La edad dorada

Hace unos meses publicó The Economist un especial sobre Nigeria. Se trata de un enorme desconocido pero con unas posibilidades de crecimiento enormes, aunque sólo fuera por la tracción que genera su enorme población actual: unos 170 millones de habitantes – cuatro veces España.

Los artículos mostraban un país lleno de contradicciones, en ciertos aspectos muy avanzado y en otros totalmente primitivo y rudimentario. Uno de los principales problemas que afronta es la falta de fiabilidad del suministro eléctrico. Vivir en Nigeria, ya sea en la capital o en ciudades pequeñas, en un barrio pobre o rico, significa que cualquier día puede haber un corte de electricidad de varias horas o días.

Nigeria se jacta de tener una enorme población de emigrantes. Unos 17 millones de nigerianos viven fuera de su país, una gran parte de ellos en Reino Unido y Estados Unidos. Muchos de sus expatriados mandan dinero a sus familias, siendo esta una importante fuente de ingresos para el país.

Leyendo todos los artículos, con la característica falta de posicionamiento de The Economist, uno se da cuenta de un sorprendente hecho: a pesar de la corrupción, los asesinatos y delitos sin siquiera investigar, la falta de infraestructuras y de luz eléctrica, muchos nigerianos, bien asentados en sus países de acogida, deciden volver a instalarse en su país.

Desde luego, el arraigo y la familia influyen mucho en su retorno. Pero son muchos los que mencionan un sorprendente motivo: Nigeria es un país interesante donde vivir.

Acostumbrados a vivir entre algodones rodeados de todo tipo de comodidades solemos olvidar que muchas incomodidades tienen partes positivas: nos hacen la vida más compleja y, por lo tanto, más rica.

Reflexionando sobre ese artículo – tiempo he tenido – me recuerda a la época de Internet que vivíamos hace 10 años. Nadie tenía Internet en el móvil y un elevado porcentaje ni siquiera tenía conexiones de alta velocidad. La gente se comunicaba por Messenger, Gmail era un sistema de correo minoritario. Terra trataba de ser un gigante tecnológico y tenía una elevada cuota de mercado de las visitas de Internet. Se cuestionaba si la Wikipedia tenía contenido de calidad o siquiera relevante.

Al mismo tiempo vivíamos en una especie de jungla. Las cartas nigerianas te llegaban al correo y tenían su público. El phishing también funcionaba y en Messenger se podía uno inventar la identidad porque nadie colgaba su verdadera foto o su nombre. Había arrestos puntuales por descargas ilegales. En el trabajo no te dejaban navegar por Internet.

Pero como diría García Márquez, el mundo olía como a nuevo. Todos los días había noticias sorprendentes, inesperados productos que se volvían imprescindibles con la misma velocidad que otros perdían todo el interés de inmediato. Las páginas no se veían bien fuera de Internet Explorer, pero ahí se veían muy bien y estaban llenas de detalles originales. Los gifs animados habían conquistado el mundo pero ya estaban en retirada. Los blogs un día florecían para al siguiente, desvanecerse.

En términos absolutos, el Internet de hace diez años era una puta mierda comparado con el de ahora. Pero del mismo modo, el Internet que ahora tenemos está dejando de ser interesante. No hay proyectos sorprendentes que no tengan detrás un montón de dinero. La mayoría de la gente se pasa el tiempo de forma pasiva, reenviando o haciendo me gusta. Nadie escribe, el teclado se ha convertido en una parte opcional de la interfaz, que aparece sólo bajo demanda explícita del usuario. Las búsquedas de Google arrojan resultados de hace 5 o 10 años – que siguen siendo las más relevantes. Internet está ya casi completado y eso lo hace muy útil pero también muy aburrido.

Debemos sentirnos privilegiados de haber vivido esta edad dorada. Volviendo a los nigerianos, uno entiende totalmente que decidan volver a su país.

Perros abandonados

A primeros de año siempre se oye la noticia de la gente que regala mascotas y la alerta de que muchos de esos animales acabarán, pocos meses después abandonados.

La solución que mencionan para evitar este problema es siempre la misma: adoptar perros, en vez de comprarlos.

Es sorprendente como se puede aceptar algo tan falto de lógica, que se repite año tras año, tan solo porque emocionalmente se percibe como la medida adecuada.

Supongamos que los perros fueran teléfonos móviles de última generación y que los que los compran no son otros sino abuelos, con su escasa facilidad para adoptar nuevas tecnologías.

Tarde o temprano se enfrentan a los problemas de usar aparatos tan complejos. En muchos casos la dificultad les supera y acaban solicitando volver a los teléfonos que tenían antes.

Ahora apliquemos la lógica de los perros abandonados: en lugar de comprarse un Iphone nuevo, hubiera sido mucho mejor que se compraran un plasticoso Samsung de gama baja y encima de segunda mano. De esa forma, se evitarían los problemas de abandono de teléfonos móviles.

Lo obvio es que es mucho más fácil que el abuelo sepa manejarse con un teléfono de primera calidad, con usabilidad cuidada hasta el paroxismo y estética provocadora de erecciones, antes que con un telefóno que evoca miseria, descuido y en que nada funciona del todo bien.

El que compra y abandona cuando el cachorro crece y se convierte en un problema es una persona de valores morales en números negativos. Si adoptara un perro, sus valores no cambiarian. Por el contrario, se daría cuenta mucho antes de que no quiere un perro estéticamente mediocre, ya mayor y con posibles problemas psicológicos. Y lo abandonaría. El número de abandonos aumentaría, pues habría más motivos para el rechazo, incluyendo los atenuantes psicológicos de “yo no soy el que lo abandonó la primera vez” y el nada despreciable de valorar poco aquello por lo que no se ha pagado nada.

Adoptar perros es muy noble, pero si le preguntas a una persona que trabaja en un refugio para animales maltratados, ante cualquier problema su solución será “que hay que adoptar más perros”. ¿Violencia de género? Hay que adoptar más perros. ¿Desempleo? Adoptar perros.

La verdadera solución es que ese tipo de personas no compre perros jamás. Y los que si tienen humanidad, que los adopten o compren. Pero como todo tiene que ser democrático, tenemos que aceptar este tipo de consejos genéricos, vacíos de contenido y que, la verdad, nunca solucionarán nada.

Los ricos son más ricos, los pobres son más pobres

La del título es una frase que se repite en los medios de comunicación hasta la saciedad. Como es lógico y uno se siente más empobrecido, al tiempo que critica a los ricos, todo el mundo se queda contento.

Sin embargo el dato es prácticamente una falacia en el momento en que se entiende cómo ha sido calculado. Lo que suele hacerse es comparar un porcentaje o cantidad absoluta de personas de los grupos más pobres y más ricos respectivamente.

