Libros gratis

Para mi, esta opinión de Amazon es un perfecto resumen del público para los libros digitales:

Merece la pena los 0,90€ que cuesta el libro. Hay que entender que el autor NO es un escritor profesional, es su primera obra, con lo que no considero que la “excelencia gramatical” sea un factor primordial. Si espero en cambio una historia entretenida y bien argumentada, y en este aspecto cumple su cometido. Es intrigante, los personajes no están nada mal y un final que deja abierta la posibilidad de una segunda parte, que si se produjera no dudaría en comprar. Es cierto que la historia flojea a veces pero en general es interesante y apetece seguir leyendo el siguiente capítulo para ver como acaba todo. Si me gasto 1€ en un café, me parece un disparate arrepentirse por gastar 0,90€ en un libro aunque no te guste, aunque éste no sea el caso. Recomendable.

Cómo hacer cosas nuevas

Con el paso de los años, con el mirar atrás, mirar adelante, me doy cuenta de que algo que le cuesta a mucha gente es el hacer cosas nuevas. A mi también me cuesta, pero las acabo realizando.

A la hora de intentar algo nuevo, tal vez lo más importante a tener en cuenta es el plantearse objetivos razonables. Vivimos un tiempo delirante en que se nos ha hecho pensar que disfrutamos de un estado de total libertad, donde cada potencialidad puede llegar a cumplirse. Que si tenemos noventa años y queremos estudiar Medicina, o nos falta una pierna y queremos ser jugador de fútbol, estamos en nuestro derecho y es más, nada debería impedirnos seguir adelante con nuestro proyecto. El cuento guay de libro de autoayuda que a muchos parece bastar. Que no hay que limitarse, hay que aspirar a lo máximo. Se encuentran dos casos excepcionales de superación que ilustran el libro y nada, a otra cosa.

Así, en mi opinión, el primer paso es razonar: ¿Lo que quiero hacer, lo podría llegar a hacer? Y aquí no hay que ser excesivamente optimista porque eso lleva a un callejón sin salida. Tampoco tenemos que machacarnos, hay que intentar encontrar el equilibrio justo. Marcar un objetivo racional, posible. Si por ejemplo tienes 20 kilos de sobrepeso, el típico objetivo sería quedarse delgado, es decir, perder más de 20 kilos. Y es el objetivo que no se conseguiría en la mayoría de los casos, aunque todos conocemos excepciones. Un objetivo pragmático se puede cumplir. Y un objetivo así, podría ser perder diez kilos, o tan sólo cinco.

Y es que soy de la opinión de que hay un riesgo muy importante y que no he visto escrito en ninguna parte, aunque seguro que se ha dicho cientos de veces antes. Cada cosa que hacemos condiciona nuestra forma de ser y cómo será nuestro futuro. Intentar cosas que acabamos no cumpliendo nos mella la autoestima, nuestra capacidad de superación y la confianza en nosotros mismos. Cuando uno ha intentado dejar de fumar diez veces, ni él mismo se cree que pueda conseguirlo en la undécima. Haberlo intentado mal diez veces fue un grave error que está dificultando el éxito de este penúltimo intento. Los traumas surgen a veces por situaciones que no se solucionaron a su debido tiempo, en la debida forma. Dejar cosas a medias, proyectos sin completar, nos causa un daño. No tanto por lo que ese proyecto en sí mismo pudiera significar, que normalmente no sería más que una fruslería para salir del aburrimiento. Como personas que somos, necesitamos tener una imagen personal positiva. Describirnos en formas ideales. Cuando uno trata de definirse y se encuentra con cursos de inglés a medias, kilos que no se van, cigarrillos que no se apagan, uno no se siente mejor. Fumar nunca me ha parecido algo malo; dejar de intentar dejar de fumar, sí.

Para los que llegan tarde, el primer punto es que nos fijemos objetivos asequibles. El segundo es que seamos conscientes de que no conseguir lo que nos propongamos va a suponer un daño, tal vez trivial pero no inexistente, a nuestra autoestima. Y ahora el tercero es entender que el fracaso es casi la norma.

Los gimnasios se alimentan de las cuotas de septiembre y enero. Los cursos de idiomas saben que pueden permitirse el overbooking a partir de las pocas semanas de comienzo. Dependiendo de la actividad, el índice de fracaso será más o menos mayor, pero el no terminar, no completar lo propuesto, es el resultado más habitual. Esto se usa en muchos casos como excusa salvadora, ante los demás pero sobre todo ante nosotros mismos. ¿Quién no conoce a alguien que ha empezado un curso de idioma raro? ¿Que ha dejado de ir al gimnasio a las dos o tres semanas? ¿Que ha empezado en la UNED una carrera de la que sólo ha comprado los libros? Le puede suceder a cualquiera, no es nada terrible.

Aquí lo que estoy tratando de plasmar es la importancia de ser honestos con nosotros mismos. No se gana nada dejándonos pasar todo, dándonos palmaditas en el hombro. ¿Quieres aprender a bailar sevillanas? Ten claro antes de empezar que si todo sucede como suele suceder, no lo conseguirás.

