Beneficios del tabaco para la salud

Seguro que has visto alguno de los anuncios de hace varias décadas en que se elogiaban los beneficios del tabaco para la salud, como forma de aumentar las ventas. Hoy en día se exponen como ejemplo de desmesurada manipulación informativa.

Las mismas personas que se ríen de lo crédulos que eran nuestros antepasados aceptan sin lugar a dudas que el tabaco es perjudicial para la salud. Ahora bien, hasta en algo tan extremo como un producto que ha demostrado ser cancerígeno, y que se anuncia con rimbombantes indicaciones del tipo “Fumar mata”, hay lugar para rechazar un juicio categórico.

Indudable resulta que el tabaco es muy perjudicial para la salud. En cómputo general. Pero creo que es interesante indicar los siguientes hechos científicos; Fumar tiene los siguientes beneficios para la salud:

  • Hay pruebas que sugieren que fumar reduce el riesgo de cáncer de endometrio en mujeres que han pasado la menopausia en un 30%.
  • El tabaco reduce el riesgo de contraer Parkinson, especialmente en los hombres.
  • Fumar reduce el riesgo de colitis ulcerosa. En un 8% en hombres y un 3% en mujeres.
  • Se han observado tendencias que podrían indicar que el fumar es un factor que reduce el riesgo de contraer Alzheimer.
  • Numerosos estudios científicos avalan el hecho de que fumar, independientemente del estilo de vida y la dieta, produce una bajada del peso. Los fumadores suelen pesar entre tres y cinco kilos menos que nos no fumadores. El sobrepeso es un factor de riesgo en numerosas enfermedades cardiovasculares.

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Cervantes y los gitanos

Cervantes escribió palabras muy duras sobre los gitanos, su cuento “La Gitanilla”, empieza del siguiente modo:

Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte.

Raymond Schindler

Caruso

El diecisiete de abril de 1906 llegó a la ciudad de San Francisco Enrico Caruso, el eminente tenor italiano, a dar una serie de representaciones de la ópera Carmen en el Tivoli Opera House.

La extraordinaria y sin par voz de Caruso llenaría por primera vez la ópera de la ciudad de San Francisco. En su papel de Don José, lo habitual es que brillara y dejase un registro musical extraordinario. Sin embargo, como circunstancia curiosa, al día siguiente ninguno de los periódicos hablaría sobre su histórica representación.

A las 5:13 del dieciocho de abril de 1906 se produjo un fortísimo terremoto en la ciudad de San Francisco, de aproximadamente 8 grados en la escala de Richter. La primera sacudida duró unos 20 segundos. Luego llegaron otros tantos segundos de calma. Y un segundo temblor de más de cuarenta segundos, que destruyeron prácticamente todos los edificios de la ciudad y en los subsiguientes desastres acabaría provocando la muerte a más de 3.000 personas.

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Era un escenario apocalíptico: Las personas medio dormidas y mal vestidas trataban de salir de sus casas, buscaban refugio a cielo abierto. Entre ellos estaba Enrico Caruso, que abandonó su hotel con el escueto equipaje de una enmarcada fotografía autografiada por el presidente Theodore Roosevelt, valioso tesoro para el cantante.

Con todo el aire saturado de polvo, Caruso temió que su portentosa voz de tenor habría resultado dañada. Y para probarla, de entre los gritos de los ciudadanos de San Francisco emergería su estentórea y extraordinariamente única voz. Quizás nunca cantó Caruso con tanta devoción, comprobando que no sufrió daños en su don vocal, y creando al mismo tiempo una imagen terrorífica pero de extraordinaria belleza.

Schindler

Caruso abandonaría San Francisco, no sin antes prometer – y posteriormente cumplir – que jamás volvería a poner un pie en la ciudad. Al mismo tiempo, justo el día después del terremoto, llegaría Raymond Schindler. Schindler había abandonado la costa este americana y encaminado sus pasos hacia California – con la modesta intención de buscar una vida mejor, al calor de la fiebre del oro. Había llegado sin nada y con esperanzas de un nuevo comienzo, se encontró que, en su primer día en la ciudad, las cosas no estaban ni mucho menos propicias para esperar grandes progresos.

