Continuo la historia que un amigo mío oyó de uno de sus conocidos:
La segunda vez que robé algo fue a mis hermanos. Mi abuela me dió un dinero para repartir con mis hermanos. Tenía que conseguir cambio y dividirlo a partes iguales con el resto de mis hermanos.
Por aquella época me fascinaba la música. Tendría unos trece años y me encantaba coger música de la radio, grabarla y luego oírla muchas veces, hasta acabar entendiendo cada pieza. Era un tipo raro al que le gustaba la música clásica de pequeño.
Mi hermano mayor, que compartía afición conmigo me dijo: “No lo repartas. Con ese dinero podemos comprar 10 cintas y grabar un montón de música. Los demás se enfadarán, pero eso se irá con el tiempo, y las cintas ahí quedarán, para siempre”.
Aún hoy en día me parece que es una de las frases más duras y ciertas que jamás he oído. La política mundial, las grandes empresas, funcionan con la actitud que mi hermano me indicó.
No quedé muy convencido con su razonamiento, pero quería las cintas tanto como él, y acabé haciéndolo. Quiero pensar que mi ética no quedó dañada con un acto tan insolidario como aquel. Y que mi cultura musical, desde luego, mejoró mucho.
Aún hoy me siento un poco culpable para con mis hermanos y siempre que me piden dinero estoy encantado de prestárselo a fondo perdido. He pagado esos seis euros miles de veces.
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