En un periodo de crisis, ambos grupos van a estar perdiendo riqueza: esto es de sentido común. Pensar que los ricos no pueden perder dinero es tener una mentalidad infantil, la misma que hace caer en la idea de que existen inversiones seguras – como las preferentes de Bankia – o que si alguien con mucho dinero nos sugiere cualquier inversión, esta nunca puede salir mal.

La estadística que justifica que los ricos sean más ricos y los pobres sean más pobres es un enorme fiasco pues falla en la esencia de cómo se realiza el cálculo.

La falacia del cálculo de los ricos son más ricos es no pensar que si un rico deja de serlo, o incluso un pobre, desaparece de la lista sobre la que se realiza el cálculo. En el caso extremo de ese penoso cuento, puede darse el caso de que un pobre que aparecía en la lista inicial de pobres ahora se haya movido a la lista de ricos. ‘Los ricos son más ricos’ ignora el hecho de que hay muchos ricos que han dejado de serlo con la crisis y por lo tanto, desaparecen del cálculo.

Sí que es cierto que aumenta la desigualdad, pero eso es otra cosa distinta.

Para colmo de males, en España tenemos a uno de los hombres más ricos del mundo – Amancio Ortega. Pero su fortuna es tan grande que mediatiza cualquier estadística (gana tanto como los 13 siguientes más ricos juntos). Si se eligen a los 100 más ricos de hoy y se los compara con los 100 más ricos de hace un año, el dato decisivo para saber si tienen más dinero ahora que hace un año es ver si Amancio Ortega ha ganado más dinero o no. Y ese dato, depende casi exclusivamente de la cotización en bolsa de Inditex, que ha sido siempre creciente.

Así, la frase “los pobres son más pobres y los ricos son más ricos” en realidad sólo significa “la cotización de Inditex sigue subiendo”.

Ahora imaginemos que por la crisis la gente hubiera dejado de comprar en Mercadona – cuyo mayor propietario es Juan Roig, tercera mayor fortuna de España. Hasta el punto de que no entra a comprar en dichos supermercados nadie. La cadena desaparecería y su dueño acabaría en la total ruina. Todos los clientes de Mercadona pasan a comprar en Supermercados Dia%. Y el mayor accionista de esta cadena, asciende, desde el anonimato, hasta ocupar el tercer puesto abandonado por Juan Roig. Si ahora se vuelve a mirar la lista, los ricos siguen siendo igual de ricos, o más. Pero estamos ignorando que ha entrado un no rico y en la lista y ha salido otro.

Thomas Piketty, autor del best seller económico Capital in the Twenty-First Century argumenta en su libro que los ricos consiguen enriquecerse más rápidamente que las clases más populares porque se consigue mayor retorno a la inversión a través del capital que mediante el trabajo.

Sin embargo, The Economist publica un interesante artículo en que contrarresta su teoría con las propias armas que suelen esgrimirse cuando se defiende que los ricos lo son más: la lista Forbes.

En el pasado, las mayores fortunas empresariales mundiales se agrupaban en familias emblemáticas como los Rothschild, los Rockefellers o los DuPont.

En la primera lista Forbes de las mayores fortunas, había 13 Rockefellers y 25 DuPonts. En 2014 ya sólo quedaba 1 Rockefeller. A través de herencias la riqueza se había distribuido entre más personas.

Otro caso significativo es el de la familia Vanderbilt, herederos del mítico empresario americano del siglo XIX que hizo su fortuna con los ferrocarriles y barcos Cornelius Vanderbilt. Apenas 100 años después de su muerte, en una reunión familiar a la que asistieron 120 descendientes ni uno sólo de ellos era siquiera millonario (!).

Historia de una reforma

Como contaba en una anterior historia, me compré un piso para hacerle una reforma integral.

Mientras esperaba a que se acabara de formalizar la compra, empecé a informarme por internet de todo lo relacionado con las reformas. Que es como informarse de la vida en la cárcel a través de las series de HBO. Cuanto más miraba, más cuenta me daba de que apenas si existía información de primera mano fiable.

De un lado están las reformas de revista: gente con mucho dinero que se compra un local antiguo y se gasta una cantidad obscena en reformarlo hasta dejarlo como un pequeño palacio. Y por otro se encuentra uno con cientos de tutoriales y vídeos para hacer arreglos de medio pelo en tu casa. Pero era poco lo que podía leer a medio camino, sobre reformas reales de personas con economía limitada.

Nunca he sido mañoso y no quería empezar a erradicarlo en una casa en que estaba todo por hacer. Necesitaba contratar a una empresa que me lo hiciera bueno, bonito y barato. En una conversación con amigos uno me dejó caer aquel clásico ‘yo conozco a uno que conoce a uno que se dedica a eso’. Cuánta historia de terror que empieza así. Pero al no tener muchas referencias en Internet, decidí hacerle caso, también por aquello de que si luego la cosa salía mal, y ni siquiera hubiera contactado con esa persona, tendría que oír muchos ‘tenías que haber hablado con mi amigo’.

Así que pasado un tiempo, cuando se formalizó la compra, hice la fatídica llamada al amigo de mi amigo. Fue una larga conversación y más o menos me estuvo orientando sobre qué tendría que hacer. Quedamos para ver el piso juntos.

Una vez allí estuvimos considerando las opciones posibles. Qué paredes se podían tirar y cuáles levantar. Posibles problemas y soluciones. Me llamó la atención que, una vez metidos en gastos, tirar paredes era una de las cosas menos caras de hacer. Alejado de las reformas de ciencia ficción – donde la gente instala la cocina donde estaba el salón, el salón donde estaba el baño, el baño donde el dormitorio, el dormitorio donde la terraza – los cambios eran mínimos, condicionados a la situación inicial, pero orientados a tener algo razonable.

Una idea que me dio este chico y que resultó muy buena fue la de crear un proyecto de obra. Un neófito como yo hubiera contactado con distintas empresas de construcción y habría contado ‘aquí quiero echar abajo este tabique y levantarlo más allá’, cerrar la ventana y poner vidrios dobles. En su lugar él me preparó un proyecto profesional en que se detallaba que, por ejemplo, había que realizar una demolición de tabique L.H.D con medios manuales, sobre una superficie de 2,60 metros cuadrados. En lugar de palabrería sujeta a interpretación, chanchullos y estafas posteriores, se especificaba cada tarea con el nombre que los constructores entienden y con medidas concretas no sujetas a engaño posterior.

Lo que en principio podía haberse expresado como una reforma que era unir la cocina con el lavadero, mover un tabique, ampliar el baño si es posible y cambiar puertas y ventanas, se convirtió en un proyecto realizado con Presto – el software más o menos estándar, con mediciones concretas y descripciones al detalle.

