Trabajar en el DIA

Hace algún tiempo expresé mi opinión sobre los supermercados DIA. En ella sostenía que las cajeras están en condiciones mucho menos dignas que en Mercadona. Entre algunas opiniones que he recibido en la página, otras que he visto por Internet e impresiones personales, estoy llegando a la conclusión de que estaba equivocado. Desde luego, el trabajo en el DIA es agotador, la jornada debe resultar infinita. No hay un segundo de descanso y las labores de cajera, reponedora y la gestión de aprovisionamientos se mezclan durante el día. En Mercadona todo es mucho más relajado; la cajera es cajera, la reponedora, se encarga de reponer. No se huele el estrés.
Sin embargo, la gran diferencia a favor de DIA es la pirámide laboral. En DIA, la cajera está en la base y la cima de la pirámide. No tiene a un niñato encorbatado que le vigile, que le incordie, que le diga que lo hace mal mientras él no hace nada. La tranquilidad de saber que las cosas se hacen como tú digas, de no sentirte explotado por la jerarquía, debe resultar también un factor a tener en cuenta.
Las cajeras del DIA suelen ser personas rechazadas por el mercado laboral, a las que por fin se les da una oportunidad de ser alguien. Llevar una tienda, con tanta gente problemática que entra cada día, es también un motivo de orgullo que no te da un trabajo normal.

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La eliminación del céntimo

Me resulta curiosa la progresiva asimilación del euro en la población española. Antes de que se implantase, la gente temía que los precios se redondeasen al alza. Así, si algo valía 1400 pesetas, pasaba a valer 8,4141 euros y esos 0,0041 euros(que son 0,682 pesetas) se los tenía que comer el vendedor.
Esto generó temor entre el ciudadano medio. Una insistente serie de anuncios de televisión financiados con dinero público se encargó de avisarnos de que los rendondeos se debían hacer bien.
En realidad, un correcto redondeo significaba que si algo costaba 1500 pesetas = 9,01518 euros pasaba a costar 9,02 euros. El redondeo obligaba a subir, en este caso. En otros, como el anterior de las 1400 el empresario salía perdiendo. En cualquier caso, unas cantidades compensaban a las otras y lo comido por lo servido.
Así, nos estábamos peleando por menos de una peseta. Algo indigno en un país que nunca trató bien a su moneda patria. Pero era así. Lo ridículo fue el gasto en publicidad ante un hecho que en poco podía afectar a nuestros bolsillos ( o al IPC que es lo que preocupa a los gobiernos).

La eliminación de los céntimos

Después pasó el tiempo de la redondelización, como yo lo llamo, en que la montaña fue a Mahoma y ya que hacer las cuentas era tan complicado, el café que valía 100 pesetas pasó a su equivalente psicológico, el euro. Y la cerveza a 125 pesetas pasó a 1,2 euros. Las mil pesetas se convirtieron en 10 euros. Las 5.000 en 50 euros. Este fenómeno, mezcla de proceso psicológico con argucia picaresca y simplificación, es realmente digno de interés. Sin embargo, nadie parece haberse preocupado por él.
Este proceso, generó una subida de, aproximadamente, el 66% en muchos productos. Sobre todo los de bares, restaurantes y similares, pero también los de cobro de precio fijo por servicio, como peluquerías(corte de 1000 pesetas a 10 euros), consultas médicas privadas, despachos de abogados. En otros negocios la subida era inviable, por ejemplo en supermecados, gasolineras, impuestos públicos, recibos del teléfono.
Un tercer grupo de negocios tuvo olfato fino para sacar su tajada. Las tiendas de ropa, por ejemplo. La idisincracia de su negocio hace que sus productos siempre estén en torno a ciertos números. Ahora se las apañaron para “mover” esas cifras, cambiaron los números de oferta. La prenda a 20 euros, por ejemplo, era todo un chollo para las textiles, porque engañaba con las 3.000 pesetas.
También la oferta de los 40 euros, en productos de mayor calidad, les permitía algún engorde de precios. En cualquier caso su incremento de beneficio estaba en torno al 10%. También es interesante la estela del DVD, nacido casi al tiempo que el euro, que magistralmente supo aprovechar la mímesis con su antecesor, el video, para hacer que la película que antes valía 2000 pesetas ahora valiera 25, 20 euros, y todos contentos. Mis felicitaciones al departamento de Mángueting.

