Cruz roja

Cada vez que veo una crisis humanitaria que provoca el envío de ayuda humanitaria de todos los países del mundo, no puedo evitar el pensar en la comida de la Cruz Roja.
Nunca me preocupé de saber si era comida que sobraba de lo que iban a ser envíos a países necesitados – me imagino que si hay mil kilos de comida y en el avión caben novecientos pues sólo enviarán esos novecientos y los otros cien se quedarán en tierra. O si era un cupo de ayuda para los pobres de España, que también los hay. El caso es que había una época del año en que en mi casa se hablaba mucho y bien de la comida de la Cruz Roja.
Tampoco sé cómo se enteraban mis padres, pero cuando se había dado la voz de alarma toda la gente de mi bloque se disponía para acoger la buena nueva: el reparto de la comida de la Cruz Roja.
Me consta que con el tiempo la cosa se hizo más y más anárquica. Hoy en día mi madre cuenta que ya no recoge comida de la Cruz Roja porque como no tienen coche, tendrían que trasportarla en taxi, y podía resultar más caro el remedio que sufrir la enfermedad.
Mi familia era pobre, en alguna época de solemnidad, pero tampoco tan pobre como para pasar hambre, no ir al cine o tener para comprar algún CD de música original de vez en cuando. Entre mis vecinos había de todo, el dinero negro convierte a cualquiera en pobre sobre el papel, aunque muchos sí que lo eran. No había desvergüenza de ningún tipo, como en un buffet, era coger tanta comida como se pudiera trasportar. A nadie le daba ningún reparo en pelear, como en las imágenes de Somalia o Afganistán, por un paquete de comida que, a lo sumo, costará un par de euros. El sistema de reparto trataba de ser organizado pero derivaba en batalla campal, y los encargados se quitaban el género de encima tan pronto como podían para evitar mayores problemas.
Mi madre, apóstol del mandamiento del pobre: Reventar antes que sobre trataba de aprovechar cualquier alimento. La mayoría eran productos imperecederos, como la pasta o las legumbres. Pero también habían tetrabricks de natillas – producto que no he visto jamás en un supermercado – y la mítica leche en polvo. Leche en polvo, producto propio de la posguerra, siendo consumida después del ingreso de España en la Unión Europea. Hasta donde alcanzo a ver, la leche en polvo, aún en manos del mejor cocinero del mundo, no puede alcanzar un sabor parecido al de la leche. En nuestro caso además, nos tocaba beber un producto mal mezclado, con grumos y tibio. Toda una experiencia repugnante.

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Evolucion

Fas est et ab hoste doceri.

Ovidio, Metamorfosis, IV 428.
Es lícito aprender hasta del enemigo, una grandísima frase, que con frecuencia se le atribuye al Evangelio de San Mateo, lo cual es un error, pues como puede comprobarse esa frase no aparece por ninguna parte.

I

Muchas sentencias memorables pertenecen a la Biblia, el libro entre los libros. Con el paso del tiempo, su prestigio ha decaído hasta ponerse en entredicho cada una de sus palabras.
Resulta cómica la situación actual, en que los libros que defienden teorías de conspiración por parte de la Iglesia católica tienen tanto éxito. Muchas de esas teorías se basan en los llamados Evangelios Apócrifos. Estos textos, posteriores en su mayoría a lo escrito en la Biblia, son interpretados al pie de la letra. En base a dichos textos, se refutan numerosos contenidos de la Biblia.
Si tenemos en cuenta que, históricamente, dichos textos fueron rechazados sistemáticamente por la Iglesia, nos encontramos con la curiosa situación de que, a día de hoy, se da más crédito a unos textos más modernos – que fueron escritos bajo el conocimiento de lo que figura en la Biblia – y que nunca antes habían sido reconocidos como de valor, salvo por el puramente histórico.
Es como si dentro de dos mil años, un blog que tratara sobre el cine de Amenábar alcanzara más prestigio que el propio director de cine. Y que se cuestionen los argumentos de sus películas basándonos en comentarios y entradas de dicho blog.
La forma de refutación es divertida. Se parte de una condicional (si el Evangelio de Judas es cierto, entonces…) para sacar una serie de conclusiones – Judas no fue un traidor, Judas fue el verdadero Mesías, Adán nunca existió – y luego, se olvida que estábamos ante una condicional, y que todo esto no deja de ser una suposición, quedándonos tan sólo con las conclusiones obtenidas.

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Mejor libro de ajedrez de la historia

Las reglas fundamentales del ajedrez

El juego está lleno de reglas que son totalmente lógicas y comprensibles. Las cuatro reglas fundamentales del ajedrez son las siguientes:

La seguridad del rey. El rey es la pieza fundamental del ajedrez, perdiendo este, se acaba la partida. El rey nos simboliza a nosotros mismos. El resto de piezas son nuestas habilidades y nuestros bienes materiales. De nada han de servir estos si perdemos la vida.