Pero los caminos del Señor son inescrutables. El de Raymond Schindler hacia la que sería la profesión, en que no sólo se haría famoso sino que brillaría, comenzó a recorrerse ese mismo día. Si bien el terremoto causó daños terribles, eso no fue nada comparado con los posteriores incendios, que devastaron lo poco que quedó en pie. Durante tres días la ciudad ardió en cincuenta y tres focos diferentes, algunos de ellos incontrolables. Fallaban las comunicaciones y no había suministro de agua corriente. El jefe de bomberos había muerto en el terremoto y la ciudad, inmersa en el caos, tardó mucho en recuperar algo parecido a la normalidad.

Obviamente a los pocos días del suceso, había trabajo abundante para los albañiles, carpinteros y constructores. En apenas tres años se construirían 20.000 nuevos edificios.

Pero otro gremio que tendría que trabajar incesantemente sería el de los agentes de seguros. No hay seguro que cubra los daños por terremotos, pero sí ante incendios. Y el volumen de personas afectadas era extraordinario, sobre todo si tenemos en cuenta que en muchos casos, damnificados por el terremoto trataban de enmascarar las perdidas sufridas mediante fuegos provocados a sus propiedades. Distinguir los afectados de los que trataban de obtener algo de todo lo que habían perdido, mediante un fraude, fue el trabajo durante de meses de los agentes de seguros. Entre ellos encontraría Raymond Schindler un puesto de trabajo.

La atención a los detalles, el tesón, la capacidad de observación, hicieron que en poco tiempo Raymond consiguiera un puesto importante entre los peritos de la aseguradora.

Su habilidad investigadora llamaba la atención y pronto trabajó en una comisión encargada de investigar prácticas corruptas en el gobierno de San Francisco. La investigación llegó a buen puerto y poco después Schidler recibiría una oferta para capitanear la delegación en Nueva York de una agencia de detectives. A los dos años, Schindler fundaba su propia agencia de detectives.

Sus mayores atributos como detective eran su enorme creatividad y su maniática meticulosidad en el trabajo. No pasó a la historia como el mayor detective de la historia – seguramente hoy sea la primera vez que sabes de él. Pero su labor en la investigación del asesinato de la niña de diez años Mary Smith es probablemente el trabajo detectivesco más extraordinario jamás realizado, al margen de los casos de ficción.

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Un día de 1911 la pequeña Mary Smith, de diez años de edad, fue como cada mañana a su escuela en Asbury Park, New Jersey. Pero jamás volvería a casa. Su cuerpo apareció a los pocos días. Había sido golpeada en la cabeza con un objeto pesado. La habían violado y la asfixiaron con sus propias medias. En la escena del crimen no se encontraron huellas dactilares, ni pistas, ni el arma del crimen. Nada.

Los vecinos pronto encontraron en Thomas Williams a un sospechoso sólido: era negro, un borracho y una persona problemática. Carecía de más coartada que su descripción del día:

me bebí una botella de whisky y sólo recuerdo que me quedé dormido.

Thomas Williams tuvo suerte de ser arrestado, porque la multitud clamaba justicia popular y estuvo a punto de tomársela por su mano.

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Sin embargo el sheriff Clarence Hatrick no lo veía nada claro y decidió contratar los servicios del ya entonces famoso detective Raymond Schindler.

Schindler investigó meticulosamente a cada uno de los vecinos de la familia Smith, sin descartar a ningún posible sospechoso. Tras obtener abundante información, sólo encontró un posible candidato: Frank Heidemann.

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Una criada también fue investigada como sospechosa policial, pero sin apenas fundamento.

Heidemann sólo tenía un margen de sospecha: era alemán y apenas si llevaba dos años en Estados Unidos. Con esa información, en su habitual meticulosidad, Schindler pidió informes al gobierno alemán y pronto supo que había sido arrestado – aunque posteriormente liberado – por abusos a menores. En cuanto fue liberado, hizo la maleta y se marchó a los Estados Unidos.

El sospechoso del público, el borracho Thomas Williams, no escapó a las investigaciones del detective, que optó por enviar a uno de sus colaboradores a la cárcel, para que le acompañara en la celda, como otro criminal más. Durante el tiempo en que este detective estuvo en prisión, vigilando de cerca a Williams y hablando con él, llegó a la conclusión de que debía ser inocente.