Y por ello, hay que acercarse a las actividades con enorme modestia. No hay que apuntarse al gimnasio por un año, aunque regalen otro y sea una oferta irresistible. Hay que ver si hay una cuota de sólo un día, una sola semana, un único mes. Casi nadie pasa del primer mes.

Si nuestro objetivo ha sido modesto y hemos sido conscientes desde el principio de que hay grandes posibilidades de que no lleguemos hasta el final, no está de más que tengamos una idea vaga de los grandes peligros que nos acechan.

Uno muy inocente es el de los horarios. ¿Por qué la gente se apunta a los gimnasios tras los grandes periodos vacacionales? Porque vienen de un tiempo de ocio, con muchas horas libres, tantas que uno se ha llegado a aburrir. Fruto de ese vacío surge la idea de empezar algo nuevo. Tiempo se tiene, sería bueno para nosotros mismos el conseguirlo. Se tiene el apoyo positivo de los amigos y la familia. Luego llega la rutina del día a día y cuesta, tras una dura jornada de trabajo, encajar en la media hora que queda ese curso de yoga. Un día no se puede ir, por el trabajo, otro porque hace mal tiempo, el tercero por falta de ganas y se acaba dejando. Por eso creo que los propósitos deben llevarse a cabo desde el mismo meollo de la rutina. Ni septiembre ni enero: marzo y noviembre. No tenemos que engañarnos con eso, el llegar de un tiempo de ocio es nuestro enemigo.

Otro aspecto a tener en cuenta es el encanto de lo material. Empezar a estudiar idiomas significa, entre otras cosas, tener que comprar un cuaderno, bolígrafos, libros de clase y ejercicios. Y luego la lista, se puede estirar tanto como se quiera. Hay algo psicológico que engancha en las actividades de ocio, nos encanta revestirlas, darles parafernalia. Los ciclistas o corredores se pasan el tiempo comprando gadgets electrónicos, vestuario, complementos, para optimizar el rendimiento. Se disfruta mucho más comprando un GPS para correr, que corriendo.

Si nos lanzamos a una nueva actividad, nos va a fascinar la idea de tener que comprar cosas y es interesante pararse a pensar ¿No me estaré apuntando a inglés para saciar las ganas locas que tengo de comprar un cuaderno? ¿No quiero dejar de fumar porque en realidad quiero comprar chicles de diez sabores diferentes? Si tenemos un objetivo de consumo de fondo, no va a funcionar. No puede funcionar. Si empiezas comprándote las zapatillas Nike Free antes de ir a correr el primer día, no llegarás muy lejos.

Otro peligro es la fascinación por lo nuevo. Estudiar chino suena apasionante, más cuanto menos se conozca el idioma. Pero a las pocas semanas, esa fascinación se trocará en problemas concretos: no me sale no se qué sonido, no consigo recordar las diferencias entre ciertos verbos. El profesor es insoportable. Si estamos totalmente rendidos ante un plan inminente, como el que se va a vivir a otro país y está aprendiendo por necesidad, o porque siempre se quiso hacer algo pero nunca se dispuso del dinero, estas razones parecerán estúpidas. Pero lo más normal es que no se tenga tanta motivación para adentrarse en algo nuevo. Hay a quien le gustan un par de canciones francesas y ya quiere aprender el idioma. Luego se encuentra con la realidad de la tarea, que tiene mucho de aburrido aprendizaje, y las ganas desaparecen. Distinguir si una cosa nos atrae sólo porque es nueva o desconocida, es una forma de evitar el batacazo antes de que se produzca.

Un riesgo terrible es el instinto de autodestrucción. A unas personas más que a otras les sucede que se enfrentan a situaciones que no pueden salir bien bajo ningún concepto. Hay una atracción morbosa, a veces patológica, hacia lo que no podemos conseguir, buscando inconscientemente el fracaso. Una forma de hacerse daño a uno mismo tan mala como cualquier otra.

Finalmente decir que veo como hay gente que nunca cambia nada en su vida, otra gente que está en un perpetuo cambio. Los que poco a poco mejoran, los que lo intentan todo, los que no se atreven con nada. Detrás de cada actitud vital se esconde una visión y un comportamiento general ante la vida. Siento cierto miedo de las personas que solo tienen aficiones nuevas y recientes, viven en una marea regenerativa, de perpetua mutación, que me inspira mucha desconfianza. Si con cierta edad no se ha pisado ningún terreno sólido, tal vez sea porque no hay tierra firme en el interior.

Pero al margen de todo eso, al hilo de lo que estoy intentando expresar, creo que hay dos grupos definidos: los que lo intentan, los que lo consiguen. Pues bien, creo que para conseguir cosas es importante no intentar (en vano) muchas actividades. Y si venimos de un pasado atroz, pavimentado de buenas intenciones, nuestro objetivo debe ser fugaz, inmediato. No aprender inglés: hacer un curso intensivo de una semana. No empezar a correr: llegar a ser capaz de correr cinco kilómetros. Luego, si Dios quiere, más. Y empezar simultáneamente a correr e inglés: jamás en la vida.

