Vivimos un tiempo de aparente tolerancia. Se respetan las religiones que no son propias del lugar en el que vivimos, pero al mismo tiempo detectamos en ellas aspectos que no nos gustan y mientras mostramos la cara amable de la tolerancia, con cara de póker se regula en contra de las religiones exógenas.
Ante algunos de los aspectos del islamismo que menos gustan, como son los aparentes signos de opresión de la mujer del pañuelo y el burka, en Europa han proliferado normativas que tratan de prohibirlo. Pero en un gesto de desagradable hipocresía se envuelven en leyes genéricas que tratan de ocultar lo concreto de sus objetivos: prohibición de los símbolos religiosos en escuelas o lugares públicos.
Pero no hay cambio que no acabe produciendo sus damnificados. Para algunos es la teórica prohibición de llevar crucifijos, bastante anodina. Sin embargo las religiones son más diversas que la partida de mus entre las grandes religiones. Y con toda esta normativa reguladora hay una religión que, sin culpa alguna, queda herida de muerte: Los sikhs.
De aspecto desaseado pero bonachón, esta religión fundada por Guru Nanak tiene como principios guía la Igualdad, la Libertad, La Justicia y la Verdad. Entre sus oraciones diarias los sikh tienen que rezar por el bienestar de la humanidad.
Alejada de los extremismos, se trata de una de tantas religiones orientales de principios pacíficos y honorables. Y como todas tendrá sus seguidores de almas oscuras, sus fieles convencionales y sus líderes admirables.
El caso es que la religión sikh, fuertemente afincada en la India y en países receptores de emigración hindú, se encuentra, sin comerlo ni beberlo, afectada por una sociedad que querría prohibir el pañuelo y el burka pero que finge prohibiendo los símbolos religiosos.
Y es que para los sikh hay un precepto inquebrantable: les está prohibido cortarse el pelo y tienen la obligación de llevar un turbante que cubra sus cabellos. No se trata de un símbolo que pueda ser entendido como de opresión ni un aspecto accesorio de la religión: es una pilar inquebrantable de la misma y una condición Sine Qua Non.
Así, mientras que para los islamistas se puede argumentar que si el pañuelo es una moda reciente o una visión particular del Islam, los sikh, se encuentran con una ley que no iba con ellos pero ante la que no hay rodeo posible. Su única opción es luchar contra dichas leyes.
La situación de los sikh difiere mucho según los países. En Inglaterra históricamente la población sikh siempre ha sido notable. En Estados Unidos y Canadá también están bastante asentados. Sin embargo en países como España son casi inexistentes. Sorprende encontrar que en Italia están relativamente extendidos, así como en el este de África.
Pero los feudos sikh por excelencia son la India, donde son algo más que una minoría, e Inglaterra-Canadá-Estados Unidos. La situación en estos países es mucho más estable. De un lado los países americanos, publicitados en Europa como opuestos a todo lo extremo, tienen una fama merecida de respeto de culto religioso. En ellos cualquier ley que tratara de prohibir que llevaran el cabello cubierto – como símbolo religioso – quedaría abolida en los tribunales más generales pues atenta contra su libertad religiosa. Insisto, no se trata de que les guste llevar un turbante. Es que es un principio inquebrantable.
En Europa sin embargo hay países que han golpeado duramente a los sikh. Francia ha seguido adelante con su ley a sabiendas de que se dejaban un daño colateral con esta comunidad. Su Primer Ministro se reunión con representantes de las comunidades sikh sin conseguir llegar a un acuerdo convincente para estos.
La situación de los sikh en Inglaterra es mucho más interesante. La absurda prohibición de su turbante se encuentra con una ley mucho más estricta y cotidiana: la obligación llevar casco cuando se circula en motocicleta.
A mediados de los años 70 se implantaron medidas estrictas que obligaban al uso de casco cuando se va en motocicleta. Y esta regla, de cajón en lo que a medidas de seguridad se refiere, supuso un problema cuando se tuvo que pensar en la población sikh. La regla les exige llevar turbante pero al mismo tiempo la regla indica que sólo pueden cubrir sus cabezas con esta prenda, prohibiendo cualquier tipo de casco, ya sea con el turbante o sin él.
La oposición sikh a esta medida fue, como las acciones de Gandhi, inteligentes, pacíficas, meditadas y eficaces. Imaginar una manifestación pacífica de sikhs en Londres, en plena crisis del petróleo, luchando por su derecho a no llevar casco, que era luchar por su derecho a cumplir su religión, es difícil pero así ocurrió.
Ante estos casos la solución frecuente es la de decir “que se vayan a su país”. Como explicaban en un blog, su país es ese. Muchos de esos sikh han nacido en Inglaterra, incluso los hay que son hijos de padres ya nacidos británicos. Para los ingleses, el acumular colonias también ha supuesto un añadido de multiculturalidad que a veces ha tenido su aspecto de carga. Pedir que un sikh se marche a la India, país que tal vez nunca haya visitado, y al que tal vez poco le una, es un error común, un tanto burdo, que relaciona religiones con países.