El centro. El control por el centro del tablero de ajedrez es fundamental. Como dirían los americanos, Location, location, location. El centro del tablero es como el de las grandes ciudades, puedes tener un bloque de edificios en la periferia, pero si tienes un buen apartamento en el centro del tablero, tienes algo de más valor.

El desarrollo. Hay que tener a todas las piezas de ajedrez jugando lo antes posible. Las piezas de ajedrez son como tiendas, si no están trabajando, es como si no las tuvieras, es más, sólo producen pérdidas.

La iniciativa. Hay que tratar de atacar. Hay que intentar que las jugadas de nuestro rival sean defensas contra nuestras amenazas. Tener que pensar qué hacer para vencer a nuestro rival, no qué estará haciendo nuestro rival para vencernos. Como en cualquier mercado, hay que tratar de innovar, de tener la iniciativa, de pensar qué producto nuevo podemos crear, no estar esperando a ver qué sacan los demás para tratar de copiarlos.

La utilidad de los libros de ajedrez.

Sólo siguiendo estas reglas del ajedrez, nuestros resultados ya pueden mejorar mucho. Sin embargo, para avanzar realmente en este juego, hay que estudiar. Es increíble lo que hacen los libros de ajedrez por las personas. Toda la gente que conozco que ha estudiado alguna vez un libro de ajedrez es capaz de ganar a todos sus amigos y familiares. Ese es un placer que cualquier persona aficionada al ajedrez merece conocer.

A pesar de ello, cuando una persona, recién iniciada en el juego de ajedrez trata de comprar un libro con que iniciarse, carece de referencias válidas. Casi todos realizan compras pésimas. Como ante cualquier otra compra, se dejan guiar por el título – cuanto más llamativo mejor -o por el autor – cuanto más afamado mejor. En ambos casos, se está incurriendo en un grave error.

Los mejores libros de ajedrez suelen tener títulos modestos. Uno de los más reconocidos se llama El ajedrez de torneo, escrito por el ruso David Bronstein. Otro muy bueno es Mi sistema, del también ruso Aaron Nimzowich. Sólo en casos excepcionales surgen títulos grandilocuentes. Como el Piense como un gran maestro de Alexander Kotov. Que no podía sino ser ruso.

Al pensar en “qué es un buen libro de ajedrez” uno debe comparar con el resto de libros:
Existen novelas que, en su momento, tuvieron un lugar destacado en la historia. Los relatos de Jean Austen, por ejemplo, no tienen apenas precedentes históricos en el estilo empleado. Sin embargo, hoy en día existen miles de novelas más interesantes que las suyas, con mejores descripciones y menos aburridas. Casi todas ellas se han alimentado de lo que Austen inventó, pero han llegado mucho más lejos. Es indudable que “Mansfield Park” es, en el sentido histórico, mucho más importante que cualquier novela de Diana Gabaldon. Pero Gabaldon vende más libros, y si un extraterrestre, sin idea de cómo van las cosas por la Tierra, tuviera que juzgar una novela de cada escritora, preferiría las de Diana Gabaldon.

También existen libros difíciles. “Abbadon el exterminador”, de Ernesto Sábato, es una soberbia novela, pero compleja a más no poder. La obra de Faulkner es fundamental en la literatura del siglo XX, pero no resulta fácil de leer. Autores tan renombrados como estos, tales como Hemingway o Bioy Casares han escrito libros tan buenos como los de ellos, con un lenguaje asequible a todos y con niveles de lectura tan complejos como el lector quiera darles.
En ajedrez ocurre del mismo modo. Libros que supusieron toda una revelación, como el antes citado “Mi sistema”, de Nimzowich, escrito en 1920, ahora resultan pobres y oscuros. La obra del genial Capablanca queda mejor expresada en boca de sus comentaristas que en la suya propia. En mi opinión, hay que evitar todos estos libros, al menos en la fase de iniciación.

También hay obras que resultan muy difíciles para jugadores noveles. Cualquier libro de Kasparov no deja de ser un infierno para quien no está un poco suelto en el juego. En general, los grandes maestros no saben expresarse en términos sencillos. Cuanto más famoso sea un escritor, más inadecuado resultará el libro para los que se inicien en el juego.

Libros básicos.

Los libros de ajedrez se dividen en tres categorías: elementales, básicos y medio-avanzados.

Los elementales se refieren a las propias reglas del juego: cómo mueve cada pieza, el concepto de jaque mate, las tablas por ahogado, la anotación, alguna partida sencilla e ilustrativa.

