Esta es la segunda entrega sobre Madrid. Tras haber criticado los bares de Madrid, ahora toca hablar de las omnipresentes colas.
Por qué no me gusta Madrid. Las colas de Madrid.
Madrid, y la gente que lleva tiempo viviendo en la ciudad siente fascinación por las colas o filas. Hasta tal punto que su forma de respetar los turnos y aguantar estoicamente la espera es muy superior a como sucede en otros lugares del mundo.
Llegaba una exposición sobre Egipto a Madrid. No era nada del otro mundo, apenas si mostraba un templo egipcio. Pero en televisión y radio lo dijeron bien claro: había colas de más de dos horas para ver dicha exposición.
Fue entonces cuando dieron la puntilla. A partir de ese día, las colas eran simplemente imposibles. Hasta el día de su retirada fue imposible asistir a la exposición, había llenos absolutos día tras día. Mientras, un templo egipcio auténtico, el templo de Debod, se marchita junto al Parque del Oeste. Puede que sea el monumento madrileño menos visitado de la ciudad. A nadie le interesa el arte egipcio.
Situaciones como esta, ocurren a menudo. Mucho público sólo asiste a los musicales que tienen varios llenos seguidos. Si la entrada es fácil de conseguir, no se compra. Mejor el estreno a superpantalla gigante del Star Wars, en los gigantescos cines Kinépolis, a verla unas horas después, en segunda sesión. En casos como este, se puede pensar que el esfuerzo merece la pena. Pero el que no sea de Madrid no se imagina las filas que se montan. Pueden ser miles de personas, y tener la casi certeza de que para muchos de los que esperan no quedarán entradas.
Tampoco es que la gente sea idiota. En Madrid hay de todo; cine, teatro, conciertos. Cuando algo es bueno, se acude de forma masiva. Entonces el espectáculo se degrada. Hay que comprar entradas de gallinero, o con meses de antelación. Seis meses después, la obra se traslada a Zaragoza, sin tanto alboroto y con grandes facilidades para el público. Así, la gran oferta cultural de Madrid suele ser escasa para la demanda existente. El efecto lemming de los españoles se magnifica en Madrid.
Otro ámbito donde las filas son demenciales es en los servicios públicos. Las colas en la Comisaría de Extranjería – una única en todo Madrid, ciudad que cuenta con casi un millón de inmigrantes – recuerdan a cada solicitante el tercermundismo de algunos de sus países de origen. A los comunitarios e inmigrantes con dólares en el bolsillo, simplemente les confirma la situación en que se encuentra su país de acogida.
Si quieres empadronarte, afrontas una cola infinita; intentarlo pasadas las once de la mañana es toda una temeridad.
Si quieres acceder a un servicio (pedir hora para Internet en una biblioteca, solicitar un curso de natación, intentar apuntarte en la Escuela de Idiomas, conseguir una beca para la guardería) tienes que enfrentarte a esa raza entrañable de jubilados que copan todas las plazas. Lo triste es que no lo hacen nunca para ellos, sino siempre en nombre de hijos, nietos y nueras. Si no tienes un abuelo que haga cola por tí, estás perdido. Si tienes que trabajar, olvídate del asunto. En cualquiera de estos lugares, el día que se abren los plazos, te encuentras a las 7:00 a una interminable fila de abuelos que se apuntan a clases de ruso, a cursos de karate, a yoga para embarazadas. Y nunca en su nombre.
A la gente parece gustarle la masificación. En el metro nadie se aprieta con gusto, pero esa escuela ha calado tan hondo que raro es el viajero que no acaba trasladando la costumbre.
Nadie quiere entrar en un bar vacío, pero fascinan los locales a reventar. Algunos de los bares de la Latina, que ofrecen su bocadillo de calamares con cerveza, están tan petados que tienes que tomarte la comida en la calle – sea invierno o verano. Al lado, bares con media entrada y medio vacíos – allí no saben tan buenos los calamares (como si tuviera alguna ciencia preparar un bocadillo de calamares).
Las colas en el Lefties ( ropa tarada y fuera de moda del Zara ) animan a la gente a entrar en la tienda. No importa que para ahorrarse 20 euros haya que perder más de una hora esperando en una fila (media para el probador y media para pagar).
El rastro está totalmente lleno todos los domingos. Si un fin de semana se sospecha que no será así – quizás porque haya puente – la gente descartará ir. Colocan una pantalla gigante en cualquier parte de la ciudad y acude la gente como si nunca antes hubiera visto un televisor. Regalan una ración de la paella más grande del mundo, servida en la Plaza Mayor, y allí tienes a clases medias acomodadas, desplazándose por la ciudad y esperando pacientemente a que llegue su turno para probar una paella que sabrá peor que las que venden congeladas, que habrá que tomar de pie, en plato de plástico. Si hay una feria de exposiciones, pasapiseros con un patrimonio de millones de euros se abalanzan sobre la degustación de fabada Litoral – no te engañes, no son más que latas de 1,35 euros, repartidas entre tres o cuatro asistentes.
Hay algo en esa facilidad para esperar, para estar apretado, que permite a los madrileños vivir. Quienes han vivido en otros lugares más tranquilos pueden pasarlo realmente mal, no es tan sencillo acostumbrarse a esto.
Las carreteras de Madrid son un infierno. La actitud se traslada al coche, que se pega al que tiene delante, como si en una cola nos encontráramos. Es imposible aparcar, y los coches se ajustan al milímetro – toque al parachoques del aparcado delante y al de detrás – cuando se estacionan.
