Mi compra en Elcorteingles.es

Fueron una mezcla de pereza, optimismo e instinto de investigación las que me llevaron a realizar mi primera compra en la página web de El Corte Inglés.

Me habían enviado un enlace directo a dos de sus productos, como sugerencia de regalo – viva el factor sorpresa. Me gustó la presentación de la web, nada que ver con el antiguo diseño ochentero que tuvo durante décadas. El precio parecía razonable, no había gastos de envío y se podía recoger en la misma tienda. Incluso contaban la posibilidad de entrega en dos horas.

Personalmente nunca he sido centimero en las compras online. Si lo tiene Amazon, asumo que su precio es competitivo y lo compro. Es una empresa que me ha devuelto productos sin rechistar, y que me ha perdonado una deuda de un fraude con la magnanimidad de un Emperador. La experiencia de compra siempre ha sido excelente, es un sueño hecho realidad.

Pero al mismo tiempo Amazon es una empresa monstruosa. Lleva décadas ignorando ganancias con el simple objetivo de crecer y crecer. Ha llegado a un punto en que es una auténtica temeridad abrir una tienda online. De lo que sea. Incluso para gigantes como MediaMarkt, Carrefour o El Corte Inglés, las opciones de no ganar nada de dinero con su negocio online son enormes. Muchos gurús de la época dorada de los blogs dirán “que aprendan de Amazon”. Pero hay un problema muy grave: ni siquiera Amazon está ganando dinero. Personalmente me gustaría vivir en el mundo donde Amazon – o su equivalente chino – no existieran. Seria todo algo más caro, pero también más interesante.

No soy quién para dar lecciones a El Corte Inglés, cuando me cuesta mantener mi casa ordenada, pero si tengo un blog, es para dar mi opinión. Como empresa, me parece más que respetable. Ha conseguido un nicho único, donde equivalentes de otros países han ido desapareciendo, sobreviviendo durante décadas a los vaivenes financieros. Respetan a sus trabajadores – hay gente que ha envejecido trabajando en sus tiendas. No trasmiten imagen de cutrerío a pesar de ser una empresa que no puede expandirse internacionalmente – por su tan específico modelo de negocio.

La idea de competir con Amazon en lugar de con el precio con otros servicios, como la entrega casi inmediata, o la recogida en tienda sin las traumáticas entregas de mensajería, suenan muy bien y son un factor diferenciador. La opción de pagar con Paypal también me pareció espectacular. El problema es cuando tienes una web muy bonita pero todo se quedan en palabras vacías.

Mi compra de dos pequeños electrodomésticos no me corría ninguna prisa. Según la web, podría tenerlos en casa en dos horas, pero prefería ir a por ellos a la tienda más tarde. Al poco rato de tramitar el pedido me llama una señora para decirme que uno de los productos lo tienen en tienda y el otro no, que ya me avisarán cuando esté.

Ese fue el primer error, gravísimo: mentir con la disponibilidad del producto para conseguir una compra impulsiva. Como cliente ya te da la impresión de que estás en un mercadillo, donde todo vale. Y genera mucha desconfianza.

No obstante lo dejé estar. Pasaron varios días y nadie me llamaba para avisar del pedido. Llamé al Corte Inglés y tras algunos interlocutores me dijeron que el producto tenía que venir de otra tienda. De la espera, la conversación y los hechos subsiguientes pude ver que la transferencia de productos entre tiendas de El Corte Inglés no es ineficiente, sino lo siguiente. Posiblemente no haya protocolos para organizar el paso de productos entre tiendas sin pasar por la Central. Y aun pasando por ellas, el proceso debería ser ágil. Más de 48 horas es una barbaridad. En mi caso, llegamos a la semana.

Tras pasar diez días, tiempo suficiente para que me hubiera llegado el producto directamente de China con Aliexpress, decidí llamar al Corte Inglés para cancelar uno de los productos y comprar el otro, que llevaba en el almacén desde el primer minuto. No estaba nada enfadado, más apenado por saber que comprar a través de la web de El Corte Inglés jamás sería una opción en el futuro.

La recogida tampoco mejoró mi experiencia de compra lo más mínimo. Literalmente tuve que pasar por el aparcamiento para ir a una oficina donde parece que tramitaban las devoluciones de IVA a extranjeros y las grandes facturas. Todo el espacio detrás del mostrador estaba lleno de máquinas defectuosas con folios pegados donde se explicaba la tara o cómo había que usarlas para que funcionaran.

