Continuando mi periplo iniciático por el mundo de la televisión, puse la segunda cadena y estaba terminando un partido de baloncesto. A mí el baloncesto me gustaba mucho de pequeño, cuando España era una potencia y el Real Madrid se hinchaba de Copas de Europa. Luego no sé qué paso, supongo que se dejó de invertir dinero, y los jugadores siempre eran los mismos. Es como si ponemos la televisión dentro de cinco años y vemos que Zidane, Ronaldo y Figo siguen jugando en el Real Madrid. Y es que los mejores eran siempre los mismos.
Además, en el baloncesto, se llegó a perder la gracia de la victoria controlada. Cuando yo lo veía, si ibas ganando de 20 en el descanso, raro era que acabaras perdiendo. Luego las remontadas épicas eran la costumbre, y esto, en vez de dinamizar el juego, lo convertía en aburrido, porque no disfrutabas cuando tu equipo iba ganando de 30, pues sabías que aquello iba a durar lo que la encarcelación de los miembros del equipo A en un taller lleno de herramientas.
Mención especial merece las estadísticas de tiro. Cuando yo veía el basket se hichaban de meter canastas, y hacer 100 puntos no era una utopía. Ahora los resultados son mínimos – dicen que por una mejora de las defensas. Imagínense que los partidos de fútbol acabaran siempre por 0-0 o 1-0 y sabrán lo que siento cuando veo estos nuevos pobres resultados.
Así, cuando veo el baloncesto, siento una especie de nostalgia, por los tiempos en que era mi deporte favorito, y de pena porque tras tantos años aún hay jugadores de cuando yo seguía dicho deporte.
El caso es que quedaba un minuto y estaban empatados. Tras fallar más que una escopeta de caña, terminan en prórroga. En el estado de atontamiento en que me encontraba, me quedé viendo la prórroga, para matar la curiosidad y saber quien ganaba. Cuando queda un minuto para el final están otra vez en las mismas: empatados y me pregunto si volverán a empatar.
En esas estaba cuando veo como la pantalla de televisión se va haciendo pequeña. Antes de que me diera tiempo de llamar al psiquiatra veo que es que empezaba el partido del Valencia-Villareal, que ocupaba la pantalla grande, dejando en una esquina ínfima, a prueba de dioptrías, el final del baloncesto.
Me sentí dolido por el trato tan denigrante hacia el espectador. Un ferviente seguidor del baloncesto se tiene que haber acordado de toda la parentela de Urdaci y compañía. Para colmo de males, el que era un Real Madrid-Estudiantes de baloncesto se convirtió en un Valencia-Villareal de fútbol, otra vuelta de tuerca para los sufridos madridistas que han vuelto a ver a su equipo poniendo los pies en el suelo.