Supongo que sólo con eso me ahorré un millón de quebraderos de cabeza posteriores. Y le estaré eternamente agradecido a este amigo de mi amigo. La siguiente fase no era menos compleja: había que encontrar a un constructor que quisiera hacer el proyecto a un precio razonable. Este amigo me hizo una estimación de lo que costaría aquello. Que era un 20% más de lo que me había imaginado al comprar el piso. Tras unos recortes un tanto chuscos, llegamos a la idea de lo que sería la construcción.

En la descripción inicial se habían marcado directrices muy básicas: los sanitarios más básicos y estándares posibles. Enchufes, tomas de luz e interruptores contados. Faltaban cosas que se añadirían al presupuesto posterior, como la mampara de la ducha. En los azulejos se había asignado un presupuesto muy justo que luego seguramente habría que extender. Lo bueno es que todas las compañías tendrían que ajustarse a lo expuesto en el proyecto. Porque el siguiente paso era mostrar el proyecto a varios constructores y que ofrecieran presupuestos.

Así, considero que el paso de conseguir un proyecto fue uno de los grandes aciertos de la reforma. Para mi fue gratis pero creo que es un gasto inicial que permite ahorrar mucho dinero posteriormente.

A la hora de elegir constructores, traté de buscar por mi cuenta, mientras ese amigo buscaba los que él conocía. Siempre he sido un fanático de las opiniones de internet, a las que valoro más que los siempre limitados consejos de amigos. A pesar de la ayuda prestaba, no estaba exento de suspicacias a la hora de asignar el trabajo a alguien del que sólo tendría una referencia positiva. Así, se establecieron dos vías: mis investigaciones por Internet de un lado, que llevaron a una empresa como firme favorita, y del otro las sugerencias de mi amigo, que quedarían reducidas a un constructor del que tenía muy buenas experiencias.

En la mitad del camino quedó mucha gente que fue en parte usada como herramienta de presión para obtener un razonable precio orientativo con el que negociar con las empresas más fiables. Las malas empresas abundan. En un mundo de clientes cicateros, se lucha a brazo partido por colar un gol al otro. Si instalar un lavabo tiene un precio de venta de 75 euros, está el cliente rácano que insiste en que a él le cobren nada más que 70. Y el constructor trapero que dice que sí, que él lo hace por 70, pero que luego, una vez iniciada la obra, indica que ha habido un imprevisto al picar en la pared y hay que usar más cemento de lo que se pensaba inicialmente. Y acaba consiguiendo instalarlo por 80 euros. Esta guerra sin cuartel tiene también sus terroristas, constructores que una vez consiguen el proyecto se aprovechan de la situación para hacer lo que les da la gana y cobrar del mismo modo, aprovechando la situación de casi indefensión del cliente. Si el constructor te dice que hay que cambiar las tuberías, porque las antiguas están inservibles, tienes la opción de buscar una segunda opinión – de nuevo en alguien que no conoces. Pero cuando tienes que cuestionar decenas de decisiones cada día, llega un momento en que no queda otra que confiar en los obreros y las subidas de precio que quieran.

Como decía, al final se llegó a dos empresas que se acercaron al piso para dar una estimación de primera mano. La primera era el Apple de las reformas: una página web exquisita, actualizaciones reales e interesantes en redes sociales, fotos de proyectos, consejos. Valoraciones altísimas en las páginas de reformas: clientes contentos por todas partes. La típica empresa que tiene una imagen tan buena que acaba pareciendo que se irá de presupuesto. La segunda era una empresa chusca de toda la vida con un constructor educado pero parco en palabras.

En la visita de la primera empresa vinieron el dueño de la empresa y la secretaria/oficinista – que haya una chica guapa de por medio nunca perjudicará mi decisión de compra. Tenían un Ipad donde podían verse fotos de otros proyectos. Según nos movíamos por las habitaciones iban resaltando posibles ideas y explicaban lo que se podría hacer para solucionar las dificultades técnicas, a la vez que sugiriendo aspectos estéticos que no se habían mencionado inicialmente. Fue una visita que dejó una impresión a la altura de lo que había visto por internet.

La otra visita fue más hermética, el constructor apenas realizó algunas puntualizaciones. Le pregunté por su forma de trabajar. Usé de referencia la entrevista anterior en que la otra empresa había explicado mucho sobre su metodología. Hubo una pregunta que resultaría decisiva. La empresa de internet me había comentado que ellos jamás comenzaban a trabajar antes de las 09:00, para no molestar demasiado con los ruidos, especulando con el horario de entrada en colegios. Me comentaron que en una ocasión tuvieron que hacer una reforma junto al piso de un estudiante de música y llegaron un acuerdo para no hacer las tareas más ruidosas en el horario en que él se ponía a tocar. Al preguntar al otro, me dijo que él estaba allí a las 08:00 y que se ponía a trabajar sin preocuparse de nada más.

Por cuestión de precio, se llegó a un casi empate. La empresa pija costaba apenas 500 euros más que la otra, una cantidad insignificante comparada con el coste de la obra. Había mucho que poner en la balanza: el constructor tradicional venía refrendado de primera mano por mi amigo, diciendo que era alguien muy profesional y honrado. La otra empresa, por todo internet y una impresión personal estupenda. Preguntando a unos y otros, cada uno te sugería algo distinto. Me pasé un fin de semana entero tratando de decidir que hacer.

El lunes por la mañana tome el teléfono. Con gran dolor de mi corazón, acabé llamando a la empresa del Ipad, de la chica guapa y las referencias por internet, para decirles que lo haría con la otra empresa.

Estaba tan indeciso que podía decirse que ambas opciones me parecían buenas. El criterio que usé para decidir fue descartar a la empresa que parecía que lo haría todo más fácil. La segunda llamada fue para decirles que quería trabajar con ellos. La tercera llamada, de la empresa bien valorada contra ofertando el hacerlo todo por 1.000 euros menos del precio inicial. Está bien usar otras empresas para negociar antes de elegir. Pero aunque iré directo al infierno, me gusta pensar que tengo palabra y me quedé con la decisión inicial.

Si bien la primera empresa podía parecer el Steve Jobs de la reformas, con una presentación irresistible de un gran producto – no dudo que es una empresa más que recomendable – el otro constructor, una vez consiguió el trabajo, empezó a mostrar más de su personalidad, revelándose como el Wozniak o el Fischer de la albañilería. La otra empresa gestionaba muy bien los proyectos, la que elegí tenía a una especie de genio que todo lo tenía dentro de su cabeza. Y esto, lejos de lo que pudiera parecer, era algo excelente. El constructor se dedicó a todas las obras iniciales (básicamente tirar abajo todo lo que sobraba y empezar a levantar lo nuevo). A mi me preocupaba que al principio se avanzaba muy lentamente, pero luego vería que en realidad se estaba abonando el terreno para un desarrollo directo.