Me atendió una señora muy cordial que, sin embargo, necesitó la ayuda de una tercera persona para asesorarle con la transacción. Había que realizar una cancelación parcial, entregar un producto, dar un ticket enmendado. De la máquina registradora salían más papeles que de la mochila de un buzoneador. Unos cuantos se los quedaron ellos, otros me los dieron, otros los tiraron.

Como había comprado con Paypal y no había recibido un email inmediato alertando de la devolución sabía que algo iba mal. Les pedí uno de los papeles donde se indicaba dicha cancelación, ya arrugado y rescatado de la basura.

Efectivamente, no se había producido la cancelación parcial del ticket. Tuve que pedir una devolución a través de Paypal – algo típico de empresas fraudulentas que venden servicios online. En este caso no culpo a El Corte Inglés, simplemente estaban pagando el precio de usar este medio de pago: perder mi confianza en su garantía de devolución sin preguntas. El proceso de devolución fue lento, desesperanzador y cutre. Básicamente tuve que escribir las razones por la que quería que me devolvieran mi dinero. El Corte Inglés tardó en responder casi una semana. Y luego Paypal se sentó en ese dinero tanto como pudo – argumentando que estaban ‘estudiando el caso’ tienen la potestad de tardar un mes en responder, cuando está claro que El Corte Inglés aceptó mis explicaciones.

A las dos semanas largas, tuve buenas noticias: habían decidido pagarme la parte correspondiente al producto no entregado. Quedando mal conmigo y con El Corte Inglés.

En resumen, mi experiencia de compra con El Corte Inglés online ha sido bastante mala. No he encontrado ninguna ventaja y todos los problemas. Me han engañado, mareado y hecho perder el tiempo.

Luego el añadido de que se suponía que todo eso era para un regalo. El regalo llegó un mes después, e incompleto. Cuando se serenó todo y recuperé mi dinero en Paypal – decidí comprarlo ‘en la tienda de toda la vida’. Más barato, más rápido, más fiable. Me dicen que lo tienen el próximo martes. Luego más tarde tengo un email diciendo que será el lunes. Esa es toda la diferencia: en lugar de 2 horas, me dijeron 4 días y me pareció bien. Luego lo cambian a 3, y quedan como Dios. Nada de falsas promesas, que ya no estamos de elecciones.

Votar

Desde siempre me ha fascinado la actitud de la gente hacia las votaciones. La mezcla de emociones y absoluta irracionalidad con la que la mayoría de la gente decide su voto.

Por un lado están esas personas que se niegan a decirte lo que han votado. Para ellos, el concepto de que el voto es secreto es un pilar que sostiene su imagen del mundo. El hecho de no decir lo que votan es, la más de las veces, simplemente porque sienten algo de ridículo en la opción elegida.

Eso nos lleva a otro grupo singular: los que no votan, porque son incapaces de elegir. Saben que todas las opciones son pésimas y que no importa quien elijas, siempre será una opción de la que sentirse avergonzado a corto o medio plazo.

En esta caso estamos ante una actitud chirriante: pensar que hay que votar a un buen partido. Se habla de la Democracia en grandes términos para la realidad es que no es más que un restaurante de kebab donde te dan la opción de elegir. No importa lo que escojas, todas las opciones son una basura. Veo que muchas de esas personas entran al restaurante con pretensiones de Adrià y se encuentran con un menú carcelario. La realidad es que, te guste o no, tienes que comer algo.

Lo triste es ver que ciertos gobiernos autoritarios funcionan mejor que algunas democracias. Como en los restaurantes de premio en que no hay carta, te sientas, te sirven lo que les de la gana, y aún así sales por la puerta borracho y extasiado.

Mi opinión es que no puedes creer que la Democracia es el mejor de los sistemas posibles, o el menos malo, y que luego haya unas elecciones y te comportes como una nenaza incapaz de elegir entre partidos de pacotilla.

Hay tres opciones de votar que me parecen totalmente respetables. En primer lugar, aquellos que siempre votan al mismo partido. Lo han hecho desde que se instauró la Democracia e insisten en él, hasta la muerte. Nada les importa los escándalos, los resultados de años anteriores, lo que prometan. Ellos van a seguir votándoles hasta el fin de sus días. Es una aproximación apasionada que roza el fanatismo deportivo. Afrontan la idea de que la Democracia es una elección con la actitud de que esa decisión solo se tiene que tomar una vez en la vida.

Luego están los que votan partidos que saben que son intrascendentes. Es una vía de escape lúdica, ante la incapacidad de elegir una opción que les repulsa, elijen alguna que les parece divertida. La papeleta en blanco, el voto nulo, el partido con nombre grotesco, los anti algo. La idea es expresar con un voto irrelevante que uno no se doblega a elegir entre blanco o negro.