Los medio-avanzados van dirigidos a los que quieren superar el nivel de jugador aficionado. Jugando se aprende mucho, pero llega un momento en que no se puede ir más lejos en el progreso. En ese momento se requieren estos libros.

Los libros básicos son sobre los que trato de asesorar. Van dirigidos a aquellos que apenas si conocen las reglas del juego, y poco más. En mi opinión, estos son los libros que, casi todo el que se dirige a una tienda a comprar un libro de ajedrez, necesita.

Por un lado son los libros más importantes, pues tienen un público de más del 90% de los jugadores de ajedrez (técnicamente los libros elementales tienen un mercado potencial infinito, al igual que los cursos de húngaro).

Por otro lado, son los más difíciles de escribir. Se requiere la paciencia y la tenacidad de un monitor de iniciación, acostumbrado a los errores constantes de los niños, a ver cómo éstos piensan y cómo hay que corregirles. Pero también se necesitan conocimientos muy avanzados sobre el ajedrez para poder explicar el por qué de todas las cosas. Y el sentido común de no llevar demasiado lejos las explicaciones. Lo más simple es lo más difícil de explicar, a veces sin conocer lo más complejo resulta sencillamente imposible.


Esta es la posición básica de la apertura española. En un 90% de las partidas las negras responden moviendo el peón de delante de la Torre-dama, atacando el alfil recién salido (3…a6, 3…P3TD)

Aunque no lo parezca, explicar la causa por la que sucede este movimiento no es algo trivial. Muy pocos jugadores saben dar una explicación racional de por qué se realiza. Las mejores explicaciones suelen ser evasivas (ya lo verás luego) o engañosas (intenta forzar el cambio del alfil por el caballo).
En los libros de nivel básico, muchas veces se pasa por alto lo obvio, como este movimiento de las negras. El lector se queda en su casa, con cara de idiota, mirando el tablero pero sin entender nada. Pero no se engañe, la culpa muchas veces la tiene el escritor que no lo ha explicado porque no lo sabe.

Peor que esto, si cabe, es que a veces dan explicaciones equivocadas. Y crean ideas preconcebidas en los lectores, que costará mucho quitarles de la cabeza con el tiempo. Una mala explicación puede ser peor que ninguna.

Principales errores de los libros básicos

Además de la falta manifiesta de la preparación suficiente por parte de los autores, la mayoría de estos libros comete el mismo error: se nota la impaciencia del autor por tratar de empezar a tratar temas de niveles superiores. Les cuesta centrarse en la labor de enseñanza, quieren empezar a hablar de ideas estratégicas profundas, de combinaciones tácticas sorprendentes, ante un jugador que aún no entiende muy bien lo que es una clavada o una mala estructura de peones.

Algunos consejos para detectar libros malos o inadecuados:

Se dedican con cierto detalle a enumerar nombres de aperturas. Saber cómo se llama una apertura no sirve para nada. Muchos jugadores profesionales juegan aperturas que no saben ni cómo se llaman. Cuanto mayor sea este capítulo, peor el libro.

Tienen pocos comentarios. Las partidas se muestran muy seguidas, una jugada detrás de otra. Eso es horrible, porque cuando se reproduce sobre un tablero, si una jugada suscita dudas, no sabemos los motivos por los que se realizó. Cuanto más se detengan en los comentarios, tanto mejor.

Tienen muchos símbolos. Los símbolos se inventaron para abreviar espacio, no porque sean mejores que lo que significan. Fíese más de un comentarista que dice “es una buena jugada” que del que dice !.

Tienen un capítulo de historia del ajedrez. La historia del ajedrez es fantástica, pero si usted desea aprender a jugar, puede ignorarla durante un tiempo. Estos capítulos son de relleno, ni más ni menos. Si quiere conducir un coche, no necesita que le comiencen a hablar de la máquina de vapor y la revolución industrial, ni de Henry Ford. Usted quiere conducir, no le interesa todavía de donde vienen los coches.

Tienen una sección de trampas, trucos o celadas. Los trucos del ajedrez – comúnmente llamados celadas – tienen mucho atractivo. Son muy vistosos, provocan victorias rápidas. Pero son engaños que, si salen mal, se vuelven contra su creador. Crean malos hábitos de aprendizaje. Estos capítulos son muy fáciles de escribir para el autor, y sabe que son muy llamativos. Son trucos de efecto que usted no debe tolerar.

El mejor libro de ajedrez

Cuando me preguntan por un buen libro para iniciarse en el juego, me veo obligado a recurrir a un autor totalmente desconocido en España. Es sorprendente que el posiblemente mejor escritor de ajedrez de la historia apenas tenga traducciones al español. Gran parte de la culpa la tiene nuestra titulitis. El hombre que mejores libros de ajedrez ha escrito, pensados para el aficionado, para el que no sabe jugar, es el americano Irving Chernev.

