Centenario Messiaen

Hoy hace cien años que nació Olivier Messiaen (1908-1992), uno de los compositores de música clásica más importantes del siglo XX.
Su obra es extraordinaria y me da pena no conocerla mejor o disponer del tiempo suficiente para hacer una digna exposición de sus composiciones. Unas breves notas:

  • Messiaen era un enamorado del canto de los pájaros. Esto le llevó a la extrañísima a la vez que fascinante tarea de recorrer el mundo buscando nuevas especies de pájaros y a componer melodías basadas en lo que las aves realmente cantaban. Como dicen bien en la Wikipedia, fue el ornitólogo que más se preocupó de la música de los pájaros o el músico que más se preocupó del canto de las aves.
  • Su extraordinaria Sinfonía Turangalila.
  • Messiaen estaba impregnado de religiosidad en toda su música. No en vano fue organista durante décadas. Casi toda su obra tiene referencias al Cristianismo, los pájaros, o ambos. No era un fanático religioso sino alguien que admiraba los mitos del Catolicismo: la figura de Jesucristo, el Apocalipsis, la Resurrección, eran figuras trascendentes que alimentaban su creación.
  • Una de sus obras cumbres es sin lugar a dudas El Cuarteto para el Fin del los Tiempos: un cuarteto compuesto en 1941 durante la II Guerra Mundial, estando Messiaen prisionero en un campo de concentración.

La obra es de una enorme tristeza. El cuarteto es una combinación inusual: clarinete, violonchelo, violín y piano. Messiaen eligió esa combinación de instrumentos por pura necesidad: de entre sus compañeros de prisión sólo disponía de esos instrumentistas (él tocó el piano).

Quizás el movimiento más bello de todos sea el quinto, Louange à l’éternité de Jésus (Vídeo NSFW), Elogio a la eternidad de Jesús.

La historia del cuarteto, compuesto en una de las épocas más oscuras de la Historia, evocando el Fin del Mundo, con una música sobrecogedora, es tan romántica como poco cierta.

Messiaen fue capturado por los alemanes en la Batalla de París, pero a pesar de que se defiendan ideas más heroicas, Olivier Messiaen no combatía como soldado, era un simple auxiliar médico pues por problemas de vista no era válido para el ejército.
Cierto es que estuvo confinado en una prisión alemana, pero aquello no era un campo de concentración. No era Auschwitz, ni mucho menos. De hecho, podía componer. De hecho, tenía acceso a un piano. De hecho, pudo estrenar la obra en el mismo campo de prisioneros, con público mixto formado tanto por alemanes como por prisioneros del campo.

La inspiración bien pudiera ser la propia Gran Guerra, pero también hay que recordar la permanente inspiración religiosa del compositor. Esta vez en el Apocalipsis: en que el ángel eleva su mano al cielo diciendo: “No existirá más el tiempo”.

Pero indagando un poco más, este quinto movimiento del Cuarteto, quizás el más emotivo, y que comparte melodías con el último tiempo, no es más que una adaptación de una pieza que había compuesto años antes, para órgano: Diptyque, compuesta en 1930, cuando el compositor tenía apenas 22 años. Y once años antes del estreno del cuarteto.

En general las historias de las personas que queremos se tornan tristes cuando se ahonda en ellas. Hay menos altruismo, bondad y romanticismo del que creemos. Aunque al final es lo de menos, porque lo que cuentan son las obras, no los motivos o inspiraciones que las impulsan.
Fuentes:
Messiaen en la Wikipedia.
The story behind Messiaen’s “Quartet for the End of Time.” Artículo de Alex Ross para el New Yorker.
Quatuor pour la fin du temps, en la Wikipedia.

Karate Kid

Hoy me he maravillado al ver cómo Televisión Española reponía a la hora del almuerzo Karate Kid, una película mítica que vi decenas de veces en mi juventud. Estrenada en 1984, fue un bombazo de taquilla y un éxito que pocas películas consiguieron alcanzar.
Continuando con su éxito se creó toda una saga de películas: Karate Kid II, Karate Kid III y hasta The Nex Karate Kid, ya en 1994, con una emergente Hillary Swank.
No faltó la serie de televisión al respecto, en doce episodios. Y la aún más legendaria escisión pirata: la saga de los Karate Kimura (artística traducción del original italiano “El niño del quimono dorado” o “Karate Warrior” para la versión americana):

Encontré Karate Warrior en el videoclub por 99 centavos.[…] Lo más bizarro de esta película es el sonido. Parece que fue grabado en un estudio, después de filmar las escenas […]. Además repiten las mismas palabras y frases una y otra vez. […] En general, toda la película es una basura. Pero si compras una película que se llama “Karate Warrior”, normalmente no esperas encontrarte con algo como Ciudadano Kane.