El constructor sugirió muchos cambios a la propuesta inicial, pero casi todos eran irrechazables, razonables y no especialmente caros. Su obsesión por marcar líneas más rectas – el piso estaba lleno de repugnantes líneas oblicuas y paredes redondeadas – sería un éxito estético posterior. En muchos casos renunciando a centímetros cuadrados pero en pos de una definición más razonable. Fue en sus propuestas en lo que más notaba que no estaba tratando de engañarme, pues eran casi siempre ideas muy racionalizadoras.

Acostumbrado a vivir de alquiler, donde no puedes ni elegir los agujeros que haces en la pared, el hecho de tener que definir una casa completa, partiendo de la forma de las habitaciones, tenía un punto irresistible pero al mismo tiempo desasosegante. Cada día había que decidir en minutos un par de puntos importantes de la construcción. ¿Modelo de lavabo? ¿Posición de enchufes en la cocina? ¿Color de azulejos del suelo? ¿El rodapié normal o doble grueso? ¿Color de la pared de esta habitación? ¿Dónde quieres la rejilla del extractor de humos? El miedo a que el constructor fuera un autista que apenas comunicara se desvaneció al poco tiempo, con continuas consultas sobre todo tipo de decisiones, a veces demasiado triviales pero que evitaban hacer algo sin consultar.

Desde luego la reforma fue angustiosa: retrasos, problemas con los vecinos, subidas de presupuesto que dejaron mi cuenta al límite, visitas para ver que en ese día nada había cambiado. Pero en general todo dentro de lo tolerable. Uno de los puntos que marcaría la reforma sería la esquina de la cocina donde iba la lavadora. Durante semanas, siempre que iba allí, me encontraba al constructor trabajando en ese espacio. Siempre me explicaba algo distinto: el pilar estaba torcido, pero había conseguido alinearlo un poco, incluso picando parte del hormigón. El techo estaba a dos niveles pero lo había logrado casi nivelar. El escalón del suelo había conseguido quedar invisible. No podía entender cómo podía dedicar tanto tiempo a tan pequeños detalles. Me explicaría que si se retrasaba con los plazos era porque le gustaba dejar las cosas bien hechas, aún a riesgo de recortar su margen de beneficios.

Según me decía, faltaban apenas dos semanas pero yo lo veía todo por hacer. El constructor tenía ese aire victorioso tras completar un proyecto pero no había ni cocina, ni puertas, ni ventanas, ni suelo y el cuarto de baño estaba totalmente vacío. La base, que era dejar bien trabajadas las superficies, era lo importante. El mismo día que entregaban el piso pude ver cómo se hacía todo lo que parecía mucho trabajo en apenas unas horas. Mientras bregaba con la instalación de Internet de Jazztel, había dos pintores pintando el salón, un tipo cortando los marcos de las puertas y otro colocando la tarima como si no hubiera mañana. El constructor terminaba de instalar el lavabo mientras en un visto y no visto, se colocaban los cristales de todas las ventanas. Parecía como en un programa de esos de reforma sorpresa pero en plan real: lo que horas antes era un piso a medio hacer se convertía en una casa. Cuando volví por la tarde me encontré la casa que había estado planeando durante meses.

La gran virtud del constructor fue rodearse de gente con la que lleva trabajando años. Él sabía de su propio buen hacer, pero al mismo tiempo confiaba plenamente en el electricista, en los yesistas, en los pintores, en los montadores de puertas y los de ventanas. Así podía trabajar con total seguridad de la satisfacción del cliente. Cuando me entregó el piso lo hacía con la seguridad de que todo funcionaría bien.

La aventura de comprar un piso terminó con final feliz – por ahora. Tras volcar tanta energía en un proyecto, cuando eliminas todas esas tareas y preocupaciones de tu vida te entra una especie de vacío que de forma natural se suele cubrir teniendo un hijo. Ojalá no sea ese mi caso.

Economía para los pobres

Hace ya varios meses que leí un excelente libro: Poor Economics: A Radical Rethinking of the Way to Fight Global Poverty. El libro trata sobre qué medidas eficaces pueden tomarse – y se están tomando – por parte de programas de ayuda humanitaria, para mejorar la situación de los más pobres.

La mayoría de la gente se preocupa por los pobres de forma burda y superficial. Ayudar en el tercer mundo se ha convertido en una patética forma de estatus. Pasar unos meses en un país de África es una peligrosa moda, tan extendida como tirarse un año de Erasmus “porque yo lo valgo”.

Porque “ir a ayudar” no significa que se ayude. La mayoría de las habilidades de un joven de 20 años en un país desarrollado son inútiles en uno muy pobre, especialmente cuando ni siquiera se habla el idioma del país de destino. Incluso los conocimientos médicos a veces no son directamente aplicables, por la falta de medios. Casi todos los que van a uno de esos países como misioneros lo único que hacen es perder el tiempo, sentirse muy bien, especiales y quedar de lujo con los amigos cuando se está de vuelta.

Cuando se da dinero a una causa humanitaria casi nunca se piensa si ese dinero estará bien invertido. Se asume que un porcentaje más o menos grande se perderá por el camino. Pero lo que no se piensa nunca es que, en muchos casos, lo que se haga con ese dinero no servirá casi para nada. Incluso puede ser contraproducente.

Uno de los principales problemas de cualquier ayuda al tercer mundo es el daño en la economía local. El libro cuenta el caso de la distribución de redes antimosquitos: una de las medidas más importantes para conservar la salud en regiones tropicales. Muchos planes de distribución gratuita de estas redes han acabado arruinando a empresas locales que se dedicaban, con mayor o menor éxito, a su venta.

No es trivial cómo solucionar el problema. Si se le da el dinero a la gente para que compre las redes, acaban gastándoselo en otras cosas, porque no son conscientes de cuáles son sus verdaderas necesidades. Los precios de venta y modos de distribución de esas empresas locales no son competitivos para una compra a gran escala. Algo tan simple como darle a la gente lo que más necesita dista de ser sencillo.

En general los pobres no tienen ni idea de cuáles son sus mayores problemas: viven al día. No piensan que estadísticamente un 20% de ellos contraerá SIDA y un 25% morirá a causa de enfermedades iniciadas con picaduras de mosquito. Si tuvieran suficiente dinero, se comprarían una televisión.

Los pobres carecen de partes de información fundamentales y creen en cosas que no son verdad. Cuando tienen una creencia firme suele ser incorrecta, acaban tomando decisiones equivocadas, a veces con consecuencias dramáticas.