The Rip

Me gustan los actores que hablan tanto de cine y películas, pero nunca dicen cuáles son las que ellos ven. O si van al cine, o las alquilan. O si prefieren Netflix. O si las ven por compromiso. Como a todos nosotros, les divertirán las buenas comedias, sin importar si conocen o no a los actores que participan en ellas.

Tal vez tengan opiniones que no les importe aportar, pero por una extraña razón, nunca las llegamos a conocer. Desde luego, serían opiniones de mucho peso e interés. En la música sucede lo mismo. Todos los músicos dicen respetarse y admirarse pero, ¿Va Alejandro Sanz a un concierto de Shakira? ¿Qué música suena en el coche de David Bisbal? ¿Qué disco está deseando comprar Joaquín Sabina?

Los músicos suelen tocar dúos, recibir colaboraciones de artistas invitados. Todo eso tiene mucho de promocional, de intercambio de enlaces. Qué duda cabe que en muchos casos hay grandes amistades. También está el caso del artista que triunfa ahora que está encantado de echar un cable al ídolo del pasado, como cuando le ofrecen un trabajo a Marta Sánchez o a muchos cantantes de éxito de principios de los 90.

Pero se echa en falta autenticidad en las opiniones, frescura verdadera. Y sobre todo que sean los grandes los que rescaten y aupen a los pequeños.

Un caso muy bonito de generosidad musical es el de Tom Yhorke, el vocalista de Radiohead. Ha publicado listas de canciones que le gustan, que tiene en su ipod, y a veces incluyendo comentarios muy positivos sobre canciones de grupos que no tienen el éxito del suyo.

[Stephen Malkmus] “I’ve Hardly Been” : “genius non-generic nutville not rock music. should have been a hit. i guess this compilation is POP music – at least it is to me . . . with the best guitar solo that never happened . . .

([…]Esta canción tendría que haber sido un exitazo. Yo diría que esta compilación es música pop, o al menos lo es para mí…con el mejor solo de guitarra jamás tocado…).

Un detalle excelente es la promoción que hizo Thom Yorke junto a Jonny Greenwood, otro de los miembros de Radiohead, del último disco de Portishead. Portishead es un grupo que inspiró en sus inicios las creaciones de Radiohead. Y estos, se hicieron muy grandes y famosos. Portishead es el típico grupo que es muy bueno pero que no publica discos. Su tercer disco tardó diez años en salir. En lugar de entrar en el juego de las colaboraciones e intercambios de estampitas, estos músicos compraron el disco como cualquier fan más y lo disfrutaron hasta el punto de decidir grabar una versión de una de las canciones en un video casero, que subieron a Youtube.

Y sólo luego, le mandaron un email a la gente de Portishead, diciéndoles que habían colgado ese vídeo. Ni permisos, ni acuerdos, ni copyright, ni casas de discos. Me gusta vuestra canción y la canto en un rato muerto entre dos entrevistas. Sin miedo al ridículo, sin editar. Como en un casting de concurso televisivo.

Los de Portishead, que son gente rara y que siempre evitan las promociones, simplemente dieron las gracias, asombrados. Y felices.

La versión original de la canción, por Portishead:

Y la letra de la canción:

The Rip

As she walks in the room
Scented and tall
Hesitating once more
And as I take on myself
And the bitterness I felt
I realize that love flows

[Chorus]
Wild, white horses
They will take me away
And the tenderness I feel
Will send the dark underneath
Will I follow?

Through the glory of life
I will scatter on the floor
Disappointed and sore
And in my thoughts I have bled
For the riddles I’ve been fed
Another lie moves over

Hacerse puta

Hace pocos días salía la noticia del aumento de estudiantes universitarias en Reino Unido que ejercían la prostitución. La noticia daba mucho de sí. Partía de un estudio que mostraba una progresión en el número de estudiantes que decían conocer a otro estudiante que ejercía la prostitución. Se había pasado de un 4% en el 2000 a un 6% en el 2006 hasta cerca de un 10% en el 2011.

Todo con enormes grados de incertidumbre, hasta el redondeo del porcentaje final. Aunque las conclusiones eran muy atrevidas, pues pasaba del hecho del número de personas que conocen a alguien, a suponer que el número de prostitutas iba en un crecimiento proporcional.

A mi la estadística me pareció ridícula e insostenible. Hoy es más fácil que nunca saber sobre la vida privada del resto de tus compañeros de estudio. Así, con la aparición de Facebook, saber si una antigua compañera de clase fue prostituta, es más fácil que en 2000 o en 2006. Pero es que en realidad bastaría con que hubiera una sola estudiante prostituta en toda la universidad, y que se anunciara abiertamente, para que todo el mundo la conociera. En tal caso, la estadística sería grotesca: el 100% de las estudiantes son putas.

El estudio se ha estirado en tanto en cuanto son números inasibles. Mi principio que dice que nadie se quejará de cualquier estadística que muestre porcentajes por debajo del 10%.