Eran tantas las partes de una saga u otra que podías ver cómodamente una de ellas cada tres meses. Y como había pocas cadenas, la veías. Y te acababas aprendiendo los diálogos.
Karate Kid es una excelente película. Pero al generar tantas secuelas, se convierte en una basura. Las sucesivas partes fueron a cual peor. Además, todas tienen exactamente el mismo argumento: el chico enclenque tiene que pelear, aprende con un enigmático maestro oriental y acaba ganando a los malos que aprendieron artes marciales sin el componente filosófico. Y de paso, el protagonista se lleva a la chica.
Karate Kid fue dirigida por John Guilbert Avildsen, quien ya dirigió Rocky en 1976. Es increíble cómo el director pensó que ocho años después exactamente la misma historia, escrita por el actor Sylvester Stallone, podía seguir siendo válida. Sólo había que adaptarla al público juvenil, algo que hizo extraordinariamente su guionista. Una superficial historia de amor y quitar algo de trama psicológica.
Al igual que le ocurriera a Karate Kid, las sagas destrozaron el prestigio que bien pudiera mantener Rocky, treinta años después. A pesar de ello sus secuelas se vieron con gran aceptación por parte del público, y no tanto por la crítica.
Y es que en aquella época funcionaba algo que ahora tenemos muy cercano. Si una historia funciona, repítela hasta el agotamiento. Stark Trek sigue emitiendo más y más episodios. Y el público sigue ahí. Hasta Rocky tuvo una nueva edición hace pocos años.
Quizás la gran diferencia entre hace veinte años y ahora estriba en que las historias no sólo eran con los mismos personajes, sino que eran exactamente iguales. Tras los primeros cinco minutos de cualquier Karate Kimura sabes: quién es el bueno, con quién acabará saliendo, quiénes son los malos y quién caerá en las Semifinales del Torneo de Karate. No había sobresalto alguno entre medias. Era todo muy rectilíneo.
Aunque ahora devoramos una tras otra historia de Batman, y James Bond siga sin jubilarse, somos un público más exigente. Si nos mostraran el mismo perro con el mismo collar, montaríamos en cólera y por supuesto las películas se quedarían muertas de asco en las salas de cine. Ahora exigimos efectos especiales de última generación, persecuciones novedosas, personajes de doble filo, sorpresas en el último minuto. No es que nos gusten, es que si no las hay, no aceptamos el producto.
Y esto lleva inevitablemente al debate de si los dorados años de nuestra juventud fueron tan dorados en lo que a cine se refiere. En mi opinión eran tan dorados como el quimono de este Karate Kimura.
Los Karates Kimuras que veíamos, porque había apenas dos canales de televisión, eran una basura. Y no eran lo peor de la parrilla. Me acuerdo del cine de terror: cierto es que existía Carrie, pero también Drácula contra las mellizas o La Grieta.
Las películas baratuzas, en que todo estaba mal hecho, eran la norma. No todo era negativo: las películas de los Hermanos Marx se proyectaban en prime time y arrasaban en las cifras de audiencia. Pero las películas pestilentes eran el pan nuestro de cada día.
No creo que haga falta enumerar. Pero las de acción, en que hasta reconocías a los malos: el bueno tenía que combatir contra una serie de malos, hasta acabar con todos menos el protagonista malo. Y luego también con él. Veías al chino, porque casi siempre era un oriental, y podías apostar. “Este es chino de segunda pelea”. “Aquel de penúltima”. Si había algún tipo muy gordo, era el primero en caer.
Y bueno, se puede un alargar pero las series eran todas por el estilo. Uno vibraba con el Equipo A, pero siempre era lo mismo, había tres o cuatro episodios tipo:

  • Los malos han comprado todos los locales de una manzana, salvo uno de un viejo que se niega a vender y que tiene una hija que está buenísima. El Equipo A les ayuda.
  • El falso equipo A.
  • Los que van sembrando el terror en un pueblo de la América profunda, con la connivencia de algún sheriff local.
  • El concuñado del Murdock al que le debían un favor.
  • Los que no tienen para pagar al Equipo A pero hay un rollo de niños y ellos trabajan gratis y luego encuentran una maleta con dinero y en vez de quedársela se la dan a los niños.