Sin más que el alemán Frank Heidemann como sospechoso, y con el único dato tangible de sus antecedentes en Alemania, Raymond Schindler cercaría al presunto asesino de una manera propia del más maniático de los psicópatas.

Neumeister

Heidemann vivía en una edificio alquilado, y su casero tenía un perro bastante grande. Schindler quería sacar al criminal que había dentro de Heidemann, que no ofrecía ninguna pista sobre su vinculación con el asesinato. Una noche tras otra, los detectives de Schindler se encargarían de tirarle piedras al perro, para que se pasase la noche ladrando sin parar. Schindler había tenido la inspiración de la novela de Sherlock Holmes El sabueso de los Baskerville, aunque obviamente lo que hizo no tiene nada que ver con lo tratado en la narración. Esperaba ver al delincuente roto por la falta de descanso, y que quizás cometiera algún otro crimen, aunque solo fuera matar al perro.

Pero Heidemann era un hombre paciente, que prefirió mudarse y marcharse a Nueva York, antes que aguantar o hacer algún daño al animal. A pesar de la muestra de entereza, Schindler no se amilanó y lanzó a sus colaboradores en su búsqueda. Una vez localizado, usó a uno de ellos: Carl R. Neumeister, de origen alemán.

Neumeister se dedicó a frecuentar los mismos lugares que Heidemann, pero sin acercarse a él, siempre distante. Hasta que un día el sospechoso vio que Neumeister tenía un periódico en alemán y surgió una conversación entre ambos. Neumeister se hizo pasar por una persona adinerada, que tenía dinero heredado y que no necesitaba trabajar para vivir. El objetivo, un tanto arriesgado, era que se hicieran amigos y que con el tiempo Heidemann confesase algo que pudiera servir de prueba condenatoria, o que se sintiera tentado de asesinar a su nuevo amigo para robarle.

A sugerencia de Heidemann, los dos alemanes se hicieron amigos íntimos, pero Neumeister nunca oyó ninguna confesión por parte de su compatriota.

Tratando de provocarle por métodos psicológicos un tanto burdos, Schindler buscó la película (muda) más terrorífica que pudo encontrar: una cinta francesa en que una niña es perseguida por un pervertido sexual y tiene que luchar por salvar su vida. Schindler consiguió que un teatro aceptara emitir la cinta en una sesión especial, a la que casualmente accederían los dos amigos alemanes, Heidemann y Neumeister, tras cenar juntos y pasar casualmente por el teatro.

En mitad de la película Heidemann dijo que no soportaba la película, y se marchó a su habitación, pero no dijo nada al respecto. Desde luego, no era la forma de obtener una confesión instantánea.

Pero Schindler era incansable y no tuvo suficiente con eso. Consiguió que un editor amigo suyo publicara en un periódico alemán una crónica sobre el asesinato de Asbury Park, mencionando de pasada el nombre de Heidemann. Esto facilitó que Neumeister pudiera sacar el tema a conversación, señalando la curiosa coincidencia del apellido. Aunque Heidemann reconoció que se trataba de él, y que había abandonado la ciudad porque le resultaba horrible lo que había sucedido allí. Y de nuevo, Schindler se encontró en el punto de partida, sin nada sólido contra Heidemann.

El último intento fue el más elaborado de todos e incluyó a un nuevo actor. Neumeister propuso a su amigo dar un paseo en coche, y así lo hicieron. Cuando estaban en mitad del campo, Neumeister indicó que parecía que se le había pinchado una rueda al coche. Bajaron a echar un vistazo y entonces llegó un tipo malencarado que pidió que le llevaran en el coche.

Neumeister se negó y entonces el individuo sacó una navaja. Asustado, Neumeister – el infiltrado de Schindler – disparó un tiro al delincuente, dejándolo muerto en el suelo. Los dos amigos alemanes escaparon de la escena del crimen impostado a toda velocidad.

