metro y están comiendo guarrerías todo el día
    a pesar de todo, mucha gente se considera muy afortunada por vivir en NY. Claro que eso ya es una marca: los demás son unos paletos
    es increíble cómo funciona la mente humana

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