Y bueno, luego mejor no abundar en las escenas. A mi lo que me maravillaba era ver cómo después de montar un coche de emergencia para salir del taller, al que le ponían chapas y protecciones, luego lo pintaban todo para que quedara más bonito.
Todas esas series están disponibles en el Emule, y aunque muchos nos las bajemos, son una castaña infumable. No quiero ni pensar en ver un McGyver, con su tecnología obsoleta. “Si en una máquina de Coca-cola de hace 500 años abres no se qué compartimento, puedes sacar sulfuro de amonio”.
No exagero cuando digo que me tendrían que pagar para que estuviera dispuesto a ver un episodio de “El coche fantástico”. Y estoy mencionando las buenas. Las series que no valían nada eran mucho peores. A lo mejor coincidió que echaban una de ellas en la tele cuando ya no necesitabas los pañales y es un recuerdo emotivo, pero eso no convierte a la serie en buena. Seamos realistas, ¿Prefieres ver un episodio de Perdidos o de Bonanza?
Luego siempre hay alguien que defiende los dibujos animados de entonces. Que si la animación japonesa. Que si Marco y Heidi. Todas series pestilentes, insoportables hoy en día.
Heidi sólo tenía 26 episodios, pero hubiera jurado que tenía por lo menos 200. La trama era lentísima y absolutamente previsible. Pero era lo que había.
No creo que tenga sentido exigir que los hijos de estos padres se críen viendo los bodrios que nos alimentaron. Ahora hay series mucho mejores: más complejas, con estética más actual, con guiones más cuidados, capaces de agradar a un público más amplio. No hay más que ver las películas de animación de Disney que encantan a padres e hijos.
Antes los padres llevaban a los niños al cine con absoluta desgana, por cumplir en casos de extrema necesidad. Ahora el padre está dispuesto a ver la película aunque no venga el hijo.
Las de ahora son mejores películas, son mejores series, es mejor televisión. Las antiguas tienen el valor de haber servido de base a los demás, de haber mostrado el camino a seguir, de mantener la ilusión viva. Pero su tiempo ya pasó. Y por eso no tiene sentido revitalizar Karates Kimuras. El Karate Kimura de nuestros tiempos es el Million Dolar Baby ganador de los Oscar, el Barrio Sésamo dio paso a un mejor Pocoyó. Cheers es cosa del pasado, aprendida la lección nace How I met your mother.

El atentado que destruyó Bombay

La serie de atentados de noviembre del 2008 en Bombay, que causaron 155 muertos y casi el doble de heridos, han causado una de las bajas más sorprendentes que puedan pensarse: el propio nombre de la ciudad.
Y es que Bombay es una de esas ciudades que tiene un nombre diferente en su idioma original (Mumbai) y en otros países (Bombay), como a los españoles nos ocurre con Londres (London) o Nueva York (New York).
Ante el aluvión de noticias sobre los atentados, que se referían a la ciudad de Bombay, el Times londinense tomó una medida excepcional: decidió dejar de llamar a la ciudad Bombay y pasar a llamarla Mumbai.
La explicación es excelente: el sentido común debe primar sobre las tradiciones o el inmovilismo. The Times tiene gracias a Internet y la globalización un público mucho más amplio y las fuentes de información también lo son. Ahora uno lee unas noticias que hablan de Bombay (en periódicos británicos, americanos o españoles) pero otras que hablan de Mumbai (en fuentes asiáticas) y para los periodistas británicos que tratan de vender periódicos en Asia, el término Bombay no ayuda.
El criterio para nombrar las ciudades en The Times es: usar el término que la mayoría de los lectores puedan reconocer; A veces es bueno no tener una Academia que requiera de reuniones y sesiones plenarias para decidir mínimos cambios.
En este caso, al cambiar los lectores, y aumentar la cultura de los mismos, Mumbai es tan válido o más que Bombay. Así que repentinamente, en cuestión de horas, hemos visto cómo una de las ciudades más importantes del mundo cambiaba de nombre. Y muchos no se han enterado.
El artículo de la Wikipedia inglesa (que además es uno marcado como especialmente bueno) también cambió la prevalencia de Mumbai sobre Bombay algo así como el 25 de noviembre del 2008 (el 28 de noviembre se presentó el editorial de The Times).
Sobre el cambio de nombre siempre hay extraños damnificados. Normalmente uno no piensa que el cambio de una palabra pueda traer consecuencias económicas. Pero indudablemente las trae en este caso para la famosísima marca de ginebra Bombay. Que para colmo de males, eligió su nombre tras una exclusiva competición entre agencias de publicidad, siendo Bombay Shappire el elegido por crear reminiscencias de los tiempos del Protectorado Británico, en que la ginebra era muy popular en la India.
En España aún pasarán años antes de que existan Mumbai, Beijing o New York. Ya este verano sentíamos la extraña sensación de hablar de Olimpiadas de Pekín cuando todos los carteles del mundo hablaban de Beijing.
Fuente: Times Archive Blog.
El editorial del Times Online, edición de Asia.
Vida extra: Para los que no lo supieran, Mumbai y Bombay son islas, al más puro estilo de Manhattan.