Sobre la prostitución creo que hay un error enorme de base y es pensar que la demanda para esta profesión tan antigua es infinita. Cuando era joven, a un estudiante descarriado siempre le quedaba el camino del ejército – y hacen pruebas que no todo el mundo pasa, especialmente con el consumo de drogas. Era una especie de consuelo, saber que por muy mal que te fuera, ahí quedaba algo, por poco que gustara.

Para las mujeres, quedaba la vía de fregar escaleras o la prostitución. Hoy en día está claro que no hay apenas trabajo de mujer de la limpieza. Y lamento informaros de que tampoco hay tanto trabajo de prostituta, o que cualquiera pueda dedicarse a eso sin más. Bueno, por poder, todas y todos podrían. El problema es que encuentres clientes como para que te compense económicamente. Puede que hacer el amor con un borracho de aspecto miserable no esté pagado. Pero pasarse ocho horas en una esquina, pasando miedo, frío y sin uno solo cliente, eso sí que no está pagado. Y literalmente hablando.

Dando por bueno el primer estudio que he encontrado sobre España, el 32% de los hombres ha recurrido alguna vez a la prostitución. Ahora bien, eso no quiere decir que el 32% de los hombres sólo se acueste con prostitutas. Por sentido común, una gran mayoría de esos hombres sólo habrá accedido ocasionalmente, y no es por salvar al género, aunque sólo sea porque no andan sobrados de dinero. Sin base científica alguna, voy a suponer una de esas reglas de que el 10% de los clientes usa el 90% de los servicios. De ser eso cierto, prácticamente el 30% de los hombres tendría encuentros muy ocasionales, mientras que hay un 3% que es que no para.

Ahora bien, no parar ¿Cuánto puede ser? ¿Contratarlas diariamente? Al final da igual. A lo que quiero llegar es que no no hay, que yo sepa, una demanda no satisfecha de hombres que no se van de putas porque no haya suficientes. Es una profesión, hay las que hay, y por cada nueva aspirante al trabajo, alguien va a acabar perdiendo dinero.

En estos tiempos de crisis muchas mujeres han vivido la triste experiencia de darse cuenta de que ni siquiera con la prostitución se puede conseguir mucho dinero, o suficiente dinero. Y no es por aquella brutalidad de “no valer ni para puta”, sino simplemente porque no se mueve tantísimo dinero. Sí, se mueve muchísimo, pero no es algo infinito, no es un llegar y topar. Ya hay cientos de miles de mujeres dedicadas a eso, 360.000 según dicen aquí, mucho más razonable pensar una cantidad sensiblemente menor, unas 100.000. Y para hacerse una idea de lo grande que es ese número, hay que pensar que hay el doble de prostitutas que de taxistas.

Una profesión que a nadie atrae, pero además donde no atan a los perros con longaniza y que para colmo tiene una demanda totalmente contraída. Los clientes de estos servicios, que siguen saliendo en la estadística de más arriba, los que han recurrido alguna vez, están tan mal de dinero que ya no son ni posibles clientes.

Así, esta profesión que se suponía que era una última opción, para nada es así. Seguramente no sea una opción para casi nadie que la pruebe.

Sobre las verdaderas dificultades para ganar dinero con este trabajo, escribe Marta Elisa de León:

En cuanto al mito de la escort, lo podéis ir olvidando. No se paga tanto y ninguna chica trabaja sola “Yo intenté trabajar sola una temporada. Y no es rentable. Por supuesto, nunca vas a recibir en casa, sería una locura. Así que quedas con el cliente en un bar. Muchas veces no se presentan, o van pero te ven y te dejan plantada porque no les gustas. Y tú has perdido el tiempo y el dinero del taxi, ya que no podías viajar en metro en tacones, bustier y minifalda. Trabajar en hoteles es muy arriesgado, te pueden agredir o violar, lo hacen incluso con las chicas de las agencias. Lo único seguro es trabajar en casas. Trabajar como escort independiente es suicida. Y una escort de agencia no gana tanto. Alguna habrá, pero se trata de la excepción ,no de la regla”.

Ahora, gracias a Internet, se han creado muchas ideas, que son muchas veces erróneas. Gracias a la polémica publicidad de Ashley Madison mucha gente ha llegado a creer que hay un enorme mercado de mujeres que están casadas, interesadas en tener una relación extra matrimonial, pero que no han encontrado a ese hombre adecuado. En esto, como en todo, el negocio lo dan los hombres que se creen que esas mujeres existen. Casados y solteros están interesados en ese tipo de medias naranjas. ¿Una mujer que quiere tener una infidelidad, sin visitas a la suegra, sin tener que verla sin pintar por la mañana? ¿Sólo pasarlo bien? ¿Dónde hay que firmar?

Igual que existe la idea de que ser prostituta es una forma dura pero válida para obtener dinero fácil, están los hombres que se creen que hay un mercado de mujeres que requieren de prostitución masculina. Haberlas las habrá, pero será un mercado minúsculo, que, gracias a la televisión, muchos creen perfectamente abordable y en auge. Los engaños a hombres que se han informado de trabajos sobre prostitución son constantes en las noticias. Y no son timos, por cuanto estos candidatos han sido defraudados, sin que ellos trataran de embaucar a nadie.