La vida en sí se aprieta en Madrid, gente que podría vivir holgadamente se ajusta el cinturón en la medida de sus ingresos, aplicando la regla del Carpe Diem mal entendido. Se buscan casas más grandes pero alejadas del centro para que los horarios se aprieten – salir de casa pitando para coger el tren y llegar al trabajo casi tarde.
Todo se estruja en Madrid. Los pisos son más pequeños, las familias mínimas. Las vacaciones se apuran hasta el último minuto, llegando a casa el domingo de madrugada. La última calada del cigarrillo se da con un pie en el autobús. Madrid aprieta y ahoga.
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Aplaudo a los madrileños por tragarse colas de nueve horas en la A-3 dirección a valencia todos los veranos en busca de un metro cuadrado en la arena de la playa. Me parece de una paciencia estoica.
¡Pues si no te gusta vete!
(voy a empezar así todas mis intervenciones en esta serie de posts, que lo sepas.)
La verdad es que llevas mucha razón en lo de las colas, yo no es que sea muy cinéfilo pero jamas he visto una película el día del estreno precisamente por evitar aglomeraciones. Ni he ido el primer día a las rebajas, ni me he comprado un gadget el día de su lanzamiento ni nada de esto (aparte de por las colas porque se suele pagar la novatada).
Lo de que gusten los bares llenos es lógico, vamos a ver, ¿cuál es la diferencia entre quedar en casa y hacerlo en un bar? pues precisamente que en el bar hay gente. El resto son ventajas para la casa, comida y bebida más barata y de más confianza, música a la carta, sofás, camas, etc. La gracia de las tascas es que estén petadas y tengas que hablar a gritos y oler sobacos.
Y bueno, hablando de paellas en la Plaza Mayor creo que has evitado hablar del roscón navideño para que los comentaristas lo destapemos (¡qué astuto!).
El roscón de navidad de la Puerta del Sol la cosa más patética que se puede vivir en la ciudad. Primero pasan los “benitos” para montar las mesas mientras los municipales invitan a los chaperos a que se suban a Callao y no incordien. Al rato aparece un roscón desproporcionado y repleto de fruta escarchada y nata para que cante mucho que la masa está revenida y que parece cualquier cosa menos comida. Vasos de plástico con chocolate “a la taza”, hordas de señoras pegándose por conseguir un trozo y finalmente la figura más patética de todo el rito… los políticos (Álvarez Del Manzano era un crack en estos actos) repartiendo los trozos y dando la puntilla a su dignidad rebajándose al nivel de la plebe mientras cuidan que no se les manche de nata el abrigo de cashmere. Ni se vea por televisión el Rolex mientras extienden los brazos al repartir.
El trasfondo de estas cosas, máxime en navidad, suele ser ayudar a una ONG con donativos y tal pero estoy seguro de que si los trozos costasen 1,20 euros ya no iría absolutamente nadie.
Y bueno, queda el tema de cuando los agricultores se ponen a regalar bolsas de naranjas en forma de protesta pero esto se lo dejo al próximo comentarista.
Pues sí, paciencia, pero no todos la tienen o la tenemos, porque el límite cada uno lo tiene en un sitio pero lo tiene. Yo después de 2 horas intentado aparcar se me acaba la paciencia y meto el coche donde me sale de las narices jeje
al final, me he mudado a un barrio menos céntrico donde aparco en la puerta y pago menos de alquiler… llevas razón uno va decidiendo en función de las colas, yo, como no soy de aquí, huyo de ellas…
ah! por cierto, yo sí he ido al templo de Debod y no he ido a esas exposiciones de colas largas jeje
“…esa raza inmunda de jubilados…”
Aqui te has pasado un poco. No te niego que a veces le quieras reventar la cara a uno de ellos. Pero denominarlos como “raza inmunda” es agua de otro costado.
[Comentario zrubavel: Tienes razón, me he pasado con el adjetivo. Lo corrijo.]
[Familias] minimales=mínimas??
[Comentario zrubavel: Gracias, lo he corregido. Minimal no es una palabra que exista en el diccionario.]
jajaja
“…esa raza entrañable de jubilados…”
Ya no sé lo que prefiero si “inmunda” o “entrañable”.
La próxima vez que te escriba un comentario borrame directamente y no me hagas caso.
Un saludo.
Olvido imperdonable, la madre de todas las colas: la Jefatura Provincial de Tráfico en Arturo Soria. Ridículo edificio para una población conductora de varios millones de individuos. Y con mafias y todo.
Madrid nunca mais. Soy nativo pero no lo echo de menos.
[Comentario zrubavel: Muy cierto. La cola de Tráfico en Madrid es posiblemente la más crítica e imposible del llamado primer mundo. Hasta tal punto llega que hay numerosas empresas cuyo negocio consiste en gestionar el papeleo de tráfico- ellos hacen la cola por sus clientes.]
¿y las de sacar la tarjetita del SER (servicio de estacionamiento regulado) en Alberto Aguilera?
Porque yo llevo el impreso descargado de internet y la gente se te pone borde porque te saltas la cola donde te lo dan… ¡que yo ya lo traigo señora! ¿y el horario? de 9 a 13… ¿qué decíamos de los jubilados? pues un montón y eso que a mí siempre me dicen que tengo que ir “yo misma en persona”…¿y qué digo en el trabajo?