El personaje

Las noticias sobre cine en los telediarios son una extraña forma de rellenar la programación. No llega a ser publicidad directa por la que tengan que pagar pero reciben extensísimas reseñas de los medios de comunicación.
Creo que el interés público no alcanza el despliegue de los medios que se realiza. Es como si los telediarios dedicaran diez minutos a los eventos de jazz, será todo lo cultural que quieras, pero a pocos les interesará. Pues hablar cada jueves y cada viernes de “los estrenos de la semana”, cuando tan poca gente va al cine, es cuanto menos extraño. Habrá intereses que desconozco.
Lo que menos me gusta de estas promociones, que son todas casi iguales, son las entrevistas a los actores. Cierto es que son ellos las estrellas de Hollywood o de no tan lejos, los famosos de turno que atraen al público a los cines. Pero no tiene mucho sentido preguntarles a ellos por la película. Al fin y al cabo ellos no son más que simples empleados que han actuado por el excelente sueldo que iban a cobrar.
El primer tópico es decir “me ha encantado trabajar con el director de turno”. Es una frase manida, no puede encantarte trabajar con todos los directores de cine del mundo. Unos te encantarán más que otros. Y para los que menos, el adjetivo encantado viene demasiado grande.
Si los actores son extranjeros, un tópico motivado por las rutinarias preguntas de los periodistas es decir “me encantaría trabajar con un director español” o directamente “con Pedro Almodóvar”. Esa respuesta es de cortesía y no responde a ningún deseo explícito. De hecho esos grandes actores podrían trabajar con él si quisieran, sólo tendrían que mostrarse dispuestos a cobrar menos, llamar al director pidiéndoles un papel y tal vez aprender algo de español. No es mucho, pero seguro que no quieren llegar a tanto.
El segundo tópico es la defensa del personaje representado. El actor no sólo tiene que haber disfrutado rodando sino que le ha gustado el papel representado y la figura a la que ha dado vida con su representación.
Si el papel era de bueno, la personalidad se antoja casi heroica. Si es de villano, era una buena persona a la que las circunstancias empujaron a tan dramática situación. Si es un papel tonto de comedia, aún se le da un análisis psicológico que resultaría exagerado hasta para un thriller complejo. Este absurdo se supera sobre todo en los doblajes a películas de animación realizados por famosos. “El pez YYY es un emprendedor nato, siempre buscando formas de innovar y ofrecérselas a sus compañeros.”
En parte sobre esta línea, es irritante cuando se trata de establecer una similitud entre la personalidad del actor y el papel representado. Siempre cae la pregunta de “¿Te sientes representado con el personaje de ZZZ?”.
Cuando son papeles floreros, de actrices de moda a las que se les contrata para atraer taquilla, con el reclamo de algún desnudo se cae siempre en el tópico de la mujer luchadora. Era la novia tonta que hace tres escenas de cama en la película pero ella “vivía a la sombra de KKK, aunque era también una mujer fuerte, en la que él siempre se apoyaba”.
Y el tercer tópico es el de la pregunta al personaje. Es preguntarle algo a un actor pero esperando que responda como lo haría el actor al que representa. ¿Crees que WWW aprobaría las acciones emprendidas por el Gobierno Americano? ¿Te gustaría haber conocido a RRR en la vida real? ¿Qué crees que TTT hubiera hecho si no lo hubieran asesinado? Esto sencillamente es patético. Imaginad que os preguntara alguien “¿Qué habrías hecho el 11-S si fueras Batman?”. Puedes responder y tal, pero que eso aparezca en cientos de periódicos impresos y en las noticias, es muy grave.
El cuarto tópico es el de la identificación con el personaje. Tan actores que son y luego resulta que para representar a un enfermo en estado vegetativo tienen que pasarse tres meses en un hospital viendo a otros enfermos “para hacerse la idea de cómo representar el papel”. O el que hace una película bélica y luego se pasa tres meses haciendo un curso de tiro con ametralladoras, para que luego esas escenas las haga un doble.
Mención especial a aquellos papeles de transformación total. Eso ya es para mear y no echar gota. Necesito a un gordo negro de cuarenta años para el papel, pero como si no los hubiera a patadas, muchos de ellos famosos, tengo que contratar a una mujer joven de piel blanquísima para embarcarla en tres horas diarias de maquillaje y hacerla parecer una persona común y corriente. Vale que las sesiones de maquillaje dan para medio metraje del documental “Cómo se hizo CCCC”, pero no creo que justifique esos cambios.
La moda principalmente se centra en hombres haciendo papeles de mujeres maduras (porque después de los treinta ya se les puede despedir a todas) y en mujeres atractivas haciendo papeles de monstruos o patitos feos.
El último tópico es el de la familia. Es decir en todo momento que para el actor lo más importante es su familia, que la apoya en todo. Que en cuanto termine el rodaje va a pasar unas semanas con su familia. O que no aceptó un papel por no separarse de su familia. Todo muy bonito y familiar, pero luego los casos de familias rotas por rodajes son casi infinitos.