Irving Chernev (1900-1981) fue un enamorado del juego. A pesar de su pasión por el ajedrez, era un jugador mediocre. A decir verdad, es uno de los peores jugadores de ajedrez de la historia que han escrito un libro de ajedrez.

Pero Irving Chernev, según sus propias palabras:

Probablemente he leído más sobre ajedrez y he jugado más partidas que ningún hombre en la historia.

Así, aún no destacando como jugador a nivel internacional, su cultura, su conocimiento del juego, eran superiores a los de cualquiera. El hecho de ser un jugador bastante malo le llevó a escribir con la suficiente modestia como para que, hoy en día, junto con una entrada en la Wikipedia, pueda ser recordado como el autor del mejor libro de ajedrez para personas que se están iniciando en el juego: Logical Chess: Move By Move: Every Move Explained(Ajedrez lógico: Jugada a jugada: Cada movimiento explicado).

Vamos a ver qué dicen otras personas al respecto de ese gran libro. En Amazon, una opinión de cinco estrellas, que suscribo totalmente:

He sido un entusiasta jugador de ajedrez durante 32 años. Hay algo (aparentemente genético) entre los jugadores de ajedrez que les (nos) hace acumular más y más libros de los que podamos jamás leer sobre ajedrez – quizás en el vano intento de llegar a ser alguna vez tan buenos como Garry Kasparov. Así, literalmente he visto y leído cientos de libros de ajedrez. Siempre que alguien me pregunta sobre cuál es el mejor libro con que empezar a aprender ajedrez serio, siempre les digo este libro, sin dudarlo. El libro es una serie de partidas (a nivel magistral sobre todo), en los que cada jugada, de ambos bandos, es comentada. El lector nunca tiene que preguntarse, “¿Por qué movió eso?” Las explicaciones son a nivel estratégico, de esa manera el autor explica cada jugada en términos de su valor a largo plazo, en vez de dar una secuencia de complicadas variantes para mostrar lo que podía haber ocurrido si el jugador hubiera elegido otra jugada. El único inconveniente a el libro es que es un poco antiguo y algunas de las aperturas que se usan han sido superadas por la moderna teoría de aperturas. Pero dado que el libro se centra en los conceptos, más que en variantes concretas, esta es una desventaja menor. Este libro es el mejor que existe como primer paso hacia el ajedrez serio. Y todavía no ha sido superado.

Además de en Amazon, el libro se encuentra gratis en el Emule.

En estos casos, no hay nada como el papel, si conoces a alguien que quiere aprender a jugar, ya estás tardando en recomendarle este libro. Lástima que la traducción en español sea casi imposible de encontrar.

Actualización 9 de Octubre de 2006. Xabier Burgos nos indica en un comentario que el libro es fácil de encontrar en español, por ejemplo se puede comprar por Internet en Iberlibro.

Rothschild y la información

La familia Rothschild (descendientes de Mayer Amschel Rothschild) fue la más rica del mundo durante el siglo XIX y nadie sabe qué parte del XX. Mientras John D. Rockefeller era el hombre más rico del mundo – y de todos los tiempos – con sus empresas petrolíferas – la riqueza de esta familia siempre estuvo repartida entre todos sus miembros. Conforme pasaba el tiempo la familia Rothschild se hacía más y más grande, con lo que, aunque aumentaba la riqueza conjunta de la familia, disminuía la personal de cada uno de sus integrantes.
Ninguno de sus miembros actuales se cuenta entre las 400 personas más ricas del mundo, según la lista que publica Forbes. Sin embargo, siempre ha existido un gran secreto sobre las pertenencias de dicha familia, inculcado por el padre de tan vasta familia desde su mismo testamento, en que prohibió que jamás se divulgara el total de sus riquezas. Los descendientes han sabido disimular y ocultar a los ojos de miradas indiscretas su patrimonio.

I

Los Rothschild están detrás de cada avance tecnológico, de cada necesidad de dinero en cantidades infinitas, de cada infraestructura gigantesca del siglo XIX en Europa. Los Rothschild aportaron dinero para la construcción del Canal de Suez, para la fundación de Israel, para el desarrollo de todas las infraestructuras ferroviarias europeas. Las guerras de ese siglo se hicieron con dinero prestado por los Rothschild. Su apellido es sinónimo de dinero y enormes riquezas.
Un extracto tomado de la Wikipedia:
Su éxito comenzó con Mayer Amschel Rothschild (1744-1812). Nacido en un ghetto de Frankfurt, montó una empresa financiera y extendió su imperio instalando a cada uno de sus hijos en distintas ciudades europeas, para que dirigieran desde allí sus negocios. Una parte esencial del éxito de la estrategia de Mayer Rothschild fue mantener el control de sus negocios en manos de los miembros de la familia, lo que permitía mantener con total discreción datos como la extensión de su riqueza y los éxitos de sus negocios. Mayer Rothschild mantuvo con éxito la fortuna familiar seleccionando cuidadosamente matrimonios de conveniencia entre miembros de la misma familia. Sus hijos fueron:

  • Amschel Mayer Rothschild (1773-1855) – Frankfurt
  • Salomon Mayer Rothschild (1774-1855) – Viena
  • Nathan Mayer Rothschild (1777-1836) – Londres
  • Calmann Mayer Rothschild (1788-1855) – Nápoles
  • James Mayer Rothschild (1792-1868) – Paris

Sin embargo, las bases de la fortuna de los Rothschild se establecieron durante el fin de las guerras napoleónicas. Entre 1813 y 1815 la familia Rothschild fue una de las que financió a la Armada Británica, en todos los pagos que tuvo que afrontar al fin de la guerra. A través de las comisiones que ganaban con cada transacción, la fortuna de los Rothschild creció enormemente.

II

La riqueza de los Rothschild, más que monetaria, estaba en la infraestructura que habían establecido para el desarrollo de sus negocios. No sólo fundaron el que sería el primer banco internacional, en cierto modo su forma de operar recuerda a las actuales multinacionales. Con la extensión de la familia por toda Europa, trabajando de forma conjunta mientras el resto de negocios eran locales o a lo sumo nacionales, la suya fue la primera piedra que se puso en la era de la globalización.

No importaba en qué lugar de Europa surgiera una oportunidad de negocio. Si era buena, los Rothschild serían los primeros en acudir a ella. Su sistema de información no tenía parangón. Habían desarrollado una red de correos por toda Europa, que distribuían la información entre los hermanos Rothschild, a una velocidad que desbordaba. Sus agentes se enteraban de todo y lo trasmitían a una velocidad que desbordaba a quién quisiera hacer de competencia. También usaban palomas mensajeras, en su afán por agilizar el manejo de la información.

Los carros de los Rothschild cruzaban las carreteras a toda velocidad; los barcos de Rothschild navegaban por el Canal de la Mancha; los agentes de Rothschild eran rápidas sombras que cruzaban las calles. Transportaban dinero, documentos, cartas y noticias. Sobre todo, noticias – las noticias más exclusivas que afectaban a la Bolsa y a los mercados de bienes.

El 18 de junio de 1815, en Waterloo, en la batalla que decidiría el futuro de Europa, combatían los ejércitos de Inglaterra y Prusia – dirigidas por Wellington y von Blücher – contra el francés de Napoleón. Era el combate definitivo; quien venciera, sería el país más poderoso de Europa, quizás para siempre. Al otro lado del Canal de la Mancha, en la Bolsa de Londres, los especuladores y los inversores se devanaban los sesos tratando de averiguar el resultado del combate. Y es que una derrota de Inglaterra convertiría sus acciones en el exterior en papel mojado. En cierto modo, no les importaba tanto el resultado como ingleses que eran, sino por la incertidumbre de saber que no podrían convertir sus acciones en bienes más fiables, como metales preciosos.

La misma noche que terminara el combate, un barco especial zarpaba de la costa belga, rumbo a Inglaterra. Su objetivo: informar a Nathan Rothschild del resultado lo antes posible.

Al amanecer del siguiente día, llegaba al puerto de Folkstone, donde lo estaba esperando el mismo Nathan. Y es que tan valiosa información lo merecía. Inmediatamente pusieron dirección a la capital, hacia la Bolsa de Londres.
La histeria de saber que algo importante estaba sucediendo al otro lado del charco y que muchas fortunas se iban a ganar o perder según cómo se actuara, invadía el ambiente de la sala. La llegada de Nathan Rothschild puso los nervios a flor de piel a los que aún mantuvieran un poco de calma. Nadie dudaba que si alguien se debía enterar el primero de lo que en el continente había ocurrido, tenía que ser Nathan Rothschild. Todos los ojos se posaban en él, esperando un gesto que denotara el resultado del combate.

Pero una de las principales características de Nathan, recibida con el ADN de los Rothschild, era su opacidad. Su capacidad para no trasmitir ni una pizca de información, ya fuera positiva o negativa, sobre lo que sabía. Se sentó en su esquina favorita y dejó a sus operadores hacer. Y lo que hicieron sus operadores, que no eran más que las órdenes que Nathan Rothschild les había dado, era vender. Empezaron a vender todas las acciones en bienes extranjeros de Inglaterra. Una tras otra. El precio, comenzó a bajar, primero lentamente, después sin control. Poco a poco los demás inversores habían llegado a la conclusión de que Rothschild sabía el resultado. Y era que Inglaterra había perdido la batalla. Había que vender las acciones, por lo que fuera, para tratar de salvar un poco de dinero. Las acciones cayeron en picado.