Al día siguiente, la ficción en torno a la figura de Heidemann continuó. Los periódicos reflejaron el asesinato en una nota redactada por Schindler y sus secuaces. Neumeister se mostró muy nervioso y asustado, temeroso de ser descubierto en su ficticio asesinato por la policía. Heidemann mostró su fidelidad afirmando rotundamente que él le ayudaría en lo que fuera necesario para que no le descubrieran, y que él nunca diría nada.

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Una de las detalladas notas de Neumeister a Schindler

Al final el suceso clave fue un falso billete de barco hacia Alemania, colocado al descuido en un bolsillo de Neumeister, esperando que fuera descubierto por Heidemann. Este se enfadó al saber que el hasta entonces su mejor amigo trataba de marcharse del país sin decirle nada y, sobre todo, dejándolo atrás. Neumeister se defendió indicando que Heidemann conocía algo inconfesable de él y que siempre temería que pudiera denunciarlo en Alemania. Heidemann insistió en que jamás haría algo así, ante lo que Neumeister no se mostró conforme.

Finalmente, Heidemann cometió un error. Tras meses de paciente investigación, le sugirió a su amigo que, tal vez si él tuviera algo tan importante que ocultar como Neumeister, estaría seguro de que jamás le traicionaría. Neumeister, el detective infiltrado, se mostró dubitativo, esperando que Heidemann hablase. Hasta que finalmente reconoció que él también había cometido un asesinato: el de la niña Mary Smith.

Con la confesión obtenida, el resto fue fácil: Neumeister dejó un aviso a Schindler que se apostó junto a una nutrida delegación de policía de Asbury Park, en la habitación contigua a la de los dos amigos alemanes. Y entonces, Neumeister pidió a su compañero que se explayara en detalles sobre su asesinato, mientras que los policías y el encantado Schindler podían oír escondidos en la otra habitación.

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Con tan nutrido grupo de testigos, Heidemann fue finalmente detenido y acusado de asesinato. El juez no tuvo piedad de él y lo mandó a la silla eléctrica, donde acabaría sus días.

Fuente: People’s Almanac Presents the Twentieth Century (libro). La narración de este suceso es de Gary Kinder y la he seguido casi de principio a fin. Es la mejor y más interesante descripción al respecto.

No hay mucha información sobre el tema en Internet:
Un totalmente desconocido documental del 2001
Una página que trata de vender el relato detallado del asesinato y posterior investigación.
Aquí han copiado la narración íntegra de Gary Kinder, la fuente de la historia.
Las capturas de periódicos son del New York Times y enlazan a la página de cada una de ellas, donde se puede observar el resto de la noticia.

Nombres de niño y de niña

La proporción entre niños nacidos y niñas nacidas es de aproximadamente 105 niños por cada 100 niñas (los valores fluctúan entre 103 niños y 107 niños). Esto es un 4.76% más de niños que de niñas.

Sin embargo, sobre un estudio (propio) en una base de datos extensísima de distintos nombres de bebé (unos 75.000 nombres de todo el mundo usando diferentes fuentes) he podido comprobar que la diferencia nominal es mucho menor.

Hay casi tantos nombres de niños como nombres de niñas, decantándose un poco a favor de los chicos (un 2.63% más de nombres de niño que de niña).

Fuentes: Las listas de nombres han sido obtenidas de las páginas que se dedican a eso.

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Los hermanos Wright

Me ha resultado muy interesante la lectura en la wikipedia de la biografía de los hermanos Wright, los inventores del avión.

Al margen de los aspectos puramente técnicos – que interesarán a los aficionados a los aviones, entre los que no me encuentro – su vida está llena de puntos que nos hacen pensar en la génesis de una invención tan significativa para la historia y el progreso.

Cuando ellos se decidieron a embarcarse en el proyecto, se trataba de un invento que, nunca mejor dicho, estaba en el aire. Diferentes equipos estaban trabajando en Alemania, en Francia y en distintos puntos de los Estados Unidos. Estaba más que claro que la aproximación actual sería la definitiva, y era cuestión de poco tiempo, no más de dos décadas, antes de que el hombre pudiera construir un avión.

Los hermanos Wright eran dos: Orville -nacido en 1871 – y Wilbur -nacido en 1867. En realidad eran muchos más en la familia, siete hermanos en total.