El viaje del pavo

No hay país que dignifique más la carne de pavo que los Estados Unidos. Y es curioso cómo el animal llegó a los Estados Unidos.
En México, antes de la llegada de los españoles, no había animales de granja, con la única excepción del pavo, que no existía en Europa. El otro animal doméstico que a veces comían los mexicanos era el perro.
Los españoles llevaron sus animales a América y trajeron al pavo a Europa. Desde allí, vía Sevilla, viajó muy pronto a Inglaterra. Los barcos de colonos británicos, en algunos de sus viajes a las costas americanas, empezaron a enviar pavos a Norteamérica, esta vez a los Estados Unidos.
En Estados Unidos existían, al igual que en México, pavos salvajes. Pero la versión doméstica tuvo que recorrer miles de kilómetros para cruzar la frontera entre México y Estados Unidos.
En aquella época era común ese trasiego: los productos americanos viajaban a España y Portugal y desde Sevilla o Lisboa eran exportados a toda Europa. Ingleses y franceses enviaban estos productos de vuelta a Canadá y Estados Unidos.
Se tardó muchos años en realizar trayectos más eficientes. Luego se usaron las islas del Caribe como puertos principales que distribuían los productos de América a todo el mundo. En algún momento del tiempo Inglaterra llegó a valorar mucho más a las islas de las Antillas que a Canadá y Estados Unidos juntos.
Aún hoy en día no se aclaran sobre el origen del famoso pavo en la Cena de Acción de Gracias. Unos opinan que los colonos tomaron pavo por una costumbre Navideña británica. Otros que lo hicieron basados en los pavos salvajes que encontraron en el nuevo territorio. Lo que sí que es cierto es lo que os acabo de contar, que había pavos en México y llegaron a Estados Unidos por tan extraña ruta.