En conclusión, muchas noticias van en la línea de magnificar el fenómeno de la prostitución. No tengo ni idea de hasta qué punto es grande ese mercado, lo que sí que veo que engaña a mucha gente es el llegar a pensar que hay una demanda enorme de hombres, que no tienen a sus chicas habituales, dispuestos a irse con una nueva prostituta que se ha sentido obligada a practicar esa profesión. Seguramente lo que más sorprenda a las neófitas no sea la profundidad de la miseria de algunos hombres, sino el poco dinero que se puede llegar a ganar gracias a ella.

El peluquero

A pesar del paso de los años, me sigue angustiando ir a la peluquería.

Al principio el problema estaba en que mi padre nunca me daba dinero para cortarme el pelo. Recuerdo la frustración de ir detrás de él, mendigando para un corte de pelo. Hasta que conseguía que me diera el dinero, podían pasar tres o cuatro semanas. Tal vez por eso no soporto pedir nada, por la vergüenza, no tanto de sentir que no te lo dan, como la humillación de que no te queda otra…que volver a pedir.

El corte de pelo era siempre una actividad gregaria. Mi problema era el de mis otros hermanos. Se juntaba la dejadez de otra época, en que la higiene era un lujo y los piojos frecuentes. El problema de tener un crecimiento de pelo agresivo, como mala hierba. Y que el periodo que iba entre la desesperación por tener un pelo muy largo y el conseguir el dinero, alargaba una agonía insufrible.

Llegábamos a la peluquería un par de chavales. Ahora los niños de esa edad no van ni solos al colegio, pero antes era normal. Entrábamos en silencio y nos sentábamos en las sillas, recelosos, mientras se mantenían conversaciones muy adultas: política, fútbol, mujeres del estilo de Terelu Campos. El peluquero nos miraba, con una mirada morbosa, como de rechazo por el aspecto de miseria y la diversión que despiertan los niños. Tarde o temprano, llegaba el momento y uno de nosotros se sentaba en la silla.

En aquella época no había cortes de pelo, estilos, rapados de esta forma, elección de navaja, tijera o máquina. Era descargar. No se mediaba palabra: te sentabas y el tipo se ponía a cortar como si no hubiera mañana.

Una de las cosas que más me desagradaban era que los peluqueros fueran homosexuales. O al menos las absurdas conversaciones oídas en casa me habían llevado a pensar que estaba claro que eran todos homosexuales. Entonces tú te sentabas en la silla, colocando las manos en los brazos del sillón y el peluquero aprovechaba la coyuntura para frotar sus genitales contra tus manos cada vez que cambiaba de postura, aprovechando la mínima intimidad de la sábana. Se creó una retroalimentación. Está claro que el pobre peluquero no tiene otra que acercarse a la silla tanto como pueda, y el roce era inevitable, lo que potenciaba la creencia en su homosexualidad, pues aquello debía ser deliberado. Y con ello aumentaba más y más mi rechazo hacia ese potro de tortura, no porque me molestara en particular, sino porque me daba asco todo lo homosexual, sin saber o entender lo que significaba aquello. El hecho de que el peluquero insistiera mucho en que no nos moviéramos era para evitar que retiráramos las manos de los brazos, que yo dejaba fijas pero no exento de la sensación de rechazo.

Tardé muchos años en llegar a la conclusión de que no se tiene por qué poner apoyar las manos en los posabrazos. Ahora siempre me corto el pelo con los brazos cruzados, pero es un gesto racional que me obliga a rememorar toda esa basura infantil de pobres. Vuelvo a estar ahí sentado y el peluquero resopla al encontrar más capas de pelo debajo del pelo recién cortado. Podían pasar más de seis meses entre corte y corte. Tarde o temprano el cortador de pelos pronunciaba la palabra infame: león. Yo llegaba a casa diciendo que me molestaba que dijera que era un león. Cuando le estaba pidiendo dinero a mi padre, sabiendo que no me lo daría, ya estaba pensando en que estaba mendigando para ir a un sitio donde me dirían que tenía el pelo que parecía un león. Y era algo que me molestaba mucho, no tanto como que el peluquero fuera un homosexual aprovechado, pero que me resultaba hiriente.

Con el pelo tan largo, los piojos eran inquilinos habituales. Me acuerdo que en aquella época la ofensa no era que te dijeran que tus hijos tenían piojos, era el pan nuestro de cada día. Hay que pensar que en aquella época los slots de anuncios que no ocupaban las empresas de telefonía, y esos son muchos slots, iban directos para los remedios farmacéuticos contra los piojos. Ofensa era que dijeran que tus hijos habían sido los que habían contagiado los piojos a los demás, acusación por la que alguna vez que pasar. Así, me sentía violado, leonizado e infectado cuando iba a la barbería.

Con el tiempo la cosa no fue mejorando del todo. En parte sí, en parte no. El gasto en peluquería siempre fue un extraordinario que había que pedir aparte. Una vez me corté el pelo en un sitio que era “el dos billetes” porque el corte de pelo costaba doscientas pesetas, algo así como un euro. Para una vez que podía cortarme el pelo con dinero de mi bolsillo, no se podía desaprovechar la oportunidad.

