Regalos

Cuando me fui de Madrid tuve que deshacerme de un montón de cosas que había ido acumulando durante más de diez años.

Recuerdo que llegué a la capital del Reino con una bolsa grande y que a cada mudanza aquello iba ganando en complejidad. Primero dos viajes en Metro. Luego un amigo me ayudó con su coche. Finalmente tuve que contratar a un desgraciado con una furgoneta.

La sensación de dar, sin tratarse de un regalo planeado o sin un falso trasfondo humanitario, es compleja. No me sentía especialmente bien por dar cosas de gran valor a cambio de nada, en plan buen samaritano. En cierto modo era una paz al saber que un objeto que valorabas ha encontrado un buen destino. Como los que buscan casa para perros abandonados.

Una experiencia en gran parte liberadora, pero no exenta de matices. Hay algo decididamente destructivo en regalar gran parte de tus pertenencias. Las semanas antes de marcharme de Madrid estuvieron llenas de sensaciones extrañas.

Me deshice de un coche con el que llevaba el suficiente poco tiempo como para no estar enamorado de él. La historia de ese coche está contada en ese artículo, bastante cuidado comparado con lo que últimamente publico.

También estuve regalando libros. Unos cuantos a una asociación cultural. Lo mejor de mi colección los regalé a través de la página http://nolotiro.org. Quedé con una chica joven y estuvo un rato en mi casa mientras hablábamos de los libros. Cada uno de ellos tenía una larga historia detrás. Las Vidas Paralelas completas. Vida de los Doce Césares. Ishmael. Trampa 22. Los Ensayos de Montaigne.

La chica era una glotona de la lectura, de esas personas que igual se leen un best seller que una novela clásica o literatura para adolescentes. Todo lo disfrutan igual – lo cual es envidiable. Nunca supe qué fue de ella, tras llevarse de golpe y porrazo casi toda mi selección de favoritos. Supongo que sería una experiencia al todo o nada. Prefiero no indagar al respecto.

Finalmente quedó el típico trasto que todos tenemos: un ordenador que funciona pero que fue reemplazado por un ordenador que funcionaba mucho mejor. Guardado durante dos o tres años, estaba más que desactualizado, aún cuando funcionara perfectamente.

A través de la misma página, contactaron conmigo decenas de personas, cada una te explicaba por qué necesitaba el ordenador. El caso más común era el de una casa donde había un ordenador compartido y alguien quería tener uno propio para poder mirar en su propia habitación…páginas de la Wikipedia.

De entre todas las peticiones sin embargo se destacó una de inmediato. Era la típica mujer mayor latinoamericana que emplea un español sobre educado no exento de gruesas faltas de ortografía. Mientras todo el mundo me respondía de inmediato a las dudas que le planteaba y estaban dispuestos a recoger el ordenador, esta señora me respondía al día siguiente e insistía en que no podría recogerlo, tendría que ser yo el que se lo llevara más o menos por donde ella vivía con su familia.

No intercambiamos muchos mensajes y quedé con ella para entregarle el ordenador. Algo dentro de mi me decía que puestos a regalarlo todo, en este caso al menos iba a acertar con la persona adecuada.

Tuve que conducir hasta Alcobendas, quedar en una rotonda, enfrente de donde graban casi todas las citas de Mujeres y Hombres y Viceversa. En apenas un par de minutos me empapé del drama humano que vivía esta familia, anterior a la crisis de deuda griega. Una pareja mayor, físicamente maltratada por los años, con un hijo de apenas diez años. El hombre había sufrido algún tipo de percance y su capacidad mental estaba mermada. Podía conducir por lugares conocidos pero simplemente era incapaz de aprender nuevas rutas, entrar en Madrid para él hubiera acabado en tragedia. Amén que tenían un coche de esos que ya han dejado de soñar con pasar la ITV, empezando a flirtear con convertirse en un clásico.

Una extraña pareja con un único teléfono móvil que compartían. El marido sin trabajo y sin esperanza alguna. La mujer, algo aquí y allí. Para colmo, su hijo estaba sordo y se notaba que por negligencia – por otro lado totalmente comprensible – de sus padres, no había tenido una educación adecuada.

No eran como algunos mendigos, que te empiezan a contar problemas en busca de conseguir dar pena. Era una gente que a poco que abría la boca, ampliaba un drama humano terrorífico. Aún hablando de temas alegres, los detalles de fondo eran sobrecogedores.