El asiento de autobus

1.
El autobús que tomo por las mañanas para ir al trabajo siempre se llena en la primera estación. Se ocupan todos los asientos y luego algunos pasajeros tienen que ir de pie.
Todos los asientos son dobles salvo dos parejas de asientos que tienen otros tantos enfrentados. Digamos que son para que cuatro personas puedan hablar.
Hay veces que soy de los primeros en subirme al autobús. Y un error muy común que creo sólo puede asociarse con la poca previsión es el sentarse en los asientos cuádruples. Ves el autobús entero a tu disposición, puedes sentarte donde quieras, y eliges el asiento cuádruple. En principio no está mal, porque las otras tres plazas están vacías, pero toda la gente que va en ese autobús sabe que se llenará antes de arrancar. Es decir, aunque no hay personas físicas sentadas sobre los asientos, es como si estuvieran ocupados. Y puestos a elegir, mejor tener algo de espacio para las piernas (en los asientos cuádruples hay que hacer dribbling de rodillas) y mejor no tener a alguien sentado enfrente, por guapa o guapo que sea.
Si el autobús estuviera lleno y sólo quedaran dos sitios libres, uno en los asientos cuádruples (digamos en la parte noble, no los pobres que además van de espaldas a la marcha) y cualquier otro asiento normal, el 100% de la gente se sentaría en ese asiento normal. Pero si está vacío, la gente se sienta en el cuádruple – no siempre pero sí en un porcentaje que desafía a la lógica humana.
Incluso aunque esos asientos se quedaran vacíos (en un arranque de optimismo por parte de los sentados, que pensaran que eso puede ocurrir), estas plazas no tienen ninguna ventaja sobre las otras. Ni una sola, salvo que se quieran dejar pertenencias personales en dichos asientos vacíos.
2.
Otra menos clara: la mayoría de los que vamos en el autobús al trabajo lo hacemos solos. Ante una amplia perspectiva se puede elegir ventanilla o pasillo. En este caso es complejo porque si bien el pasillo es muy molesto, al rozarte con todo el que lo cruza mientras se llena el autobús, la ventanilla también te restringe en el espacio y luego la salida se dificulta un poco. Digamos que en un autobús que sabes que estará lleno tanto ventanilla como pasillo tienen sus ventajas.
Pero hay un punto diferente: cuando te sientas en ventanilla es porque eres el primero en ocupar uno de esos asientos dobles. Si lo haces en pasillo es porque ya hay otra persona en la ventanilla. Mención aparte merece la gente que se sienta en el pasillo dejando vacío el de ventanilla: merecen la muerte.
Una cosa en la que a veces no pensamos es que si nos sentamos en la ventanilla nuestro compañero de asiento puede ser cualquiera. Es cuestión de azar la persona que se nos siente allí. Sin embargo si nos sentamos en pasillo, podemos elegir. Y ahí es donde quizás el pasillo tenga alguna ventaja, porque puedes elegir una persona que sea más o menos delgada, que no huela mal, que no vaya con muchos bártulos. Sentándote en ventanilla estás a expensas de la Ley de Murphy.
En fin, que aunque sea raro, y aunque yo no lo haga, si eres el segundo en subir al autobús, y la primera persona es una chica delgada y aparentemente aseada, la decisión óptima sería sentarse junto a ella, salvo que lo haga en uno de los infames asientos cuádruples.
Lo malo es que para la chica será una pesadilla: “todo el autobús para mi y se me ha tenido que sentar un pirado al lado, que tenía casi todo el autobús para elegir”. Y entonces esa chica el próximo día elegirá, indudablemente, uno de esos asientos cuádruples.

La otra crisis

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Las búsquedas de Google dan una información visual muy clara sobre conceptos que pueden ser un tanto oscuros o difíciles de explicar. En esta gráfica sobre las búsquedas de métodos de suicidio puede apreciarse una espectacular escalada en las últimas semanas.
Todo esto antes del rally navideño, que como puede apreciarse en años anteriores, es el tiempo favorito para empezar a pensar en quitarse la vida.
Fuente: Freakonomics blog.