El dos billetes era como el Ikea de las peluquerías. Si se podían dar dos tijeretazos en vez de tres, se daban dos. No te mojaban el pelo antes de empezar, no había cuchilla de repuesto para los repasos, el corte duraba cinco minutos mal contados, y salías vulnerable y magullado, como después de un aborto. Fue una experiencia tan desagradable que no se quiso repetir.

Luego con el tiempo me hice medio amigo de un peluquero. Era un tipo del barrio que tenía un tablero de ajedrez en la mesita de centro y algunas revistas de ajedrez antiguas. Cuando no había clientes, y hasta que llegara alguno, nos echábamos una partida. Era una forma de perder las tardes como cualquier otra, ahí delante del tablero, esperando un hueco del peluquero. Fue un cambio radical, dejé de odiarlos, de considerarlos a todos como homosexuales. Tenía un medio amigo peluquero.

A los pocos meses yo era mucho mejor jugador que el peluquero y ya seguía allí porque mi vida estaba llena de espacios vacíos. Él disimulaba el aburrimiento del que pierde siempre, aunque muchas veces que no tenía clientes prefería pasar la escoba antes que jugar una partida. A pesar de ser mi medio amigo, los cortes de pelo se seguían pagando religiosamente. Hasta que un día mi padre decidió que no tenía sentido que me diera dinero para el corte de pelo: podía jugarme el corte a una partida de ajedrez.

Volvíamos a los viejos tiempos de regateo para un corte de pelo, ahora con algo más de luces y de autoestima. Aún así lo suficientemente inocente y desesperado como para tener que recurrir a la argucia propuesta por mi padre. El peluquero no pudo contenerse, cuando le propuse la apuesta, a decirme, ¿Y que pasa si vos perdéis?. No había plan B, me puse rojo y le dije un tímido No sé. Tenía que ganar, porque ya casi siempre ganaba, pero la apuesta era demasiado elevada como para perder. Sumando a todo eso la vergüenza ajena del peluquero, gané y tuve ese corte de pelo gratis. Él último conseguido gracias a la pedigüeñería. Esta palabra, es la única del diccionario que tiene todos los tipos de firuletes posibles (el acento, la diéresis, el punto sobre la i y la virgulilla).

Aunque creo que he salido muy bien parado y feliz por mi niñez, creo que todo lo relacionado con la peluquería me ha dejado marcado. No importa lo que pase, el ritual de cortarme el pelo sigue siendo desagradable y me obliga a recordarlo todo.

El peluquero es una de esas cosas que no eliges al azar y muy mal tiene que darse para que decidas cambiar. Se establece algún tipo de rutina íntima y nos gusta volver siempre al mismo. En mis continuas mudanzas, el tener que elegir peluquería siempre ha sido algo desagradable. Supongo que ya tengo edad y dinero como para elegir a una peluquera heterosexual, pero todavía me gusta un poco revolcarme en el lodazal.

Aún sigo descontento, pero con cuestiones rutinarias. El cutrerío de la prensa que siempre hay en ellas, las conversaciones rutinarias sobre política 2.0, alineaciones de fútbol y mujeres de calendario Pirelli. Que me pregunten si quiero gomina, si me voy a duchar o afeitar hoy o mañana. En cierto modo me gusta, es como cuando uno ha sufrido un accidente de tráfico y le dan un golpe de aparcamiento. Te molesta, pero te hace recordar que los tiempos pasados no siempre fueron mejores.

De entre todos los vergonzantes cortes de pelo de mi infancia, se cuela uno cum laude: cuando a mi hermano mayor le tocó una quiniela de fútbol. La típica quiniela fácil en que se dan todos los resultados predecibles, y hasta el punto de que hasta un niño la puede acertar (en gran parte, que no toda). Ese momento mágico de mi niñez, esa sensación de ser unos triunfadores – triunfó él pero yo me apunté al carro del éxito – de estar en la cresta de la ola. De tener que indagar sobre cómo era el pago de los premios. De estar a otro nivel.

Pero ese recuerdo, que tendría que haber sido uno de los más dulces de la infancia, se empaña porque el escasísimo dinero que apenas dio para un par de cortes de pelo. A tiempo y sin humillaciones. Sin el fantasma del león, íbamos casi con las cola de armiño, al menos dentro de nuestra cabeza, por debajo de tantísimo pelo.

Por detalles como este, y alguno más, siempre estaré en deuda con mi hermano. Y es que los niños no son generosos ni por naturaleza, pero el que, sin titubear, me pagara un corte de pelo es para mi, sin lugar a dudas, el gesto más desinteresado y noble que recuerdo de toda mi infancia.

Lambrusco

Una forma de galantería precocinada es la idea de que cenar en un restaurante italiano es algo romántico. Y como todo lo que tiene que ver con el amor, los hombres suelen tener la idea de convertir un gesto del corazón en una posterior transacción de los bajos instintos. Así, surge el plan perfecto, carente de toda sutileza a poco que se rasque en la superficie. Consiste en invitar a la novia o al ligue a un restaurante italiano y, con el conjuro del alcohol, culminar en casa en una proeza digna del olvido. Si se realiza en un sábado, sirve para justificar el refranero español.

