La mentira es, posiblemente, el más elemental de los pecados. Repudiada por el catolicismo y por la mayoría de las culturas, desde pequeños nos enseñan a decir la verdad. El 8º mandamiento de los 10 elementales de la Iglesia Católica nos dice que: “No dirás falsos testimonios ni mentirás”.
Sin embargo, la mentira es tan fácil y simple que apenas podremos encontrar a lo largo de la historia personas que nunca hayan mentido. San Pedro, el favorito de los apóstoles, negó conocer a Jesucristo para evitar problemas en determinado episodio de la Biblia.
Mentimos comunmente, con el tiempo las mentiras pasan a ser verdades enmascaradas y maquilladas, matizaciones pero, a fin de cuentas, mentiras.
La mentira también tiene sus consecuencias en el mundo de la ciencia. La ciencia investiga la verdad, y todo lo que no sea verdad, escapa al ámbito científico. La ciencia es incompatible con la mentira. Si se parte de una premisa falsa, se obtendrán conclusiones equivocadas.
En el brillante libro “¿Cómo se llama este libro?” su autor, Raymond Smullyan nos indica que de una mentira puede deducirse cualquier enunciado falso.
Ante la extensión del postulado, una vez fue requerido de demostrar que partiendo de que 1=2 demostrara que él era el Papa.
Sorprendentemente, demostrar esto es realmente sencillo. Si partimos de que el Papa es una persona, y yo soy otra, somos en total dos personas. Pero si 2=1 entonces es que tenemos que ser, por fuerza, la misma persona, así, él era el Papa.
Un comentario en «La mentira»
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Yo habia oido la anecdota con Bertrand Russell.