Finalmente están los que tratan de realizar una decisión racional, sopesando programas, comentarios y el discurso de los políticos. Es de una inocencia infantil pero idealista. Son los que luego se sienten decepcionados cuando los políticos reculan, ignoran o tergiversan las opiniones inicialmente manifiestas. Pero hay gente que una y otra vez se deja llevar por un optimismo de que esta vez, tal vez, sí que hagan lo que dijeron. Una y otra vez. Escuchando mítines y debates.

Vaya por delante que considero que el gobierno en funciones y en minoría del Partido Popular en estos seis meses ha sido probablemente el mejor gobierno que ha tenido España en la Historia de la Democracia (repugnante locución repetida hasta la nausea). Un gobierno por inercia donde apenas se pueden tomar decisiones importantes y en que cualquier traspiés puede significar un futuro descalabro electoral.

En un giro kafkiano, el Partido Popular ha tenido que silenciar los logros obtenidos durante ese periodo, donde más ha bajado el desempleo en España: son mejores gobernantes en funciones que en la realidad.

Aunque soy de derechas, en estas elecciones votaré a Podemos. Con ello, por un lado, habré votado a todos los partidos no grotescos que han existido en España en los últimos años, al menos una vez.

El discurso de Podemos, sus propuestas económicas y sociales, muchos de sus políticos, me parecen una auténtica basura. ¿Por qué les voy a votar entonces?

En primer lugar porque creo que una persona tiene que votar siempre. Ser capaz de equivocarse, saber elegir entre opciones que no te gustan.

Por otro lado, hay que votar sabiendo que los políticos mienten en sus propuestas. En este caso voto a Podemos esperando que no cumplan casi nada de lo que prometen.

Como soy incapaz de votar al mismo partido siempre – me gusta estar equivocado, me gusta tener una opinión y poder replanteármela cada pocos años – y como pienso que votar a un partido que no va a salir es casi como no votar, no me queda más que hacer una elección estratégica.

Volviendo al ejemplo del restaurante de kebab, en el menú sólo hay tres opciones. Las otras dos opciones ya las probé en el pasado y al día siguiente tuve gastroenteritis. Prefiero un plato con una mala foto, pésimo nombre y sobreprecio antes que algo que ya me hizo enfermar.

Si luego el país empeora, la economía se va al sumidero, no será culpa mía. Otro aspecto pernicioso de la Democracia es pensar que porque hayas votado a un partido ya estás apoyando todas sus medidas. Votaré a ese partido que tan poco me gusta porque los otros han creado un país corrupto, en blanco y negro, de puertas giratorias y comisiones al 5%. Cualquier otro partido, ya prometa instaurar la pena de muerte, la prohibición del alcohol, volver al Comunismo o al Feudalismo, me vale.

El mitin

Todo el mundo ha visto cientos de mítines por televisión. Por las imágenes siempre se percibe un ambiente ficticio: jóvenes y milfs que aparecen detrás del candidato para dar una aire de prosperidad y triunfo. Euforia y aplausos ante cualquier frase, por predecible que sea. Banderitas y un público inquietantemente uniforme.

Así, por las pasadas elecciones, decidí que asistiría a algún mitin. Mi preferencia natural era el Partido Popular. Siempre me parecieron sus campañas políticas las más impostadas, con un aire de figurantes entre las personas que asisten de público. Izquierda Unida era el partido que menos interesante me resultaba, no tanto por afinidad política, sino porque siempre ha sido un partido pobre, que no llena estadios, con gente muy heterogénea. Me interesaba vivir la experiencia, y en este caso el Partido Popular era garantía de carnaza de primera calidad.

Mi primera sorpresa fue ver la inexistente publicidad que existe de los actos. No hay apenas carteles anunciando que el Presidente del Gobierno o alguno de los candidatos van a ir a tu ciudad. Y sin embargo, luego los ves en las noticias, en Prime Time. Tras haber decidido que iría a algún mitin, el que fuera, pude ver cómo se desvanecían mis opciones con el Partido Socialista o el Partido Popular simplemente porque no lo anunciaron en ninguna parte.

Tuve suerte de oír un anuncio en la radio – ¿Quién oye la radio si no está conduciendo? – mencionando que ese mismo día Ciudadanos daría un mitin en mi ciudad. Me cuadraba con el horario de trabajo así que me apunté a dicho plan sin darle muchas vueltas. Era el partido al que pensaba votar, lo cual en cierto modo justificaba la asistencia.

