Tuertos por convencimiento

Como tantos otros despojos humanos, tras vaguear durante todo el año, me he apuntado a un curso de francés intensivo. Lo que no he hecho en todo el año, ahora pretendo hacerlo en un mes. Qué moral. Un curso de idiomas para gente sin conocimientos. Para empezar de cero. Lo más sorprendente es que en la clase había un chico que sí que sabía bastante.
La pregunta de la profesora no tardó en llegar. ¿Por qué te has apuntado al curso?
En cualquier disciplina de aprendizaje existen niveles. La gente va escalando progresivamente dichos niveles, hasta alcanzar la maestría. O al menos, eso es lo que creía.
Sin embargo, uniendo la experiencia del día de hoy a otras anteriores, haciendo la retrospectiva, me he encontrado a un tipo humano del que desconocía su existencia. Es el tuerto por convencimiento. Aquel que voluntariamente emigra al país de los ciegos para ser más que los demás.
Soy hijo de la generación competitiva, de los cursos de inglés por las tardes, de las clases en el conservatorio, del equipo de fútbol. Todas esas cosas que echas de menos cuando te entrevistan para tu primer puesto de trabajo. Aunque no haya pasado por nada de eso, sé que el objetivo de toda clase es pasar de curso, de forma natural.
Mi primer encuentro consciente con los tuertos fue en el curso de natación de la piscina. Establecen un nivel 0 para la gente que no sabe nadar. Siempre pensé que no saber nadar es que te suelten a 10 metros de la orilla y tengas chances de morir ahogado. Sin embargo, cuando me apunté a dichos cursos, me di cuenta de que estaba equivocado. Para muchos no saber nadar era cansarse mucho haciéndolo. O sólo saber hacerlo en un estilo. O simplemente, no ser un medallista olímpico. Tras empezar las clases lo vi claro: toda la gente que había en el nivel 0 sabía nadar.
Con el paso de los días el curso fue avanzando. Mejoré lo suficiente como para que ahora fueran necesarios más de 25 metros para que perdiera la esperanza de salvación. Llegó el día de las calificaciones. Todos podían pasar de curso, salvo tres pobres desgraciados entre los que me incluía. Lo sorprendente es que a la gente no te tembló el pulso lo más mínimo. Dijeron que el mes siguiente seguirían en el mismo nivel, que eso era lo que les gustaba.


Gracias a gente así, las clases eran una ficción. El profesor, obligado a satisfacer a la mayoría, exigía unas rutinas que los que no sabíamos nadar no éramos capaces de seguir. Al final de curso, habíamos mejorado, pero no habíamos aprendido a nadar.
La realidad es que los cursos de natación tienen unas plazas muy limitadas y exclusivas. Todos esos alumnos que estaban nadando por gusto, estaban quitándole una plaza a gente que quizás, algún día, muera ahogada a 20 metros de la orilla.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? La competitiva sociedad por la que hemos pasado nos ha hecho dar una vuelta a la situación. El que sufrió para terminar su carrera, en que cada examen era una final, el que se quedó en 4º curso de la escuela de idiomas, cansado de tanta presión, decidió que lo que hiciera por gusto sería así, sin intención de mejorar.
Pero también el eterno perdedor. El que nunca destacó en clase. El ser anónimo del que el profesor nunca aprendió su nombre. Toda esa gente ahora se apunta a clases de algo que sepa. Para conseguir la envidia del resto de alumnos. Para buscar el aplauso del profesor. Para sentirse importante donde sabe que nadie puede hacerle sombra.
Ahora me encuentro a alguien así en mis clases de francés. Pero no son seres aislados. Existen por todas partes. Tal vez tú seas uno de ellos. O hayas conocido a alguno. Que Dios nos proteja de ellos.

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