Muchos de los esfuerzos en crear escuelas y escolarizar a los niños son vanos. Los alumnos atienden cientos de horas de clase donde no aprenden casi nada práctico. Los profesores son pésimos y faltan a menudo. Los planes de estudio son ineficaces. Millones de euros invertidos en una enorme pérdida de tiempo, que al mismo tiempo erosiona la imagen de la educación ante los ojos de esos pobres. Si en un futuro consiguen algo de dinero, jamás lo dedicarán a aumentar la formación de sus hijos.

Si se le da directamente el dinero a los pobres, se lo suelen gastan en tonterías o con poca cabeza.

Le preguntamos por qué había comprado un televisor, un DVD, etc. si pensaba que su familia no tiene suficiente para comer. Se rió y dijo “¡Oh, pero la televisión es más importante que la comida!”

En muchos casos hay que pagar a la gente para que haga algo que es bueno para ellos. Por ejemplo, dar más comida a aquellas familias en que todos los hijos vayan a la escuela. Si no se les paga, las familias no enviarían a sus hijos, aún cuando fuera gratis.

Quizás el mayor problema del tercer mundo no es el hambre, ni la guerra, sino que las mujeres tienen demasiados hijos. Cada embarazo es una situación de enorme riesgo para la salud de la madre. Una familia con muchos hijos está condenada a ser pobre para siempre y a verse rodeada de problemas – “Una familia pequeña es una familia feliz”. Etiopía tiene 6.12 hijos por familia, una barbaridad. Así, casi lo mejor que puede hacerse con el dinero que se dona al tercer mundo, son planes de esterilización – algo que suena nazi, pero que es una cruda realidad. Una delirante pero muy eficaz medida fue la de multar de forma diferente a los que usan el tren sin pagar en la India. Si el infractor está esterilizado, la multa es menor. Este tipo de ideas geniales nunca las verás en documentales molones sobre ONGs. Pero hay mucha gente muy ingeniosa trabajando en ayudar a los pobres, a veces de formas que son poco intuitivas pero muy eficaces.

En la lucha contra el SIDA, medidas “occidentales” como distribuir preservativos, son totalmente ineficaces. Uno de los mejores métodos resultó ser puramente estadístico: la probabilidad de que un hombre tenga SIDA aumenta con su edad. Convenciendo a las niñas de este hecho, se consiguió disminuir la diferencia de edad entre maridos y mujeres – lo habitual es que una mujer se case con un hombre mucho mayor – y con ello, los datos de contagio se redujeron considerablemente.

Hay un capítulo bastante interesante sobre los microcréditos. Aunque se mencionan a menudo en los medios de comunicación, poco se sabe sobre ellos. Es muy curioso que los tipos de interés que aplican – a veces hasta un 25% – serían considerados usura en occidente. El problema es que la situación crediticia es tan débil en esos países que es frecuente encontrar créditos a un 4% diario, con lo que los microcréditos pasan a ser mucho más baratos en comparación. No obstante no sirven para todo el mundo, pues a veces sus condiciones son demasiado inflexibles para la vida de personas que se pueden tambalear por una inesperada enfermedad o la muerte de algún hijo. Los pobres tienen un serio problema en la inexistencia de un sistema bancario. Nadie ahorra nada, y de esa forma, cualquier situación provoca la desgracia de toda la familia.

Sobre los emprendedores del tercer mundo, el libro cuenta que en la mayoría de los casos surgen por una necesidad, al no poder conseguir un trabajo por otros medios. Una estadística que seguramente se pueda extrapolar al primer mundo:

Uno de cada cinco negocios que sólo tenían un empleado (autoempleo) en 2002, pasaron a tener otro empleado en 2005. Pero casi la mitad de esos negocios de un sólo empleado habían desaparecido en 2005.

(Esta segunda frase no hace falta que la pongáis en el Twitter).

Y otra frase totalmente aplicable a nuestro mundo, y que se ha visto con la crisis actual:

La estabilidad en el puesto de trabajo es lo que distingue a la clase media de los pobres.

Algunas ideas del libro son de ciencia ficción pero muy creativas. El concepto de subcontratación de ciudades. Ceder la soberanía temporal de ciudades a países más capacitados para que las dirijan y las lleven hacia la prosperidad, usando el ejemplo – no voluntario – de Hong Kong.

Para terminar, una frase que resume la idea de tener hijos en el tercer mundo:

Para muchos padres, los hijos son su futuro económico: una póliza de seguros, un producto de ahorro y algunos billetes de lotería, todo envuelto en un paquete de pequeño tamaño.

Os recomiendo la lectura del libro, es muy revelador y pragmático.

Bingo

bingo

Hay tres experiencias eminentemente bajunas: ir a un prostíbulo, a un casino y al bingo. Quizás el bingo sea el menos interesante de los tres lugares, pero faltaba en mi listado de experiencias imprescindibles – que ni incluye plantar un árbol ni tener un hijo.

Fui con un amigo al bingo más famoso de mi ciudad, que tiene hasta una parada de taxis propia. Ahora los bingos no se entienden como forma de ocio, pero en su momento eran una de las principales alternativas – casi todos nuestros padres han estado en el bingo y muchos de forma habitual. Salir de copas pero ir al bingo antes o después. La cita del bingo era un clásico en la estrategia de seducción. Basta con examinar la ubicación privilegiada de algunos de los locales para darse cuenta de que ese negocio, alguna vez, fue muy próspero.

Lo curioso de sitios como el bingo es que el público habitual es personas con poca formación. Y todo el mundo sabe cómo se juega al bingo. Pero cuando entras en uno, estás totalmente perdido. Sirva esta entrada como guía para aquellos que tengáis un lado bajuno que os neguéis a ignorar.

Lo primero es dejar tu DNI para que te preparen una ficha y comprueben que tienes la edad mínima. También que no estás en la lista de personas que se han autoexcluido de los locales de juego. Nos dejaron pasar sin incidencias.

Delante nuestra, tres clientas de libro: gitanas desaliñadas, con ropa de mercadillo, pelo no Pantene y surtido de bisutería. Mientras se juega al bingo se exige un silencio absoluto, por lo que no te dejan entrar en la sala hasta que concluye la partida en vivo. Ahí nos tocó esperar unos minutos con tan grata compañía.

Entramos en la sala. El aspecto oscuro recuerda a los casinos. Un montón de mesas enormes, como para sentarse ocho personas. En cada mesa, apenas dos o tres jugadores. Buscamos mesa desesperadamente, sin encontrar nada libre. Como dos hoygan, nos sentamos en una mesa apartada, hasta que alguien del personal nos dijo que ahí no nos podíamos sentar. Eso al menos, sirvió para que nos explicara un poco: lo normal es compartir mesa con otra gente.