La primera circunstancia interesante es cómo el destino unió la vida de estos dos hermanos en un proyecto común. Wilbur, el mayor, era un deportista y prometedor estudiante. A la edad de diecisiete años sufrió un accidente en un partido de hockey sobre hielo: se llevó un golpe en la boca que le destrozó algunos dientes. Esto ocurrió poco antes de alcanzar la mayoría de edad y truncaría sus pretensiones de acceder a la universidad de Yale. Wilbur se encontró desorientado durante unos años, sin saber qué hacer con su vida.

Justo entonces su hermano menor, Orville, estaba tratando de sacar adelante una imprenta local. Wilbur se asociaría con él, para ayudar a su hermano y ayudarse a sí mismo. De esta inicial colaboración, surgiría un tandem diabólico, uno de los equipos creativos más importantes de la historia.

Hacia el final del siglo XIX se puso de moda en Estados Unidos el negocio de las bicicletas. La bicicleta había existido desde hacía décadas, pero sólo por aquel entonces la tecnología se hallaba en un punto en que era posible fabricar bicicletas útiles a un precio razonable. Los hermanos Orville y Wilbur Wright montarían una tienda de venta y reparación de bicicletas en 1892.

Poco a poco, se iban acercando a su futura invención. La imprenta lleva a las bicicletas. Se está más cerca del avión. Son los titulares de los periódicos los que les llaman la atención.

En aquella época se estaban realizando pruebas a lo largo y ancho del planeta y cualquiera podría conseguir el ser el primero en volar. En particular destacaba el caso de Otto Lilienthal, un alemán que había sido capaz de desarrollar la tecnología necesaria para volar mediante aparatos planeadores. Sus exitosos experimentos con vuelos reales llenaban portadas de periódicos.

Volar se había volado desde hacía mucho tiempo, gracias a los globos. Y planear, aunque era darse una vuelta por el aire, no dejaba de ser una fase primitiva de lo que realmente se deseaba conseguir. El mérito de Lilienthal es enorme, pero aún quedaba apartado de ser conocido como el inventor del avión. Este inventor alemán moriría trágicamente en 1896 en uno de sus vuelos, dejando el resto del camino para otros.

Hacia el final del siglo, los hermanos deciden probar suerte en la fabricación de un avión. No tenían formación al respecto y ninguna experiencia. Así que escribieron una carta a la Smithsonian Institution (una suerte de academia de las ciencias americana) pidiendo información sobre textos y publicaciones sobre aeronáutica. Entre el material con el que comenzaron sus trabajos se encontraban los textos de Leonardo da Vinci.

¿No os resulta demencial? Hoy en día, en que uno dispone de toda la información de calidad que se quiera, pensar en dos hermanos que deciden pelear por inventar algo tan complicado, sin tener ni idea, pidiendo información por correo. Con textos del Renacimiento como base a falta de algo mejor. A mi me cuesta ponerme en la situación.

La Smithsonian estaba por aquella época patrocinando a Samuel Langley, que a su vez estaba tratando de construir un avión. Obviamente sobre sus avances tecnológicos los hermanos no obtendrían ninguna información.

Lo que escapa a la frialdad de la wikipedia es el encontrar el punto culminante en que dos fabricantes de bicicletas fueron capaces de darse cuenta de que, sin nada de su parte, ellos podrían construir un avión. Porque lo cierto es que en un periodo de tiempo insignificante, apenas tres años, tendrían operativo el primer avión real.

No se trata de una casualidad, ni un golpe de suerte. Eran dos personas que tenían todo lo que hacía falta tener para fabricar un avión. Y no había nadie, ni lo hubo hasta entonces, con lo necesario para realizar dicho invento. Y ellos, por alguna fuerza del destino, o por un instinto, se dieron cuenta de que estaban llamados a conseguirlo.

La historia es muy interesante y merece ser leída en la página citada. Un detalle muy llamativo sobre todo esto es el hecho de que en sus trabajos lo que más les paralizaría y en lo que más esfuerzos consumieron fue en darse cuenta de que algunas presunciones sobre el vuelo, incluso una de las ecuaciones básicas de la aeronáutica, estaban mal.

Al final toda la información externa con la que partieron sirvió de poco, o de mucho porque les situó cerca del problema. Pero para resolverlo, tuvieron que emplear sus propios recursos y descartar los de los demás.