Mejores orquestas del mundo

Poco me gustan los rankings y en algunos casos como este me parecen faltos de todo rigor o sentido.
Pero una importante revista de música clásica británica, la Gramophone, ha elaborado una lista de las mejores orquestas del mundo. Y dicen que son estas:

  • 2º: Filarmónica de Berlín
  • 1º: Concertgebouw de Amsterdam
  • 3º: Filarmónica de Viena
  • 4º: Sinfónica de Londres
  • 5º: Sinfónica de Chicago
  • 6º: Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara
  • 7º: Cleveland Orchestra
  • 8º: Filarmónica de Los Ángeles
  • 9º: Orchestra de Budapest
  • 10º:Staatskapelle de Dresde

Fuente: El Universal
Via: Radio Clásica

Los fusiles de Morgan

I

En febrero de 1861 comenzó la Guerra Civil Americana. Los Estados del Sur fueron declarando su independencia uno tras otro, hasta que se llegó a un conflicto armado entre los leales al país (el Norte) y los separatistas (el Sur).
Las primeras batallas fueron equilibradas pero más favorables al Sur que al Norte. Así, el entonces presidente del Norte, Abraham Lincoln, hizo una llamada generalizada a las armas: debían movilizarse tantas tropas y armamento como fuera posible.
Muy alejado del campo de batalla, un tal Arthur Eastman había localizado en una isla cercana a Nueva York un arsenal abandonado tras la Guerra de Independencia de Texas (1835-1836). Este consistía en unos 5.000 fusiles, bastante obsoletos para la tecnología militar de entonces.
Eastman, que no tenía profesión alguna aunque se definía como una persona “familiarizada con las armas”, le propuso en mayo de 1861 al responsable de dicho arsenal, el Intendente James W. Ripley, que él sería capaz de adaptar dichas armas a los tiempos modernos, a cambio de algún dinero.
Con buen criterio, James Ripley argumentó que las manipulaciones de armas nunca salían bien y lo normal era que empeoraran las cosas. Y que aquellos fusiles no servían para nada y no saldrían de la isla.
Entonces Eastman propuso comprar la partida de carabinas, al precio de 3,5 dólares cada una de ellas. Total, si iban a ir a ser desechadas. Ripley estuvo de acuerdo.
Pero Eastman tenía un problema: no disponía de los 17.500 dólares necesarios para realizar la transacción.

II

La guerra se recrudecía y la necesidad de comprar armas aumentaba: En julio de 1861 el General John C. Frémont apareció por Nueva York dispuesto a comprar armas de quien las tuviera. Esto llegó a oídos del abogado Simon Stevens que ningún interés tenía en las armas, pero que había oído hablar de que un tal Arthur Eastman podía contar con 5.000 fusiles.
Así que Simon Stevens se puso en contacto con Arthur Eastman y acordó con él que le compraría los fusiles a 12,5 dólares cada uno, por un total de 62.500 dólares. Y con la noticia telegrafió al General Frémont, ofreciéndole una partida de fusiles adecuados al estándar del Ejército Americano, al precio de 22 dólares cada uno.
Frémont estuvo de acuerdo con el trato e indicó a Simon Stevens que enviara los fusiles de inmediato a Missouri. Entonces Stevens tuvo que puntualizar que los fusiles todavía no estaban de acuerdo a los requerimientos del Ejército. Y el General Frémont le dijo que en cuanto los tuviera preparados, los enviara sin dilación.
La situación era compleja. Eastman compraba por 17.500$ las armas al Intendente de la isla Governors, que actuaba en nombre del Ejército. Eastman realizaba el apaño para que sirvieran para el Ejército y Stevens le compraba las armas a Eastman por 62.500$.
Finalmente Simon Stevens vendería esas armas a Frémont por 110.000$.
Así funciona la economía. Una misma cosa cambia varias veces de mano, todo el mundo gana dinero y todo el mundo queda contento. Pero faltaba una pieza fundamental: el dinero. Tanto Eastman como Stevens estaban ansiosos por cerrar el trato, pero ni uno ni otro tenían dinero para comenzar la operación.

III

Fue entonces cuando apareció el banquero de turno: un jovencísimo J.P. Morgan, el legendario banquero que por aquel entonces sólo contaba 26 años de edad.
Morgan, tras ponerse de acuerdo con Eastman y Stevens, puso en marcha la transacción, prestando 20.000 dólares al primero. Con ese dinero, Morgan compró las armas por 17.500 dólares y le prestó 2.500 dólares a Eastman.
Con los 2.500 dólares, Eastman podría realizar las manipulaciones en el armamento. Hasta entonces las armas quedaron como aval del préstamo de Morgan.
Cuando se terminara de hacer la modificación del armamento, Morgan le prestaría 42.500 dólares a Simon Stevens, siempre y cuanto este empezara a recibir pagos de las armas por parte del Ejército.
Si embargo las dichosas alteraciones de los fusiles requirieron de más tiempo del pensado inicialmente. Y Morgan, que estaba ultimando los detalles de su boda, decidió mantenerse al margen del negocio, que ya estaba muy avanzado.
Morgan cobró del Ejército un adelanto de 55.550 dólares, a cambio de 2.500 de los fusiles, la mitad del total. Con ese dinero Morgan recuperó la inversión inicial de 20.000 dólares, cobró un interés del nueve por ciento (156 dólares) por la transacción y se pagó una comisión de 5.400 dólares, más de un 25% de la inversión inicial.
El resto del dinero y la parte del negocio que quedaba pendiente de cerrar se los trasladó a otro banquero amigo suyo, Morris Ketchum, el 10 de septiembre de 1861.