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Entrar en un supermercado DIA es hacer una incursión en el tercer mundo. De salida, los comercios suelen ser pequeños y sucios. Las cestas de mano y las estanterías no han sido limpiadas desde la inauguración del local. Lo siguiente en que te fijas es que la mitad de los productos que buscabas no están, esto es una constante que hace que tengas que ir el doble de veces de lo normal al supermercado. Los suministros llegan un par de días a la semana, y han de ser las propias cajeras(tal vez el término trabajador multifuncional fuera más idóneo) las que – en los escasos huecos que el atender las cajas brinden – se encarguen de rellenar las estanterías. Aparte de las frecuentes ausencias, sabes que sólo podrás encontrar lo básico, olvídate de cualquier producto que se salga de lo elemental. Si quieres pan de molde, hay, pero sólo de dos marcas y modelos. Y si quieres de otro tipo, te vas a otro sitio. Y así con todo.
El siguiente punto que sorprende es la explotación al personal de estos supermercados. Se dejan la piel durante toda la jornada laboral, no tienen un minuto de descanso. Me consta que están muy mal pagados y se deben sentir totalmente utilizados por la empresa, que se hace de oro ahorrando en personal. Un supermercado que abarque un pequeño barrio puede estar atendido por 2 personas – menos que un comercio tradicional – con el consiguiente descontrol y agobio de sus empleados.

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Caducado

El concepto de la caducidad, aplicado a los productos industriales, me resulta interesante en grado sumo. Según mi diccionario, la caducidad es la “pérdida o fin de la validez o de la efectividad debido especialmente al paso del tiempo.”
Centrándonos en los alimentos, se suele tomar un sentido único de dicha definición: los alimentos, pasada esa fecha, están corruptos, están rancios. Si los tomas, te sabrán mal y te sentarán peor. Por una vez, la definición creo que es más acertada que lo que pensamos de ella. Basta pensarlo un poco, para darnos cuenta de que es un poco absurdo.
Tengo una caja de galletas, que compré hace seis meses, que caduca mañana. Si me las tomo hoy, nada me ha de pasar, porque la compañía asevera que el producto está bien. Sin embargo, si lo hago mañana, me sentarán fatal. Apurando más, podría cenar la víspera del vencimiento, con la certeza de la satisfacción, pero si uso las mismas para desayunar, ay de mí, me esperará un suplicio de visitas al cuarto de baño.
Lo que es capaz de aguantar estoicamente seis meses en el paquete, ¿no habrá de hacerlo un día más? Supongo que la caducidad es un tanto como la edad. Cualquiera pensará sin dudar que viviremos más allá de los 30 años. Pero si tratamos de hacernos un seguro de vida con 70 años en la aseguradora se nos reirán en la cara. Y sin embargo, como dice el adagio, no hay hombre tan viejo que no crea que pueda vivir un año más. La fecha de caducidad es un requisito legal que establece la empresa fabricante, que adopta el papel de la aseguradora ante los clientes. Ellos se comprometen a que, antes de esa fecha, el producto estará bien. Después, que cada cual haga lo que quiera, suyas serán todas las responsabilidades.

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Dieta mínima

Una sección interesante y muy recomendable es la de las preguntas sobre temas cotidianos(The last word), en la revista New Scientist.
En ella la gente hace preguntas sobre aspectos habituales de la vida que les chocan. A veces es realmente difícil encontrar una respuesta adecuada. Algunas preguntas son ingenuas. Otras, fomentan interesantes pensamientos. Alguna destruye una antigua leyenda urbana.
En una pregunta que leí hace algún tiempo, alguien preguntaba si era posible vivir tan sólo de cerveza. Ante tan burda pregunta, la respuesta de reputados científicos hace que la cuestión pierda su inocencia. Al final, la respuesta era que casi, pero que no.
Desde entonces, llevo pensando una cosa mucho tiempo. Es sabido que una dieta estrictamente vegetariana tiene casi con toda seguridad carencias nutricionales severas. También es sabido que en países pobres, donde la gente se alimenta exclusivamente de un producto, como patatas, trigo o maíz, acaban sufriendo enfermedades por carencias vitamínicas o de oligoelementos fundamentales.
Mi pregunta es entonces la siguiente. Los médicos nos recomiendan tener una dieta lo más variada posible, pero si yo me empecinara en una lo menos variada posible, ¿Qué productos tendría que consumir y en qué proporciones para conseguirla?
Según leí, sólo a base de cerveza no iría muy lejos. Cuando digo productos, hablo de naturales, nada de Bio de Pascual con frutas, leche, cereales y cafeína. Apreciaría cualquier comentario de personas con algunos conocimientos, si son razonados, mucho mejor.
Personalmente me imagino que con algo como tomates, maíz y huevos sería lo más parecido a una dieta completa, pero me baso en criterios más intuitivos que científicos.
Espero vuestras respuestas.