Volvimos a buscar sitio, esta vez considerando los posibles compañeros de mesa. Las opciones eran todas malas: parejas de más de sesenta años. Grupos de jubiladas de más de setenta. Hombres solos y no exentos de problemas. Gitanas. Barajando entre pésimas opciones, encontramos una mesa libre. Comienza la diversión.

Ganar a la banca

A pesar de querer vivir la experiencia, las intenciones de perder dinero eran mínimas. Es más, nos planteamos el reto de ganar dinero. Todo basado en un hecho poco conocido por la mayoría de la población: la comida y la bebida en los bingos es muy barata. Así que si vas buscando tomarte unas copas tiradas de precio, el bingo es uno de los locales más a considerar. Precios de bar de barrio lleno de borrachos. En nuestro caso nos lanzamos de cabeza a la oferta del día: cena gratis.

Si sólo vas por la comida gratis, es importante ir bien vestido. Así que desempolvé el traje que sólo uso para experiencias extremas y llegamos al bingo con un aspecto Ocean’s Eleven que sabíamos era totalmente inapropiado. La gente que va al bingo no sólo viste con ropa de calle, en muchos casos son modelitos que pasarían por un pijama. Vestidos con traje y corbata, el cantazo estaba asegurado.

– Venimos por la cena gratis.
– Para eso, hay que jugar.

El objetivo pasaba a jugar lo mínimo posible para tener derecho a esa cena. Jugamos dos cartones de trámite. Costaban dos euros, de los cuales el Estado se queda con 0,40€. La empresa se queda otros 0,40€ y el resto, se juegan entre todos los participantes. La tensión se corta con un cuchillo mientras se dicen los números a toda velocidad. Una partida no durará más de dos minutos y el ganador del bingo suele serlo tras unas 75 bolas – entre las que se ha cantado una línea. La velocidad es frenética, así que si pierdes un número, porque alguien te ha distraído, se despiertan tus ansias de matar. Evita ser el causante de ese ruido.

Cuando se canta el bingo o la línea, se dispone de un sistema automático que detecta inmediatamente entre todos los cartones vendidos si hay un ganador. La verificación es casi instantánea y no admite errores. En la sala estábamos unas 80 personas. Por ganar un bingo, el premio eran unos 100 euros y se paga en efectivo en el acto.

Tras quedarnos a varios números de esperanza de premio, pusimos cara de tener hambre y pedimos al camarero. Había que jugar más.

Entre partida y partida hay un descanso de unos tres minutos, que sirve para que la gente hable, coma, tome sus bebidas, tenga algo parecido a un descanso. Los vendedores reparten los cartones a 2€ y los camareros sirven la cena. Nosotros observábamos de tapadillo la fauna de semejante circo humano. Dejamos pasar un par de partidas y volvimos a comprar dos cartones, con certidumbre de derrota.

Tras volver a perder, el camarero nos vio con mejores ojos. Pudimos pedir la bebida, la comida era menú único. Al rato aparecería la sopa, pero para entonces ya habíamos vuelto a perder: dos cartones más. Dos por dos por tres ya son 12 euros perdidos.

Qué decir de la sopa. Tomarte una sopa templada, mientras cantan números, en semi tiniebla, rodeados de personas hostiles que insisten en que compres más cartones. Al margen del desfavorable entorno, era peor que comida carcelaria. Tropezones escasos, salados y duros. Todo aderezado con el típico chusco de pan imprescindible en los menús del INMSERSO, que ni me molesté en quitar del envoltorio de papel.

Entre primero y segundo, y para tratar de digerir la sopa, fuimos a por otro cartón más. Jamás tuvimos opciones de acercarnos a un premio. Algunos se enfadaban por no haber conseguido su bingo – haberse quedado a falta de un número. Para nosotros era cuestión de tener nuestra cena low cost.

Llegó el segundo y aunque el aspecto era aceptable, la calidad era inexistente. Una ensalada embadurnada en un aceite muy poco virgen. Una sepia rebozada, más bien templada. Aunque se dejaba comer todo, era rancho de la peor calaña y nutricionalmente un crimen de lesa humanidad.

Dimos cuenta de esa porquería, esperando al postre que era la crónica de una muerte anunciada. Piña y melocotón en almíbar, sin paños calientes. Menú carcelario, de camping, de scouts, de escuela de verano, de comedor social. A euro la tonelada. Ya no recuerdo bien si jugamos algún cartón más. Incluso contando casos de comida en mal estado y cenas en China señalando un amasijo de signos en la carta, era lo peor que había comido en toda mi vida. Ahora bien, tirando de money-value, había sido una cena para dos a unos 16 euros. Precios de McDonald’s con opciones de haber ganado un premio de 100 euros.

Mientras estábamos en los postres se nos sentó una pareja en la misma mesa. En los cincuenta largos, ambos parecían estar bastante borrachos y trataban de hacerse los simpáticos mientras tachábamos números con menos esperanza que un náufrago. Cuando terminó la partida, se pelearon por elegir entre los dos cartones que les habían vendido – uno traía suerte, el otro no. Nosotros ya estábamos en retirada, la típica sensación de haber ganado a la banca y hecho un poco el gilipollas. Luego pensé que si escribía sobre nuestra experiencia y lo llenaba todo de publicidad contextual, recuperaría algo de mi dignidad perdida.

Creatividad y trabajo

Sé que es patético pegar un texto tal cual sin siquiera traducirlo. Por eso pido disculpas. Pero está en Quora, que no es enlazable sin estar registrado – o puede que no permanentemente – y me ha parecido de mucho interés, es una pena que se pierda pasado un tiempo. Coincido con lo que dice el autor al 100%. La creatividad no está en el trabajo que haces (ser músico vs ser fontanero) sino en cómo lo haces. Un músico que siempre toque las Cuatro Estaciones tiene menos creatividad que la señora de la limpieza del Metro.

Why is it difficult for creative people to find satisfying jobs?

Creativity is widely regarded as a valuable skill in the workplace. But in my observations, most self-described “creative” people (artists, designers, writers, musicians, actors, etc.) have trouble finding jobs that satisfy their creative needs and also pay a living wage.

It’s simple. Because people with ‘creativity’ or at least, who think themselves creative, have this idea subconsciously drilled into them from a young age that only a select number of professions are ‘creative’ – actors, writers, fashion designers, artists, musicians, writers, designers etc. This leads them to join the above-mentioned professions in droves. It also convinces people who join the ‘drone’ professions believe that they aren’t/don’t need to be creative.