IV

La jugada maestra de J.P. Morgan es considerada según se mire como una de las más despiadadas de la Historia de la Economía. Hizo dinero vendiendo al Ejército armas compradas al Ejército, todo esto en tiempo de una preocupante Guerra Civil, cobrando una comisión desorbitada aún para la época. Y encima eliminó todo el riesgo del negocio evitándose el desagradable trago de asegurar los pagos por parte del Ejército.
Para aderezar su mala imagen, se argumenta que al tiempo que Morgan realizaba su negocio, se libró de cumplir con la llamada a filas generalizada para todos los hombres con edades comprendidas entre los 20 y 40 años. En la época lo habitual entre la gente adinerada era pagar un dinero, 300 dólares fue el precio fijado para la Guerra Civil Americana, para que otro fuera en tu lugar. Aunque en la Wikipedia lo dan por hecho, con fuente y todo, este dato no es cierto, o al menos no existe ninguna prueba, y mucho se han buscado, al respecto de que así fuera.

V

Ketchum se quedó con la patata caliente el 10 de septiembre para el 26 del mismo mes recibir un telegrama que le indicaba que ante la falta de liquidez del Gobierno, se interrumpían temporalmente los pagos.
La oscuridad del negocio no quedó oculta durante mucho tiempo. En octubre se formó una comisión de investigación, encargada de investigar los enriquecimientos indebidos conseguidos con el comercio de suministros militares. Se suspendieron los pagos hasta que todo quedara aclarado.
Hubo un enorme revuelo, pues cuando las cuentas quedaron manifiestas se argumentó que “nadie en su sano juicio compraría por 110.000 dólares algo que costaba 17.500 dólares” y que había existido alguna manipulación.
La realidad económica era que las armas faltas de valor para el inepto Intendente de la isla de Governors tenían mucho valor cerca de los campos de batalla. Que todos los aprovechados de esta cadena habían operado con legalidad.
Pero mientras J.P: Morgan se salió del negocio antes de que las aguas se pusieran turbulentas, Ketchum necesitó de más de dos años y una resolución del Tribunal Supremo para poder cobrar su dinero. El Tribunal falló a su favor y ordenó al Gobierno pagar las deudas contraídas.
Esta historia está estrechamente relacionada con esta otra.
Fuente: Morgan. American Financier.

Zodiacal

El éxito en los deportes también se supone que es una cuestión pura de meritocracia. ¿Pero es de veras así? Tomemos como ejemplo el hockey sobre hielo en Canadá: no importa el equipo que mires, encontrarás un desproporcionado número de jugadores que son Capricornio, Acuario o Piscis.[…] Un patrón similar ocurre en otros deportes.[…]

La cita no es de un curandero ni de una echadora de cartas, sino del prestigioso investigador Malcolm Gladwell, de su nuevo libro Outliers, que trata sobre el éxito y cómo conseguirlo (os romperé el final: es cuestión de esfuerzo).
Lo cierto es que la cita está trucada. Él no habla de signos del Zodíaco, sino que dice “nacidos en los tres primeros meses del año”. Pero al fin y al cabo es la misma cosa.
Es penoso creer en la influencia de los planetas, pero casi tanto es no creer en que el día en que uno nace tiene influencia importante en cómo seremos nosotros y nuestra vida. Los niños que nacen en enero comparten curso con los nacidos en diciembre. Y tienen casi 12 meses más de vida, de tiempo para aprender y de desarrollo muscular. Y eso se nota. De esto ya hablamos en esta entrada.