El mitin se celebraría en el Salón de Actos del Palacio de Congresos. Una sala enorme. Mi primera impresión era que no llenarían. Aún así, llegué 15 minutos antes del comienzo. Para mi sorpresa había una larga fila de personas esperando.

Las personas que tenía tanto delante como detrás venían en grupos relativamente numerosos. Por lo que hablaban los de delante, supe que eran miembros del partido, de la delegación de algún pueblo. Pronto me daría cuenta de que la inmensa mayoría de los asistentes al evento eran políticos de segunda o tercera fila. Se rumoreaba que en el mitin que se había celebrado el mismo día, en otra ciudad, no se había llegado ni a media entrada. La gente se movilizaba para evitar que el líder se sintiera casi solo en la provincia.

Cuando entraba en el Salón de Actos pude ver que se iba a llenar con total seguridad. Los asientos de las primeras filas, los que salen en las fotos, estaban todos reservados, con papeles pegados al respaldo de las sillas. Según había oído en la espera, se trataba de los gerifaltes de la política provincial. Luego la gente se sentaba tan cerca como podía. Al haber muchos grupos enormes, veías filas enteras reservadas. Tuve relativa suerte de encontrar un asiento por el centro, algo detrás de la fila que ocupaba la prensa. En apenas diez minutos la sala se llenó y hubo gente que tuvo que quedarse fuera.

El público me dio la impresión de ser de mi misma clase social. El vagón de cola de la clase alta, que se cree clase media porque es muy mala en matemáticas. Pocos Iphones y muchos Samsung. Pero nada de tatuajes, chanclas, gente comiendo pipas, gritones, vestidos con chándal o repartidoras de romero. Estudiantes universitarios, gente con trabajos no manuales, de todas las edades pero más bien treintañeros. No muy bien vestidos, pero no descuidados. Una audiencia que me hacía pasar desapercibido.

Luego comenzó el mitin en sí mismo. Empezaban hablando los políticos locales, los que se presentaban a las elecciones. Luego el cabeza de lista regional, para terminar con el famoso candidato nacional.

La parte en que hablan los locales no sale nunca en los telediarios y es, quizás, la más interesante. Se trata de gente a la que el evento le viene grande. El único acto al que tendrán que asistir, mientras que el líder nacional puede repetir el discurso, que se sabe de memoria, en cada provincia. En este caso la candidata estaba muy nerviosa y tenía poca capacidad oratoria. Hablaba de sus propuestas para mejorar la ciudad, pero a grandes rasgos y sin apenas entrar en datos sólidos. La anécdota y el chascarrillo por delante de la propuesta concreta.

Esperaba una puesta en escena convincente, que rematara las dudas de los asistentes. Pero estaba equivocado. A un mitin solo va la gente que está absolutamente convencida. El 100% de la gente que asistía al mitin acabaría votando al partido, aunque se prometieran barbaridades. En realidad el mitin se convertía en una especie de complejo meta ejercicio de propaganda política: no se hablaba apenas de programa, de propuestas. No es algo para convencer, sino para obtener un buen resumen en televisión. Proyectando al mismo tiempo la imagen de éxito y verosimilitud propia del que habla y es aclamado y recibe fervorosos aplausos.

La euforia del público me resultaba incomodísima. Emocionarse con un equipo de fútbol o con un personaje famoso es algo que, hasta cierto punto, se entiende. Por muy irracional que sea la pasión por un cantante famoso, por un deportista, es alguien a quien se admira. Pero un político, por muy bueno que sea, jamás se merece eso. Se trata de una persona experta en lenguaje tendencioso, dobles sentidos premeditados, respuestas evasivas. Propuestas que ni por un momento piensa cumplir. Todos hemos sentido decepción por los políticos una y otra vez. Incluso aunque sea el partido al que pensaba votar, jamás aplaudiría a su candidato.

Con el trascurso del mitin, mi desapasionamiento comenzaba a resultar llamativo. La única persona en la sala que no aplaudía nunca, que no se levantaba como un hooligan político. La progresión en el discurso político, creando tensión hasta que por fin aparecía el gran líder, sirvió para despertar un estado de pseudo euforia entre la audiencia, una vez este pisó el escenario. Era una pasión imposible de creer, aunque temporalmente real, de gente que aplaudía mucho pero que, al terminar el mitin, se marchaba a casa con pulsaciones en números negativos.

Al final del acto todo fueron aplausos, ovaciones y buen rollismo. La gente se mataba por el selfie junto al candidato. Salí como pude, contento por la experiencia, tan interesante como innecesaria. Supongo que si hubiera sido el Partido Popular, habría sido una experiencia mítica. Pero creo que mi carrera política termina aquí.