Bebidas con gas

Cuando vivía con mis padres, mi madre no podía soportar la tentación de comprar el refresco de marca desconocida. Nosotros, nos reíamos y decíamos que era Fanta marca “Gas” y cosas por el estilo. Cuando le das un primer sorbo te llevas todo el gas de la botella. Luego no queda más que un regusto dulzón y migajas de burbujas. Yo me preguntaba si era tan difícil hacer lo que hacían los otros.
La Coca-Cola siempre se ha envuelto con un halo de misterio alegando que hay un ingrediente secreto. Siendo realista, es del todo ridículo. En primer lugar por lo de secreto, por cuanto es ilógico pensar que tras tantos años y miles de fábricas por todo el mundo no haya habido alguien capaz de robar semejante secreto. Por otro lado, por lo de ingrediente. Según la legislación española, estás obligado a exponer todos los ingredientes de una bebida no alcohólica. Aquí no se hace la vista gorda.
Como muy bien afirma el hombre máquina, la misma coca-cola varía entre unos países y otros. Los españoles estamos más acostumbrados a lo dulce que los alemanes, y ellos aumentan la proporción de azúcar aquí. Productos tan habituales como la fanta naranja no son admitidos en otros países, por resultar demasiado dulces. Recuerdo la anécdota que me contaba una amiga mía que se pidió un ron con limón en Finlandia y le estuvieron exprimiendo limones hasta que le llenaron el vaso de cubata(y en el extranjero no ponen tanto alcohol como en España…)
Me resulta sorprendente lo difícil que resulta introducir el hábito de consumo de una bebida nueva. Es prácticamente imposible y toda tentativa acaba en fracaso. Recuerdo un refresco de color azul(Blue Tropic?) que tuvo una poderosa campaña de publicidad que solo sirvió para que algunos frikies lo pidieran de vez en cuando. También Cherry Coke, estuvo en televisión durante meses, sin éxito. Y la Fanta de piña. Supongo que hay muchos más ejemplos, sean estos una muestra de lo que no se consigue ni con mucho dinero en publicidad.

LIDL

Agotado por la jornada diaria, mientras caliento la cena, aún me abordan pensamientos extraños. Se me viene a la cabeza esa empresa que es LIDL, y todo lo que gira en torno a ella.
Para los que no la conozcan, que serán pocos, se trata de una cadena alemana de supermercados. Aportan sin embargo una serie de aspectos distintivos, que la hacen llamar la atención especialmente:
a) La extra ración. Cualquiera que haya pisado sus pasillos habrá notado que todo es más grande de lo normal. Esa grotesca majestuosidad me fascina, pues cuestiona lo más simple. Toda la vida acostumbrado al brick de zumo de un litro, ellos van más allá y ofrecen de 2 y hasta medidas inexactas como 2 litros y medio. Los yogures de siempre, que son de 125 mililitros son eclipsados por envases gigantes, de a kilo, el paquete de avellanas es aplastado por una bolsa pantagruélica que asistirá a un sinfín de películas y partidos de fútbol antes de su fin.
b) El producto imposible. Vamos al supermercado con una lista de alimentos básicos, que si leche, galletas, pan. Y allí sin embargo hallamos productos que ni se nos había pasado por la cabeza que existiera. El embutido de avestruz, el zumo de albaricoque, las mandarinas en almíbar. Y consiguen su salida, tal vez por el embrujo que produce lo totalmente desconocido.

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