Como pude me despedí de ellos, contento de haber encontrado un destino inesperado para un ordenador que acumulaba telarañas. Sabiendo que eran, de largo, la gente que más lo necesitaba. Con la meridiana sensación de que había mucho más que era mejor ni oír.

Al deshacerme de ropa que apenas usaba, de libros que no leería, de muebles y hasta del coche, sentí cierta sensación de alivio. Pero al dar el ordenador a quienes de verdad lo necesitaban, sentí todo lo contrario. En lugar de quitarme un peso de encima, me eché uno más grande sobre mi conciencia.

Nos fumigan!!

Este graffiti en los baños de un conocido local musical de Madrid – y mejor restaurante a medio día – tiene ya sus años.
La búsqueda que sugiere, tiene los resultados apocalípticos esperados.

El acortador de mensajes, evitando manchar la pared con un texto excesivamente largo, sugiriendo una búsqueda de Google, es total.

Como la fotografía no es de estudio (para los puristas decirles que la hice con una exposición de 1/20 e ISO-59) , y hay lectores ciegos, el texto dice:

Nos fumigan!!
(Búscalo en Goggel)
y ZP lo sabe.

Tengo una corazonada

Hay que ser flexible, y no confundirlo con tener poca personalidad o ninguna opinión. Igual que criticaba y rezaba porque no saliera la elección de Madrid para las Olimpiadas de 2012, ahora me gustaría que Madrid saliera elegida para las elecciones de 2016.

Eso sí, sus posibilidades de ganar frente al resto de rivales son insignificantes. Así que no tengo una corazonada ni voy a ir a un concierto de Bisbal, aunque sea gratis y repartan cartulinas de colores.

Sobre lo que es conveniente y lo que no, se suele hablar de forma categórica, olvidando siempre el factor tiempo. Pensemos en la faraónica obra de la remodelación de la carretera de circunvalación M30. Todo el mundo decía si era bueno o no hacerla. Ahora es el momento de pensar. Con la situación económica actual, si el Ayuntamiento de Madrid no tuviera la deuda que tiene, el iniciar la obra de la M30 sería un revulsivo genial, y económicamente una jugada perfecta: se podría hacer lo mismo que se hizo en su momento, pero pagando menos intereses, menos por la mano de obra, sin molestar tanto al resto de ciudadanos y tirando un salvavidas a los parados de la construcción y sectores relacionados.

Hacer la M30 en la cúspide de la bonanza económica del ciclo era una decisión de descerebrados. La idea, muy buena, el momento, muy malo. Lo terrible es que para un político el único momento bueno es aquel en el que hay próximas elecciones. No se actúa por lógica ni por interés de las personas, sólo por pasar el máximo tiempo posible calentando el sillón.

A falta de una M30, lo mejor que puede hacer Madrid es tener unas Olimpiadas, y salvar al menos a la región de la crisis que nos espera (no la actual, que ya tiene tela de por sí).

El hecho de que la elección sea en Copenhague es una gran noticia. Como los políticos suelen ser personas que viajan poco, por lo menos que lo hagan a ciudades modélicas como esta. Ahí puede tomar nota el alcalde de la ciudad de los sistemas de bicicletas, masivos. Y no empleado por pobretones o linuxeros, sino que lo habitual es ver a personas con traje, hombres y mujeres, que van en bicicleta. Ahora que se pondrán de moda las tonterías ecológicas, nada más verde que una bicicleta. En Madrid ahora mismo el que va en bicicleta es que es un suicida, ya yendo en coche te juegas la vida, no te digo nada sin carrocería.

Lo increíble de la elección de la ciudad es ver los factores tan “importantes” a la hora de elegirla. Obama va a Dinamarca y de repente la candidatura de Chicago se vuelve una de las favoritas. Es decir, que el hecho de que el presidente se persone en la votación ya convierte a la ciudad en “mejor preparada” para vencer. La votación es un sistema arbitrario y del que creo que he dicho, o sino lo digo ahora, que es el sistema de elección más injusto que existe.

Desde las preliminares hasta la última votación un delegado de los Juegos puede cobrar comisiones de decenas de candidaturas, sin fallar a ninguna. Por ejemplo, cobra de Móstoles, como ciudad candidata, y aunque un delegado vote a tan insigne ciudad, queda descartada de la ronda preliminar. Pero que le quiten lo cobrado. Segunda ronda de votaciones, ahora cobramos de Sevilla. La vuelven a eliminar, pero con el voto positivo del delegado. Tercera ronda, ahora toca cobrar de Barcelona. Y así sucesivamente, hasta la última elección en que sólo hay dos candidaturas a las que votar. Es de risa.