En un momento dado, una señal imperceptible de Nathan despertó un cambio de actitud entre sus operadores. Ahora había que comprar. Compraron en un suspiro todas las acciones que pudieron, a precios ridículos comparados con los que tenían antes del comienzo de la sesión.
Como guinda al pelotazo más grande de la Historia, justo en ese momento en que comenzaban a recomprar los agentes de Nathan Rothschild, llegaron los primeros mensajeros informando de la victoria de Wellington, para Inglaterra.

Las acciones empezaron no sólo a recuperar su valor inicial, sino a superarlo. Al final del día, los Rothschild eran veinte veces más ricos que cuando se levantaron de la cama, por la mañana.

III

Mucho odio se cierne sobre los Rothschild. Porque el dinero ganado por la banca nunca es del todo limpio. Por la oscuridad con que siempre se ha movido la familia. Por no saber hasta qué punto son de ricos. Porque tienen poder y dinero suficiente como para tal vez formar parte del G8. Porque son judíos. Porque ganaron dinero cuando muchos otros se arruinaban.
Existe una conspiranoia que defiende que los Rothschild, junto a otras familias de multimillonarios, dirigen el mundo.
Los nazis se cebaron contra ellos, filmando una película (link del Emule) en que se narra la forma en que se enriqueció el padre al comienzo de las invasiones napoleónicas y al final de la guerra, con la batalla de Waterloo.

Tanto la película – en que sólo le falta a los Rothschild salir con un rabo de diablos, de lo manipuladora y mentirosa que resulta – como la teoría de la conspiración (sobre la que hay muchas páginas en Internet y libros publicados ) merecen poco crédito, aun cuando son las únicas que arrojan alguna información sobre esta historia de la Bolsa de Londres. La Wikipedia habla de ella como de una leyenda.

Me quedo con la referencia que desencadenó este post, el libro Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig. En él el autor, que era judío, menciona la historia de pasada, como conocida y cierta. Si algo que ocurrió hace apenas doscientos años, hoy se entiende como una leyenda, tal vez nunca podamos volver a saber la verdad.

Fuentes:
Biblebelievers.org (Extracto del libro defensor de la conspiración “Descent into Slavery”).
Entrada de la Wikipedia sobre los Rothschild.
Película del III Reich ( + 18 años, + 2 dedos de frente ) Die Rothschild (1941). (link de Emule)
Libro Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig.

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Monedas

Ayer tuve un día que sobresalió del aburrimiento cotidiano por la curiosa omnipresencia de las monedas.
A la hora del desayuno, me disponía a tomar un refresco de la máquina. Saqué una moneda de 50 céntimos y antes de que pudiera meterla en la ranura ya había sido invitado – un detalle muy español- con lo que opté por guardarme la moneda de nuevo en el bolsillo, pero fuera de la cartera.
Ya por la tarde, fui al gimnasio. Mientras me cambiaba de ropa, me encuentro en uno de los bancos de los vestuarios una brillante moneda de euro. Feliz por mi descubrimiento, me imaginaba que a otra persona le había ocurrido la cosa más normal del mundo, usar una moneda para las taquillas, no guardarla bien, y , al final, olvidarla.
Mientras pensaba en todo esto me fijé en que al otro lado del banco parecía que había otra moneda. Pero no podía ser, porque era muy plana.
Esto me llevó a recordar un sueño que se me repite, en que encuentro una moneda, y segundos después otra, y así hasta juntar unas diez. Del sueño me gusta la sensación de lo inesperado, que creo me provoca el hallazgo de más monedas- el sueño no es más que una especie de sugestión – y cuando empiezo a acumularlas con avaricia desaparece esa fuente infinita.
Me acerqué a la aspirante a moneda y resultó ser una de 5 pesetas, de las antiguas. Lo que más me sorprendió es que me resultara extraña, vista desde lejos tardé en reconocerla como la moneda que tal vez más veces he tenido en mis bolsillos. Es sorprendente esto del euro, aún pensamos en pesetas, pero no recordamos cómo eran las propias monedas. Lo curioso es que alguien había tenido el ingenio de darse cuenta de que para las máquinas de taquillas los duros tienen casi la misma circunferencia que los euros, obteniendo el mismo resultado y arriesgando mucho menos capital.
Contento con mi doble hallazgo, volvía a casa. Cruzaba el último semáforo, que es el más peligroso porque está al final de una salida de la autovía, cuando oí un tintineo. Saturado de pensamientos de monedas no dudé lo que había ocurrido. La moneda de la mañana se había salido del bolsillo. Me giré y agaché para recogerla del suelo, y cuando lo hacía, dando la espalda a los coches, recordé que cuando cruzaba el semáforo la luz estaba parpadeando y que esta pequeña distracción podía haber sido suficiente para que cambiara de color. Me giré con la moneda en la mano, para comprobar que aún tenía algo de tiempo, que mis pensamientos habían corrido mucho más rápido que el semáforo.
Es curioso como funciona el tiempo y como se agolpan los sucesos. Si hubiera sufrido un percance, las monedas del gimnasio se definirían como premonitorias, así como el iterativo sueño. La invitación de la mañana se tornaría fatídica. Pero como nada de eso ocurrió, el día fue banal, y el mundo, continua tan ignoto como siempre.
[Esta entrada fue publicada por primera vez el 11 de Febrero de 2004.
Meses después, la moneda de 5 pesetas que desde entonces utilizaba para las taquillas del gimnasio desapareció, posiblemente olvidada en un banco de los vestuarios del gimnasio.]
Artículos relacionados:

♦ Historia de una moneda


Nombres de bares

El nombre más común del mundo es Mohammed.
En España, en el año 2005 los nombres más populares entre los recién nacidos fueron Alejandro para los chicos (con un 3,5% del total) y Lucía para las chicas (nada menos que el 4,5% de cada recién nacida se llamó así).
Pero, a la hora de dar un nombre a un bar, ¿Cuál es el más popular?
Desde luego que los patrones a la hora de dar nombres de personas también afectan a estos negocios tan típicamente españoles. Sin embargo, entre los nombres de bares existen dos tendencias principales. Por un lado tener un nombre muy llamativo, por otro dar un nombre indiferente, poco original. Será entre estos donde encontremos los más populares de todos.
El ganador individual es el Bar Avenida. Nada menos que 25 de cada 10.000 bares se llaman así. Aunque el vencedor, en mi opinión, es el Bar Plaza. Lo que ocurre es que el tercer nombre más frecuente es Bar La Plaza. Juntos detentan la nada despreciable cifra de 39 sobre cada 10.000 bares.
Sólo en Madrid capital, hay más de ocho bares que se llaman Bar Plaza. Hay bares Plaza en Miraflores de la Sierra, Cobeña, Getafe, Leganés, Alcorcón, Fuenlabrada, Pinto y Humanes. Barcelona, Bilbao y Valencia también tienen sus bares Plaza, como no podía ser menos.

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Buen jugador de futbol

Leer un artículo de Malcolm Gladwell en el que realiza una reseña sobre el libro The Wages of Wins – por cierto, el artículo es una obra maestra del devaluado género de las recensiones periodísticas – me ha recordado que tenía pendiente escribir sobre el éxito en fútbol.
El libro The Wages of Wins(Los méritos de la victoria) trata sobre la forma en que se evalúa la calidad y el rendimiento de los jugadores de baloncesto. Según expresan y fundamentan los autores, valorar exclusivamente quién anota más puntos en un partido, o quien recoge más rebotes es una forma bastante ineficiente de medición de la calidad de un jugador.
El ejemplo más claro, en nuestro país, puede ser el jugador yugoslavo Drazen Petrovic, famosísimo en España. Su calidad era indudable. Raro era el partido en que no acababa como máximo anotador. Pero no todo en él era perfecto. Como indica el artículo de la Wikipedia, era bastante malo como defensor.
Petrovic me lleva a pensar en el brasileño Oscar Schmidt, que ostenta récords de anotación mucho mayores. Según el artículo indicado, fue el máximo anotador en tres de las cinco olimpiadas en que participó, y eso que su equipo nunca llegaba más allá de los cuartos de final.
Dondequiera que se busque por Internet se deshacen en halagos hacia estos dos jugadores. Pero tenían un terrible defecto: lo tiraban todo. Un porcentaje terriblemente elevado de los balones que llegaban a sus manos acababan camino de la canasta. En muchos casos, la bola acababa entrando, tal vez en demasiados esto no ocurría.
A nadie parece importarle ese pequeño defecto, lo que cuenta es que metían muchos puntos.
Lo que en baloncesto puede llamar la atención de unos pocos observadores, en fútbol es flagrante. En el fútbol español, el éxito se mide en goles marcados o en goles no recibidos, todo lo demás, son estadísticas para enmarañar.
El caso de Torres es uno de los más llamativos. Convertido en un genio antes de serlo, se espera de él lo mejor en todo momento. Sin embargo, sus resultados son muy pobres. Las estadísticas de balones perdidos, disparos fallados, pases no recibidos, balones no luchados, presiones al defensor no hechas deberían ser auténticamente desmoralizantes. Al final sin embargo, un balance con el número de goles basta para justificar una temporada como buena o mala.
El mejor portero no es necesariamente el que ha recibido menos goles durante la temporada. Puede ser el que ha campeado aceptablemente un temporal de oportunidades constantes de gol por parte de los superiores equipos rivales.