La pieza que falta en este puzzle de Casanova es un vino italiano. Aunque en España tenemos muy claro que disfrutamos de los mejores vinos, sin necesidad de dejar opinar siquiera a los franceses, muchos desconocen que los vinos italianos merecen un lugar de excepción. Algunos de sus vinos son de una singularidad única. De entre todas las regiones vinícolas italianas, una de las más burdas es la de Lambrusco, sobre todo si tenemos en cuenta que el vino que se exporta a muchos países, entre ellos España, es el de la peor calidad de entre casi todos los que se fabrican. Es un vino para tomar frío, que entra fácil y que emborracha de una forma alegre, desenfadada.

Ahora bien, es bueno que sepas, y esto puede servirte tanto para amargarte una de esas supuestamente cenas románticas, como para aportar un barniz cultural que siempre tiene algo de atractivo, que el sobreprecio al que se venden estas botellas es delirante.

No te digo que ocurra como con todos los vinos del mundo, que en el supermercado valen una cantidad y en un restaurante ese precio se puede ver multiplicado fácilmente hasta por ocho. Lo que te estoy hablando en primer lugar es que estos vinos se suelen vender con uno de los múltiplos de beneficio más exagerados posibles. Mercadona vende una botella de Lambrusco, que no es peor que la del restaurante italiano, a 1.5 euros. Y llegamos al punto crucial. No importa que el restaurante lo venda a 20 euros, a 15 o a 10. Lo que quiero es que entiendas ese euro y medio cómo está repartido.

Lo más caro de toda la botella de Lambrusco es el tapón. Al final es un tipo de corcho resistente a varias atmósferas. No existen opciones baratuzas. Sólo ese tapón de corcho vale cerca de un euro, cincuenta céntimos si se realiza una tirada de millones de botellas. Lo siguiente más caro es la etiqueta del vino. Los dos trozos de papel, el de delante y detrás, donde se cuentan las virtudes embriagadoras del bebedizo. Lo tercero es el cuello de la botella, la parte superior, que de nuevo es de un vidrio reforzado, al tratarse de un vino a presión. Fuera del podio, no está claro si lo más costoso sería el resto de la botella de cristal o la cápsula de plástico que hay en torno al cuello de la botella. Sólo al final, sin lugar a dudas, llega el vino, cuyo precio está entre los 5 y los 20 céntimos de euro. Hay que entender que este vino es, es decir, el líquido, no la botella o la presentación, el más barato que se vende en el mercado, muy por debajo del vino de cartón de marcas blancas.

Más información: Foro de especialistas.
Fuente: Tradición oral.

Deuda alemana

Siempre se pone a Alemania como ejemplo de país a la hora de pagar su deuda. Alemania es el paradigma de AAA en las escalas de deuda.

¿Por qué es ejemplar este país? Pues porque ha perdido dos guerras mundiales y aún asín ha conseguido pagar toda su deuda siempre. Nadie pone como ejemplo a Luxemburgo porque, aunque tenga – o tuviera – la misma nota crediticia que Alemania, no ha demostrado su intención de pagarla bajo una situación de grave crisis.

De las dos crisis superadas por Alemania, en la de la I Guerra Mundial siempre se ha considerado que las sanciones impuestas por Francia fueron excesivas e impagables. Aunque Alemania hizo todo lo que pudo por pagar, ya sea mediante argucias de devaluación de moneda o apretándose el cinturón, al final siempre queda una parte de esa deuda no pagada que se asumió como que no tenía sentido ser pagada. La irrupción de la II Guerra Mundial complica cualquier tipo de cálculo sobre estas deudas. Aunque es sabido que hasta hace bien poco, Alemania seguía pagando parte de reparaciones por la I Guerra Mundial, aunque unas cantidades testimoniales y anecdóticas.

Tras perder la II Guerra Mundial, los vencedores tuvieron muy claro que una sanción gravosísima no era solución y en todo momento se trató de paliar la situación alemana tanto como fuera posible. Un hecho poco conocido es que se recurrió a una argucia, aceptada o incluso alentada por los vencedores.

Tras terminar la guerra, Alemania se separaría en dos países: Alemania Federal (RFA) y Alemania Democrática (RDA). La Alemania Federal, la Occidental y heredera de la gran potencia mundial, sería la encargada de atender a esas deudas. Pero se usó el argumento de que no era justo que Alemania pagara por todas las deudas cuando era algo que correspondía a los dos países. En lugar de ponderar las deudas a la parte proporcional del país resultante, lo que se hizo fue anular la deuda(!) porque no correspondía con ese país al 100%. Así, una gran parte de la fama alemana de buenos pagadores es totalmente errónea. Como no se podía pagar y todo el mundo quería una Alemania libre de deudas, se hizo la vista gorda y se obviaron esas deudas, con el beneplácito de todos los países afectados. Pasadas varias décadas, nadie repara en ese dato que no deja de ser importante: el paradigma de pagador no pagó y a nadie le importó.