Según los importantísimos trabajos de Jane Jacobs, que no he leído pero cuyos resultados he visto en Toronto, una ciudad tiene que reinventarse a sí misma continuamente, tener un dinamismo que resulta necesario no ya para triunfar sino sólo para sobrevivir. Ejemplos de ciudades que se durmieron en los laureles son Detroit, Berlín o la misma Barcelona. Que tuvieron un buen empujón y no supieron progresar, entrando en una suerte de deterioro que se puede convertir en irreversible.

Lo triste es que en España no se nos ocurra otra forma de dar dinamismo a una ciudad que organizando unas Olimpiadas o una Exposición Universal. Si no hay otro camino, habrá que pasar por el aro.

Las exposiciones

Una de las cosas que más me llaman la atención de Madrid es la asistencia masiva a las exposiciones temporales de los museos.

En muchos casos se trata de exposiciones sin valor añadido alguno. Por ejemplo, una exposición sobre Velázquez por fuerza tendrá como grandes atractivos los cuadros del Museo del Prado. En general, de los mejores cuadros del autor, digamos que de sus diez mejores creaciones, ocho están en el museo (y bien puede que me quede corto).

Entonces, ¿Para qué asistir a una exposición en la que las mejores obras pueden verse cuando uno quiera en el Museo del Prado? ¿Para ver esas dos obras menores?

Obviamente el caso más flagrante de todos es la exitosa exposición sobre Sorolla, que estos días se cierra en el Museo del Prado. Sorolla es un pintor que no le gusta a casi nadie y que permanece en el más triste anonimato, a pesar de que sus cuadros atiborran las salas de los museos españoles. No es que sea un desconocido, simplemente que en cualquier museo ocupa un lugar secundario ante otros pintores más apreciados por el público. Es lo que se diría, una cola de león.

Es más, Sorolla tiene incluso su propio museo en Madrid, del que mucha gente no tendrá ni constancia. Aparte está ampliamente representado en el Museo Reina Sofía, también de Madrid.

Sin embargo basta con que se cree una exposición sobre el autor para que la gente forme largas colas para asistir maravilladas ante la obra del pintor valenciano.

Las exposiciones temáticas de un pintor suelen ser, salvo excepciones, de interés moderado. No es lo mismo mostrar una exposición de Boticelli en Madrid (del que hay pocos cuadros) que una de Picasso en París (que está abarrotada de cuadros suyos) o una de Velázquez o Goya en Madrid (que estaría formada casi en exclusividad por cuadros del Museo del Prado). Lo que llama la atención es eso, que muchas de las exposiciones de más éxito están compuestas por cuadros que pueden verse a diario, y hasta todos en el mismo museo.

Pero para eso está ese defecto o virtud de los madrileños, y los turistas habituales de la ciudad, que asisten con estoicismo a las más temibles filas y esperan que llegue su momento. Para ellos una fila no es un defecto, sino la señal de que ahí se esconde una virtud.

El diseño del abono transportes

abono-transportes

En Madrid, si quieres usar el sistema de transportes con tarifa plana, existe un abono mensual (o anual, que nadie usa) que te permite realizar todos los viajes que quieras a un precio fijo.

El abono en sí consta de un documento que te acredita como titular, y que indica el tipo de abono y un cupón que es el que se compra cada mes. El código del cupón mensual coincide con el del documento, y un viajero ha de portar ambos siempre que viaje en los transportes de Madrid.

La imagen de más arriba muestra el documento (abono transportes) y el cupón mensual, abajo a la izquierda.

Pues bien, me atrevo a afirmar, sin género alguno de duda, que el documento de abono de transportes de Madrid es la cosa más mal diseñada que existe.

Parece que hubiera sido una maldición, pero las personas que lo definieron no han dado una a derechas.

El formato es el mismo desde hace muchos años. Cada año cambia el formato del cupón, tiene más medidas de seguridad y marcas de agua. El abono de transportes permanece imperturbable al paso de los años. Cierto es que uno no tiene necesidad de renovarlo, pero si lo pierdes y tratas de formalizar uno nuevo, verás que el diseño sigue siendo el mismo.

Está lleno de espacios en blanco. Entre el número de abonado y el tipo de abono hay un enorme espacio en blanco. Pero por todas partes se nota una distensión que resulta molesta, no es zen, es desperdicio de espacio.