Los hermanos construían el avión en su tiempo libre. Aunque el proyecto ocupaba todos sus momentos de ocio. Los dos estaban solteros y nunca se casarían. Vivían para su pasión, que era conseguir volar. No obstante, era bastante trabajoso realizar la más sencilla de las pruebas. Había que construir un avión o planeador y marcharse con él a varios kilómetros de distancia, a un terreno ventoso, despoblado y rodeado de arena (porque los accidentes estaban garantizados). Lo ideal era la costa, pero los hermanos vivían en Dayton, Ohio. Una ciudad de interior. Así, tenían que desplazarse a la playa de Kitty Hawk en Carolina.

Podían pasar semanas debatiendo sobre los cambios a realizar en los prototipos, pero luego se marchaban a Kitty Hawk unos días y si no había viento, o lo que habían pensado no funcionaba, o el prototipo resultaba muy dañado por un accidente era tiempo perdido. Se tenían que volver a Dayton y esperar a otro periodo de vacaciones.

Es por eso que realizaron otra de las invenciones que les honran como creadores: el túnel de viento. Ante la dificultad de construir algo tan complejo en ratos libres, sabiendo que se prolongaría demasiado su construcción, decidieron fabricar una especie de maqueta donde simular las corrientes de aire y el comportamiento de un aparato en miniatura ante ellas. Ni qué decir tiene que hoy no se hace un avión sin que haya pasado antes por el túnel del viento.

Gracias a este modelado que podríamos calificar casi de diseño virtual, el desarrollo se aceleró y consiguieron ser los primeros en crear un planeador manejable y posteriormente un avión.

Hay que llamar la atención sobre la invención en sí misma. Aunque un avión resulte un invento de complejidad tremenda, en la época pionera cualquiera que estuviera intentando fabricar un avión, podía darse cuenta de lo que hacía falta para construirlo, con sólo ver uno ya funcionando.

De nuevo si pensamos en parámetros actuales, el inventar un avión no tendría valor añadido alguno. Un avión era como un tenedor o una camisa de Armani. No necesitan explicarte cómo se ha fabricado para que tú ya sepas hacer una réplica. A golpe de vista se percibían las diferencias significativas: la cola y el mando que movía los controles, nada más y nada menos, ese era todo el misterio.

Pero para llegar a algo tan sencillo, imitable de un vistazo, hacía falta ser la pareja Wright, los únicos capaces hasta entonces de idear algo tan perfecto.

Tras inventar el avión, y lograr un nivel de perfección considerable (el avión era seguro, manejable y el vuelo podía durar varios minutos), los hermanos se dedicaron a tiempo completo a una tarea muchísimo más compleja: ganar dinero con su invención.

Y es que claro, a mi al menos me parece absolutamente justo que el inventor de una de las maravillas de la técnica se hiciera millonario con su invento. Pero habrá quien no piense así, sobre todo si tenemos en cuenta que su invento no tenía ningún valor per se.

Es como la pasteurización. El proceso descubierto por Pasteur cambió por completo la conservación de los alimentos y con ella la calidad de vida de las personas humanas. Pero el método carece de misterio una vez se conoce: calentar el producto durante unos pocos instantes y luego bajar la temperatura. Saber eso, ya lo supone todo, Pasteur seguramente no ganó ni un céntimo con su invención. Un caso parecido es el de Henry Bessemer con su polvo de oro. Tuvo que quebrarse los sesos para ocultar su proceso, o de lo contrario cualquiera podría haberle copiado y nunca habría ganado dinero con él.

En fin, que los hermanos tenían un avión en el garaje, la idea en sus cabezas y sabían que valía millones. Pero tenían que venderla. Y la verdad es que consiguieron su objetivo, aunque bordeando el desastre, como en sus primeros vuelos.