Finalmente todo quedó en un acuerdo de pago surrealista: Alemania dijo que pagaría “cuando el país volviera a estar unido”. Algo que sorpendentemente acabaría ocurriendo. Y ¿Qué pasó con los títulos de deuda para aquel entonces? Pues que la Alemania unida y perfecta deudora los pagó religiosamente. Ahora bien, una deuda de cuarenta años, sin tal vez aplicaciones del IPC que proporcionaran la deuda, pues sería muy llevaderas. Aparte el principal problema de que la mayoría de estos títulos se habían estado negociando a la baja durante décadas, hasta perder toda liquidez y potenciales compradores. Cuando Alemania anunció que estaba dispuesta a pagar ya no había casi nadie preparado para cobrar esos bonos.

Estos bonos de la Alemania reunificada son uno de los pocos ejemplos que existen de producto financiero cuyo valor ha caído hasta prácticamente cero y que pasadas varias décadas se han revalorizado de forma extraordinaria.

Vía: Un comentario a un artículo del blog de Freakonomics.
Fuentes: London Debt Agreement de 1953.

Alquiler con opción a compra

Aunque dar lecciones inmobiliarias es una prédica en el desierto, aún a pesar de todo lo que ha pasado, una simple indicación.

Tras la debacle de los pisos que no se venden, surge en el mercado un nuevo producto, el alquiler con opción a compra. Se trata de un producto comercial, con un aparente atractivo. ¡Lo mejor del alquiler y la compra en un sólo producto! Y ahí es donde va la gente de cabeza, una nueva hornada de incautos.

El alquiler con opción a compra es simplemente una aberración, salvo contadas excepciones. Es una casa que se ha intentado vender pero no ha encontrado comprador, luego tiene un precio o características que echan para atrás. Y si una casa no es buena para comprar…¡Peor para alquilar! Porque como ya he indicado alguna vez, lo que uno considera un piso con grandes posibilidades (para comprar) es lo que esa misma persona pensaría como un cuchitril (para alquilar). Porque para alquilar tiene que ser perfecto, para compra, no tanto. Nadie que pueda alquila en zonas deprimidas, comprar, casi todo el mundo.

Entonces con este producto estás alquilando algo que no comprarías, o que nadie ha querido comprar. Y te comprometes a comprar en el futuro, o sea, cuando valga aún menos que ahora, al precio donde el vendedor no se quiso plegar a la oferta. Tú dices: no, yo sí te lo compraré dentro de X años.

Pero no, no es una compra, el alquilador tiene total libertad para elegir si quiere comprar, o no. Si es que es perfecto. Pero no tanto. Es una compra a futuro de algo que no se vende, en una época de crisis. La clave de esta trampa para nuevos pardillos está en que un alquiler caro se justifica y casi se agradece (!) con el hecho de que luego se podrá amortizar del precio de la futura venta. Con lo que no sólo es una compra fuera de precios de mercado, sino que además, es un alquiler que no suele corresponderse con los precios de otras viviendas similares.

Además está el juego de la amortización. Si el alquiler es barato, lo que se descuenta del precio final es irrisorio, y si es caro, ¡Pues es un alquiler caro!

En el alquiler con opción a compra se da cita una especie de conjura de los necios. El vendedor que no encuentra comprador, decide pseudo alquilar. Y el potencial comprador que no tiene dinero para comprar o al que el banco ya le ha dicho: “no te doy ni esta hipoteca ni ninguna”, decide alquilar para poder comprar luego. Uno que vende tarde porque no puede ahora, y otro que dice que comprará tarde porque ahora es que es imposible.

Hay varios aspectos siniestros en los alquileres con opción a compra. El peor, casi delirante, es cuando el alquiler empieza como una compra, pagando una entrada. Esto es que simplemente es desquiciante. Pagas por adelantado una cantidad, que pueden ser una o dos anualidades, para asegurarte la compra. Alquilar ahora porque no puedes comprar, vale. Alquilar-con-opción-a-compra porque no puedes comprar, pagando como si fueras a comprar, es de deficiente mental.

En los contratos tipo de estos alquileres se suele estipular que el precio de la vivienda va aumentando conforme al IPC, pero no el IPC de alquileres, que puede y suele ser negativo, sino al genérico. Alquilas ahora y si compras en tres años, es al precio fijado inicialmente más tres años de IPC. Ahora es caro (nadie lo puede comprar) en tres años + IPC puede ser un precio delirante.

La penúltima vuelta de tuerca es la tributación a Hacienda. Con estos alquileres, a veces hay que pagar unos tipos de iva de la preventa. Un alquiler normal, que va sin IVA, se empieza gravar con un 7%, porque sí. Lo dicho, que siempre se convierte en un alquiler caro.

En resumen: un alquiler con opción a compra tiene algún sentido si se hace como media de flexibilidad, desde el lado del alquila-comprador. Pero si se hace porque ahora se querría comprar pero no se puede, es una actuación irracional, pardillaza, ladrillera, que merece la muerte en arenas movedizas.