En los abonos antiguos el nombre figura escrito a mano alzada. En uno que tengo está medio apellido tachado. Da igual. Es perfectamente válido. En los abonos nuevos el nombre ocupa una pequeña esquina y de nuevo aparece un enorme espacio en blanco entre el nombre y el DNI.

Simplemente el título de “Abono ****Transportes” que figura arriba es indefendible. Y en letra bien grande. Para los que no sean de Madrid, las estrellitas son un símbolo de la región. Un símbolo, que aquí, en mi opinión, está de más.

El tamaño del abono transportes es enorme. Una pulgada más largo que una tarjeta de crédito y también más ancho. Es decir, para un documento que sólo indica un nombre y DNI, una foto y cuatro palabras, se requiere una cartulina gigantesca, que con el plastificado aumenta aún más. Que no cabe en una cartera normal. Hoy en día ya no se concibe un documento que no tenga el tamaño de una tarjeta de crédito. O menor.

El color de fondo rojo es horripilante.

Lo peor de todo, sin dudarlo, es el habitáculo para guardar el cupón mensual. El cupón mensual tiene un diseño insuperable. Y tiene que convivir con el carné, en un espacio reservado para que convivan juntos. Pues bien, esa solapa que se abre en el abono se rompe continuamente.

La gente pierde sus cupones mensuales constantemente. Si no pierden abono y cupón, pues por ser algo tan grande, no cabe en la cartera y se suelen guardar por separado. La típica cosa que se te olvida al cambiar de chaqueta, de bolso o de pantalón.

Pero esto no sería nada si no fuera porque se inventó algo peor aún: la funda de abono transportes. Es una funda para guardar algo que no merece ser guardado, salvo porque a su vez guarda el cupón que sí es importante. Y claro, la funda abulta mucho más. Es casi del tamaño de una fotografía convencional de 10×15. Es tan grande que sobresale en los bolsillos.

La gente encima las usa y es un típico negocio de venta ambulante: la venta de fundas de abono transporte, al precio de un euro. Estas fundas se venden mucho. Es una suerte de muñecas rusas, en que la única que sirve de algo es la más pequeña. Cuando veo el ritual de la mujer que saca del bolso la funda, de la funda el abono, del abono el cupón, lo pasa por la canceladora, y procede inversamente, se me viene el alma a los pies.

Lo que hice cuando renové el abono transportes (que nunca se escribe abono de transportes) fue doblarlo por la parte de la foto, y guardarlo en la cartera. Entre las tarjetas de crédito. Así, cabe perfectamente. Y me olvido de él. Me preocupo de mi cupón, que tiene el tamaño que tiene que tener.

Nota: El notas del abono transporte de arriba no soy yo. No enlazo a la foto original porque los Flickeros son muy de “borra mi imagen de tu página”. He preferido borrarla físicamente.

Alguna gente de Madrid

Esta es la tercera entrega sobre Madrid. Tras haber criticado los bares de Madrid y las colas que se forman, ahora toca hablar de la gente de Madrid.
Triste y necesario es tener que puntualizar antes de comenzar. Cuando me refiero a “la gente de Madrid” no quiero indicar aquellos que llevan aquí viviendo toda su vida, ni los que son de tres generaciones, ni los españoles, ni los empadronados en Madrid. Me refiero a la gente que está hecha a la ciudad, que lo mismo lleva viviendo dos meses que diez años. Hay un momento en que formas parte de la ciudad, y lo que a continuación expreso es cómo saber si ese momento ya ha llegado.
Puede que sea una explicación de perogrullo. En cualquier caso, me quiero referir a un tipo de gente que abunda en Madrid. Afortunadamente, hay varios cientos de miles de excepciones. Y seguro que conoces a alguien que encaja con mi descripción.

Por qué no me gusta Madrid. La gente de Madrid.

El metro de Madrid, como ya se ha explicado, suele ir entre lleno o demasiado lleno. Sin embargo, hay situaciones en las que no es necesario empujar a los demás. Tropezar con alguien ocurre a diario, pero si alguien te empuja, no esperes que se disculpe. En general, nunca esperes que nadie se excuse por nada. Esta es quizás, la característica fundamental de la gente de Madrid.
Disculparse, con el paso del tiempo, se ha convertido en una forma de cortesía. En el pasado se hacía para evitar una agresión de la persona agraviada. Ahora parece que todo sobra. Nadie cede el asiento a las mujeres embarazadas, ni a las abuelas, ni a la gente con muletas. Algunos de estos colectivos que habría que cuidar, se comportan peor que el que no se levantó de la silla. Recriminan acerbamente a esa persona, por su falta de delicadeza. Aunque esta, agobiada por los insultos, se levante cediendo el asiento, las críticas continúan desde la silla. Me pregunto si a alguna de estas personas se le ha ocurrido alguna vez simplemente pedir que les dejen sentarse.
Así, la falta de educación es la norma. El camarero que no pone la tapa si no la pides, tampoco agradece la propina. El kiosquero no acepta un billete de diez euros y, si no compras habitualmente La Razón en su puesto, no te dará el regalo que viene cuando completas el último cupón. La gente deja a deber el último centimo cuando compra en el supermercado Día, no sin antes criticar la suciedad del lugar. El frutero te intenta dar el peor género y tú intentas pagarle de menos.