I am no exception. I am one of these ‘self-described’ creative people. In the past I have been an artist, musician, graphic designer and even acted in a couple of plays. These days I write a lot, love playing the guitar, my design skills are rusty but I try to take some time out to sketch, and I despise acting and theatre now. There’s nothing wrong with having any of these skills or pursuing them passionately- however, this superficial conception that areas like these are the ‘only’ way to be creative is devastatingly misleading.

All professions benefit from creativity- but all of them are not equally ‘easy’ to be creative in. I’m working hard on improving my technical skills right now- and it’s going to take a lot of study and learning from others before I’m at a stage I can do something original on a regular basis.

(Now I’m going to get flamed and downvoted by people I don’t give a shit about- for what I say next- too bad: keep living in your little bubble)

Firstly- the professions people typically associate with creativity are saturated. Too many people trying to prove that they are the most creative individuals out there in the world. A lot of it is from hedonism, really.

They are the easiest way to be creative.

The barrier to entry is low- you don’t need much of an education to get into any of these fields. This makes people think that education and creativity are anti-thetical.

They are not analytical or mathematical. Once again, it leads to this ridiculous notion that scientific or mathematical skill is somehow detrimental to creativity- leading to such individuals to reject careers in say- Engineering, Science or Business.

Now, there’s a hint of truth to these stereotypes- a Scientist/Engineer/Manager works under a lot of constraints laid upon him by the laws of nature or economics. You can get by in some of the ‘normal’ professions by not doing anything creative at all.

People in the ‘superficially creative’ professions seem to have fewer barriers to work with, or this seems to be true. Not only this: people from these professions- actors, musicians etc, seem to get a lot more attention and lionization from society in general.

The creativity of people from other fields is ignored. The outcomes of their creativity can potentially have far, far greater reach and ramifications than even the greatest of the ‘artists’ and ‘musicians’- and the world needs more creative people making an impact in professions deemed ‘uncreative’ than they need artists. Beethoven was amazing, but if I were to measure his impact on the world it would be negligible compared to some unknown Indian pharma CEO pumping out cheap drugs for Africa. The latter’s ‘creativity’ was in exploiting a situation and setting up efficient supply chains.

The kind of creativity these professions demand is not easy (more flame material here). It requires a tremendous amount of knowledge and understanding of often extremely complex material before it can translate to creativity.

Look at your computer. Unless you have advanced degrees in electrical engineering and computer science: you have no freaking idea how it works.

Some guy built it though. Lots of guys- in fact. They visualized everything from the flow of electrons to the storage of information microscopically to the way in which you interact with the machine. That level of creativity: that is fucking incredible, and exceptionally rare.

Every time I hear Picasso or Monet or Jackson Pollock mentioned as some kind of paragon of creative thought process across all fields- I feel like socking someone in the jaw right there.

Every single component of your computer- from the rechargeable battery to the LCD display, signal modulation that lets you use wifi and communicate wirelessly, the millions of tiny transistors, the processing unit that computers and displays graphics- is a greater achievement of human creative spirit than anything Monet and Pollock did- and it’s about damn time that we start understanding that creativity is not about drawing or singing.

It’s a way of looking at things with a fresh perspective. Anything. Even business, or medicine or engineering which are seen to be for ‘geeks/nerds/preps’.
These professions can often become quite mechanical, yes, but that’s why they need creative thinkers who are willing to take on the challenge.

It’s easy to be creative if you’re an actor or musician. Anyone with a mediocre skillset can claim to be superficially ‘creative’ in this sense and be acknowledged as such by society. Art and music and writing give me a lot of peace of mind, and keep me mentally stimulated and receptive to new ideas. I have created some great art, I have composed songs that I am in love with.

But I would have to be a masturbatory fool to think that this was somehow ‘more creative’ than the people who created Quora, Google, Microsoft or Amazon- or any of the hundreds of startups trying to solve problems in ways that I could never have even thought of.

It’s hard to be creative if you’re an engineer or businessman or mathematician or a system builder of any sort- you have deadlines and constraints to meet. You won’t get any respect, your creativity will neither be understood nor appreciated by the general public. Your creativity needs to survive and then thrive even after 2 or 3 decades of social conditioning that tries to turn you into a drone- of having people trying to convince you that that what you’re doing is menial, mechanical, mediocre, generic, or just generally incomprehensible.

That is rare, and that is why it is valuable.

Economía experimental

He estado leyendo un artículo sobre los inicios de China en la economía de mercado, cuando decidió que al comunismo había que darle un lavado de cara, sin perder lo esencial.

Siempre que se habla de comunismo se entiende que es una ideología equivocada, y que por lo tanto todo lo que salga de ella, es erróneo. Esa fallida forma de pensar la tenemos enraizada y nos es imposible eliminarla del todo. Y claro, cuando se ve que el país comunista progresa, la gente cada vez está mejor, y no hay verdaderos síntomas de que la cosa empeora, nos cuesta entender cómo es posible, si lo que hacen está todo mal.

En 1980, China concede a la ciudad de Shenzhen el régimen de zona económica especial. Es decir, convierte a la ciudad en un sitio donde las normas son diferentes al resto del país, en cuestiones de impuestos y leyes económicas.

Está claro que en su momento lo pintarían de una forma diferente, más autoritaria y aparentemente clara. Pero con el paso de los años, se entiende que lo que allí sucedió fue un experimento de nuevas formas de desarrollo económico. Se abrió la oportunidad a que empresas extranjeras (en este caso del extranjero más nacional posible, Taiwan) se instalaran en la región. Ahí surgieron las primeras fábricas, deshumanizadas pero que pagaban salarios muy superiores a la media del país. Shenzhen pasaría de tener 300.000 habitantes en 1980, la población de Vigo, a 10 millones en el 2010, la población de todo Cataluña y Galicia, juntas.

Y sí, seguro que en Shenzhen se come fatal y no se puede votar libremente cada cuatro años. Pero algo debería decirte que no les ha ido nada mal.

En la situación actual de crisis, me ha llamado la atención que el Estado plantea escenarios negativos con salida gradual hacia la recuperación. Tras atravesar muchos años de deterioro económico. Se han tomado muchas medidas equivocadas y acertadas. Pero no se ha realizado ni una sola medida experimental. Lo más parecido a una medida experimental son los llamados “globos sonda”, que consisten en decir que se va a tomar una determinada medida, esperar a ver la reacción de la prensa, y en función de dicha reacción, modificarla o dejarla más o menos igual.

Y eso es lo que me sorprende, que el sistema en el que vivimos se ve obligado a tomar medidas que se suponga siempre que son la mejor de las medidas posibles y que tendrá un éxito garantizado. Esto lleva a regulares reformas educativas, cambios del sistema impositivo y medidas a corto plazo continuas, que son bandazos sin rumbo alguno. Es interesante el ejemplo de China, un país que toma medidas experimentales en regiones concretas. Si funcionan, el modelo se extiende. Si no, se olvida. En el peor de los casos, el daño habrá sido localizado y reducido. Se pueden realizar muchos experimentos a la vez, por el mismo precio con que se toma una medida extrema, que funcionará o no.