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Colchón usado

El n-ésimo mandamiento del consumismo dice evitarás los objetos usados. En contadas ocasiones se admiten excepciones. Por ejemplo, la gente no tiene ningún miedo a los coches de segunda mano. Con otras objetos se plantean ciertos reparos, como con los libros y discos usados.
Los muebles, sin embargo, producen un rechazo total. Sabemos que han pertenecido a otros, pero el no saber a quién, qué habrá hecho esa familia, se nos antoja terrible.
Aún así, mucha gente amuebla su casa con cosas encontradas en la basura. Sobre todo estudiantes y quienes preparan un piso para ser alquilado. Y es que los muebles de un piso de alquiler son los menos exigentes del mundo, tan sólo se les exige que existan.
En uno de los primeros sitios en que viví, de alquiler, el sofá era terrible. El casero no sólo se negaba a cambiarlo, sino que no atendía a nuestras súplicas de que simplemente se lo llevara y dejara ese espacio vital libre. Muchas veces sentía el impulso de coger un sofá de la basura, que casi siempre estaba en mucho mejor situación.
Creo que si hay un objeto que despierte el terrible miedo a lo usado es el colchón. Ni la persona más miserable del mundo se atreve a coger uno de la basura, aunque a veces se vean algunos en perfecto estado. A menudo he visto anuncios de gente que se mudaba con urgencia y liquidaba su antigua cama a precio de saldo sin encontrar compradores. Nos da miedo el colchón ajeno.
En alguna conversación he mencionado el asunto y siempre me dicen eso de “a saber qué han hecho ahí”. Pues a las malas, mucho sexo. Alguna incontinencia nocturna, que en el caso de una borrachera puede ser más grave. Pero no hay mal que cien años dure y que un par de buenos lavados no quite. No me vale la excusa cuando para el sofá es mucho más fácil poner todos esos peros y nadie muestra sin embargo tantos reparos.
Luego me ha tocado dormir invitado a casa de amigos, conocidos y otros que no lo eran tanto. Y nunca he tenido reparo en averiguar la problemática del colchón. Ni yo ni nadie. Que el colchón haya pasado por la calle tampoco lo convierte en algo infecto.
Supongo que bajo este pánico se esconde el trasfondo animal del asunto. Pasamos tantas horas en la cama que es el sitio donde más firmemente hemos marcado nuestro territorio. Nos da pánico pensar que estamos tomando un objeto tan marcado por otras personas. Nos resulta insoportablemente agresivo.
Puede que al final no sea más que una cuestión olfativa. El colchón, objeto que nunca se mueve, que absorbe todo tipo de olores corporales, expuesto a los humores de sus ocupantes. Mal ventilado. Lo mismo sucede con la ropa prestada por otras personas, no importa la confianza que tengamos con ellas, lo primero que pensamos es en lavarla. Eliminación de olores.
Nos comportamos como simples perros, que todo lo huelen, pero hemos subjetivizado el puro instinto animal hasta transformarlo en “me da cosa”, “me da asco”.
[Este post fue escrito por primera vez en 7 de Noviembre de 2004, siendo reescrito hoy.]
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La falacia del biodiesel

Me parecen fantástico que por fin las nuevas energías estén ocupando un lugar cada vez más significativo en el espectro energético disponible. Lo que antes era petróleo casi exclusivamente puede acabar convirtiéndose en un montón de diferentes energías; la variedad siempre ha obrado en beneficio del consumidor.
Entre estos nuevos productos, comienza a ocupar un lugar destacado el biodiésel. El biodiésel es, al fin y al cabo, un aceite vegetal transformado en un producto de características similares a la petróleo de los motores diésel.
Tiene todas las ventajas imaginables: es un producto de origen vegetal, de ahí que al menos teóricamente su producción pueda ser infinita, si esta se potencia. Hoy en día puede resultar más barato que el petróleo y los residuos que produce son menos tóxicos que los de este.
Hasta aquí, digamos que todo es incuestionable. Pero llega el momento para los datos dudosos. El primero y más preocupante es el de las emisiones de CO2. Teóricamente, al quemarse el biodiésel se produce CO2, igual que con la gasolina, pero como la planta, en su proceso de crecimiento, absorbió CO2 y devolvió oxígeno a la naturaleza, se tiende a sobreentender un balance positivo.
Con este punto, topamos con carne de falacia. El biodiésel como tal produce tanto anhídrido carbónico como la gasolina. Sin embargo, se está contando con el que destruyó en su pasado.
Imaginemos que en el proceso de creación del petróleo, algunos millones de años antes, se creara oxígeno – cosa que no ocurre – ¿A quién diablos le interesa ese oxígeno hoy en día?

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