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Las colas de Madrid

Esta es la segunda entrega sobre Madrid. Tras haber criticado los bares de Madrid, ahora toca hablar de las omnipresentes colas.

Por qué no me gusta Madrid. Las colas de Madrid.

Madrid, y la gente que lleva tiempo viviendo en la ciudad siente fascinación por las colas o filas. Hasta tal punto que su forma de respetar los turnos y aguantar estoicamente la espera es muy superior a como sucede en otros lugares del mundo.
Llegaba una exposición sobre Egipto a Madrid. No era nada del otro mundo, apenas si mostraba un templo egipcio. Pero en televisión y radio lo dijeron bien claro: había colas de más de dos horas para ver dicha exposición.
Fue entonces cuando dieron la puntilla. A partir de ese día, las colas eran simplemente imposibles. Hasta el día de su retirada fue imposible asistir a la exposición, había llenos absolutos día tras día. Mientras, un templo egipcio auténtico, el templo de Debod, se marchita junto al Parque del Oeste. Puede que sea el monumento madrileño menos visitado de la ciudad. A nadie le interesa el arte egipcio.
Situaciones como esta, ocurren a menudo. Mucho público sólo asiste a los musicales que tienen varios llenos seguidos. Si la entrada es fácil de conseguir, no se compra. Mejor el estreno a superpantalla gigante del Star Wars, en los gigantescos cines Kinépolis, a verla unas horas después, en segunda sesión. En casos como este, se puede pensar que el esfuerzo merece la pena. Pero el que no sea de Madrid no se imagina las filas que se montan. Pueden ser miles de personas, y tener la casi certeza de que para muchos de los que esperan no quedarán entradas.

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Los bares de Madrid

Este es el primero de una serie de artículos sobre mi opinión personal de Madrid, sobre que es lo que no me gusta de esa ciudad. A quien le parezca un tanto negativa, debe tener en cuenta que sólo hablaré de lo malo, así que cuanto más negativa resulte, tanto mas logrado resultará el artículo. El que quiera saber de las maravillas de Madrid no tiene sino que visitar las páginas de las oficinas de turismo de la ciudad.
A los que concluyan con un “pues si no te gusta vete”, les agradecería que razonaran un poco más sus argumentaciones.
La idea no es otra que hacer una llamada a la cordura ante como hacemos algunas cosas en mi ciudad. Y es que falta hace. Hay quienes ni se habrán dado cuenta de que muchas de estas cosas no son normales, aunque ocurran a diario.

Por qué no me gusta Madrid. Los bares de Madrid.

Cuando pienso en por qué no me gusta vivir en Madrid, lo primero que se me viene a la cabeza son sus bares. Son la antítesis de lo desable, y aún así, tienen alguna fama de buenos.
I) Los churros
Si para desayunar te pides unos churros, o unas porras – productos madrileños por excelencia – no esperes que te los sirvan calientes. No es porque sepan mejor fríos, sino porque existen dos opciones:
a) Que el bar compre los churros de fuera. En tal caso, vienen ya hechos y tal cual te los servirán. Cuanto más tardes en pedirlos, menos frescos estarán.
b) Que el bar cocine sus propios churros. Pero lo hace bien temprano, por la mañana. Cuando tu vas a por ellos, ya tuvieron bastante tiempo para reposar.
En ambos casos, te estás tomando algo de forma distinta a como debiera saber. Porque los churros se han de comer calientes, igual que el café debe ser caliente – con la excepción del café frío con hielo, o los refrescos que son fríos y el cocido caliente. Que en la mayoría de los bares sirvan los churros fríos no significa que esto deba tolerarse como natural. Existen lugares en el mundo donde te cocinan los churros cuando los pides, aún a riesgo de tener que tirar masa que se quede fría.

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