Los hermanos tenían terminado el avión en 1905 y trataban de venderlo a países: Francia, Inglaterra y los propios Estados Unidos estaban interesados. Pero los hermanos Wright no querían mostrar el avión hasta que hubiera un contrato firmado con compromiso de compra. Y ahí es adonde quiero ir: nadie quería firmar el contrato sin ver los aviones (se creía que era todo un fraude porque casi nadie había visto a los hermanos volar, más que nada porque eran unos geeks de la época, poco amigos de los medios de comunicación) y ellos no podrían venderlos si lo enseñaban a la ligera. Disponían de una patente sobre un método de vuelo, pero les había resultado complicado el conseguirla y no era garantía de nada, sobre todo fuera de los Estados Unidos.

Se abrió un peligroso periodo de tira y afloja, en que los Wright perdieron todo su crédito. Sobre todo en Francia donde los consideraban unos farsantes, no sin gran parte de justificación. Los países tenían interés, pero querían pruebas. Y ellos sabían que enseñar los aviones era suficiente como para que fueran copiados de inmediato.

Cuesta pensar la situación: miles de años sin que el hombre pudiera volar, y los dos únicos que sabían como hacerlo, se pasaron dos años enteros, 1906 y 1907, sin volar.

Si hubieran tenido menos cabeza, seguramente habrían conseguido una fama efímera, quizás hasta habrían caído en el olvido atribuyéndose el invento a otros. Pero esa negociación la realizaron de forma magistral, al más alto nivel. En 1908 sacaron los aviones de los hangares y asombraron al mundo entero con su invento, que fue comprado de inmediato por Francia y Estados Unidos.

Las demostraciones de vuelo causaron sensación mundial. Los Jefes de Estado viajaban a la busca de los hermanos para tener la oportunidad de ver semejante prodigio. Esto en sí es ya algo que ha ocurrido en contadas ocasiones en la Historia de la Humanidad.

Finalmente los Wright consiguieron contratos muy provechosos y ganaron mucho dinero con las comisiones por fabricación de aviones (el diez por ciento del precio de cada avión iba a parar a sus bolsillos).

Wilbur no tendría mucho tiempo para disfrutar todo esto, pues moriría en 1912. Pero su hermano viviría hasta 1948.

Se da el curioso caso de que en los Estados Unidos pronto serían copiados por otros constructores de aviones, que se negaban a pagar ningún tipo de canon. Glenn Curtiss era quien más problemas les estaba causando. Las batallas legales se prolongarían durante mucho tiempo, dando al final la razón a Orville Wright. Las limitaciones a la fabricación de aviones en Estados Unidos llegarían al punto de que apenas diez años después de ser inventado el avión, cuando el ejército de los Estados Unidos entró en combate en la I Guerra Mundial, tuvo que recurrir a aviones franceses, pues ya no disponía de una industria aeronaútica competitiva.

En esa época (finales del siglo XIX y principios del XX) el mercado más perjudicado por una invención era casi siempre el local. En ese mercado el fabricante podía asegurarse la autoría y cobrar un precio justo por su trabajo de creación. Pero en el resto del mundo, la copia estaba a la orden del día, a veces era casi inútil tratar de impedirla. De ese modo un invento podía fabricarse mucho más barato, por no tener que pagar ningún tipo de derechos a los creadores.
Y esto fomentaba avances más significativos en los países “ilegales”.

Finalmente queda el tenebroso asunto de la invención del avión. Durante muchos años, la Smithsonian Institution no quiso reconocer que los hermanos Wright habían inventado el avión. En sus museos se mencionaba a Samuel P. Langley como creador del avión. Y es cierto que creó un avión, pero no volaba más de diez segundos en el mejor de los casos y sus aterrizajes eran mediante accidente.

Esta polémica llevaría a que el primer avión de los hermanos Wright se exhibiera en un museo de Londres, y a que Orville Wright batallara por reconocer la autoría de su invención ya de cara a los libros de historia. Finalmente lo conseguirían pero no antes de 1948. El histórico avión terminaría en el museo de la Smithsonian Institution pero bajo un contrato con estrictas normas relativas a la información que ese museo ofrecería sobre la invención del avión.

Como curiosidad, la etiqueta que figura junto al avión dice “Invented and built by Wilbur and Orville Wright”. En estas cosas, el orden de los nombres nunca es trivial. Aunque sería su sobrino el que decidiera el texto a incluir, queda para la historia que, aunque ambos hermanos merecen todo el mérito de la invención, Wilbur aparece antes.