Al final los sikh ganaron la batalla de las motocicletas en los tribunales y si alguna vez tienes la opción de ver a uno de ellos circulando por la izquierda en alguna carretera británica has de saber que está del lado de la ley.
El empresario de la fotografía de más arriba, Baljinder Badesha, posando en su flamante motocicleta sostuvo un pulso con la justicia canadiense, que le impuso una multa de 110 dólares por no llevar casco. Como en tantos casos, el dinero era lo de menos. Baljinder Badesha impugnó la multa a tribunales tan elevados como pudo, en un afán de obtener legislación de mayor calado y siempre tratando de llamar la atención sobre algo que a los demás nos resulta anecdótico. Al final perdió su caso en el Tribunal Supremo y tuvo que pagar la multa.
El caso sikh resulta ridículo a algunas personas, como esta parodia hablando de un astronauta sikh, que se negara a llevar casco en una nave espacial. Un juicio en Gran Bretaña dio la razón a los policías sikh que tenían que negarse a llevar casco.
Si bien el caso del turbante inspira toda mi simpatía hacia esta religión, no es este el único precepto que han de cumplir los seguidores de esta religión. Cinco principios deben cumplirse a rajatabla, sin discusión posible. Las cinco K, por el nombre de los objetos a que se refieren. Los sikh están obligados a llevar, bajo cualquier circunstancia:
- Kesh: pelo sin cortar y con turbante.
- Kanga: una especie de cinta para el pelo.
- Karha: un brazalete de acero.
- Kachchha: unos calzoncillos específicos.
- Kirpan: una daga ceremonial.
Obviamente el turbante puede dar problemas ante ciertas circunstancias de la falta de espiritualidad vida cotidiana. Pero el kirpan supone un problema importante, al tratarse de un cuchillo de hoja curva y afilada que fácilmente puede superar los 30 centímetros. Si la lucha por el turbante es accesible en los tiempos modernos, el kirpan supone todo un reto para la vida en comunidad. Uno encuentra noticia de todo tipo de juicios, a lo largo y ancho del planeta, en los que se luchaba por el derecho de los adolescentes sikh a llevar su daga en los institutos, o simplemente a pasear con ella por la ciudad.
Parece ser que en Canadá es donde se establecen los debates más interesantes. De un lado es un país famoso por respetar a los extranjeros, de sistema legal complejo y fragmentario. Toda una delicia es este caso, en el que se detalla el juicio de Balbir Singh Nijjar contra Canada 3000 Airlines.
Según se narra en él, con el formal lenguaje judicial, el 11 de abril de 1996, Balbir Singh Nijjar se disponía a tomar un avión de la Canada 3000 Airlines en Brampton y con dirección a Vancouver. Todo esto sucedía mucho antes de que se endurecieran las condiciones de los vuelos, después del infausto 11-S. En lugar de su habitual daga de 30 centímetros, dado que se disponía a volar, Balbir Singh Nijjar optó por una daga sikh de viaje, guardando la cotidiana en su equipaje y portando una de apenas 15 centímetros de hoja.
Sin entrar en muchos detalles, le fue denegado el acceso al avión. Perdió el vuelo y acabó denunciando a la aerolínea. El caso detalla lo complejo de la situación legal al respecto. De un lado Balbir Singh Nijjar había volado en algunas ocasiones anteriores sin ningún problema – y por supuesto sin tener que desprenderse del kirpan- por otro había una especie de normativa tácita de la aerolíneas que permitían hojas de dagas de hasta esa longitud, de ahí el extraño concepto de “kirpan de viaje para llevar en aviones”. Pero al mismo tiempo este objeto puede suponer un riesgo para la seguridad de un avión bastante superior a una botella de agua, actualmente prohibida.
El juicio tuvo que ser interesante porque para estos casos se requiere de expertos en la religión sikh y estos suelen ser muy parciales hacia su propia causa. No obstante en este caso el profesor McLeod, experto en la materia, convino en que es suficiente con que un kirpan tenga una hoja de un centímetro de longitud para cumplir con el precepto. Con lo que al final la justicia acabó fallando del lado de la aerolínea, no sin antes dar un margen de razón al sikh que viajó de acuerdo a lo que hasta entonces estaba considerado legal.
Resulta curioso que el kirpan, que viene a simbolizar la necesidad de los sikh de luchar – en sentido metafórico, jamás empleando la fuerza – en todo momento, contra la injusticia y la mentira, como símbolo de no permanecer inactivo ante la violencia, no permita sino una explicación literal: el kirpan podría servir para hacer daño.
Para más información sobre el mundo sikh, existe la SikhiWiki.