Me imagino que esto de los experimentos no es posible debido a la propia esencia de la democracia. No la democracia de votar cada cuatro años, sino lo que nos venden que va en el kit, de que todos somos iguales en todo, para la bueno y para lo malo. Si se toma una medida que afecte sólo a la Extremadura, hay dos opciones: que se quejen los extremeños, por considerarla equivocada, o que se quejen todos los demás, por desearla para ellos.

En resumen, tomar medidas empíricas suena a que no se sabe lo que se hace, mientras que enumerar el camino a seguir para salir de la crisis es lo que suena a científico, seguro de sí mismo y eficaz. Lamentablemente los resultados son claros: no salimos, no vamos camino de salir, y no sabemos si saldremos. Eso sí, votar, votaremos.

El penúltimo robo de Bankia

Los que compraron acciones de Bankia, o participaciones preferentes, han sido engañados, más o menos conscientemente, una y mil veces, hasta sustraerles casi todo su dinero.

300.000 euros en acciones, compradas el día de la OPV (oferta inicial), valen ahora algo así como 5.000 euros, si se venden a precio de mercado. En eso han tenido mucha peor suerte que los inversores de preferentes, que pelean por conseguir algún tipo de compensación. 300.000 euros de preferentes valían hoy 75.000 euros.

Los que tenían participaciones preferentes por fin pueden acceder a algo de dinero, una cantidad ridícula, pero que por lo menos pueden llevarse al bolsillo, tras meses de enormes incertidumbres.

No se sabe qué será de ellos, posiblemente tengan opciones de ganar las reclamaciones que han puesto. Es curioso que en estos casos, se premiará a la estupidez. Si eres analfabeto, muy mayor, con pocos estudios, tus opciones de recuperar dinero son mayores que si tienes algo de formación. Y en todos los casos han sido engañados por igual, porque simplemente el banco les habló de unas condiciones que no eran ciertas, en todos los casos.

El caso es que ahora surge una situación realmente grotesca, y es que los preferentistas de Bankia podrían perder mucho más dinero en caso de que ganaran sus reclamaciones. Y me explico:

Un preferentista que hoy haya recibido sus acciones, las habrá vendido en muchos casos al precio ridículo actual, en torno a los 0.5 euros. Y seguirá reclamando, como debe. Pero si el juicio se acaba retrasando mucho, y por uno de los muchos imponderables de la bolsa, resulta que Bankia se revaloriza mucho, puede llegar el día del veredicto, en que un juez de la razón a ese pequeño inversor, condenando a Bankia a devolverle todo su dinero.

El juez le devuelve su dinero, pero él a cambio, tiene que devolver lo poco o mucho que le haya dado Bankia a cambio. Que en este caso, serían las acciones. Y como las vendió hoy, o tal vez mañana, tendrá que comprarlas de nuevo. En la bolsa, al precio que coticen entonces, no al que él las vendió, sea el que sea.

Y es entonces cuando puede darse la situación de que el precio sea elevado, en proporción al actual. Hasta el punto de que el inversor puede verse en otra situación delirante: tener que pedir prestado dinero para comprar acciones de Bankia, caras, y así recuperar su dinero contante. Pero en este caso, si las acciones son caras, la diferencia respecto al precio actual de venta, pueden significar que quizás pierda un porcentaje elevado de su dinero. No es nada improbable que las acciones valgan dentro de unos meses hasta el doble que ahora, sobre todo teniendo en cuenta que la demanda potencial aumentaría. En tal caso, este inversor habría perdido el 50% de su dinero aún en el caso de que ganara su reclamación(!), más los costes derivados de conseguir el dinero para recomprar las acciones y las costas judiciales.

Es muy poco probable, pero no imposible, que ese inversor se encuentre incluso en la situación de que pierda más en caso de ganar la reclamación que si la pierde. Siempre bajo el supuesto de que vende las acciones en estos primeros días, y esté a la espera de una reclamación, y tenga la suficiente cara de tonto como para esperar ganarla.

Así, aunque en otros lugares se diga lo contrario, recomendaría a los preferentistas que han obtenido acciones que no las vendan. Para evitar un mayor sufrimiento, una mayor incertidumbre, al sufrir viendo cómo sube la cotización de unas acciones que no tienen. Porque sucede justo lo contrario de lo que se ha dicho: muchos venden para “pasar página” y cerrar la herida, pero la verdad es que mientras se esté a la espera de la resolución, la situación es incierta y peligrosa.

Para los que ya han liquidado al muerto, vendiendo las acciones, que tengan cuidado si leen esta historia. Pueden pensar “si las vendí a 0.50€ pero surge la oportunidad de comprarlas a 0.25€, lo hago y si en un futuro gano la reclamación, podré devolverlas incluso ganando algún dinero”. Porque en este juicio, cuanto más pardillo se sea, menos inversor, mejor. Y es que el principal argumento de la defensa es ese, tratar de justificar que el afectado no es tan tonto como parece.

Cuidado entonces, si has perdido mucho hasta ahora, podrías aún perder más. Y es que Bankia no da alegrías ni aún ganando.

Cómo enviar dinero físico por correo

¿Cuál es la forma más segura de enviarle a alguien 1.000 euros en efectivo (billetes de papel)?

Corta dos billetes de 500 euros en tres partes cada uno. Coloca los tres lados izquierdos de este billete en un sobre, los derechos en otro y la parte central en un tercer sobre. Envia los sobres por separado.

Un tercio de billete no tiene valor legal alguno, así cada envío por separado no vale nada. Sin embargo, los bancos te devolverán el importe íntegro de un billete siempre y cuando poseas al menos el 51% del papel de dicho billete. Así, aunque perdieras uno de los sobres, el destinatario recibiría sus 1.000 euros.

Puedes eliminar por completo el riesgo de pérdida (y ahorrar gastos de envío) a cambio de aumentar la latencia. Si esperas a que el destinatario te confirme que ha recibido un envío, antes de enviar el siguiente. Si un envío se pierde, divides los billetes en partes más pequeñas, con lo que te aseguras que entre tú y el destinatario siempre tenéis más del 51% de los billetes. En el momento en que el destinatario tenga el 51% de los billetes, puedes dejar de enviar trozos, ahorrando costes.

Brillante respuesta de Ben Maurer, uno de los fundadores de recaptcha, en Quora. Es una traducción literal, adaptada a euros y a la legislación europea (idéntica en ese aspecto a la estadounidense).